Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 31 de julio de 2017

KARL-OTTO APEL Y LA RAZÓN DIALÓGICA

Por culpa de las angustias políticas que no cesan y no me dejan en paz, se me había olvidado que el pasado Mayo murió Karl-Otto Apel, uno de los filósofos a los que llegué vía Habermas, especialmente a su obra “La transformación de la filosofía” (Taurus).
La persona y la obra de Apel resultan inseparables de la Escuela de Fráncfort. Él y Jürgen Habermas, forman parte de la segunda generación de la misma. Sucesores o continuadores, como es sabido, de Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse, Max Horkheimer, Erich Fromm y, algo más tarde y desde la distancia, Walter Benjamin. La llegada del nazismo supuso la dispersión de la Escuela. Y la mayoría de sus integrantes recalaron en Estados Unidos, donde su pensamiento, de raíz hegeliano-marxista, pasó a ser denominado “teoría crítica”, posiblemente ante los problemas del término marxista en ese país.
Tras la Segunda Guerra Mundial la Escuela recuperó su vitalidad, con Habermas y Apel. Ambos trabajaron en la “ética del discurso” o “acción comunicativa”, pretendiendo dejar claro que la democracia comienza en el leguaje. Es la igualdad comunicativa lo que facilita la igualdad en la capacidad de decisión, es decir, la participación en una ética colectiva, de aspiración universalista. Es cierto que ambos coinciden mucho, pero no siempre, como muestra el curioso volumen de Apel titulado “Pensar con Habermas contra Habermas” (Siglo XXI, 1994).
Apel nació el 15 de marzo de 1922 en Düsseldorf, estudió filosofía en Bonn y se integró en la docencia, primero en la Universidad de Maguncia, luego en la de Kiel y, finalmente, en Fráncfort. En el inicio sus trabajos mostraban una clara influencia de la hermenéutica heideggeriana, pero también de la obra de Ernst Cassirer. Ambos caminos le llevaron a sus dos preocupaciones principales: el lenguaje y la ética. Y la relación entre ambas.
Karl-Otto Apel
Hay – sostiene Apel - una afinidad interna entre la tradición del pensamiento europeo y su universalismo, que se expresa en lo que él y Habermas llamaban la ética del discurso. Tras revisar las críticas a una posible ética universal, de autores como Foucault o Lyotard, Apel defiende que el presente tiende a una ética pluralista y axiológicamente universal. El papel de la comunicación resulta crucial. La capacidad de decisión del hombre, se produce en la medida que reconoce al otro como libre e igual, y acepta debatir con él desde la racionalidad. Al final se vota, sí, pero antes es imprescindible el debate, el reconocimiento de que el lenguaje es un lugar de encuentro, confrontación y acuerdo.
Apel y Habermas iniciaron el reencuentro del marxismo con Kant, oscurecido durante años por Hegel. En Kant, Apel encuentra un camino libre a una ética de voluntad universal. O, cuando menos, a la posibilidad de superar el mero subjetivismo. Y no fue tarea fácil, no, porque, recordemos, su obra coincidió en el tiempo, con el espíritu relativista defendido por los posmodernos y, también, con la crítica encabezada por Foucault. Ya Descartes intuyó que una ética universal era problemática, y aceptó regirse por una moral provisional, pero no renunció a la posibilidad de una moral válida para todos. Es decir, no renunció a la idea del bien y a la del mal. Y en eso anduvo Apel.
