Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 30 de abril de 2018

DISCURSO SOBRE EUROPA

El doctor Andrés Laguna (Segovia 1511?-1559) fue una figura relevante de la España de Carlos V. Humanista, gran admirador de Erasmo, del cual compartía sus ideas religiosas, a favor de un cristianismo interior.
En Colonia, el domingo 22 de enero de 1543, a las siete de la tarde, pronuncia el “Discurso sobre Europa”(Europa heautentimorumene) ante una asamblea de príncipes y sabios. El tema del discurso es Europa, que se está destrozando a sí misma. Una Europa que “miserablemente se atormenta y deplora su desgracia”. Europa, en otros tiempos tan poderosa, se ve ahora reducida a una condición “desdichadísima”, por culpa de los mismos que tiene la obligación de defenderla: los príncipes cristianos, que en vez de unirse frente al enemigo común (los turcos), se hacen entre si una guerra despiadada. Pero lo que más atormenta a Europa, no es verse despedazada por los enemigos de los cristianos; su inmenso dolor lo causan sus propios hijos, los príncipes cristianos que traman contra ella una “guerra intestina”, además de consentir que el enemigo exterior, la sacuda con violencia.
Este discurso del doctor Laguna (afirma Joseph Pérez en “Carlos V”) ofrece la perspectiva exacta, para enfocar la política imperial de Carlos V, con una matización notable: Laguna habla ya de “Europa”, palabra que el Emperador no emplea nunca. Hasta muy entrado el siglo XVI, en efecto, la palabra “Europa” sólo se emplea con un significado geográfico. Cuando se quiere hablar de los pueblos que la componen, se usan más bien otras expresiones, como “Cristiandad o república cristiana”, por tratarse de territorios que reconocen la autoridad espiritual de la Iglesia Católica Romana. La Cristiandad forma un cuerpo místico-social, una unidad orgánica que procede de la comunidad de fe, pero que deja casi intacta la soberanía de cada reino particular. Dicha comunidad de fe tiene implicaciones intelectuales, culturales y morales: una misma concepción de la vida, inspira a todos los que forman parte de esta comunidad, por encima de las diferencias y variedades nacionales o regionales. Se trata en realidad, de lo que hoy llamaríamos un área cultural, o una civilización que tiene sus caracteres propios.
Doctor Andrés Laguna
En Laguna notamos pues, la nostalgia por la unidad perdida y la voluntad de recrearla, pero esta unidad ya no puede ser estrictamente religiosa, dada la división introducida por la Reforma luterana. El concilio, que con tanta insistencia había reclamado Carlos V, iba a celebrarse. Pero en Trento, ya estaba claro, que se iban a replantear las ideas directrices del dogma católico, prescindiendo ya de lo que opinaran los protestantes, que por su parte habían elaborado, o estaban elaborando, su propia ortodoxia.
Laguna da por sentada la división de la Cristiandad. La unida que él anhelaba no puede ser política: nadie acepta ya la perspectiva de un imperio, o de una monarquía universal. Pero la unida tampoco puede ser ya religiosa, bajo el imperio de la Iglesia de Roma. Sólo queda pues una fórmula, que garantice la unidad de las naciones que siguen llamándose cristianas, a pesar de sus diferencias doctrinales: es la unidad de cultura. Es el legado de la Biblia, de la Antigüedad griega y latina, tesoro común de los europeos de 1543. Este legado en el que comulgan los humanistas, permite superar las oposiciones confesionales, y sugiere un ideario y unas normas que hay que preservar: cierta concepción del hombre y su dignidad, basada en principios éticos que deben inspirar la organización política y social, el culto a la verdad y la belleza… En resumen, se trata del concepto moderno de civilización, frente a la barbarie que se está forjando en esos momentos de crisis.
Hasta el siglo XVI, el bárbaro siempre o casi siempre era el otro, el infiel, el que vivía fuera de las fronteras de la Cristiandad, y que se caracterizaba esencialmente por la crueldad y la inhumanidad de su conducta. Las guerras de religión estaban cambiando estas perspectivas. Los párrafos que Laguna dedica a pintar lo horrores de las guerras entre cristianos, no dejan lugar a dudas: la violencia, la inhumanidad y la barbarie, se han instalado en medio de los cristianos. Los infieles ya no tienen la exclusividad de tales comportamientos. De ahí la necesidad de cambiar el vocabulario. Hasta entonces – como hemos dicho – se usaba poco la palabra “Europa”, se hablaba de “república cristiana” o “Cristiandad”. Tampoco de alude para nada a la cruzada. Laguna se refiere sólo dos veces a la expresión “república de los cristianos”, y no usa nunca la palabra “Cristiandad”. Es de Europa de la que habla. Y está claro desde el principio, que para Laguna se trata mucho más que de un concepto geográfico. Esta es una de las primeras ocasiones, sino la primera, en que Europa viene definida no como una parte del mundo, sino como un área cultural, como una unidad de civilización, frente a lo que no es ella.
Igualmente en la literatura europea del siglo XVI, se está produciendo una evolución semántica significativa, y es interesante señalar que Laguna, es uno de los primeros en avanzar por esta vía. Habrá que esperar a la segunda mitad del siglo, para ver escritores, protestantes en su mayoría, que sustituyan la palabra “Cristiandad” por “Europa”. Los horrores de las guerras entre cristianos (católicos y protestantes) conducen a desear, no ya un retorno a la unidad confesional, sino por lo menos a una fraternidad basada en valores morales, políticos y culturales, es decir, una civilización totalmente opuesta a la de los bárbaros, a la de los turcos.
Lo que vemos apuntar en el “Discurso” de Laguna, en una fecha tan temprana como la de 1543 es, por lo tanto, una noción de Europa que ya no es meramente geográfica, sino cultural. Si la fe ya no puede servir de fermento de unidad ¿en qué podrá fundarse la fraternidad deseada entre las naciones de Europa? Laguna no lo dice claramente, pero de su discurso se deduce implícitamente: un irenismo (actitud pacífica y conciliatoria) que se parece mucho a la tolerancia, aunque no la mencione. Y sobre todo la adhesión a valores culturales, heredados de la doble tradición clásica y cristiana, valores percibidos como universales (ésta es la proyección humanista) y desde luego muy superiores a todo lo que se nota, en el campo opuesto.
Todo eso nos lleva a la idea imperial de Carlos V, que se nos presenta como una anticipación fecunda de la especificidad de Occidente. Anticipación de los vínculos culturales y morales, que la posterioridad había de potenciar. Y que en los tiempos que nos ha tocado vivir, cobran singular transcendencia. Al menos éste es, a mi modesto entender, el legado de Carlos V a la historia universal.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Marzo del 2018.


