Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

domingo, 25 de junio de 2017

UN CIERTO REGUSTO A "DÉJÀ VU".

En cuarenta años desde las primeras elecciones democráticas en España, muchas son las cosas que han cambiado en el mundo. Hemos sufrido, sufrimos, una crisis económica no vista desde 1929, una revolución tecnológica impresionante, una globalización imparable, la emergencia de nuevas organizaciones políticas… etc. Y, sin embargo, especialmente en política, no puedo evitar experimentar un cierto regusto a algo ya vivido a, como dicen los franceses, un “déjà vu.
Contestaba el otro día Manu Escudero en una entrevista: “Lo que ha pasado (se refería al PSOE) se estudiará en los libros de historia porque es algo vivo, novedoso, no premeditado y con un impacto político evidente. Es un hecho singular”. Ya he escrito yo en ocasiones anteriores, que las primarias en el PSOE me han parecido un ejercicio fabuloso de democracia interna, algo que sí, seguramente, tendrán presente en el futuro los analistas políticos. Pero ¿un hecho singular? Sí en los tiempos actuales, pero no si repasamos nuestra historia no tan lejana. No si estudiamos lo sustancial de la historia, y no nos limitamos a ver lo más accidental de la misma. Unamuno – que no era historiador, pero sí algo sabía del tema – decía que no hay que entender la historia, exclusivamente como lo que acontece en la superficie, lo que mete ruido, la agitación de los bullangueros. Él llamaba “intrahistoria” (“Evolución y revolución” 1886) a la dimensión interna de la historia. Y lo ilustraba con la conocida metáfora, del contraste entre la superficie agitada del mar y la quietud de las aguas abisales. Tal idea no es de Marx ¡bien sûre! y ni siquiera por completo de Unamuno, que la había encontrado esbozada en la demótica de Machado Álvarez y en “Guerra y Paz” de Tolstoi. Pero es de ahí, pienso, de donde me viene ese regusto a algo ya conocido ¡Ah los muchos años!
XIII Congreso en Suresnes
Los medios y los analistas peor documentados, se escandalizan de lo que ha pasado últimamente en el PSOE, y lo interpretan como algo sobrevenido en la historia. La historia que ellos conocen, claro, sólo la de los últimos 20 años. Remarcan como un lamentable error y algo nuevo, que Pedro Sánchez haya optado por dar un viraje a la izquierda, para intentar atajar la sangría de votos hacia Podemos. Pero eso de pelear primero por la hegemonía de la izquierda, tiene más años que Matusalén. En los años veinte del pasado siglo, la batalla por la izquierda, entre los socialdemócratas y los emergentes comunistas, estuvo en el orden del día, en la mayoría de países del centro, sur y oeste de Europa. Y en los años setenta el PSOE, consciente de la fuerza que había adquirido el PCE, en su lucha contra la dictadura franquista, salió del Congreso de Suresnes con un profundo giro hacia la izquierda, dispuesto a disputarle a los comunistas los votos de ese espacio. Pues ahora lo mismo, lo “déjà vu”, aclaremos quien manda en la izquierda.
Reprochan a Pedro que se haya rodeado en su ejecutiva de personas de su absoluta confianza, sin apenas margen para la integración. ¿Y qué lección esperaban que hubiera aprendido del golpe palaciego del 1 de Octubre? Pero también eso ya lo he visto. Felipe no integró a nadie en 1979, de los que se habían opuesto a la redefinición del influjo del marxismo, en nuestros principios, y que le había costado su dimisión ¡Qué yo ya estuve allí!