Con motivo del fallecimiento de Apel, Adela Cortina ha escrito que su biografía intelectual, está jalonada por la elaboración de una propuesta filosófica, que tiene por hilo conductor la atención al lenguaje, como el lugar desde el que los seres humanos hacen ciencia y ética, desde el que son posibles la comprensión y la acción. Apel se adentró en los caminos de la hermenéutica de Dilthey, Heidegger y Gadamer, en el pragmatismo de Peirce, en la filosofía del lenguaje de Humboldt, Wittgenstein, Searle o Austin. Y en diálogo con ellos, y muy especialmente con Kant, elaboró la propuesta que apareció en su mencionada “La transformación de la filosofía” (1973).
Casado con Judith, una mujer extraordinaria, tenía tres hijas, a las que adoraba; disfrutaba compartiendo el tiempo con sus amigos; se enfurecía cuando perdía la selección alemana y le gustaba el vino tiento; pero sobre todo podía pasar horas enteras, discutiendo apasionadamente de filosofía, porque creía en su importancia, para la vida de las personas y de los pueblos. Como su colega y gran amigo Jürgen Habermas, experimentaba la necesidad de evitar recaer en situaciones como la del nacionalsocialismo, que surgió, entre otras cosas, del rechazo al pensamiento, a la argumentación y a la crítica. De ahí que Apel se haya esforzado por recordar, junto a Habermas, que los seres humanos nos hacemos desde el diálogo, y no desde el monólogo impositivo; que es preciso argumentar, y no sólo sentir, para descubrir cooperativamente, que es lo más verdadero y lo más justo.
Jürgen Habermas
Como por casualidad, Josep Ramoneda nos ha recordado hace poco, que no hay democracia sin conflicto. Que la democracia es más freudiana que marxista, en el sentido de que, a partir del reconocimiento del conflicto, de lo que se trata no es de superarlo, sino de encontrar los equilibrios compensatorios, que permitan seguir avanzando. Que los problemas no se resuelven, se transforman. Que la pretensión de situarse por encima del conflicto, de representar un interés de todos, es siempre la imposición de unos intereses determinados, sobre los demás. Lo decía Claude Lefort: La democracia siempre está abierta a la incertidumbre. Y si la incertidumbre desaparece, también la democracia. Por eso la tentación carismática, la pretensión de sustituir la confrontación de intereses, por un supuesto interés general, marca siempre una deriva hacia el autoritarismo.
En el PSOE no debemos jamás olvidar, que dentro de la organización necesitamos conservar una democracia incluyente, en la que el debate y la confrontación política, no supongan la marginación, descalificación y exclusión de nadie. Hoy ya no se decapitan reyes, se construyen hegemonías. O lo que es lo mismo, los que consigan determinar el sentido de las palabras, imponer dialécticamente su relato, ganan.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Julio del 2017.