lunes, 23 de abril de 2018

ARENDT. EICHMANN Y LA BANALIDAD DEL MAL

Del dilema que los jueces de Eichmann tenían ante sí: verlo como un monstruo depravado, o tomarlo como un mentiroso compulsivo y un fanático que odiaba a los judíos, optaron por la segunda opción. Pero Hannah Arendt escogió una tercera posibilidad. Al observar a Eichmann, oír sus argumentaciones, presenciar sus reacciones, concluyó que lo que tenía delante no era un ser antológicamente corrompido, ni una personalidad satánica, sino vulgar (“que no era un Yago ni era un Macbeth”) más bien un hombrecillo que había cometido crímenes horribles, gracias a una especie de estupidez moral, que procedía de una absoluta falta de juicio: “Eichmann no era estúpido. Únicamente la pura y simple irreflexión – que en modo alguno podemos equiparar con la estupidez – fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo”. Añadía Arendt que la personalidad del condenado permitía extraer una lección: “tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión, pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.”.
Esta era la base de la famosa tesis sobre “la banalidad del mal”, entendida, pues, como incapacidad de un sujeto para juzgar, para darse cuenta de lo que se hacía. Para Arendt era “un hecho” incontestable que permitía comprender la personalidad de un hombre, acusado de ser responsable de la deportación de millones de judíos a los campos de la muerte, a sabiendas que el objetivo final del transporte y el destino que aguardaba a los viajeros, era precisamente la muerte. Pero en ningún momento, convirtió la hipótesis sobre la “banalidad” que afectaba al carácter moral de Eichmann, en causa o explicación de las “matanzas administrativas”.
Si la pregunta era ¿Eichmann representa el arquetipo de un alemán medio, que decidió colaborar con las órdenes y disposiciones de un Estado criminal? La respuesta bien podría ser: “Y esa sociedad alemana de ochenta millones de personas, había sido resguardada de la realidad y de las pruebas de los hechos, exactamente por los mismos medios, el mismo autoengaño, mentiras y estupidez, que impregnaba ahora la mentalidad de Eichmann”. El autoengaño se había convertido “en un requisito moral para sobrevivir…”. “La conciencia en tanto cual, se había perdido en Alemania”.
La crónica que redactó Hannah Arendt sobre el juicio de Eichmann, dejando aparte las consecuencias biográficas, no siempre agradables, tiene una importancia notable en el desarrollo de su obra porque, en cierto modo, le dio un giro o, al menos, una dimensión inesperada. Arendt cambió sus conclusiones acerca del problema del mal, después de conocer en persona a Eichmann, En medio de las polémicas que siguieron a la publicación del reportaje, redactó unas notas autocríticas, observando que si la raíz del mal desencadenado por el nazismo era banal, no podía ser, al mismo tiempo, radical en el sentido kantiano: “la frase ‘la banalidad del mal’ contradice la frase que empleé en el libro sobre totalitarismo: “el mal radical”. El tema es difícil, le comentó a McCarthy. Pero se reafirmó en que la falta de juicio y no una desviación de la naturaleza humana, explicaba mejor la conducta de los verdugos de Auschwitz.
La naturaleza del mal estaba, pues, relacionada con el problema del juicio moral y político. Y ambas cuestiones terminaron por exigir un tratamiento filosófico, y un dialogo con la tradición metafísica, desde Sócrates, tan citado en sus textos de mediados de los sesenta, y desde Platón hasta el presente.

Palma. Ca’n Pastilla a 17 Marzo del 2018.

lunes, 16 de abril de 2018

LA CULTURA Y LA MORAL

