Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 30 de enero de 2017

EL GENIO Y EL HOMBRE

Como se demostró hace un par de semanas, cuando ¡iluso de mí! intenté poner en valor un discurso de Javier Fernández, al margen de su trayectoria política, a los humanos nos cuesta mucho, mucho, separar la calidad de las obras de los genios, de la calidad moral del hombre en el que habita el genio. Y me refiero sólo a los genios, no a los artistas de tres al cuarto de dudosa catadura moral, pues a estos últimos es fácil ignorarlos sin más. Pero con los auténticos maestros es más difícil, porque, al menos a mí, se nos hace complicado comprender, como personas de dudosa moralidad o de sucia ideología, realizaron obras que son una maravilla. Seguramente la respuesta me la dio George Steiner, cuando dijo: “No es posible comprenderlo todo”.
Me ocurre con Richard Wagner. Cuando visualizo los viejos reportajes sobre el nazismo, siempre con música de Wagner de fondo, pienso en Woody Allen que dijo: “Cuando escucho a Wagner durante más de media hora, me entran ganas de invadir Polonia”. O en el testimonio directo de su mujer (Cosima Liszt) cuando explicó como en un almuerzo, Wagner se pronunció sobre la cuestión judía y dijo: “¡Hay que quemar vivos a los judíos!" Y eso en los mismos días que estaba escribiendo, la música de Semana Santa de “Parsifal”.
Wagner
Y lo mismo con Martin Heidegger, a quien comencé a tomar manía, cuando mi lectura de la biografía de Hannah Arendt, escrita por Laura Adler. Y de la cual no me gustó nada, la forma en que Heidegger trató a Hannah, durante su relación sentimental. ¿Y que decir de su compromiso con el nazismo, durante su época de Rector de la Universidad de Friburgo, del cual hace unos tres años, se publicaron una serie de documentos que lo probaban? ¿O de esa frase que jamás retiró:<La esperanza de ser el “führer” del “führer>  
Hay que comprenderlos, dirá alguien. Pero no es fácil, difícilmente posible. Nosotros somos personas “normales” ¿insignificantes? Gracias a esos gigantes tenemos una herencia inmensa. Imposible imaginar nuestra existencia sin “Tristán e Isolda”, sin otras páginas de Wagner, sin “Ser y Tiempo” (la edición de las obras completas de Heidegger, abarca más de cien volúmenes), sin los múltiples libros sobre Kant, sin los ensayos sobre los “presocráticos”.
Steiner cuenta una anécdota, que arroja algo de luz sobre ese dilema. Estaba en el centenario de Heidegger en Friburgo, y casi llega a las manos con Ernst Nolte (un historiador hasta cierto punto neonazi). En ese momento Hans-Georg Gadamer (discípulo predilecto de Heidegger y gran filósofo) que era físicamente un gigante, pone sus manos con toda tranquilidad sobre los hombros de Steiner y le dice: “¡Steiner! ¡Steiner! Cálmese usted. Martin era el más grande entre los pensadores, y el más mezquino entre los hombres”. Es un análisis excelente, según lo veo yo, no justifica nada, pero no cabe duda de que es verdad. Heidegger, Wagner… Hay muchos otros ejemplos.

