Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 25 de mayo de 2016

“JE NE REGRETTE RIEN”. A PROPÓSITO DE OTEGUI.

En estos días en que tanto se habla, para bien o para mal, de Arnaldo Otegui, he recordado algunas reflexiones, que el gran Claudio Magris, uno de mis autores preferidos, escribió allá por el lejano 8 de agosto del 2000, en el “Corriere della Sera”.
Recordaba Magris, la famosa canción de Edith PiafNon, je ne regrette rien”. Y a partir de la misma, hacía una serie de consideraciones sobre ese no renegar de nada, y sobre la asunción de responsabilidades. Escribía Magris, que incluso quien carece de valor, tiene que afrontar, antes o después, el balance de su existencia. Y tiene que saber aceptarla íntegramente, aun reconociendo, confesando y condenando sus equivocaciones y sus culpas, sin reprimir nada, sin disfraces y sin exhibicionismos, sobre todo sin engañarse a sí mismo.
Esta asunción de responsabilidad, afecta a todos los aspectos de la vida, privada y pública; y afecta también a la política, terreno en el que es tan fácil dejarse deslumbrar, salvo que tengas muy claro porque estás en ella. Y caer en el deslumbramiento, es frecuentemente desastroso, porque afecta al destino, a la vida y a la muerte de muchas personas y, a veces, a colectividades enteras. Los totalitarismos, en particular, deslumbran con facilidad incluso a inteligencias agudas y generosas; grandes y nobles escritores, filósofos, juristas, científicos… sintieron simpatías por el nazismo o por el estalinismo.
Un problema parecido se les presentó en Italia, a muchos de los que habían militado en la extrema izquierda no parlamentaria, compartiendo por los menos las consignas de revocar, con los medios que fuera, incluso violentos, el sistema capitalista burgués, y sus instituciones democráticas y liberales; y luego se encontraron, de la noche a la mañana, desempeñando cargos de poder de ese mismo “sistema”, e identificándose con él. No son pocos los ex militantes de movimientos, que por lo menos apoyaban el terrorismo rojo, que luego en Italia, España, Francia y Europa en general, ocuparon puestos de relieve en la jerarquía social. (Toni Negri, líder de Autonomía Obrera, condenado por pertenencia a banda armada, expreso su solidaridad con Berlusconi. Corriere della Sera, 5 Mayo 2003).
Arnaldo Otegui
El extremismo revolucionario, completamente al margen del contacto real con la sociedad y sus procesos, como era el extremismo de los ensangrentados años setenta es, a menudo, la lógica premisa para un posterior transformismo reaccionario. Quien aspira a la revolución total e inmediata, al mundo definitivamente redimido para mañana por la mañana, ignorando el trabajoso e interminable esfuerzo, que hace falta para crear justicia e igualdad, al día siguiente por la mañana, cuando ve que la revolución no ha tenido lugar, que el Mesías no ha llegado, se va al otro extremo y se convence a sí mismo, de que la situación existente es inmodificable, y de que es inútil cualquier intento de mejorarla. Y escupe con escarnio, en los ideales en los que había creído ciegamente.
Esto puede ayudarnos a comprender, por qué muchos aficionados a las barricadas, de finales de los años sesenta o setenta, son hoy agresivos exponentes de la derecha, o satisfechos hombres del establishement. (Sobre esto escribí algo en mi Blog: http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Chaqueta%20cambios%20de).