Disputar a UP la hegemonía del voto de izquierda, urbano y juvenil, aunque sea vía el abrazo del oso, me parece acertado como primera tare del nuevo PSOE. Lo del apoyo del centro izquierda – lo que sea que eso signifique – llegará como consecuencia. Con Felipe tuvimos que esperar de 1974 a 1982. Así que un poco de calma y paciencia.
Y todo ello siendo muy conscientes, de que siempre a nuestra izquierda habrá alguien. Pues eso del sueño romántico de la “revolución” es algo muy adictivo. En la izquierda han existido siempre dos culturas políticas disímiles y opuestas, que resultan difícilmente insolubles entre sí. Y esto no es sólo un problema español, se viene dando un poco por toda Europa. Como ya he dicho, desde los años veinte del pasado siglo, hasta finales del mismo, con la caída del Muro de Berlín, ese criterio de demarcación entra las izquierdas, separó y opuso al comunismo frente a la socialdemocracia. Pero hoy parece manifestarse mejor, por la dicotomía entre populismo – sea lo que sea lo que signifique el vocablo – y socialdemocracia.
El catedrático Enrique Gil Calvo explica bien a mí entender (y nos lo recordaba hoy Antonio Papell en el Diario de Mallorca) la diferencia entre ambas culturas de la izquierda, sintetizándola en tres rasgos definitorios:
Ante todo la identidad colectiva, el “quien somos nosotros”, como cemento capaz de soldar, integrar y erigir un sujeto político. Ambas culturas interpelan a unas mismas bases sociales heterogéneas entre sí, definibles como clase media urbana, clase obrera y/o clase popular. Pero mientras la tradición socialdemócrata trata de articularlas, estructurarlas y cohesionarlas, apelando a sus intereses comunes, en cambio el llamado, mejor o peor, “populismo”, intenta hacerlo apelando a sus aversiones comunes. Lo cual hace que la identidad populista, se caracterice por su negatividad, pues necesita fabricar un “enemigo del pueblo” (lo de la “clase contra clase” o “socialfascistas” de los viejos estalinistas).
En segundo lugar la estrategia, el modelo de sociedad que se piensa construir. La cultura socialdemócrata aspira al pluralismo universal incluyente. Un pluralismo que, para Juan Linz, es el mejor criterio de demarcación, para trazar la frontera, entre democracia y autoritarismo. Mientras que el populismo no busca desarrollar la pluralidad, sino construir la hegemonía de Gramsci, entendida como homogeneidad cultural, y de ahí su propensión a las purgas y las limpiezas excluyentes.
39 Congreso
Y por último, la táctica o método de competir por el poder. Y la competición por el poder es siempre ambivalente, al basarse tanto en la negociación, el acuerdo y el pacto, como en la lucha, el conflicto y el antagonismo. Y de estas dos dimensiones de lo político, la cultura socialdemócrata se basa en la búsqueda de compromisos, mientras que la razón populista, tiende a exacerbar el conflicto antagónico.
O sea, nada nuevo bajo el sol, los perros de siempre con collares adaptados al siglo XXI.
Hace cuarenta años la derecha era AP, hoy PP; el centro UCD, ahora Ciudadanos; la izquierda el PSOE, hoy el mismo PSOE; y la extrema izquierda el PCE, ahora Unidos Podemos. Los nacionalismos los mismos más o menos. Y una serie de grupos residuales, como hoy. Y claro, muchos a esto lo llaman la “nueva política”. ¡Vamos anda!
Lo que decía: Un cierto regusto a un “déjà vu”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Junio del 2017.