Heidegger
Sin ir más lejos Celine (seudónimo de Louis Ferdinand Auguste Destouches) que, junto a Rabelais, sería uno de los grandes magos de la literatura francesa moderna, por su “Viaje al fondo de la noche”. En ese hombre horrible se escondían, grandes invenciones poéticas. Y también una inmensa compasión humana. Como médico se portó de maravilla con los pobres y los animales. Por eso es tan difícil comprender, como de ese mismo hombre, brota esa basura infame que es “Bagatelas para una masacre”, y otros textos de igual catadura. Panfletos, horribles panfletos antisemitas.
¿Qué hacer frente a ese dilema? Como lector tengo una gran deuda con esos textos que, de alguna manera, amueblan mi mente y mi ser. Pero ni por un instante, soy capaz de defender a sus autores. Como tampoco soy capaz de imaginarme, las contradicciones internas y las luchas psíquicas, de esos grandes titanes. Mientras no seamos capaces de imaginar – escribe Steiner - como nos comportaríamos en condiciones semejantes, deberíamos ser cautos. Mientras ignoremos lo que haríamos, si los carniceros y verdugos llamaran a nuestra puerta. Mientras ni imaginar podamos, como eran los chantajes, las amenazas veladas o no, que deparaba la vida cotidiana de esas personas; deberíamos ser prudentes. Me admiran aquellos que tienen la certeza, de haberse comportado de forma íntegra, en situaciones semejantes.
¿Cómo se explica que, después de la guerra y a pesar de la insistencia de su amigo Karl Jaspers, Heidegger nunca accediera a pedir perdón? ¿Cómo se explica ese silencio? pregunta Laura Adler. Y Steiner responde: “Vanidad y una gran megalomanía”. Muchos franceses que escribieron asquerosidades, las limaron, las borraron “a posteriori”. Heidegger no. Cuando se reeditó “¿Qué significa pensar?” podría haber eliminado fácilmente aquella fórmula infantil: “La esperanza de ser el ‘führer’ del ‘führer”. No lo hizo. “Yo veo ahí – dice Steiner – vanidad, bajeza y también, si se quiere, un pérfido candor”.
Sartre
Y hay más casos. No olvidemos que en Sartre, también hay frases horribles: “Todo anticomunista es un perro”, por ejemplo. Cuenta Steiner como cuando era profesor en Pekín, había en su seminario, dos hombres con la columna destrozada por las torturas de la guardia roja, que ni siquiera conseguían sentarse. Habían hecho pasar una carta para Sartre: “Al Voltaire de nuestro siglo. ¡Hable de esto, ayúdenos!”. Y él se limitó a decir, que “las supuestas torturas de la guardia roja, eran una mentira inventada por la CIA americana”. Sabía de sobra lo que ocurría. Entonces ¿dónde están los grandes hombres? ¡Y Freud! – remacha Steiner – Vaya a Roma. Allí está el gran museo del fascismo. En la primera sala se exponen los regalos recibidos por Mussolini. En una bonita vitrina está “La interpretación de los sueños”, con esta dedicatoria de Sigmund Freud: “Al “duce”, a quien debemos tanto, por haber restaurado el esplendor de la antigua Roma”. Así que…
Todos estamos expuestos a la vanidad, a la coba, al miedo, a la angustia. Las intermitencias de la razón, no del corazón, como escribió Proust. Por eso en el dilema, prefiero quedarme con las grandes obras, con el genio que no con el hombre. Con la primera frase del primer libro de Steiner: “Una buena crítica, es un agradecimiento”. Sí, me gusta esa frase. Me identifico totalmente con esa idea.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Agosto del 2016.



