Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 4 de diciembre de 2017

IDENTIDADES VERSUS IDENTIDAD

He escrito ya varias veces sobre el concepto de “Identidad”, una palabra que siempre me ha parecido muy peligrosa, pues no tiene usos contemporáneos respetables. Pero lo cierto es que a día de hoy, visto la felona utilización que hacen muchos de la misma, es muy difícil no reincidir en el tema.
No hace tanto pudimos comprobar como en Francia y Países Bajos, los artificialmente estimulados “debates nacionales” sobre la identidad, fueron una endeble cobertura para la explotación política del sentimiento antiinmigrante, y una descarada estratagema para desviar las preocupaciones económicas, hacia objetivos minoritarios.
También Tony Judt nos recordaba como en la vida académica, de manera análoga, la palabra “identidad” tenía usos sospechosos. Los estudiantes universitarios, al menos en los Estados Unidos, podían escoger sobre toda una panoplia de estudios identitarios: “estudios de género”, “estudios sobre la mujer”, “estudios sobre asiáticos-americanos del Pacífico”… etc. Y que el punto flaco de todos estos programas paraacadémicos, no era que se concentraran en una minoría étnica o geográfica concreta, sino que alentaban a los miembros de esa minoría a “estudiarse a sí mismos”, negando de ese modo los objetivos de una educación liberal y, al mismo tiempo, reforzando las mentalidades sectarias y de gueto que, curiosamente, pretendían socavar. Los negros estudiaban a los negros, los gay a los gays, y así sucesivamente.
Como sucede a menudo – y no debería ser así – el gusto académico sigue las modas político-sociales. Hoy todos llevamos una especie de guión interpuesto a nuestra supuesta identidad: belgas-flamencos, ingleses-escoceses, españoles- catalanes, catalanes-nacionalistas, mallorquines-españolistas… En este mundo globalizado, mucha gente ya ni habla el idioma de sus antepasados, ni sabe mucho sobre su lugar de origen. Hace solo muy poco, que Puigdemont se enteró de sus raíces andaluzas y castellano manchegas. Pero al seguir los pasos de una generación de jactancioso victimismo, llevan lo poco que saben como una orgullosa placa de identidad, algo así como: uno es lo que sus abuelos sufrieron.
Este baño caliente, esta sauna de identidad, siempre me ha sido ajeno. Podemos ser subdivididos, según muchos sistemas de clasificación (escribía Giovanni Sartori). Pero la realidad es que nuestra existencia se caracteriza por pertenencias múltiples, por una “naturaleza plural”. Y sí, ya lo sé, es cierto: ser demasiadas cosas a la vez, puede en ocasiones resultar complicado. Pero es esa complicación la que vuelve al mundo interesante, y la que vuelve interesante nuestro estar en el mundo: ver con distintos ojos, hablar en distintas lenguas, cohabitar con ideologías diferentes, congeniar con distintas etnias, ser una cosa y ser otra, no una o la otra: la conjunción agrega: catalán y español, castellano y canario, europeo y cosmopolita. La disyunción cancela, suprime, empobrece.
Yo no estoy seguro de si soy visigodo, leonés, canario, francés o mallorquín. Y sin embargo siento con fuerza que soy todas esas cosas. Estudié en castellano en Madrid y aquí en Palma. Hablo algo de francés, catalán y castellano. He sido tildado de pensar e incluso escribir, como un “intelectual” españolista, un halago mordaz por cierto. Pero el españolismo casposo me deja frío, o me indigna. Es un club del que me sentiría felizmente excluido.
¿Y que hay de mi identidad “política”? Como descendiente de canarios progresistas, leoneses republicanos y franceses radicales, desde temprana edad adquirí una familiaridad superficial, con los textos marxistas y la historia del socialismo. Superficial pero suficiente, para estar vacunado contra las más desaforadas tensiones del nuevo izquierdismo de los años sesenta, mientras me asentaba con firmeza en el campo de la socialdemocracia.