miércoles, 21 de junio de 2017

PROLEGÓMENOS DE LA TRANSICIÓN

Ahora que celebramos los 40 años de Democracia y de la Transición, me gustaría rememorar, como fueron, al menos como los viví yo, los prolegómenos de la misma.
Me es imposible recordar cuando escuché por primera vez la palabra “Democracia”. Nací en una familia demócrata a carta cabal, y debí escuchar el vocablo prácticamente en mi alumbramiento, junto a otros como libertad, respeto, educación, leer…
Cuando accedí a la universidad en 1963, “Democracia” se repetía insistentemente a todas horas y en todos lo círculos. Pero el sentido que a la misma se le daba, era equívoco e incluso contradictorio, en boca de según quien. Para unos democracia era algo burgués y por tanto rechazable: democracia “formal”, “burguesa”. Para otros democracia equivalía a democracia radical que, a su vez, se confundía con revolución democrática. Sólo para unos pocos, muy mal vistos entonces, democracia significaba la sumisión voluntaria, a las reglas del juego de la representación parlamentaria, pues asumíamos la negociación política, como expresión legítima de la opinión de la ciudadanía, concienciada o no concienciada, alienada o no alienada.
Como recordaba muy bien Jordi Gracia en El País: La convencida ilusión revolucionaria, que fraguó entre las juventudes universitarias más politizadas desde los años sesenta, no dio el menor crédito a la democracia como sistema de pactos, contrapesos y transacciones, pues eso era claudicación socialdemócrata y pequeño burguesa, como mínimo.
Y no, no me fue cómodo ser un asqueroso socialdemócrata pequeño burgués, durante mis cinco años en la Complutense. El ideal hegemónico allí era otro, porque la revolución, como el poder y la autoridad, no se pacta ni se negocia, se impone. La revolución se venía a entender como un despotismo ilustrado: para el pueblo, pero sin el pueblo. El “sueño” era cual moneda de una sola cara, no había lugar para más. La revolución tenía que acabar con el franquismo, incluso con el que se titulaba reformista, pero también – y me temo que esencialmente – con las formaciones que denominaban “burguesas” o “pequeño burguesas”, tan dispuestas a plegarse al teatro de una democracia parlamentaria a la europea.
Me supo mal, de verdad, por muchos de mis amigos que andaban mecidos en aquel sueño. La Transición la vivieron como una despiadada traición a su juventud revolucionaria que, con la literatura, la ideología, el ideario libertario, el comunismo soviético, el trotskismo, el maoísmo y la contracultura toda, había pergeñado un detallado programa de futuro, sin contar con una población que ni sabía quienes eran Rimbaud, Lautramont ni Allen Ginsberg. Y aquella población real, cuantificable, votó a Adolfo Suárez, ignorando los ensueños de la marihuana y del “caballo” letal.
El fracaso fue estrepitoso para las “vanguardias”, porque la población de aquella democracia en construcción, no soñó con revolución alguna, ni se prendó de sus condiciones despóticas. Pero sí aquella precaria democracia de los “pequeños burgueses” y los cerdos socialdemócratas, arrasó con el sistema legal del franquismo, y fundó otro de nuevo cuño: a partir de 1978 llevó a cabo una auténtica ruptura democrática. El despiste de aquella revolucionaria contracultura, fue entonces descomunal, porque la revolución era ya sólo una fantasía derrotada, un objetivo ya no viable con las cifras electorales en las manos. Fue entonces, como cuenta Jordi Herralde en El País Semanal, cuando los lectores de la “revolucionaría” Anagrama abandonaron la editorial, diez años después de su fundación. “De golpe y porrazo buena parte de aquellos lectores inquietos, que se interesaban por todo, dejaron de leer no sólo textos políticos, sino también de pensamiento, de teoría, lo cual provocó la desaparición de la totalidad de las revistas políticas, y el colapso de la mayoría de las editoriales progresistas”.
Y ¡al loro! los menos avisados: Podemos no tiene nada que ver con la revolución enterrada, que algunos soñaban en los setenta: para ellos, al menos en su imaginario, la revolución lo era de verdad, porque quería cambiarlo todo. Podemos carece de aquel “élan” revolucionario: discute, amaga, recela, engaña, traiciona, teatraliza… como las demás fuerzas “pequeño burguesas”.
Pero para muchos, entre los que me cuento, para la gran mayoría de la población, sí fue una gran noticia que triunfara la ruptura pactada – como la denominó Carrillo – por encima de la soñada revolución. El “demos” no era revolucionario, como apunta Gracia, o más bien fue democrático en el sentido en que lo eran, lo son, las democracias realmente existentes en la Europa de aquel tiempo. Y sí, la democracia es imperfecta y, además, no es nunca ni pura ni inmaculada. Lo malo fue que la fantasía de la pureza siguió viva y, por ende, la frustración también. Muchos de aquello jóvenes, hoy ya adultos y hasta muy mayores, no renunciaron a que la literatura y la vida siguieran siendo lo mismo: un ensueño fascinante y adictivo. Pero al que personalmente, no le veo ejemplaridad alguna.
Lo que no podemos remediar, es el trágico error que anidaba en los sueños líricos e ideológicos, de los que soñaba con la revolución. A ellos sin duda la Transición los traicionó. Pero los que la llevaron a buen puerto no se equivocaron. Sólo quien mida el éxito de la Transición desde el romanticismo revolucionario, puede afirmar que fue un fracaso. No es mi caso.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Junio del 2017.