lunes, 23 de enero de 2017

EL ÚLTIMO ILUSTRADO

Me temo que hoy no es popular, hablar bien de algún militante del partido, que no piense igual que uno. En general está mal visto, apreciar a aquellos que no gritan, no insultan, no son fundamentalistas, ni fanáticos. Seguramente votaré a Pedro Sánchez si al final se presenta. Pero he repetido ya varias veces, que me preocupa y me incomoda la compañía de pedristas dogmáticos y maleducados. Este es un ejemplo, de hace un par de días en Facebook, de lo que digo: “Patxi, hay traidores , golpistas y lameculos del partido popular. Tu por ejemplo te abstuviste para dark el gobierno a Mariano Rajoy y al partido popular. Esto que nombre tiene? Rastreros? Traidor? Vendido? Lameculos? Tu mismo puedes elegir. Vale ? Pues eso. TRAIDOR, TRAIDOR Y MUY TRAIDOR. COMO DIJO LABORDETA : A LA MIERDA. !!!!!!!!”.
En su día escribí una carta pública y dura a Javier Fernández, con motivo del golpe palaciego en el PSOE. No quito ni una coma de la misma. Sigo manteniendo las mismas diferencias políticas con la línea de la Gestora. Pero de la misma manera, que a mí no me parece contradictoria, recomiendo volver a escuchar la intervención de Javier, el otro día en el C.F. (https://www.facebook.com/psoe/videos/10157946138840004/).
Me extraña mucho comprobar como hoy muchos analistas, e incluso cuadros del partido, descubren la capacidad oratoria de un compañero ya veterano, y la profundidad ideológica de sus palabras, hilvanadas con estilo y sin ayuda de papeles. “Ha sido impresionante. Hacía años que no escuchaba un discurso de esta enjundia”, ha dicho Javier Lambán. Y uno se pregunta ¿por donde ha andado perdido el compañero Lambán en los últimos años?
Javier dijo muchas cosas sobre las que deberíamos reflexionar, sea quien sea a quien pensemos votar en las primarias. “Ser leal al partido es aceptar las decisiones que se toman en sus órganos de representación”. Es lo que hicieron Patxi López, María González, Adriana Lastra… y otros compañeros, que votaron abstención, aunque su postura había sido la del “No es No”. (Sobre ello, sobre lo del “voto en conciencia”, ya di mi opinión: https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Voto%20en%20conciencia).
Todos los que hemos estado en puestos de responsabilidad orgánica o institucional, sabemos bien del choque de lealtades que se nos presenta con frecuencia: a uno mismo, a nuestro partido, a nuestros votantes y a nuestro país. También de ello habla Ignatieff en su magnífico libro “Fuego y cenizas”. Por ello dice Javier en su intervención: “Tuve lealtad cuando puse al partido rumbo a la abstención”. Pero porque las lealtades son múltiples y se nos presentan simultáneamente, también fueron leales los que votaron No hasta el final, los que se abstuvieron obedeciendo la decisión del C.F. aunque fueran partidarios del No, y los que se abstuvieron también pero por convicción propia.
Y otro de los párrafos de Javier que me encantaron: “Los guardianes de las esencias, los que presumen de pureza ideológica, y los que predican las verdades absolutas de los males de la Tierra y de los principios, no fueron ni más ni menos leales, que los que propusieron cambios programáticos, los que resolvieron dilemas electorales, o los que plantearon adaptaciones a la realidad, en cada tiempo y lugar”. Eso es a mí entender, tener una idea clara y lúcida, de lo que es y significa la política.
Para un partido como el PSOE hoy, abandonado por una parte importante de su electorado, derrotado en las urnas, y magullado por las divisiones internas – escribe José Ignacio Torreblanca – es un lujo tener a su frente un hombre tranquilo, que alardea en público de su moderación, y propone a sus compañeros anteponer la responsabilidad institucional y la lealtad al país, al cálculo electoral y de partido. En estos días de esencialismos, posverdades, insultos y descalificaciones, que importante es contar con alguien que tenga identidad y discurso (aunque no se esté de acuerdo al cien por cien con el mismo). Alguien además, que despliega esas características con toda naturalidad, especialmente al reivindicar la centralidad y oportunidad del proyecto socialdemócrata, como alternativa a los proyectos rivales del conservadurismo más rancio, el nacionalismo y el populismo. Y lo hace, en este tiempo dominado por la mercadotecnia política, los discursos escritos por montones de asesores, y la tiranía de los responsables de prensa y comunicación, en intervenciones sin papeles perfectamente hilvanadas, por las que no parece haber pasado ni la sombra de un argumentario, ni la sospecha de querer ofrecer un titular o un entrecomillado de prensa.
Como ha escrito también Torreblanca: son los discursos, intervenciones y entrevistas de Fernández, como él mismo, una “rara avis”en nuestro panorama político de hoy. Personalmente me gusta su tono elevado, que no pretende situarse por encima de quienes le escuchan. Y el contenido moral, pero que no pretende moralizar. Celebra la diversidad y el contraste de pareceres dentro del partido, pero lamenta su endogamia y la estrechez de miras, de quienes dedican más tiempo a hablar de los problemas internos, que de los de la ciudadanía.
Vivimos hoy malos tiempos para la política y la democracia. También para los defensores de los partidos y los parlamentos, como instrumentos esenciales para articular la representación de la ciudadanía, pero desacreditados por los abusos de muchos políticos de vuelo bajo, lealtades perrunas o ciegos dogmatismo. Sorprende más por eso, que el responsable circunstancial de un partido que intenta resurgir de las cenizas, sea capaz de sobrevolar el nivel medio de discurso hoy al uso, con tan aparente facilidad. Pero aún me sorprende más que en estos tiempos, en los que la política está inundada de ambiciosos, sin más cualidades que sus egos totalmente vacíos de contenido, el compañero Javier haga tan patente su desinterés por ocupar cualquiera otra responsabilidad, que no sea esta que ocupa hoy circunstancialmente.
Como ha escrito David Trueba, nadie pretende pensar que Javier Fernández sea el Zidane del PSOE, pero le llueven elogios por su temple dialéctico. Y es cierto que en todas las entrevistas que ha concedido – así me lo parece a mí – desde el trauma del desdichado C.F. ha tenido el acierto de no decir ninguna tontada. Lo que ahí es nada, si repasamos los medios de estos últimos meses. Y como es verdad que a todos se nos mide cuando vienen mal dadas – en tiempos de bonanza cualquiera puede ser el rey del mambo – es de admirar el temple de Javier en el centro de la borrasca que zarandea al partido. Con una calma y una flema, que uno diría más propias de un inglés que de un hijo de Mieres, él parece muy capaz de domesticar su ambición. Un raro ejemplo.

Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Enero del 2017.

domingo, 15 de enero de 2017

HABILITADOS EN RAZÓN

Esta larga y profunda crisis, pero especialmente las injustas recetas, que aplican algunos gobiernos para enfrentarla, han habilitado aparentemente en razón a muchos ciudadanos en su indignación. Y estos andan por ahí, cabalgando sus pasiones y emociones. Arrasando sin compasión, lo que pudiera quedar entre nosotros, de la herencia de las Luces, de la Ilustración.
Un día de estos, para no ser menos que los gritones y faltones en las redes, me asomo a la ventana, me suelto el pelo – el poco que me queda – y comienzo a chillar e insultar: ¡Inmigrantes esquiroles! ¡Islamistas de mierda! ¡Asesinos del Isis! ¡Trumpistas incultos! ¡Nacionalistas periféricos incordiantes! ¡Españolistas casposos! ¡Errejonistas pusilánimes! ¡Folcloristas susanistas! ¡Golpistas gestoristas! ¡Fanáticos pedristas!... ¡Sois todos unos hijos de la Gran… Bretaña.
Y ya está. Ya me he desahogado. Y ahora, para serenarme, vuelvo a los “propos” de mi querido Alain, y a los “Essais” de mi admirado Montaigne, que atan mis pasiones.
Escribe Alain que no tenemos ningún poder sobre las pasiones, en tanto no conocemos sus verdaderas causas. Que el error, en todos estos casos, consiste en poner el pensamiento al servicio de las pasiones, y dejarse llevar por el miedo o la cólera, con una especie de salvaje entusiasmo. Nos recuerda que Spinoza dijo, que es imposible que el hombre no tenga pasiones, pero que el sabio forma en su alma tal extensión de pensamientos felices, que a su lado las pasiones son insignificantes. La pasión se soporta más difícilmente que la enfermedad, porque nuestra pasión nos parece resultado ineludible de nuestro carácter y de nuestras ideas, lo que le da el signo de una necesidad invencible. Y elimina toda esperanza, pues ni para odiar ni para amar, es preciso tener el objeto de nuestro odio o de nuestro amor ante los ojos; lo imaginamos e incluso lo transformamos, mediante una labor interior que es como una poesía. Todo nos lleva a él. Los hombres somos unos filósofos asombrosos. Y lo que más nos sorprende, es que la razón no pueda dominar las pasiones. Cuando somos indulgentes con nosotros mismos y adoradores de impresiones, el mundo se nos echa encima. Casandra augura desgracias. Desconfiad de las Casandras, almas yacentes. El verdadero hombre se sacude y hace el porvenir.
Y Montaigne nos recordaba, que todas las pasiones que se dejan probar y digerir, son sólo mediocres. “Las cuitas leves hablan, las grandes son mudas” (Séneca “Hipólito”). Yo estoy poco expuesto a tales pasiones violentas. Mi aprehensión es dura por naturaleza, y la emboto y ofusco todos los días con el razonamiento. Los deseos en que interviene el cuerpo, están sujetos a saciedad. En cambio, las pasiones que pertenecen enteramente al alma, dan mucho más trabajo a la razón, pues no puede ser auxiliada más que por sus propios méritos, y estos apetitos no pueden ser saciados, de hecho se agudizan y aumentan con la satisfacción.
Así que ¡ojo con los entusiasmos, las pasiones y las emociones desatadas!

Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Diciembre del 2016.

martes, 10 de enero de 2017

POSVERDAD Y DURA REALIDAD

Seguimos con esta moda de la “Posverdad” (“Post-truth”) que, aunque no del todo nueva, se viene empleando cada día con mayor frecuencia, por analistas y pensadores de todo bordo. Llevados, seguramente, por la imperiosa necesidad de nombrar lo insólito o innombrable, lo que escapa a nuestra compresión, que ya está siendo mucho.
Lo que hoy se viene llamando “posverdad” – apunta certeramente Javier Marías - podría llamarse también “contrarrealidad”, y tiene precedente en los tiempos modernos, pero quizá sólo en sociedades totalitarias, sin libertad de expresión ni de prensa, en las que la información es controlada por una sola voz, la del dictador. Los que ya peinamos canas, lo conocimos en una España en la que sólo existía la versión oficial, la franquista. Lo demás, huelgas mineras o de tranvías en Barcelona, partidos políticos, sindicatos al margen del vertical, adulterios, homosexuales, mujeres maltratadas, trabajadores en paro… todo eso no existía, eran imaginaciones producto de mentes calenturientas, desafectas al Régimen.
Pero a lo que hoy se llama “posverdad” es algo distinto, y se da en países con abundancia y variedad de información. Denota circunstancias en las que los hechos objetivos, influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales. Si se ha apuntado la posibilidad de llamar al fenómeno “contrarrealidad” – Marías – es porque en las actitudes que han conducido al “Brexit”, a la victoria de Trump, al resultado del referéndum italiano, hay negación tozuda de la realidad, para lo cual es preciso creerse antes las evidentes mentiras, a sabiendas de que lo son, y no reconocer la dura verdad de nuestro entorno.
Me recuerda esa actitud a la de mis nietos cuando eran más pequeños, que creían que cerrando los ojos, o tapándose la cabeza con una sábana, ya no les iba a ver. Confundían no ver con ser invisibles. Si no veo a esa persona, mi abuelo, tampoco él me verá a mí, debían pensar. Y el abuelo se prestaba al juego: que sean ahora felices en su creencia, ya les llegará el momento, desgraciadamente, de no serlo tanto.
El problema, me parece, es que hoy hay muchos adultos que no consienten, que ese día desagradable les alcance. Están dispuestos a tragarse las mayores trolas, y si hay que negar, para ello, la realidad y la verdad, se niegan y ya está. Es como si esas personas no supieran – nos pone como ejemplo Marías – que si están a la orilla del mar y dan cuatro pasos más, sus pies se mojarán. Pensarán: Que tontería, ahora están secos ¿por qué se van a mojar?
No hace tanto, ser moderno se asociaba al atrevimiento, a la experimentación e, inevitablemente, contenía una valoración positiva. Pero eso que, originariamente, sirvió para el arte y la moda, está hoy presente en algunos comportamientos políticos, obsesionados por trasladar el valor que tuvieron las vanguardias, a la esfera política, ahora ya como una parodia. Pero la realidad dispone de poderosos anticuerpos. Lejos de debilitarla, los que la ignoran, no quieren verla, la refuerzan en sus más desagradables aspectos. “Lo que no me mata me hace más fuerte”, decía Nietzsche.
El continente, lo gestual, la “contrarrealidad”, hoy puede más que el contenido, que la verdad. La confrontación ideológica tradicional, ahora se ve sustituida por la confrontación meramente gestual, y la agitación emocional. Las políticas – las “policies”, ese poderoso concepto inglés – pasan a un segundo plano. El campo de batalla es hoy el de la definición de la realidad, de la verdad según yo la siento, no como sea realmente. Gana quien consigue que ésta, la realidad, se defina de acuerdo a los intereses de cada parte. Ya nos enteraremos que la política no va, al final, de representaciones, de “posverdad”, sino de decisiones sobre lo que es, tal como es. Para los marxistas, en mi tiempo, la interpretación correcta del mundo, debía servir para transformarlo. Y esto sólo puede hacerse, desde el conocimiento auténtico de la realidad en que nos movemos y hacemos política.
Al final la verdad se impondrá, y la moda de la “posverdad”, como todas las modas, pasará. Pero eso sí, antes habrá producido mucho dolor en el mundo.
Pues eso, fuerza para sufrirlo.