Naturalmente cada caso individual es diferente y no se puede generalizar; ese itinerario ha sido recorrido, según los casos, con dignidad, con descaro o con inconsciencia. Pero quien predica que hay que destruir los libros, porque son portadores de la falsa consciencia burguesa, como sucedía en el 68, es fácil que acabe, más tarde, por leer o escribir los libros más burguesitos, que uno se pueda imaginar.
Haber creído, en aquellos años, en el desmantelamiento subversivo del Estado, de la sociedad y el sistema democrático, en la lucha armada, y haber colaborado activamente en ese ataque, aunque hubiera sido sin cometer personalmente, violencias ni delitos, es una responsabilidad que requiere, un verdadero examen de conciencia. Aunque sólo fuera porque aquello era un espejismo, y haber creído en él, debiera llevarnos, como mínimo, a la autocrítica de nuestra capacidad de juicio político-social.
Era legítimo desear la derrota del Occidente capitalista, pero era ridículo creer, en su inminente derrumbe. Quien ha sido líder de una lucha perdida, no es menos digno de respeto, que quien estaba en el otro lado, y tiene derecho a cambiar de idea, y a ir con la cabeza alta, pero quizá no debiera pretender, ser líder también, de las fuerzas contra las que antes luchaba, y que son ahora vencedoras. Quien cambia de idea o se “convierte”, puede merecer nuestro respeto, pero depende del estilo con que lo haga. “Si Togliatti – escribe Magris – se hubiera convertido al Partido Republicano, yo, como elector de aquel viejo partido del “resurgimiento” italiano, me habría alegrado, pero me hubiera parecido discutible, si también hubiese querido convertirse, de inmediato, en su secretario”.
A veces los extremistas arrepentidos y convertidos, parece que pretenden haber tenido razón entonces, y tenerla también hoy, como si entonces hubiera estado bien ser violento y/o incluso asesinar, y hoy, sólo hoy, estuviese bien sentir horror por ello. Si alguien razona o siente de ese modo, cabe sospechar que reniega de aquel pasado, exclusivamente porque su causa ha perdido la batalla, y no porque considere que fuera, en sí misma, errónea o injusta. La falta de “pietas” (como dice Magris) que implica un real y despiadado examen de conciencia, se pone de relieve también, en el encarnizado odio, con el que muchos ex revolucionarios (o pseudo-revolucionarios) de ayer, denigran hoy todo lo que huele, aunque sea vagamente, a socialismo y a izquierda democrática, todo planteamiento, aunque sea moderado, de progreso social.
Pero en general, en esas reacciones resuena poco dolor. Este se percibe más bien, a mí entender, en quien, aun enfrentándose con todas las desilusiones y los errores, ha permanecido fiel a esa idea de “redención”, que había entrevisto en el comunismo o en el “abertzalismo”, y no los tira por la borda, ni se tira él, sin esconderse a sí mismo, las culpas y las catástrofes de esas ideologías, y sin hacer como si no tuviera nada que ver con ellas. Decir “Je ne regrette rien” es siempre doloroso, porque muchas de las cosas que llevamos a cuestas, son pesadas mochilas, y nos sería muy cómodo desembarazarnos de ellas, dárnoslas de buenos chicos, como mucho un poco tarambanas.
Pues eso.