Por los comentarios de algunos amigos a mis escritos, me da la impresión que me tienen por un dinosaurio reaccionario. Y puedo comprenderlos; suelo escribir sobre el legado de algunos políticos e intelectuales europeos, hace tiempo desaparecidos. Admito que no soy muy tolerante con la “propia expresión”, como sustitutivo de la claridad. Que contemplo el esfuerzo, como una pobre alternativa del logro. Me muevo en mis disciplinas, historia y política, como dependientes en primera instancia de los hechos, no de la “teoría”. Veo con escepticismo, mucho de lo que pasa por erudición histórica y política. Y sí, para las convenciones académicas y populistas imperantes, debo de ser un incorregible conservador.
Como socialdemócrata frecuentemente en desacuerdo con compañeros, que se describen a sí mismos como radicales, supongo que me debería servir de alivio, el familiar insulto de “cosmopolita desarraigado”. Pero no, porque lejos de sentirme un desarraigado, me encuentro muy bien arraigado en una diversidad de identidades, contrastantes entre sí. Procuro mantener las distancias con los “ismos” obviamente carentes de atractivo – fascismo, patrioterismo, chovinismo – pero también con las variedades aparentemente hoy más seductoras: nacionalismo, soberanismo, independentismo. El orgullo nacional, el patriotismo – después de más de dos siglos en que Samuel Johnson lo planteara por primera vez – todavía me parece “el último refugio de los sinvergüenzas”.
Personalmente prefiero los “confines”: aquellos lugares donde los países, las comunidades, las lealtades, las afinidades y las raíces, se topan incómodamente entre sí, y donde el cosmopolitismo no es tanto una identidad, sino la condición normal de vida. Soy consciente de que puede haber algo de inmoderado, en la afirmación de que uno siempre está en el límite, en el margen. La mayoría de la gente prefiere no llamar la atención, pasar desapercibida. Si todos son independentistas, mejor ser independentista. Si todos hablan en castellano, mejor no hablar en catalán. Hasta en una democracia abierta, es preciso disponer de una notable testarudez de carácter, para actuar deliberadamente a contracorriente de la comunidad, especialmente si esta es pequeña. Pero si uno ha nacido en una intersección de identidades y culturas, y goza de la libertad de permanecer allí, eso me parece una posición decididamente privilegiada.
A diferencia del fallecido Edward Said, creo que puedo comprender, e incluso sentir empatía, con los que están a gusto amando fieramente a un solo país, y sólo a uno. No considero ese sentimiento incomprensible, simplemente no lo comparto. Pero, con la edad, esas lealtades fieramente incondicionales – a un país, a un dios, a una idea o a un líder – han llegado a aterrorizarme. La fina capa de la civilización – escribía Tony Judt – reposa sobre lo que bien podría ser, una fe ilusoria en nuestra humanidad común. Pero ilusoria o no, bien haríamos en aferrarnos a ella.
Me temo mucho que estamos adentrándonos en un tiempo muy problemático. No son sólo los terroristas, los banqueros o el clima, los que van a causar estragos en nuestro sentimiento de seguridad y estabilidad. La globalización misma será una fuente de temor e incertidumbre, para miles de millones de personas, que se volverán hacia sus líderes en demanda de protección. Las “identidades” se desenvolverán mal en las estrecheces, mientras los indigentes y los desarraigados, golpean en los cada vez más altos muros de las comunidades cerradas. Ser danés, catalán, español o norteamericano, no será sólo una identidad, supondrá un rechazo y una reprobación, de aquellos a los que estas excluyan. Habrá intolerantes demagogos en democracias establecidas, que pedirán tests – de conocimientos, de lengua, de religión, de cultura – para determinar si los desesperados recién llegados, merecen ostentar la “identidad” de franceses, belgas, españoles o catalanes. Ya lo estamos viendo. En este “espléndido siglo nuevo” echaremos de menos a los tolerantes, a los de los márgenes, a la gente fronteriza. Mi gente.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 16 de Noviembre del 2017.