martes, 25 de julio de 2017

SALVAR AL SOLDADO SÁNCHEZ

Hace unos días comenté a mi amigo David Castelo en facebook, que ya en su día apoyé la candidatura de Pedro Sánchez decididamente, pero de forma crítica. Ya por entonces advertí de lo poco que me gustaban, los "pedristas” más fanáticos y esencialistas. Puros y en posesión de la verdad única, frente al sector de los impuros, equivocados y malhechores. Y ahora estos días, con ocasión de algunas primarias a nivel regional, se me han vuelto a encender todas las alarmas. Como razonar políticamente resulta fatigoso, algunos militantes pedristas decepcionados, lo entiendo, por los resultados en Valencia y Extremadura, han creído mejor recurrir a la descalificación personal y al improperio. Cuando la izquierda abandona su vocación racionalista, se activan todas mis susceptibilidades.
Así que creo llegada la hora de “salvar al soldado Sánchez”, de algunos de sus talibanes de salón. Con permiso de Benedetti: hay que defender a Pedro de la miseria y de los miserables; de las ausencias transitorias y de las definitivas; defenderle del pasmo y las pesadillas; de las dulces infamias y los graves diagnósticos; defenderle del rayo y la melancolía, de los ingenuos y de los canallas… Especialmente ponerle a resguardo de muchos de sus fans en las redes que, bajo la excusa de defender su programa, no hacen sino colocar plomo es sus alas. Y por cierto: ya no hay programa sanchista propiamente dicho, ha sido subsumido en las resoluciones del 39 Congreso, que ahora es el programa de TODO el PSOE. Les guste a unos más o menos.
El sanchismo no puede, como algunos parecen pretender, devenir en una religión que nos impida a todos una mirada limpia, que nos imponga esa sinrazón que, supuestamente, cosería un mundo de sinrazones. Por lo menos los librepensadores, entendemos la democracia, como una práctica de pública racionalidad. No nos va esa visión cainita de la política. No creemos en eso de buenos frente a malos. Personalmente soy más del debate entre verdades relativas, para llegar al final a los que los ingleses denominan "compromise" (que no tiene una buena traducción en castellano). Me enerva esa legión que ha surgido de pedristas acríticos. No lo puedo evitar. Y pienso sinceramente, que Pedro estaría de acuerdo conmigo.
Al contrario de algunos compañeros, que parecen sentirse en posición de la verdad única y exclusiva, más bien creo que la verdad es dialógica. Que es el resultado del diálogo igualitario; en otras palabras, que es la consecuencia de un diálogo en el que diferentes personas, dan argumentos basados en pretensiones de validez y no de poder. El concepto de aprendizaje dialógico, se vincula con contribuciones provenientes de varias perspectivas y disciplinas, como con la teoría de la acción dialógica (Freire, 1970); la aproximación de la indagación dialógica (Wells, 2001); con la teoría de la acción comunicativa (Habermas, 1987); la noción de la imaginación dialógica (Bakhtin, 1981) y con la teoría del “Yo Dialógico” (Soler, 2004). Además, el trabajo de una importante variedad de autores contemporáneos, está basado en concepciones dialógicas.
Jürgen Habermas
A mi modesto entender: El consenso se produce sobre la base de la coacción del mejor argumento, si me dejo convencer, es porque entiendo que las razones en las que se asienta mi convicción, son igualmente convincentes para cualquier hablante. El ideal de la razón está inscrito en la interacción lingüística, y la alternativa al diálogo, no es otra que la sinrazón y la violencia. Para Habermas, uno de mis más apreciados mentores, la comunicación lleva inscrita en su piel, la promesa de resolver con razones las perturbaciones. Quien habla pisa una dimensión en la que aparecen claros los conceptos verdad/mentira, justicia e injusticia. El lenguaje nos da la posibilidad de consensuar normas de comportamiento y de propiciar, por tanto, el progreso histórico. Habermas da un nuevo sentido a la frase de Aristóteles: “el hombre, porque habla, sabe de lo justo y de lo injusto”. Sobre el lenguaje, Habermas establece la posibilidad de crear una ética, una política y una teoría consensual de la verdad.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 18 de Julio del 2017.