lunes, 12 de junio de 2017

PSOE (II). EL RELATO

Pasaron las primarias. En toda elección, al menos en las más, se vota futuro. La campaña de Susana Díaz estuvo lastrada por el pasado. En muchos momentos me recordaba a Bono en el 2000: sólo ofrecía una salida autoritaria y aparatera a la crisis del partido. Algo que, debiera haber pensado, no lo iban a votar los militantes. Así que ahora toca pensar en el próximo futuro: el 39 Congreso. Y como escribí un par de veces, estas Primarias han tenido mucho de “proceso constituyente”. Y de esta forma, me parece, deberíamos afrontar el próximo Congreso. De él debería nacer, algo así como una nueva Constitución del PSOE.
Estamos asistiendo, no sólo en España, a una rebelión frente a visiones de la política, en clave de “lo que hay que hacer”. Vivimos días de eso que algún freudiano llamaría “el retorno de lo reprimido”, lo soterrado, lo pasional, que se está cobrando su venganza después de tanta despolitización tecnocrática, moderación y “consenso de centro”. Hoy, para bien o para mal - como escribe Fernando Vallespín - ya imperan otras lógicas mucho más discursivas, preformativas, y de apelación a los afectos. Pedro Sánchez ha sabido marcar el campo político, a partir de una escisión ¿maniquea? entre un “nosotros”, las buenas bases, y un “ellos”, el aparato, señalando así un adversario al que equiparó con el verdadero enemigo, el PP. Acertó, como se ha visto, en la “construcción discursiva del enemigo”, como diría Laclau. Y es que la estrategia de cualquier buen general, consiste en aprovechar el conflicto que abre el contrincante, para redefinirlo. Para volver a establecer el relato adecuado. El futuro – como diría Víctor Hugo – tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad.
Estas últimas semanas he recordado con frecuencia, aquel principio de la evolución, según el cual la necesidad crea el órgano. Algo así subrayaba Josep Borrell, en la presentación de su último libro en Barcelona: La hegemonía de las políticas económicas neoliberales, ha provocado la respuesta y el crecimiento, de los que dicen “sí se puede” combatirlas y sustituirlas, mientras el partido socialista, corría el riesgo de quedarse como un partido conformista, el de los que dicen “no se puede”.
Para recuperar la confianza de nuestros votantes, no nos basta, a los socialistas, apelar a nuestro magnífico legado, que los ciudadanos ya han interiorizado y dado por amortizado. Necesitamos liderazgos nuevos y el principal ya lo tenemos. Pero nos son necesarias también ideas nuevas. Un nuevo relato para ser percibidos como una fuerza transformadora y de futuro. Para volver al poder nos es necesario un relato actualizado, que salte por encima de clichés ideológicos ya algo apolillados, y rigideces organizativas arcaicas. Como escribió Macron en la revista de filosofía “Esprit”: “En contra de lo que sostiene una crítica posmoderna de los grandes relatos, nosotros esperamos de la política que anuncie grandes historias”.
Escribía Luis Yáñez ya en 2001, en su libro sobre las primarias Almunia/Borrell, que la política se estaba convirtiendo en un puro oportunismo, con los profesionales de la misma, al servicio de los poderes económicos, mediáticos o financieros. Y los partidos políticos en meras, y no muy buenas, maquinarias electorales, en las que las referencias a las ideas, no sólo son cada vez más escasas sino, lo que es peor, están mal vistas, e incluso son ridiculizadas por los numerosos cínicos, que pululan en la cosa pública.
Un servidor es el quinto contando por la derecha
Tenemos que ser muy conscientes de que a ningún poder constituido, le ha alegrado la elección de Pedro Sánchez. No sólo al aparato del partido, entendiendo como tal el conjunto de cuadros, que ven en peligro su poder y su supervivencia, ante el triunfo de alguien surgido de un ejercicio de pura democracia, y no de los filtros que ellos controlan. Tampoco les ha gustado nada a los otros partidos, especialmente al PP y Podemos. Y menos quizá a los poderes económicos y mediáticos, que saben muy bien que pueden presionar a un político cooptado por sus pares, con mucha más facilidad que a quien no debe su elección a nadie, porque se la debe a todos.