Palma. Ca´n Pastilla a 24 de Mayo del 2016.


AFRANCESADO

Con motivo de que la literatura francesa, sea la invitada a la Feria del Libro de Madrid de este año, Antonio Muñoz Molina ha escrito un hermoso artículo en Babelia, que me ha suscitado algunas reflexiones.
En mi familia hemos sido, desde que yo tengo noticias, bastante afrancesados. Mi padre vivió un año entero en Lyon, trabajando y aprendiendo el francés. Y por parte de los Sarmiento, la influencia de la cultura francesa fue aun mayor. Tanto debida a mi bisabuela materna Marie Bouché, nacida en Saint Étienne (a menos de 60 kilómetros de Lyon, casualidades de la vida) como a mi tío abuelo Baltasar Champsaur Sicilia (el Tío Sarito, de quien he escrito largo en este Blog: http://senator42.blogspot.com.es/search/label/El%20t%C3%ADo%20Sarito
Aprendí el francés en el Bachillerato (entonces era todavía la lengua extranjera que se cursaba) pero muy especialmente, gracias a la estrecha relación con mi abuela materna Marie Porcel Bouché, para quien era lengua materna. En nuestras tertulias, ella pulía mi muy elemental conocimiento del mismo y, cuando comencé a poder leer en esa lengua, me prestaba sus muchos libros escritos en francés. Fue entonces cuando entré en contacto por primera vez con Stendhal, Flaubert, Zola, Hugo, Balzac…
El afrancesamiento ha sido una afición o aspiración española de siglos, cultural y también política. Un sueño o ideal, que era la otra cara de la moneda, de muchas de las cosas que sufríamos en una España reaccionaria y casposa. Sé de otras personas y amigos que, como yo, piensan que fue un verdadero desastre para nosotros, haber triunfado (con la decisiva ayuda de los ingleses) en la llamada Guerra de la Independencia o del Francés. El afrancesamiento nació allá por el XVIII, como atracción profunda por la Ilustración. Y podríamos decir, que duró hasta los años setenta pasados, mis tiempos de universitario, ya bastante irreconocible, convertido en una simple y estúpida moda de radicalismo prochino, o insufrible jerga filosófica.
Gracias a Muñoz Molina, he recordado como en mis años mozos, los pisos de los estudiantes de izquierdas, en general alquilados, estaban llenos de estanterías hechas de tablas y ladrillos, en las que no faltaban jamás las traducciones del francés, publicadas por Siglo XXI: Althusser, Poulantzas, Deleuze… (algunos de ellos aún duermen en mi biblioteca). Para entonces (he tardado mucho en darme cuenta de ello) la transparencia magnífica de la lengua francesa, que vivificó a los por desgracia no muchos ilustrados españoles, se había desfigurado en palabrería abstrusa, que no significaba nada, pero que era recibida como los dictámenes de un oráculo, más sagrado aún por inaccesible. De aquellas abstracciones filosóficas, que adornaban una apología permanente del totalitarismo, supongo que me libró mi educación y entorno familiar, o quizá más, como a Muñoz Molina, la pereza y la desgana de esforzarme en descifrar conceptos oscuros que, además, nada tenían que ver a mis ojos, con cualquiera de los hechos que rodeaban mi vida.
Quizá mi generación española, fue la primera que se desenganchó de la hegemonía intelectual francesa. Pero por entonces aún no había caído en ello. Entre mis amigos, todavía París era el centro de la cultura universal y base de la bohemia intelectual, a donde había que ir por lo menos una vez en la vida, como los musulmanes a La Meca. En cine estábamos enganchados a la “Nouvelle vague”. Pensábamos que nadie había retratado nunca el amor masculino por las mujeres, con más delicadeza que François Truffaut. Y las inquietudes eróticas, formaban parte de un vago impulso de emancipación política, de rechazo instintivo de la beatería eclesiástica y franquista. En música escuchábamos a Sylvie Vartan, Édith Piaf, Charles Aznavour, Yves Montand, Georges Moustaki, Jacques Brel… Leíamos Le Monde, L’Express, Le Nouvel Observateur (L’Obs)…
Sin que nos apercibiéramos de ello, y aunque en los institutos se seguía enseñando casi exclusivamente francés, el inglés era, cada vez más, la lengua de las canciones que nos exaltaban. El francés sólo era ya disciplinario y escolar, como el latín, pero la música de la libertad era cantada ya en inglés. Y así, casi imperceptiblemente, la cultura, en las últimas décadas, se ha vuelto anglosajona, o directamente americana, aquí en España como en todas partes, en lo mejor y en lo peor, en lo singular y valioso, y en la generalización de la basura. Pero a mí, en algunas cosas que me parecen de primordial importancia, me gusta seguir siendo afrancesado. En la defensa de la igualdad civil y el laicismo, en los ideales prácticos de la instrucción pública, en la separación de la Iglesia y del Estado, en el ejercicio insobornable de la razón ilustrada y la irreverencia crítica, que nació con Montaigne, y siguen más vivas y relevantes que nunca, en cualquier página de Diderot.
Algunos de mis maestros capitales, de mis escritores favoritos, siguen siendo franceses, ahora más si cabe; porque ahora, más que lecturas ocasionales, son hábitos de toda mi vida, compañías constantes, siempre al alcance de la mano. Nunca me canso de volver a Montaigne, o a los relatos de viajes y diarios de Stendhal. Sigo leyendo en francés con asiduidad, porque no encuentro la obra traducida al castellano, y/o por puro placer estético. En estos días, por ejemplo, estoy enfrascado el “Le discours philosophique de la modernité”, de Jürgen Habermas.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Mayo del 2016.