Un libro hace relativamente poco publicado en España (“Creer y destruir. Los intelectuales en la máquina de guerra de las SS”, del historiador francés Christian Ingrao) me ha llevado a reflexionar sobre la NO relación mecánica que hay entre la Teoría y la Política (esa manía de muchos políticos de falsear sus curriculums, para aparecer como más aptos para el desarrollo de la misma) o la Cultura y la Moral.
En cuanto a la Teoría y la Política, ya escribí varias veces sobre ello, cuando apareció Podemos, trufado de dirigentes con curriculums académicos impresionantes. “Pensar la política (la teoría) no es lo mismo que pensar políticamente (la práctica)” advertí. Hoy parece que ya lo hemos comprobado. Por eso lo de los curriculums no hay por donde cogerlo. Ciertos políticos mienten a la ciudadanía, por algo que además tampoco es cierto: que los ciudadanos votan o los partidos eligen, a los que disponen de un mejor expediente académico. ¿Cuántos ciudadanos en 1982, votaron a Felipe por su expediente académico, que por cierto no era gran cosa? Julián Besteiro era Doctor en Filosofía y Catedrático de Lógica. Largo Caballero un simple obrero manual, estuquista. Y sin embargo fue el último, quien políticamente se llevó el gato al agua. Si históricamente, eso fue para bien o para mal, es un debate diferente. Henry Ford, Steve Jobs, Le Corbusier, Bill Gates… y tantos y tantos otros, no tuvieron o no tienen título académico.
Y por lo que respecta a la NO relación entre Cultura y Moral, lo explica muy bien Ingrao en su libro, relacionando el nivel intelectual de muchos de los dirigentes nazis, con sus brutales fechorías.
La imagen que se tiene popularmente de un oficial de las SS – escribe Jacinto Antón en la reseña del mencionado libro - es la de un individuo cruel hasta el sadismo, corrupto, cínico, arrogante, oportunista y no muy cultivado. Pero ahora Ingrao, especialista en el tema, nos ofrece un perfil muy diferente y desasosegante. Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje de los mandos de las SS, como verdaderos “intelectuales comprometidos”.
Ingrao analiza pormenorizadamente, la trayectoria y las experiencias de 80 de esos individuos que eran académicos – juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores – y a la vez criminales. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo. Y cultos como Heydrich, que leía mucho y tocaba el violín. O como Eichmann que leía a Kant.
Resulta cuando menos curioso y difícil de entender que gente muy formada, pudiera meterse así en la práctica genocida, pero el nazismo es un sistema de creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas, y que funciona como una droga cultural, en la psique de los intelectuales.
Ingrao recalca, que el hecho resulta menos excepcional de lo que parece. “En realidad, si examinamos las masacres de la historia reciente, veremos que hay intelectuales bajo el felpudo. En Ruanda, por ejemplo, los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de masas, hay intelectuales detrás”.
¿Pero el nazismo no les inspiraba repugnancia moral? nos preguntaremos. Desgraciadamente, la “moral” es una construcción social y política para estos “intelectuales”.
Los teóricos del nazismo, de la germanización, trabajaban para crear una nueva sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la utopía (lo mismo podemos decir de muchos de los intelectuales del estalinismo). Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas de una cosmovisión, en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad. “Las SS era un asunto de militantes. Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy preparada. Hay que aceptar la idea de que el nazismo era atractivo, y que atrajo como moscas a las élites intelectuales del país”. Y no nos olvidemos de Heidegger.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Abril del 2018.