martes, 18 de julio de 2017

LAS SAGRADAS ESCRITURAS

En los últimos meses mucho ajetreo ha habido en los medios de comunicación, acerca de Slavoj Žižek. No conozco en absoluto su obra, y sólo me he leído algún corto artículo, aparecido en la prensa y/o en las redes sociales. Y sin embargo en ese poco, su prosa compacta, psicoanalítica y pedregosa, me ha recordado algo a las abstracciones de Althusser, y al espesor literario e intelectual de los ya muy lejanos años sesenta y setenta. Ahora como entonces, no deja de intrigarme la propensión humana a erigir santones y gurús, y ha encontrar sentido en sus arcanos escritos.
Casi al mismo tiempo un artículo de Muñoz Molina en El País, me ha retrotraído a esas mismas décadas, las de mi paso por las universidades (Complutense y UIB). Años en que la dictadura parecía que se debilitaba, pero en los que lo nuevo tardaba tanto en llegar, que vivíamos en suspenso en un presente que parecía desprenderse del pasado, pero que no parecía tener conexión con ningún porvenir verosímil.
Mi facultad de Económicas de la Complutense era entonces, una especie de enclave extraterritorial de libertad siempre insegura, de una sublevación desatada que, sin embargo, nunca llegaba más allá de los límites del campus. Los muros de la misma estaban siempre llenos de carteles y pancartas, de todo tipo de organizaciones políticas radicales. Y los días de clase, algunos meses, eran más infrecuentes que los de huelgas o asambleas. Evidentemente los derechos de huelga, manifestación y reunión no existían, pero nosotros, los estudiantes, abandonábamos las aulas para concentrarnos por centenares en el auditorio o en el amplio hall (el mismo en el que un día cantó Raimon y se armó la marimorena).
Cualquier clase se podía convertir de repente en una asamblea. El derecho a fumar en todo momento – recuerda Muñoz Molina – se ejercía tan apasionadamente, tan sin fatiga ni tregua, como el de debatirlo todo, cualquier cosa: el programa de la licenciatura, la disolución ¡inmediata! de los cuerpos represivos, la proclamación de la III República, la transición no ya del fascismo a la democracia, sino del capitalismo al comunismo… Visto desde hoy me queda muy claro, que el porvenir hubiera exigido ideas claras, sentido común (yo aún no había leído a Moore) y concordia, “compromise”, consenso. Pero nosotros, jóvenes inexpertos políticamente, vivíamos de abstracciones y repetíamos fantasías y cismas ideológicos de medio siglo atrás. Curiosamente las diatribas más feroces, no se producían entre partidarios y detractores de la dictadura franquista, la inquina mayor era la que se dedicaban entre sí los militantes del partido comunista y otros grupos más a la izquierda: trotskistas y maoístas, a los que les unía su odio a los “revisionistas” del PCE pero que, a su vez, se detestaban entre sí. Había un sectarismo como de catacumbas y de abstrusos dogmas, como los del cristianismo primitivo, una misma necesidad de distinguir entre los puros y los herejes.
Unos y otros escrutaban las Sagradas Escrituras (El Manifiesto Comunista, El Capital, el “Que hacer” de Lenin…) en busca de pasajes que legitimaran sus anatemas y excomuniones. Uno de los manuales más leídos, recuerdo, era “Conceptos elementales de materialismo histórico” de Marta Harnecker (que ¡asombro! también se recomendaba en el PSOE en los años setenta) un breviario tan sencillo y rotundo como el catecismo, o el Libro Rojo de Mao.
Y luego estaba Althusser ¡Ah Althusser! Era como un Padre de la Iglesia, un San Agustín o Tomás de Aquino de la Trinidad Sagrada, Marx, Engels, Lenin. Sus dos libros obligatorios estaban en todas partes, “Para leer El capital” y “La revolución teórica de Marx”. Muchos los leían arrobados y en francés. No los entendían, pero a ver quien era el valiente que lo manifestara.
El 16 de noviembre de 1980 Althusser estranguló a su mujer Hélène, con la que había convivido durante más de treinta años. Althusser, que ya había sido diagnosticado de "desequilibrio mental" en varias ocasiones, e incluso internado en algunos hospitales psiquiátricos a lo largo de su vida, fue declarado irresponsable de sus propios actos e inmediatamente recluido en el sanatorio de Sainte-Anne, abocado al silencio. Allí escribió los textos que se recogen en su libro “El porvenir es largo”, que es una especie de autobiografía, aunque el propio Althusser ponga esto en cuestión al principio, y que se publicó póstumamente. El libro entero es una confesión terrible, un testimonio de exasperación y negrura. En él, el gran experto en Marx, reconoce haber leído “El capital” muy superficialmente, sin comprender gran cosa, disimulando su desconocimiento con palabrería, con vaguedades dogmáticas. ¡Ah nuestra utópica juventud!
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 12 de Julio del 2017.