viernes, 20 de mayo de 2016

ESOS AÑOS QUE ME CONDUCIRÁN A MÍ

En su famosa “Memorias de Adriano”, Marguerite Yourcenar eliminó del manuscrito dos páginas del capítulo “Varius multiplex multiformis”, sobre las guerras dacias, antes de su publicación. “Por – dijo – demasiado cercanas al tono y la técnica, de la novela de introspección moderna”. Estos son algunos de los párrafos eliminados:
<Un atardecer de lluvia, bajo mi tienda, mis camaradas y yo, hastiados de jugar a los dados, nos propusimos recurrir al azar para algo más serio… Yo tenía libros, desenrollamos un Virgilio sobre la mesa; cada uno, por turnos, puso su daga sobre un lugar del volumen y lo hizo girar… La punta de mi daga se detuvo en la línea en que Virgilio nos describe a Numa envejeciendo, rey-sacerdote de cabello gris, intérprete de las voces divinas, que aseguran la paz y la felicidad de Roma tras el reinado rudo de Rómulo. Marcio Turbo, que leía por encima de mi hombro, exclamó alegremente que, en lo que a mí se refería, podía dormir tranquilo; no se muere al día siguiente de una escaramuza, cuando nos espera un bello destino a los sesenta años.
Esta profecía obtenida a través del juego hacía del tiempo mi aliado, casi mi cómplice; cada una de esas horas mates y grises me aproximaba a mi objetivo, como la noche aproxima a la mañana… El hombre que yo seré quizá me confrontó fijamente, como el más misterioso de los fantasmas. Y, mientras tanto, mis relaciones con ese anciano eran las de un padre con su hijo; dependía de mí lo que fuera o no. Tenía que engendrarlo con mis obras, alimentarlo con mi sangre igual que las brujas, con la ayuda de un negro líquido, invocan y dan vida a las sombras. Una fuerza inmensa, de la que él será fruto y fin, me habitó. No iba a escatimarla como un avaro ni a dilapidarla como un pródigo. Se emplearía en llenar de planes, acciones, experiencias vividas, queridas y sufridas, los años que me conducirían a mí>.
A los lectores cabe preguntarnos, por qué Yourcenar conservó sólo esas dos páginas, de las centenares que arrojó al fuego. Probablemente el texto le era demasiado querido como para destruirlo. Y sin embargo traiciona el gusto personal de Marguerite por las profecías, “las profecías felices” cuando se quedan en algo vago. Pero los juegos con el tiempo, tanto si se trata de Yourcenar uniéndose a Adriano dos mil años después, como, en el caso del emperador, de imaginar el anciano que será, como un padre contempla al hijo que ha engendrado, esos juegos, decimos, siempre la sedujeron.
La misma imagen retornará a la pluma de la autora cuando, habiendo superado ya la cincuentena, agarrada a las rejas oxidadas del panteón de la familia Cartier, en Suarlee, considere a su madre muerta, en plena madurez, como a su hija. La distancia, empleada aquí en considerarse a sí misma – “esos años que me conducirían a mí” – provoca un eco extraño en las primeras palabra de “Recordatorios”, que no se escribiría hasta dentro de más de veinte años: “El ser al que llamo yo”… Esas páginas conservadas del manuscrito de “Memorias de Adriano”, en nada distintas al resto del libro, debieron ser amadas por su contenido – opina Michéle Goslar - pero rechazadas, no por su exceso de moda literaria ¿la de Proust, de Gide, de Joyce o de Virginia Wolf? sino porque se revelaron demasiado “yourcenarianas” como para prestárselas al emperador, demasiado fundamentales para que Marguerite Yourcenar aceptara, posteriormente, debérselas a Adriano.