8 comentarios:

  1. El ser humano parece tener cierta disposición, posiblemente por algún mecanismo psicológico, a refugiarse en una identidad que le proporcione confort y seguridad. La identidad se constituye necesariamente de forma plural: El ser se dice de muchas maneras, por decirlo con la jerga ontologizante de Aristóteles. El problema reside en la univocidad, por seguir con el ejemplo del Estagirita, cuando se construye una identidad sobre la que se construyen el resto de atributos. Del monismo omniexplicativo y monofactorial, como siempre, sólo surgen fundamentalismos y fanatismos. Dicho sin la jerigonza filosófica, aunque igual no menos oscuro, nadie nace con una identidad de serie, y, por eso, hay discontinuidades,es decir, permeabilidad que es lo contrario a la rigidez dogmática que ningún espacio deja para el diálogo, esto es, el encuentro con el otro, con el diferente. Las identidades basadas en la exclusión y en la intolerancia producen, así lo atestigua una mirada retrospectiva al siglo pasado, miseria y muertos. Ciertamente, el futuro político global se verá sometido los próximos años, aunque ya lo estamos viendo con el surgimiento de la “Alt-Right”, a una encrucijada entre los “globalistas” y los “particularistas”, por nombrarlo de algún modo. Esto exige un análisis muy complejo de los fenómenos político-sociales que se están dando en estos momentos del presente en marcha en el seno de nuestras sociedades. Porque, como bien dices, la globalización ha desbordado todas las categorías con las que pensábamos el mundo el siglo pasado. Quizá sea perogrullo decir e porque todas las generaciones que han habido y están por haber problablemente lo presintieran de idéntica manera, pero pienso que mucha gente tiene la sensación de estar viviendo un momento histórico de zozobra, de incertidumbre frente al futuro. No es de extrañar, entonces, que muchos de los problemas que nos envuelven sean percibidos como una amenaza para la identidad y la seguridad de muchas personas. El islam, los catalanes, los españolistas, los inmigrantes, Europa, el pp, animalismo,podemos, feminismo,Putin, la Segunda Venida de Cristo, etc.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Carlos. No sabría explicarlo mejor de lo que tu lo haces.
      Seguro que todas las generaciones, han vivido su tiempo como el inicio de un nuevo mundo. Quizá lo distinto está en el "como" lo viven. La generación de mi padre vivió de manera optimista, la llegada de la República. Aunque claro, luego se tragaron la Guerra Civil y la Mundial. Nosotros vivimos con optimismo la Transición.Aunque algunos muy pronto, sufrieron los que se llamó el "desencanto". Lo curioso hoy, me parece, es que las nuevas generaciones viven el nuevo tiempo, su tiempo, el de la globalización, con una gran pesimismo que yo no comparto (escribí sobre ello hace unos días aquí mismo: "Opiniones a contracorriente". Un gran abrazo.

      Eliminar
  2. Me ha gustado especialmente tu artículo no sólo por los detalles de tu biografía, así como los hitos que ha dejado tras de sí tu bagaje intelectual, sino porque pones en el dedo en la yaga sobre uno de lo grandes problemas a los que se ha de enfrentar la era global. Sin embargo, como bien sabes, tengo algunos reparos o discrepancias con respecto a tu concepción de los estados-nación. Si te digo que soy jacobino, entonces ya me estoy determinado identitariamente de algún modo, como si quisiera dar un carpetazo a la discusión cerrándome en banda, resignándome en un pobre “soy así”. Te digo esta impertinencia porque me ha sido inevitable no hacer una lectura política de tu escrito sin apartar la mirada del actual presente en marcha. Si bien suscribo, contigo, un rechazo total a todos los nacionalismos, no puedo coincidir en ecualizar, asumiendo además una falsa biteralidad entre “España” y “Cataluña” que pide el principio, que las dos banderas representen lo mimo como si las dos fueran igual de excluyentes. Una es integradora; la otra quiere levantar una frontera y convertir en extranjeros a sus conciudadanos. ¿Este criterio de demarcación entre hunos y otros obedece a una construcción identitaria excluyente? Pues yo creo que no, que unos utilizan la categoría de ciudadanos de acuerdo a una constitución y a una vivencia compartida, y otros, simplemente, se contentan con la categoría de tribu o, como dices tú, “micronacionalismos de campanario”. En fin, el “infierno son los otros”, se me podría contradecir. Pero la nación política, unida a los derechos y deberes del ciudadano, la inventa históricamente la izquierda. Un vínculo de solidaridad que si bien ha quedado casi disuelto por el fenómeno de la globalización, no por ello podemos renunciar a él en nombre de cosas que todavía no existen o no están en condiciones de ofrecer un proyecto ilusionante