martes, 11 de julio de 2017

NIETZSCHE SEGÚN LO VEO

A mi modesto entender, apenas existen hoy intelectuales o movimientos artísticos, que no hayan expresado algún tipo de afinidad con Nietzsche. El declive del marxismo ha quedado oscurecido, por una renovación del interés en las posibilidades izquierdistas presentes en el filósofo, que fueron un elemento decisivo, en el entusiasmo que éste despertó hace ya más cien años. Al existencialista Nietzsche le ha sucedido el deconstruccionista Nietzsche, y al irracional y fascista Nietzsche – jamás sino un fantasma – una declarada aceptación, como filósofo fundamental en la transición al postmodernismo. Hay un Nietzsche feminista, y un Nietzsche postfeminista, que representan movimientos lo suficientemente convincentes, como para haber provocado un contraataque (por feministas que no comulgan con él). Está también el Nietzsche considerado como responsable de la existencia del relativismo ético que, al parecer, infecta hoy la sociedad contemporánea y causa su desintegración moral. Y también el Nietzsche que está al final del camino, hacia la Ilustración. Igualmente, y como elemento concomitante con todo este serio compromiso con él, está el Nietzsche como icono cultural, cuya gran visibilidad ha inducido en mucha gente, la ilusión de saber sobre él, bastante más de lo que en realidad sabe.
No poseo los profundos conocimientos filosóficos, para tratar de establecer el valor de todo lo que se ha escrito sobre Nietzsche; ni he leído, ni mucho menos, todo lo que se ha publicado, ni tampoco he entendido bien todo lo que he leído sobre él. Por tanto me limito ha comentar lo que he entendido de una serie de obras sobre el filósofo (Walter Kaufmann, Werner Ross, R. J. Hollingdale, Paolo D’Iorio, Eugen Fink…). Las tendencias más recientes, relativas al pensamiento de Nietzsche que me atraen con mayor fuerza, son aquellas que lo consideran como un paradigma filosófico, o punto de partida, en relación con los modos de pensar característicos de mi propio siglo, el XX.
Una de las interpretaciones de su filosofía que me agrada, es la de Walter Kaufmann y, especialmente, su trabajo “rehabilitador” de 1950. Puede que Kaufmann hiciera de Nietzsche, una figura más humanista de lo que en realidad fue, lo tengo presente. Pero allá por finales de los sesenta, cuando me empecé a interesar por la filosofía, el único intento serio de entender a Nietzsche, que rivalizaba seriamente con el de Kaufmann, era el de Heidegger. Aunque difieren en todos los demás aspectos, Kaufmann y Heidegger coinciden en considerar la “voluntad de poder”, como el dogma capital de Nietzsche, sin cuya consideración no puede ser entendido. Aunque modestamente, el resto de la interpretación de Heidegger, no la comparto.
Siempre que me es posible, prefiero interpretar a los grandes autores, por las obras que ellos mismos escribieron. Y es sabido que Heidegger rechaza las obras publicadas por Nietzsche, y se apoya por entero en lo que se ha venido llamando el “Nachlass” (bienes hereditarios), es decir, los escritos que Nietzsche dejó, pero jamás publicó. Como alguien escribió en su día: Me parece un requisito de la decencia intelectual, entender primariamente a un autor, del modo en el que quería ser públicamente entendido. Y cuando leí que, de acuerdo con la lectura de Heidegger, la “filosofía de Nietzsche” no se encuentra explícitamente presente en sus escritos, publicados o sin publicar, sino que ha de ser extraída por el intérprete, pensé que seguramente el propio Nietzsche, no se habría reconocido en los escritos de Heidegger.
El hecho innegable de que la interpretación de Heidegger, haya ejercido una influencia tan amplia y profunda, no me parece que sea fundamento alguno, para objetar la conclusión de Hollingdale: la influencia de la propia filosofía de Heidegger, ha sido tan amplia y profunda como la de cualquier filósofo del siglo veinte, y también es responsable en parte, de la diseminación del interés por Nietzsche; pero esto significa que han sido muchos, los que han empezado a considerar a Nietzsche como filósofo serio a través de Heidegger, y por tanto lo han llegado a contemplar, tal como el propio Heidegger lo ve. Pero para muchos de aquellos cuya relación con Nietzsche, es anterior a la interpretación de Heidegger, parece ser casi inevitable pensar que el Nietzsche de Heidegger, es precisamente esto: un constructo que nadie, salvo el propio Heidegger, habría o podría haber diseñado.
No fue tanto el tratamiento que le dio Heidegger al “Nachlass”, como la edición de Colli-Montinari, lo que indujo a algunos a pensar durante algún tiempo al menos, que se habían mostrado demasiados absolutos en el rechazo del “Nachlass”, como un elemento constitutivo de una presentación válida, de la posición filosófica de Nietzsche. Pero pese a esta consideración pienso, desde mi nivel filosófico relativo, que el material no empleado, que constituye el “Nachlass”, no se dejó de emplear por accidente, que lo que Nietzsche deseaba presentar como su filosofía, era lo que él mismo publicó, o de forma demostrable, intentó publicar. Así pues estimo modestamente, que todo lo que encierra el “Nachlass” de los años 1880, que no encuentre un paralelo en la obra publicada de Nietzsche, no es válido en tanto que enunciado de una opinión suya.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Febrero del 2017.