Palma. Ca’n Pastilla a 20 de Abril del 2016.


sábado, 14 de mayo de 2016

"THE FIELD". ANALISTAS Y COMENTARISTAS

Uno ya es mayorcito como para saber muy bien, que eso de los medios de información va de cuotas de audiencia, las famosas “share”. Y que los periodistas, comentarista y tertulianos, como los artistas, se deben al público, y al público le atraen los contenidos de Sálvame, Gran Hermano y otros programas por el estilo. Lo inmediato, lo simple, lo corto, lo elemental… nada sofisticado, ni reflexivo, ni complejo, ni largo. Al público lo que le importa es si Pedro Sánchez le dio dos besos a Susana o uno solo, el bebé de Bescansa, y la indumentaria y peinados de los políticos (y más de las políticas, que para eso está el machismo). Pero nada de escuchar la explicación de un largo documento de 270 proposiciones, fruto de largas negociaciones entre dos partidos. Aunque eso y no lo otro, sea lo importante para nuestro futuro, para la calidad de nuestras vidas. Y eso es lo que hay.
Pero a algunos nos gustaría ¡ingenuos! que los periodistas, comentarista y analistas se lo curraran un poco más. Recuerdo que allá por los ochenta, cuando los de izquierda, los sábados, íbamos al “Joe’s” en la Plaza Gomila, a tomarnos unos “dry martini”, había un joven periodista, supuestamente encargado de cubrir las noticias sobre el PSOE, que siempre me preguntaba, para redactar con mi respuesta, su columna del día siguiente. Y yo le decía: pero fulanito, jamás llegaras a entender bien los posicionamientos del PSOE, si te limitas a una respuesta mía, de Ramón Aguiló o de Félix Pons. Porque no se trata sólo de lo que nosotros pensemos, en el PSOE hay unos Estatutos, unos Congresos, unas resoluciones políticas, y mucha historia detrás. Y si no te lees y estudias a fondo todo eso, nunca llegarás al fondo de la cuestión. Pero claro, leer, estudiar y analizar, exige tiempo y trabajo.
Quiero decir que nos gustaría, que los que opinan sobre los políticos y la política, antes hubieran hecho un buen “trabajo de campo”, que hubieran estado inmersos un tiempo, en ese mundo del cual van a escribir y opinar. Pocos de los que han vivido muy en contacto directo con ese mundo de la política, luego han escrito sobre él. Los políticos en sus memorias y autobiografías, relatan los episodios de su vida, justifican las posturas e ideas que mantuvieron, describen la sociedad de sus días… pero no nos dan noticia de cómo era la vida política en la que se desenvolvieron, con sus miserias, sus injusticias, sus zancadillas, sus desagradecimientos, su dureza… aunque sí de la grandeza de la misma, de su condición de noble servicio a la sociedad, de sus ideales, de su altruismo… (que también es eso la política). Quizá la mejor excepción es el libro de Michael Ignatieff “Fuego y cenizas”, en el que sí nos pinta el cuadro real de lo que es la política, con todas sus miserias y sus grandezas.