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias de nuevo Carlos. No te creas, en mi sangre llevo gotas de sangre jacobina... como decía Machado. Pero me parece que la historia no lleva esa dirección, por eso me esfuerzo en reprimir ese sentimiento. Por supuesto no ecualizo los dos nacionalismos, catalán y español. Pero estoy convencido ¿o es sólo que lo deseo? que hay muchos que amamos una España inclusiva, y no la representante de las cenizas del franquismo, de una nacionalismo casposo y atragantante. Y para mañana la nación política con la que sueño, es la de una Europa federal. Otro abrazo muy especial.

      Eliminar
  3. El humanismo cosmopolita, amigo Emilio, es muy salutífero si uno quiere librarse del patrioterismo (que no patriotismo, que es una virtud republicana glosada desde la Oración Fúnebre de Pericles) y del encorsetamiento delos “ismos”, pero bastante imprudente, políticamente hablando, si no comete el error de indiferenciar el reino del ser del deber ser. Para bien y para mal, la plataforma que permite desarrollar todas las condiciones de posibilidad políticas siguen siendo los estados. También los imperios, que son geoestratégicamente hablando, los verdaderos artífices de la globalización, pues, ésta no cae del cielo, sino que es impuesto desde algún estado-nación suficientemente fuerte como para imponerla. De ahí que la globalización sea percibibida, sobre todo por los sectores más conservados y reacios a la era global, una especie de americanismo que viene ha destruir nuestra manera colectiva de vivir. En fin, esto es otro debate. La cuestión, a mi juicio, es que la izquierda no puede regalarle a la derecha el monopolio exclusivo de la defensa la unidad territorial de España. Y debe hacerlo no por razones esencialistas o patrioteras, como hacen los cursis y analfabetos henchidos de odio, sino porque esta es la mejor manera de defender el Estado del Bienestar. Todo este tema tan cansino de Cataluña es, en efecto, una perfecta cortina de humo para disimular los gravísimos e intolerables casos de corrupción en el seno del partido político que dirige en el gobierno de la nación. Algunos compañeros se indignan de que ya está bien discusiones espurias sobre banderitas, que hay que ir a lo esencial, a los problemas de la gente. Y no les faltan razones, pero, a mi juicio, percibo un infantilismo frívolo que es incapaz de considerar las consencuencias de lo que nos jugamos. Se trata, pues, de darle una vuelta del revés materialista, como hizo Marx con Hegel, al problema territorial de España. Porque lo que está en juego no son meros sentimientos de identidad, que cualquiera pueda tener los suyos, están en juego las pensiones, la sanidad, la educación, que no es poco. Por eso no me gusta encarar este problema desde la metafísica de la identidad, sino diciendo, alto y claro, que la secesión consiste fundamentalmente en un robo de la propiedad común, y no tanto en una logomaquia de banderitas.

    Un abrazo muy especial, amigo Emilio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo en los Estados Carlos, no en las Naciones. Creo recordar que ya lo he escrito un par de veces. Pero pienso que hay que ir más allá, de los pequeños Estados en los que hoy vivimos. Hacia un Estado europeo que, de algún modo, vendría a sustituir los antiguos Imperios.
      Lo de Cataluña no hay por donde cogerlo. Y sí creo que la izquierda no se debe dejar arrebatar, la bandera de nuestro Estado indivisible, para saltar de él a espacios más amplios. Trocear nuestro actual Estado, no es que sea inconstitucional, es mucho peor, va en contra dirección de la historia, va a contracorriente de esa globalización, de la que tendremos que discutir, como nos gustaría que fuera.
      Y totalmente de acuerdo con todo lo que tan bien escribes.
      Más abrazos.

      Eliminar
  4. Hay algunos errores ortográficos y de tipo que no puedo editar. Espero que se me haya entendido. Abrazos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pienso que te he entendido perfectamente, apreciado Carlos. Más abrazos.

      Eliminar