martes, 10 de abril de 2018

TODOS ESCRIBEN. LOS COOPER (II)

Ya he hablado de esta extraordinaria familia en dos de mis artículos anteriores.
Hoy remato esta serie con la sucinta biografía de los tres que aún están en activo, y siguen escribiendo y publicando.
John Julius Cooper (Segundo Vizconde de Norwich). Nacido en 1929. Su padre fue Duff Cooper y su Madre Lady Diana Manners. Y su padrino el poderoso Lord Beaverbrook.
Fue educado en el Upper Canadá College, de Toronto; en Eton; y en la Universidad de Estrasburgo. Sirvió en la Marina Real Británica (Royal Navy) antes de titularse en Francés y Ruso en Oxford. Se unió entonces al Servicio de exteriores británico (Foreign Office), sirviendo en Yugoslavia y Líbano, y como miembro de la delegación británica en la conferencia de desarme en Ginebra.
Un buen día de 1964, Norwich decidió abandonar el Foreign Office y dedicarse a escribir libros de historia.
Dos de sus obras acaban de publicarse en España: “Cuatro príncipes” y “Los Papas”. Otras de sus obras incluyen trabajos sobre el reino normando en Sicilia; Historia de Venecia; Byzantium: The Early Centuries, Byzantium: The Apogee y Byzantium: The Decline and Fall, obras que cubren la historia del Imperio bizantino condensadas luego en su Breve historia de Bizancio; así como Venice: A Traveller's Companion, entre otras. Ha sido también editor de series como: Great Architecture of the World, The Italian World, The New Shell Guides to Great Britain, y The Oxford Illustrate d Encyclopaedia of Art.
 John Julius Norwich
Como Segundo Vizconde de Norwich, se sienta actualmente en la Cámara de Los Lores.
Norwich se casó por primera vez con Anne Frances May Clifford, hija de Sir Bede Edmund Hugh Clifford; tuvieron una sola hija, Artemis Cooper, la gran historiadora, y un hijo, Jason Charles Duff Bede Cooper. Tras divorciarse, Lord Norwich, se casó con Mary (Malkins) Philipps, hija del 1.er Baron Sherfield.
Norwich también es el padre de Allegra Huston, fruto de su relación con Enrica Soma Huston, esposa del director de cine americano John Huston.
Alice Clare Antonia Opportune. Artemis Cooper. Atractiva culta y de refinada elegancia, nació el 22 de abril de 1953. Es hija única del Segundo Vizconde de Norwich y de su primera esposa Anne (nacida Clifford) y nieta de Lady Diana Cooper. Hermana de Jason Charles Duff Bede Cooper, y hermanastra de Allegra Huston (hija de Lord Norwich y Enrica Soma Huston, ex esposa del director de cine estadounidense John Huston).
Artemis Cooper asistió al Lycee francés, al Convento del Sagrado Corazón en Woldingham y a la Camden School for Girls. Después fue al St. Hugh’s College, Oxford, donde obtuvo un título en lengua y literatura inglesa. Pasó un tiempo en Egipto con el Voluntary Service Overseas, enseñando inglés en la Universidad de Alejandría. En julio de 2015 recibió un doctorado honorífico de la Universidad de York. Y en 2017, fue elegida mimbro de la Royal Society of Literature.
Artemis Cooper y Antony Beevor
Su primer libro fue una recopilación de las cartas de sus abuelos: “Un fuego duradero. Las cartas de Duff y Diana Cooper 1913-1950” en 1983. Ha escrito una interesante biografía de la escritora inglesa Howard: “Elisabeth Jane Howard. Una peligrosa inocencia”. Editado el epistolario entre Evelyn Waugh y Diana Cooper. Se ha encargado de seleccionar los textos de esa maravillosa antología de Patrick Leigh Fermor, que es “The Words de Mercury”. Su libro: “El Cairo durante la guerra 1939-1945”, sobre la vida en Egipto en esos años es una delicia. Como lo es “Paris después de la Liberación 1944-1949”, escrito a cuatro manos con su marido también historiador, Antony Beevor.