Pensaba sobre todo eso, leyendo la historia de la Ilustración de Anthony Pagden, y el caso parecido que se dio, entre todos los que escribían sobre el mito del “buen salvaje”. De Diderot a Rousseau, muchos fueron los ilustrados que escribieron, sobre los nuevos pueblos primitivos que se iban descubriendo en África, Oceanía y América. Pero todos lo hicieron de “oídas”. Quizá porque acceder a la información directa de los mismos, era harina de otro costal.
Hoy en día, los herederos de los “científicos humanistas” del siglo XVIII, antropólogos, sociólogos y politólogos, parecen dar por sentada la necesidad de emplear un tiempo, en lo que se denomina vagamente “the field” (el campo etnográfico). No se limitan a visitar fugazmente los pueblos que estudian, sino que viven con ellos, a veces durante largos periodos de tiempo. Y es que el “trabajo de campo”, garantiza de algún modo, la verdad y sinceridad de sus teorías. Pero esto en el siglo XVIII no fue así. Pocos practicantes de la ciencia del hombre, concebían la necesidad de abandonar la tranquilidad y seguridad de sus despachos. Y se limitaban a leer los relatos de los viajeros y descubridores. A pesar de su entusiasmo por el estudio serio de la vida salvaje, el propio Diderot no tenía el menor deseo de movilizarse. Y llegó a escribir: “Aquel a quien ha favorecido el talento, desprecia los pormenores de la experiencia; y el que experimenta, carece casi siempre de talento”.
"Trabajo de campo"
Pero aquellos escritores viajeros del XVIII, eran todo menos científicos observadores y desapasionados. Según Rousseau, pertenecían a una de estas cuatro categorías: marineros, comerciantes, soldados y misioneros, de forma que todos ellos, tenían muchos intereses creados. Las cosas que aquellos viajeros veían y decidían registrar, aunque no siempre tergiversadas por completo, estaban ciertamente condicionadas por sus necesidades, y por lo que ellos creían de interés para sus lectores.
La consecuencia de esta división del trabajo, entre viajeros y filósofos de gabinete, era la enorme desconfianza que despertaban en estos últimos, las fuentes de la materia prima. Los viajeros, en cualquiera de sus categorías, escribían para un público cada día más ávido de chismes, especialmente de todo aquello que sonara a exótico, a chocante y, a ser posible, a erótico. “En esta casta de escritores – se quejaba Sahftesbury – el primero y el más reconocido, es aquel que habla de las cosas más antinaturales y monstruosas”.
Diderot, a pesar de su cómoda postura inmovilista, denostaba – apuntando a Rousseau – “a esos escritores perezosos y arrogantes, que en la oscuridad de sus estudios, filosofan interminablemente sobre el mundo y sus habitantes… y, sin haber visto nada con sus propios ojos, escriben y dogmatizan, basándose únicamente en las observaciones que hicieron esos mismos viajeros, a los que ellos niegan la capacidad de ver y de pensar”.
¿A alguien le suena a “deja vu” todo eso? Al menos a mí, cuando escucho o leo hoy, a algunos politólogos, analistas y comentaristas, me parece haber retrocedido al siglo XVIII.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 6 de Mayo del 2016.