sábado, 8 de julio de 2017

75 AÑOS YA

Cuando Bertrand Russell se convirtió en nonagenario, escribió unas interesantes reflexiones, sobre los muchos años que ya había vivido. Yo sólo acabo de alcanzar los setenta y cinco, no son tantos, pero tampoco está mal. Así que, apoyándome en Russell, se me ha ocurrido también dedicar unas líneas, a pensar sobre eso de la edad.
Hay a la vez ventajas e inconvenientes en el hecho de hacerse mayor. Los inconvenientes me parecen evidentes para todos, y por ende no me detendré en ellos. Las ventajas se me aparentan más interesantes. De entrada, una ya larga perspectiva sobre el tiempo pasado, da peso y substancia a la experiencia. A estas alturas he podido seguir el curso de muchas vidas, de amigos y de personajes públicos, desde su inicio hasta su conclusión. Algunos de ellos (amigos del colegio, de la universidad y de la política), llenos de promesas en su juventud, no han llegado a hacer nada extraordinario; otros en cambio, no han dejado de convertirse en personalidades fuertes a lo largo de su dilatada vida, llena de realizaciones importantes. Sin ninguna duda, la experiencia de los años, hace que uno adivine con más facilidad, a cual de las dos categorías pertenecerá realmente, una persona hoy aún joven. Y eso no reza solamente de las personas, sino también de los movimientos y organizaciones que, con el tiempo, pasan a formar parte de nuestra experiencia personal y, desde la cual, nos es relativamente fácil evaluar las probabilidades de éxito o fracaso de las mismas. El simple hecho de haber observado tantos fenómenos diversos, nos ayuda comprender el pasado, la historia, y debería igualmente ayudarnos a prever el futuro probable.
Para centrarnos en un espacio más personal, me atrevería a decir que para aquellos que de jóvenes fuimos enérgicos y emprendedores, era normal sentir un apasionado e incesante deseo de grandes realizaciones, sin ninguna previsión clara, eso sí, de hasta donde, la suerte ayudando, podríamos llegar. En la vejez se vuelve uno muy consciente, de que ha sido lo que se ha conseguido o no. Lo que aún pudiéramos conseguir, lo vemos ya como una pequeña proporción de lo ya conseguido. Y eso hace de nuestra vida personal, algo mucho menos excitable. Nos produce una cierta serenidad, que nos facilita analizar más racionalmente las cosas y el devenir. Nos ayuda a controlar nuestras ya más débiles pasiones, a aherrojar nuestros sentimientos más primitivos, para dar más espacio a la razón.
Personalmente he apreciado y aprecio, todo aquello que hace de la vida algo delicioso. En otros tiempos pensaba que cuado fuera viejo, me retiraría del mundo y llevaría una vida de “dilettante”, leyendo todos aquellos libros que aún no había podido leer. Visto lo visto, hoy me parece un vano sueño. Un largo hábito de trabajar por objetivos que uno reputa importantes, es muy difícil de abandonar. Pero podría haber entendido demasiado pesado, este género de placer elegante, incluso si el mundo que me rodease hubiera sido algo más justo, placentero y acogedor. Sea lo que sea lo que hubiera podido ser, me es imposible aún encerrarme en mi rincón, e ignorar los acontecimientos.
Muchos de esos, hay tantos, que no dudan jamás de su sabiduría, no dejan de advertirme reiteradamente, que la vejez debería aportarme una serenidad y una amplia visión, para entender que muchos de los males que nos aquejan, no son sino aparentes, y deben ser contemplados como simples medios para alcanzar fines favorables. Me es ciertamente imposible, aceptar ese punto de vista. En la dura realidad que hoy nos toca vivir, esa supuesta “serenidad”, entiendo, sólo se puede dar desde la ceguera o la brutalidad. Contrariamente a lo que se espera tradicionalmente de los mayores, me estoy convirtiendo poco a poco, pero cada día más, en lo que llamaríamos un “rebelde”. Sin tener una naturaleza y unos genes muy rebeldes, el curso de los acontecimientos que hoy sufrimos, me convierte cada día más, en alguien incapaz de aceptar pacientemente todo lo que sucede.
Y en esas andamos.

Palma. Ca’n Pastilla a 6 de Julio del 2017.