En el 39 Congreso Pedro debe recordar, aunque estoy seguro que ya lo sabe, y si no que se lo pregunte a Borrell, algo que modestamente escribí en mi muro de Facebook hace poco: el poder no se negocia ni se discute, se ocupa, y la autoridad no se solicita, se ejerce. Así que no debe mirar a los lados, para saber que piensan otros, pues el liderazgo se ejerce en soledad, aunque requiera los asesoramientos necesarios, y tenga que convencer a los órganos de dirección y control: La Ejecutiva y el Comité Federal. O sea, debe comportarse como un auténtico líder, para eso lo hemos elegido, ejercer como tal en todo momento. Y esto, me parece, tiene mucho más que ver con la actitud, con la expresión corporal y con los gestos, cosas todas ellas que no se aprenden en los libros.
Decía el gran Maurice de Talleyrand: “En política uno muere para resucitar”. Y él sabía bien de que hablaba. Pedro debe ocuparse básicamente, de comunicar el nuevo relato. No se puede hacer política sin comunicación. Convertir complicadas estrategias en sencillos mensajes. Argumentos jurídicos en eslóganes. Y largos documentos en tuits. El liderazgo de un país y de un partido político, no consiste sólo en la gestión de las cosas corrientes, es, sobre todo, orientar a la gente, hacer pedagogía política, marcar horizontes, señalar cuales son las metas colectivas, el proyecto de país, hacia donde vamos… el relato. La Política, así con mayúscula, no es esencialmente gestión, aunque, por supuesto, haya que gestionar bien, sino la previsión del futuro. Lo que marca la diferencia, opino, entre burocracia y política, es que ésta debe adelantarse a los problemas, prever los cambios que la sociedad está produciendo, interpretar los signos de los tiempos, y plantear a la ciudadanía un horizonte de futuro.
El discurso político no puede ser sólo un discurso técnico, que encadena medidas. Es una visión de la sociedad y de su transformación. Sí creo que el PSOE debe redactar concienzudamente un programa actualizado (casi todo ya está en el documento de la candidatura de Pedro), y convertirlo en un nuevo relato. Dar luz a todo lo que los ciudadanos han entendido, implicaba el eslogan del “No es No”. Porque un relato no sólo sirve para dar explicaciones, o para hacer pedagogía, que también. Un relato sirve para cambiar los términos de la discusión. Como nos recordaba hace un tiempo Víctor Lapuente: el pensador William Riker lo llamó “herestética”, o habilidad de presentar un dilema político, desde un prisma nuevo. Trabajar para seguir siendo alternativa a la derecha, nos exige dotar de nuevos contenidos a nuestro proyecto político, desmarcándonos sin complejos del PP, y tratando de imponer un nuevo lenguaje. “No pienses en un elefante”, como explica George Lakoff en su libro con ese título.
Vivimos en unos momentos de discursos vacíos, gritos, insultos y postureos, pero de muy pocas narraciones formadas. Esta ausencia de narrativas, que den cuenta de donde estamos o hacia donde nos dirigimos, explica en buena medida, el ritmo acelerado de las transformaciones actuales, que no llegan jamás a solidificarse en algo concreto (Y por cierto, en el documento presentado ya hace unos meses por Pedro Sánchez, se habla al inicio de eso: de una nueva “narrativa”, de un nuevo “relato” para el PSOE). Y esa falta de “narrativa", también revela el desarraigo vital circundante y la identidad disuelta. Como nos recordaba Máriam Martínez-Bascuñán: “Se le envejecen a uno las palabras en la boca”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 7 de Junio del 2017.