sábado, 7 de mayo de 2016

JOHN MAYNARD KEYNES.

El pasado 21 de Abril se han cumplido los 70 años, del fallecimiento de John Maynard Keynes. Conocido más como un extraordinario economista, Keynes también se desenvolvió con soltura, en el campo de la filosofía.
El 9 de Septiembre de 1938, Lord Keynes leyó un artículo en el Bloomsbury’s Memorial Club, titulado “Mis primeras creencias”; que fue publicado póstumamente, por su amigo David Garnett en 1949. Se trata de un documento clave para entender la obra de su vida, especialmente por una razón: él estaba lo suficientemente cercano a la generación “creyente”, como para necesitar disponer de “creencias verdaderas”. No se trata tanto de que nosotros hayamos perdido nuestras creencias, como de que hemos perdido la creencia en la posibilidad de tener creencias verdaderas. Y esto implica que nuestras creencias nos exigen menos. La importancia que Keynes otorgaba al descubrimiento de creencias verdaderas, la cantidad de atención intelectual que dedicó a la relación entre creencia y acción, y la necesidad constante que sentía de justificar sus acciones con referencia a sus creencias, presupone una perspectiva mental que parece haber desaparecido hoy, casi por completo.
La filosofía proporcionó los fundamentos de la vida de Keynes. Esta apareció previamente a la economía, y la filosofía de los fines, fue previa a la filosofía de los medios. La filosofía de Keynes se elaboró principalmente en el círculo de los “Apóstoles” de Cambridge (en el cual Moore ejercía una especie de liderazgo ético) y fue concebida como un conjunto de respuestas, a las preguntas que más le interesaban.
Keynes con H. Morgenthau, en Bretton Woods
La “probabilidad” era la herramienta de acción de Keynes. Pero sabiendo que la razón, en todo momento controla la probabilidad, eligiendo y dando forma a los datos que se presentan ante nuestros sentidos, para producir argumentos en los que uno pueda tener, mayor o menor grado de confianza. Y esta era la razón por la cual Keynes concebía su teoría, como una parte de la lógica, para distinguirla de la mera creencia por un lado, y de la estadística por el otro. Pero para que el comportamiento sea totalmente racional, se requiere no sólo que los medios sean racionales, sino también que lo sean los fines. Keynes se deshizo de la moral de Moore, pero no de su ética. “De lejos las cosas más valiosas que podemos conocer o imaginar – había escrito Moore – son ciertos estados de conciencia, que pueden descubrirse aproximadamente, como los placeres de las relaciones humanas, y el disfrute de los objetos bellos… que son la raison d’être de la virtud; que forman el bien racional último de la acción humana, y el único criterio de progreso social”.
¿Cómo pueden entonces mantenerse vivos ciertos buenos sentimientos, cuando las circunstancias que los han originado han desparecido? Keynes planteó una ingeniosa respuesta, en una carta que escribió en 1928 a su amigo “Peter” Lucas:
“En la vida real, muchos de los sentimientos que consideramos como los más nobles, y los que más merece la pena conservar, tienen tendencia a estar asociados con problemas, desgracias y desastres… De hecho, lo peor de la vida real, es que los sentimientos buenos en sí mismos, demasiado a menudo son estimulados, ocasionados o provocados, por hechos malvados. Si, por otro lado, fuera posible simpatizar, disfrutar de segunda mano, o admirar los sentimientos nobles, “sin” los sucesos malvados que, generalmente, les acompañan en la vida real, podríamos tener lo mejor de los dos mundos… Entramos en contacto con los sentimientos nobles, y escapamos de las malas consecuencias prácticas.
Todo esto está conectado con mi dilema favorito, la dificultad o la imposibilidad de ser bueno, y hacer el bien al mismo tiempo. En la Tragedia podemos ser testigos, del espectáculo de personas que son buenas en un entorno, que está completamente aislado de todas las consecuencias, para que no tengamos que confrontar la excelencia de ser bueno, con la naturaleza fatal de las consecuencias de tal comportamiento, y los acontecimientos asociados a él”.
La concepción de Keynes de la buena vida, influyó tanto en la forma en que vivió, como en sus aspiraciones públicas. Intentó combinar un ideal personal de vida civilizada, con la defensa de causas que conducirían, a que la buena vida – buenos estados mentales – estuviera al alcance de muchos. En la medida en que la filosofía de Moore influyó su filosofía social, también restringió, en lugar de ampliar, su pasión por la reforma social. Y esto se debió a que el utilitarismo “ideal” de Moore, ofrece un criterio más débil para el reformador social, que el utilitarismo hedonista, puesto que requiere un juicio sobre los efectos del progreso material, en estados mentales cuya bondad no se identifica con el placer o la felicidad. Keynes reconoce que disfrutaba, al mismo tiempo, también de “los malos estado mentales” – lo que él llamaba “negocios y bridge” - más de lo que un verdadero discípulo de Moore, debería haber hecho. Igual que la mayoría de las personas con éxito, Keynes hizo aquello en lo que era mejor, y con lo que más disfrutaba. Vivió con sus contradicciones, y encontró fórmulas para reconciliar, aquello que estaba haciendo, con aquello que, según sus creencias, debería haber estado haciendo.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Abril del 2016.



