Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

sábado, 14 de mayo de 2016

"THE FIELD". ANALISTAS Y COMENTARISTAS

Uno ya es mayorcito como para saber muy bien, que eso de los medios de información va de cuotas de audiencia, las famosas “share”. Y que los periodistas, comentarista y tertulianos, como los artistas, se deben al público, y al público le atraen los contenidos de Sálvame, Gran Hermano y otros programas por el estilo. Lo inmediato, lo simple, lo corto, lo elemental… nada sofisticado, ni reflexivo, ni complejo, ni largo. Al público lo que le importa es si Pedro Sánchez le dio dos besos a Susana o uno solo, el bebé de Bescansa, y la indumentaria y peinados de los políticos (y más de las políticas, que para eso está el machismo). Pero nada de escuchar la explicación de un largo documento de 270 proposiciones, fruto de largas negociaciones entre dos partidos. Aunque eso y no lo otro, sea lo importante para nuestro futuro, para la calidad de nuestras vidas. Y eso es lo que hay.
Pero a algunos nos gustaría ¡ingenuos! que los periodistas, comentarista y analistas se lo curraran un poco más. Recuerdo que allá por los ochenta, cuando los de izquierda, los sábados, íbamos al “Joe’s” en la Plaza Gomila, a tomarnos unos “dry martini”, había un joven periodista, supuestamente encargado de cubrir las noticias sobre el PSOE, que siempre me preguntaba, para redactar con mi respuesta, su columna del día siguiente. Y yo le decía: pero fulanito, jamás llegaras a entender bien los posicionamientos del PSOE, si te limitas a una respuesta mía, de Ramón Aguiló o de Félix Pons. Porque no se trata sólo de lo que nosotros pensemos, en el PSOE hay unos Estatutos, unos Congresos, unas resoluciones políticas, y mucha historia detrás. Y si no te lees y estudias a fondo todo eso, nunca llegarás al fondo de la cuestión. Pero claro, leer, estudiar y analizar, exige tiempo y trabajo.
Quiero decir que nos gustaría, que los que opinan sobre los políticos y la política, antes hubieran hecho un buen “trabajo de campo”, que hubieran estado inmersos un tiempo, en ese mundo del cual van a escribir y opinar. Pocos de los que han vivido muy en contacto directo con ese mundo de la política, luego han escrito sobre él. Los políticos en sus memorias y autobiografías, relatan los episodios de su vida, justifican las posturas e ideas que mantuvieron, describen la sociedad de sus días… pero no nos dan noticia de cómo era la vida política en la que se desenvolvieron, con sus miserias, sus injusticias, sus zancadillas, sus desagradecimientos, su dureza… aunque sí de la grandeza de la misma, de su condición de noble servicio a la sociedad, de sus ideales, de su altruismo… (que también es eso la política). Quizá la mejor excepción es el libro de Michael Ignatieff “Fuego y cenizas”, en el que sí nos pinta el cuadro real de lo que es la política, con todas sus miserias y sus grandezas.
Pensaba sobre todo eso, leyendo la historia de la Ilustración de Anthony Pagden, y el caso parecido que se dio, entre todos los que escribían sobre el mito del “buen salvaje”. De Diderot a Rousseau, muchos fueron los ilustrados que escribieron, sobre los nuevos pueblos primitivos que se iban descubriendo en África, Oceanía y América. Pero todos lo hicieron de “oídas”. Quizá porque acceder a la información directa de los mismos, era harina de otro costal.
Hoy en día, los herederos de los “científicos humanistas” del siglo XVIII, antropólogos, sociólogos y politólogos, parecen dar por sentada la necesidad de emplear un tiempo, en lo que se denomina vagamente “the field” (el campo etnográfico). No se limitan a visitar fugazmente los pueblos que estudian, sino que viven con ellos, a veces durante largos periodos de tiempo. Y es que el “trabajo de campo”, garantiza de algún modo, la verdad y sinceridad de sus teorías. Pero esto en el siglo XVIII no fue así. Pocos practicantes de la ciencia del hombre, concebían la necesidad de abandonar la tranquilidad y seguridad de sus despachos. Y se limitaban a leer los relatos de los viajeros y descubridores. A pesar de su entusiasmo por el estudio serio de la vida salvaje, el propio Diderot no tenía el menor deseo de movilizarse. Y llegó a escribir: “Aquel a quien ha favorecido el talento, desprecia los pormenores de la experiencia; y el que experimenta, carece casi siempre de talento”.
"Trabajo de campo"
Pero aquellos escritores viajeros del XVIII, eran todo menos científicos observadores y desapasionados. Según Rousseau, pertenecían a una de estas cuatro categorías: marineros, comerciantes, soldados y misioneros, de forma que todos ellos, tenían muchos intereses creados. Las cosas que aquellos viajeros veían y decidían registrar, aunque no siempre tergiversadas por completo, estaban ciertamente condicionadas por sus necesidades, y por lo que ellos creían de interés para sus lectores.
La consecuencia de esta división del trabajo, entre viajeros y filósofos de gabinete, era la enorme desconfianza que despertaban en estos últimos, las fuentes de la materia prima. Los viajeros, en cualquiera de sus categorías, escribían para un público cada día más ávido de chismes, especialmente de todo aquello que sonara a exótico, a chocante y, a ser posible, a erótico. “En esta casta de escritores – se quejaba Sahftesbury – el primero y el más reconocido, es aquel que habla de las cosas más antinaturales y monstruosas”.
Diderot, a pesar de su cómoda postura inmovilista, denostaba – apuntando a Rousseau – “a esos escritores perezosos y arrogantes, que en la oscuridad de sus estudios, filosofan interminablemente sobre el mundo y sus habitantes… y, sin haber visto nada con sus propios ojos, escriben y dogmatizan, basándose únicamente en las observaciones que hicieron esos mismos viajeros, a los que ellos niegan la capacidad de ver y de pensar”.
¿A alguien le suena a “deja vu” todo eso? Al menos a mí, cuando escucho o leo hoy, a algunos politólogos, analistas y comentaristas, me parece haber retrocedido al siglo XVIII.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 6 de Mayo del 2016.


No hay comentarios:

Publicar un comentario