lunes, 5 de junio de 2017

PSOE (I). PRIMARIAS

De las pasadas primarias se ha dicho ya casi todo. Así que me limitaré a decir alguna cosa más sobre ellas. Y en un par de días, me centraré en lo que creo es importante retener, cara al 39 Congreso.
La proeza de Pedro Sánchez, así me parece a mí, ha sido la victoria de la esperanza frente al miedo. El francés tiene una palabra que creo define muy bien esta hazaña: “panache”. Que significa sí, penacho. Pero también brío, resplandor, arrogancia, las virtudes de algunos héroes legendarios, y que Pedro atesora en grandes dimensiones. La audacia, la resolución y el sentido del riesgo, parecen haberse puesto de moda de nuevo (en Macron hay también mucho de ello) después de una larga época en la que eran la timidez, el quietismo y la seguridad, lo que daba réditos a los gobernantes.
Las primarias han refutado también, la antigua y clásica tesis del politólogo John May, según la cual los cargos medios y los militantes de los partidos, suelen tener posiciones más extremas, que los votantes y los líderes de los mismos. Les interesaría más a los primeros la pureza del partido, que ganar las elecciones. Y por ende, si es la militancia la que elige a sus representantes, necesariamente lo hará optando por candidatos radicales, incapaces de triunfar. Esta tesis, lo recuerdo bien, data de los pasados años ochenta, esgrimida con referencia a los candidatos laboristas británicos (Michel Foot) de aquello años. Ya entonces la tesis fue muy discutida, y no parecía compadecerse con lo que ocurría en otros partidos. Pero a día de hoy, y visto lo visto, no está nada claro que los sectores más “radicalizados”, queden confinados a la militancia. Las primarias han demostrado, a mi parecer, que con cierta frecuencia los líderes de un partido (Susana y los barones en el PSOE, Pablo Iglesias en Podemos) tienen posiciones más “radicalizadas”, más desajustadas de sus votantes, que las de un simple afiliado.
Estas primarias con un 80% de participación, tras muchas semanas de debates, a veces incluso algo broncos, nada edulcorados, han sido un auténtico ejemplo de democracia. Recordemos que la votación se realizaba “in person”, a pie de urna, incluso y con frecuencia, después de haberse desplazado kilómetros para votar. Así que nada que ver con cualquier simulacro de participación insignificante, como ese 1% de afiliados del PP, que participaron en la elección de sus compromisarios de su último Congreso; o esas pseudo-consultas en la red (con un simple clic de ordenador en la comodidad de casa) que organiza Podemos, con participaciones rara vez superiores al 35%.
Supongo que ya tengo demasiados años, pero de verdad no logro entender, en que mundo vivían los compañeros del aparato. ¿Cómo pudieron ignorar una realidad que se palpaba, se bebía a borbotones por doquier? De haber tenido un mínimo sentido de la realidad, tendrían que haber detectado la fatiga, el hartazgo, el cabreo de buena parte de la militancia, ante unas baronías que se remontan a décadas atrás. ¿De verdad a los “apparatchiki” les sorprende, que Pedro haya arrollados a Susana con una diferencia de más del 10%? Vamos anda. Simples militantes y simpatizantes, fueron capaces (desde el puro sentido común, que diría G.E. Moore) de ver algo en Pedro, que se le ha escapado al aparato y a la supuesta “intelligentsia” progresista. Pues eso: Pedro ha ganado, y un montón de próceres, notables y referentes intelectuales, han salido del envite carbonizados.
Pedro Sánchez ha resucitado al tercer día (al tercer mes) como el mesías. O como “la rosa de Paracelso”, ese cuento de Borges, alegoría de la fe. Tenerla no requiere de pruebas. Por eso el viejo Paracelso – como nos recordaba Rubén Amón – se resistió a obrar el milagro que le reclamaba un discípulo: “Demuéstrame que puedes devolver a la vida, la rosa que acabo de arrojar al fuego”. Y no lo hizo el sabio. O sí lo hizo, cuando el ambicioso alumno ya se había marchado.
Nadie ha creído en Pedro, más que él en sí mismo. Cuando tantos y tantos ridiculizaban su viaje de pastor mormón, pueblo a pueblo, casa a casa. Es la victoria de la perseverancia, de la obstinación. Con ellas ha logrado presentarse ante la militancia, como la encarnación de la pureza. Los milagros necesitan la credulidad de la feligresía. Se ha hecho “rosa”, sobre las cenizas de su herencia. Y es aquí (no conviertas jamás a tu adversario en un mártir) donde se me antoja más elocuente, la obtusa y fallida estrategia de Susana Díaz; y la impotencia de un ejército, que había reclutado a más generales que soldados. La Presidenta andaluza reunió a los barones y a los patriarcas. Aparentemente reconcilió a antiguas familias, aglutinó el poder institucional; pero semejante ejercicio de músculo oficialista, y de aparato burocrático, no hizo sino poner más de manifiesto la corpulencia de Pedro. La corriente de fondo era intensa y el oficialismo no la detectó. El error es grave. Cuando se quiere dirigir política e intelectualmente un país, o un partido, hay que saber, como alguien ha escrito, qué ocurre en el interior de las capas freáticas.
Y una última cosa que me gustaría recordar. Pedro o alguien de su equipo, dio con un eslogan genial: “NO es NO”. Como escribí en su día, en la carta pública que envié al Presidente de la Gestora, el estimado compañero Javier Fernández (https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Carta%20Presidente%20Gestora). “En 1982 peleamos bajo un eslogan simple “Por el cambio”, que millones de españoles entendieron y apoyaron. Una situación parecida se estaba dando hoy con el “No es No”, que es una redundancia y obviedad, sí, pero que todos los militantes y los españoles, habían entendido perfectamente lo que significaba, incluso aquellos a los que no gustaba. Un eslogan genial, que ha calado y ha sido interiorizado por la mayor parte del partido. Tres palabras muy cortas que situaban a la organización, en una clara posición de cambio a la izquierda, y que podía ser entendida y adoptada igualmente, por los votantes de centro izquierda, como demostraban algunas encuestas realizadas, poco antes de la dimisión inducida de la CEF. Un “No es No” que según algunos es la nada, pero que me parece que nos hubiera podido llevar muy lejos”. Un comprimido relato, simple y categórico, que apuntaba a un hueco político que se había abierto, ante la ignorancia de muchos, entre la “casta” y las bases, el sistema y el antisistema, lo antiguo y lo nuevo. “No es NO” sólo ocupa ocho caracteres, espacios incluidos, pero fue un lema genial.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 5 de Junio del 2017.