Pero para mí, lo mejor que ha escrito Artemis de lo que he leído, es la extraordinaria biografía de Patrick Leigh Fermor, que no publicó hasta la desaparición de éste. “Teníamos ese acuerdo, que no apareciera hasta la muerte de él y de su mujer, Joan Eyres Monsell. Ambos eran personas cortésmente privadas, especialmente Paddy”, escribió Artemis. El libro es una maravilla, cada página un dulce bocado de nuestra historia europea. Especialmente brillantes para mí, las dedicadas a los amores que tuvo Paddy con la princesa Balasha Cantacuzeme, 16 años mayor que él, y descendiente de una estirpe que dio un Emperador de Bizancio. Vivieron cuatro años en la casa señorial de los Cantacuzeme en Balemi en Moldavia, frontera con la Besarabia. Se separaron en 1939, cuando Paddy regresó a Inglaterra al estallar la II Guerra Mundial, para incorporarse al ejército en la unidad de Operaciones Especiales.
En 1986, Artemis se casó con su compañero escritor y también historiador Antony Beevor. Y han tenido dos hijos, Nella y Adam.
Antony Beevor (14 de diciembre de 1946). Historiador británico, autor de varios ensayos convertidos en superventas.
Está relacionado con una larga sucesión de mujeres escritoras, ya que es hijo de Carinthia "Kinta" Beevor (1911-1995), ella misma hija de Lina Wakefield, y descendiente de Lucie Duff-Gordon (autora de un carné de viaje a Egipto). Kinta Beevor es por su parte la autora de “Una infancia toscana”.
Estudió en el Winchester College y en la Real Academia de Sandhurst. Siguiendo las huellas de uno de los más célebres historiadores sobre la Segunda Guerra Mundial, John Keegan, Beevor es autor de numerosas obras que para algunos son controvertidas, e innovadoras para otros, en particular sobre las batallas de la Segunda Guerra Mundial (Stalingrado, Berlín y Creta), pero también una historia de la Guerra Civil española que ha recibido igualmente críticas, u otras obras sobre el siglo XX en general.
En tanto que antiguo oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército británico, ha tenido acceso, tanto para la batalla de Stalingrado como para la de Berlín, a los archivos soviéticos, inaccesibles para los investigadores hasta 1991. De este modo ha renovado en profundidad, la Historia militar y política de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los libros de Beevor que más me han gustado, es el que trata sobre Creta durante la guerra: “Creta: la batalla y la resistencia”. Pues además del estilo historiográfico tan propio del historiador, ha tenido para mí, el especial encanto de estar muy relacionado, con unos años decisivos de la vida de Patrick Leigh Fermor (Paddy para los amigos) el increíble autor de los libros de viaje más hermosos que se han escrito jamás.
Quizá uno de los secretos del éxito de las obras de Beevor, reside en su capacidad para dotar de carne y sangre, de vida, a las criaturas históricas que pueblan sus libros. El puntilloso rigor del documentalista se convierte, por el arte de Beevor, en brillante narración, en la que no se sabe que admirar más, si su solvencia histórica, o la irresistible adicción literaria que suscita. Como escribió Patrick Leigh Fermor al respecto: “Te hace vivir las acciones militares y el desarrollo del conflicto, como si hubieran sucedido la semana anterior”.
Está casado con Artemis Cooper, nieta de Lady Diana Cooper.

Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Marzo del 2018.



lunes, 2 de abril de 2018

TODOS ESCRIBÍAN. LOS COOPER (I)

En un artículo anterior escribí sobre “Cuatro príncipes”, el último libro publicado en España, del gran historiador John Julius Cooper (2º Vizconde de Norwich). Pero investigando un poco sobre la biografía del autor, caí en la cuenta de que pertenecía a una familia increíble, de algunos de cuyos miembros ya tenía muy buenas referencias, los Cooper. Entre descendientes directos, y miembros de la familia por matrimonio, nos encontramos con un puñado de personalidades extraordinarias, básicamente políticos e historiadores. Pero todos escribían. Alguien debería llevar a cabo una biografía de toda esa familia.

Duff Cooper. Los Cooper descienden del rey Guillermo IV de Inglaterra – “uno de los menos distinguidos de nuestros monarcas” escribió John Julius – y de su amante Dorothea Jordan. Pero fue de “Duff” del que primero tuve noticias, leyendo las obras de Churchill y sus diversas biografías.
Nació el 22 de febrero de 1890. Hijo único del médico de moda de la sociedad de aquellos días: Sir Alfred Cooper, cirujanos especialista en problemas sexuales de las clases altas. Y de Lady Agnes Duff, hija de James Duff, 5º Conde de Fife.
Después de estudiar en Oxford, ingresó en el Foreign Office en octubre de 1913. El 2 de junio de 1919 se casó con Lady Diana Manners. En las elecciones generales de octubre de 1924, ingresó en la Cámara de los Comunes al conseguir el escaño de Oldham para los tories (conservadores). En mayo de 1937, el nuevo Primer Ministro Neville Chamberlain, lo nombró Primer Lord del Almirantazgo (Ministro de Marina).
Duff Cooper
El 6 de octubre de 1938, un día después del famoso Pacto de Munich, denunció el acuerdo y renunció al gabinete. Cuando Churchill fue elegido Premier (10 Mayo 1940) lo nombró Ministro de Información, y luego (julio de 1941) canciller del Ducado de Lancaster (equivalente a ministro sin cartera).
En diciembre de 1943 fue nombrado Representante Británico en el Comité Francés de Liberación Nacional (la Francia Libre, el movimiento que encabezaba De Gaulle). Y aquí podríamos decir, que fue donde comenzó a relevarse como un gran político. Su cometido incluía mantener una relación de trabajo entre Churchill y De Gaulle, dos hombres provistos de un gran ego, a quienes encontraba Duff igualmente difíciles. París fue liberado en agosto de 1944, y Cooper se mudó allí en septiembre. El 18 de noviembre de ese año, presentó formalmente sus credenciales como embajador británico en Francia. Pronto demostró ser un embajador muy popular, con Lady Diana ayudando a hacer de su mandato un gran éxito social. Fue, en palabras del historiador británico P.H. Bell, un “devoto francófilo”, que durante su tiempo como embajador en París, a menudo probó la paciencia del Foreign Office, al ir más allá de sus instrucciones de mantener buenas relaciones con Francia.
A pesar de ser conservador, Cooper no fue reemplazado cuando los laboristas ganaron las elecciones en 1945. Ernest Bevin, el nuevo Secretario del Foreign Office, valoró a un embajador que era amigo cercano de tantos políticos franceses, que incluso logró tener una especie de amistad, con el famoso anglófobo Charles De Gaulle.
Su mandato como embajador finalizó a finales de 1947. Pero para consternación de su sucesor, permaneció en París, viviendo en el Chateau de St. Firmin. Asumió algunos cargos directivos de empresas, pero esencialmente dedicó el resto de su vida a la escritura. Durante la guerra había escrito la vida del Rey bíblico David. En 1949 publicó el “Sargento Shakespeare”, un libro sobre la vida temprana del gran dramaturgo. Tuvo problemas con la Oficina del Gabinete, que intentó en vano, por motivos de seguridad, bloquear la publicación de su única novela “Operación Heartbreak” (1950). Con anterioridad había publicado la biografía oficial del Mariscal de Campo Haig (1935). Y una breve biografía del estadista francés Talleyrand. Escribía despacio, se ha dicho, pero raramente necesitaba revisar sus manuscritos.
Fue nombrado Vizconde de Norwich (1952) en reconocimiento a su carrera política y literaria. Y dejó gran parte de su magnífica biblioteca, a la Embajada Británica en Paris.
Su sobrina Enid Levita (hija de su hermana Stephanie) es la abuela paterna del ex líder conservador, David Cameron.