miércoles, 5 de julio de 2017

A VUELTAS CON LA TRANSICIÓN

Por experiencia propia, sé lo difícil que es transmitir a quienes no vivieron los largos años del franquismo, la euforia que se desató en las primeras elecciones auténticamente democráticas. Por fin votar de verdad, escuchar en campaña algo tan simple como los acordes de “La Internacional”, tener un Parlamento homologable, con todos los requisitos exigibles a las democracias representativas. Por fin España dejaba de ser una anomalía en el sur de Europa.
Había sido siempre nuestra diferencia (“Spain is different” que decía Fraga) lo que nos convertía en un caso excepcional en la historia de Europa: Una demostrada y reiterada incapacidad para la democracia, una atávica necesidad de ser gobernados por hombres fuertes: los “espadones”- generales – del siglo XIX, Primo de Rivera y Franco en los comienzos del XX. Muchos estaban convencidos – el hispanista Richard Herr entro otros – de que cuando Franco muriera, los españoles, por naturaleza rebeldes y políticamente volubles, volveríamos a nuestros antiguos hábitos. Nadie daba un duro por lo que en España pudiera ocurrir. Hasta alguien tan a resguardo de retóricas demagógicas, como el gran Giovanni Sartori, sentenció en 1974, en su imprescindible obra “Partidos y Sistemas de Partidos”, que los españoles volverían a la pauta de los años treinta, dando vida de nuevo, a un sistema pluripartidista y muy polarizado, directamente destinado de nuevo al caos.
Una voz, sin embargo, había desentonado en el coro de historiadores y científicos sociales y políticos, que elucubraban sobre el futuro: la de Juan Linz, que pronosticó, en 1967, que cualquier sistema de partidos que se estableciera en el futuro en España, tendría que girar inevitablemente, en torno a dos tendencias dominantes: el socialismo y la democracia cristiana. Sobre ellas se había construido la nueva Europa, de la que tantos españoles deseábamos formar parte.
Santos Juliá
Un sistema a la italiana era la gran expectativa del PCE, que soñaba con repetir en España, el “compromesso storico” de Berlinguer en Italia. No muy diferentes eran las expectativas de Adolfo Suárez: un partido que desempeñara el papel jugado por la democracia cristiana en Italia y Alemania, y fomentar en la izquierda, una permanente y equilibrada división entre socialistas y comunistas. Pero que ocurriera lo de Alemania, era lo que anhelábamos los socialistas del PSOE. Al final, como ya sabemos, fueron las dos opciones sobre las que en Europa se había reconstruido la democracia y el Estado social, las que resultaron vencedoras el 15 de Junio de 1977. La UCD que arrebató el centro derecha a la Democracia Cristina (La “Federación de la Democracia Cristiana”, liderada por Joaquín Ruiz Giménez y José María Gil Robles, antiguo líder de la CEDA, contra todo pronóstico, no obtuvo ningún diputado) y el PSOE.
Con estos resultados, como bien explica el historiador Santos Juliá, se disolvió, además de la famosa “sopa de letras” (más de ochenta candidaturas se habían presentado a las elecciones) el proyecto de reforma política, aprobado en referéndum seis meses antes. Nunca más se volvió a hablar de “reforma constitucional”, una manera perversa de referirse a las Leyes Fundamentales de la dictadura. Los diputados se declararon, nos declaramos, constituyentes y decidieron poner en marcha, la principal y nunca abandonada reivindicación de la oposición: “la apertura de un proceso constituyente”, que se formuló en el acuerdo alcanzado entre monárquicos y socialistas en 1948, y se reiteró en todos los planes de transición, alumbrados en las décadas siguientes.
Victoria Camps
Aquellas Cortes elegidas, tiraron adelante con lo que muy pronto recibió el nombre, luego tan denostado, de política de “consenso” (el conocido “compromise” inglés, concepto que significa que ambos lados ceden en una negociación, para que todos salgan ganando, y que en castellano no tiene una traducción satisfactoria). Y esa fue la gran diferencia, que liquidó todas las diferencias, que históricamente manteníamos con la historia democrática europea. Políticos españoles y políticas de pacto, parecían excluirse mutuamente en nuestro discurso político y en nuestra historia, desde los orígenes del Estado liberal. Que ni la tradición ni la historia determinaran el futuro, y que era posible construir un Estado tramando acuerdos: eso fue lo que indicaba, y así lo comprendimos, el mandato de los electores, cuando, rompiendo lo que tantos observadores extranjeros consideraban como áspera excepcionalidad española, depositaron sus votos mayoritariamente en dos partidos, a los que empujaron a entenderse. Como alguien dijo: ¡puaf que aburrimiento, ya sois como los europeos!
Aquella democracia tan esperada, que supo ponerse al día con sorprendente rapidez – como escribe la gran Victoria Camps – hoy adolece de cierta adhesión ciudadana. El fenómeno populista pretende corregir con el encendimiento de las masas, lo que sólo se corrige bien con diagnósticos audaces y desinteresados. La sociedad siempre está enferma y, precisamente, la democracia se inventó para reparar algunas de sus dolencias. Para ello cuenta con un procedimiento, para elegir los representantes de la ciudadanía, y con los contenidos que protege todo Estado de derecho. En aquellas Cortes Constituyentes, se pactó la voluntad de establecer y mantener a salvo ambos elementos. Ya forman parte de nuestra esencia política, pero no basta tenerlos, hay que saber demostrar que son útiles para responder a los conflictos y problemas, que nos van saliendo al paso.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 30 de Junio del 2017.