lunes, 2 de mayo de 2016

CARTA A UN PAR DE AMIGOS ATRIBULADOS

Queridos amigos:
Por lo que escribís os siento muy atribulados, enojados, angustiados, y me preocupa vuestra salud. Me da que habéis, espero que sólo de momento, olvidado a vuestro, nuestro, querido Montaigne, y su saludable y curativo escepticismo. A nuestra ya provecta edad, debemos estar atentos a los esfuerzos excesivos, a los que sometemos nuestro cerebro. La química puede ayudarnos. Pero más efectivo es releer los “Essais”, o el hermoso libro “Una vida con Montaigne” de Sarah Bakewell. Por supuesto no pretendo afirmar, que no os sobren hoy razones para la indignación y la tribulación (“Calamidad de los tiempos cuando los locos conducen a los ciegos”. Shakespeare “El Rey Lear”) yo mismo me siento afectado. Pero recordar la “ataraxia” de los griegos: “Ataraxia” significa equilibrio: el arte de mantener la estabilidad, de tal modo que no estés exultante, cuando las cosas te van bien, ni te hundas en la desesperación, cuando se tuercen. Alcanzar ese estado es controlar tus emociones, para no verte apaleado o arrastrado por ellas.
Acordaros de los pirrónicos helenos, cuando aseveraban que todo era discutible. No olvidéis que un escéptico siempre quiere ver pruebas, y que duda de cosas que las demás personas aceptan sin más. Que el escepticismo, como os decía, supone una forma sensacional de terapia. Los escépticos pirronianos tratan todos los problemas, a los que la vida les puede arrojar, mediante una sola palabra que actúa como resumen para esta maniobra: en griego “epoché”, que significa “suspendo el juicio”. O, en una traducción diferente al francés del propio Montaigne, “je soutiens”: “me contengo”. Suena tan consolador como la idea estoica o epicúrea de “indiferencia”, pero, como las demás ideas helenísticas funciona, y eso es lo que cuenta. La “epoché” actúa casi como uno de esos intrigantes “koans” del budismo zen (tan de moda no hace mucho, en ciertos círculos occidentales) breves y enigmáticas ideas o preguntas sin respuesta. El truco de la “epoché” te hace reír, pero sobre todo sentirte mejor, porque te libera de la necesidad, de encontrar una respuesta definitiva para cualquier cosa, objetivo únicamente perseguido por los esencialistas y dogmáticos, por esos partidarios actuales de las utopías regresivas, que por ahí pululan hoy.
Tampoco sobraría remitirse, una vez más, a la mayoría de los pensadores ilustrados, que lo que más temían de la religión (también aplicable a la política, cuando se desliza hacia el fanatismo y/o los esencialismos) era el daño real que podían causar las pretensiones, de una inspiración privada y personal. Eso que se llamó en el siglo XVIII “entusiasmo”, aunque naturalmente, el significado del término admite muchos matices. Según Hume, se trataba de una especie de histeria, por la que el “enloquecido fanático, ciegamente y sin reservas, se entrega a un supuesto trance, y a la inspiración que le llega de lo alto”, del líder demagogo que cabalga su desbocado ego.
La capacidad para empujar a los fieles, a los militantes, a la comisión de los disparates más irracionales en su nombre, convierte a la religión y a las políticas del absoluto y de las utopías, en un asunto no sólo disparatado, innecesario y decepcionante, sino también altamente destructivo.
Tercer Conde de Shaftesbury
Anthony Ashley Cooper, 3.er conde de Shaftesbury, veía en el estigma del “entusiasmo”, unido a la “superstición”, la fuente de lo que él identificaba como “pánico”, de Pan, el dios griego que excitaba la imaginación y los miedos sin fundamento, de sus enemigos. “Pánico” era el “entusiasmo”, reforzado por la aparente inclinación de todos los creyentes, a sostener que sus ideas acerca de la voluntad del Todopoderoso (del amado líder) son las únicas verdaderas, mientras que las otras, además de falsas, son tan peligrosas, que se hacen acreedoras de todos los horrores, que las iglesias y partidos políticos fundamentalistas de este mundo, han infligido a sus críticos. Y por tales razones, si queremos librar al mundo del “entusiasmo” religioso y político, “nunca sobrará el humor para tratar la religión y la política, ni la libertad y la familiaridad para examinarlas”. Puede que Shaftesbury, fuera demasiado optimista, al confiar en que un buen grado de educación y de ironía pacífica, acabaría con casi todo el fanatismo religioso y/o político.
Y para terminar no olvidéis a Heráclito, queridos amigos, cuando afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. Que el ente deviene, y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción, al que nada escapa. “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos].
Un afectuoso abrazo,

Palma. Ca'n Pastilla a 2 de Mayo del 2016.