Lady Diana Cooper
Lady Diana Manners (Diana Cooper). Fue la hija más joven de Henry Manners, 8º Duque de Rutland, y de Marion Margaret Violet Lindsay (Pero algunos han insinuado que su padre biológico, fue el escritor Henry Cust). De joven fue considerada una de las mujeres más bellas de Inglaterra, apareciendo en incontables retratos, fotografías y artículos en periódicos y revistas.
En la década de de 1910 formó parte activa de “The Cotorie”, un influyente grupo de jóvenes aristócratas e intelectuales ingleses, cuya importancia y número se vio reducido a causa de la Primera Guerra Mundial. Lady Diana fue la más famosa del grupo, al cual también pertenecían Raymond Asquith (hijo del Primer Ministro Herbert Henry Asquith), Patrick Shaw-Stewart, Edward Horner, Sir Denis Anson y Duff Cooper. Tras la muerte súbita de los tres primeros en la guerra y el cuarto ahogado, Lady Diana se casó con Duff Cooper en 1919, uno de los últimos supervivientes de su grupo de amigos íntimos. No fue, que digamos, un matrimonio muy querido por la familia de ella, que esperaba que se desposara con Eduardo VIII (Duque de Windsor cuando abdicó de la corona, para contraer matrimonio con Wallis Simpson).
Tras trabajar como enfermera durante la guerra y como editora de la revista “Femina”, escribió una columna en diversos periódicos propiedad de William Max Aitken (Lord Beaverbrook). Después se dedicó al teatro, e interpretó a la Madonna en la reposición de “The Miracle” (dirigida por Max Reinhardt). La obra obtuvo un gran éxito internacional y Lady Diana viajó durante años representándola. Posteriormente actuó en varias películas aún mudas, pero también en otras de las primeras en color.
En 1929 tuvo a su único hijo: John Julius Norwich, hoy un gran escritor e historiador.
El matrimonio Cooper
Tras el retiro de su marido como embajador inglés, siguieron viviendo en Francia, en Chantilly, hasta el fallecimiento del mismo en 1954. Cuando Duff Cooper fue nombrado Vizconde de Norwich, Lady Diana rechazó ser llamada Vizcondesa Norwich. Decía que le sonaba a “porridge” (gachas). Llegó incluso a publicar un anuncio oficial en “The Times”, afirmando que, independientemente del estatus de su marido y del suyo propio, seguiría siendo conocida como Lady Diana Cooper.
Lady Diana redujo drásticamente sus actividades, ya en los últimos años de la década de 1950. Pero escribió tres volúmenes de memorias: “The Rainbow Comes and Goes”, “The Lights of Common Day”, y “Trumpets from the Steep”.
Falleció en Londres en 1986, a los 93 años de edad.
(Continuará)

Palma. Ca’n Pastilla a 10 de Marzo del 2018.