Palma. Ca’n Pastilla a 10 de Diciembre del 2016.

domingo, 1 de enero de 2017

LOS JÓVENES Y YO

Actualmente algunos de los militantes más apasionados del PSOE, tienden a identificar, descuidadamente o adrede, la dicotomía entre la vieja política y la nueva, como igual a viejos y jóvenes en edad cronológica. Lo bueno tiene menos de 40 años, lo de más de 50 ya es caduco. Como todas las generalidades, ésta me pone muy nervioso, quizá más porque me implica muy directamente. Y después de releer hace unos días “La deshumanización del arte” de Ortega y Gasset, se me ocurrieron estas reflexiones:
Lo que hemos dado en llamar “nueva política”, se ha convertido en un hecho a escala universal, olvidando que siempre en lo nuevo hay mucho de viejo, y en lo vetusto algo de moderno. Los jóvenes más atentos de las nuevas generaciones, en París, Atenas, Londres, Nueva York, Madrid, etc. coinciden en que la política tradicional no les interesa nada, más aún: les repugna. Y entonces los veteranos, la vieja guardia (los “pata negra” como nos llamaban en los años ochenta) no sabemos que hacer con ellos: o los fusilamos directamente, o nos esforzamos en comprenderlos. Después de mucho leer y reflexionar, yo he adoptado resueltamente, por la segunda opción.
Lo caprichoso, lo arbitrario y, en consecuencia, estéril, sería, opino, resistirse a lo nuevo y obstinarse en la reclusión dentro de formas y modos ya arcaicas, exhaustas y periclitadas. En política como en moral, no depende el deber de nuestro arbitrio; hay que aceptar el imperativo de trabajo, que la época nos impone. Esta docilidad a la orden del tiempo, es la única probabilidad de acertar que como individuos tenemos. Aun así, pienso con frecuencia, quizá no se consiga nada; pero es mucho más seguro su fracaso, si uno se obstina hoy en componer una ópera wagneriana, o escribir una novela naturalista.
Jóvenes
En política suelen ser nulas todas las repeticiones. Cada nuevo estilo que aparece en la historia, puede engendrar cierto número de formas diferentes, dentro de un tipo genérico. Pero llega un día en que lo que fue magnífica cantera, se agota. Es un error ingenuo, creer que la esterilidad actual de la política, se debe a la ausencia de talentos personales. Lo que acontece es que se han agotado las combinaciones posibles, dentro del viejo sistema político. Por esta razón, pienso que debe juzgarse venturoso, que coincida con este agotamiento, la emergencia de nuevas sensibilidades, capaces de anunciar nuevas canteras aún intactas.
Debemos observar que una misma realidad, se quiebra en realidades divergentes, cuando es mirada desde puntos de vista diferentes. Si yo subo al Galatzó, abajo al Este, contemplaré el largo y bonito Coll des Carniceret. Si al mismo tiempo mi hijo David, se ha encaramado a los Puntals de Planicia, admirará el mismo collado al Sur. Los dos estaremos contemplado al unísono la misma realidad. Pero los dos la veremos diferente. Y entonces nos preguntamos: ¿cuál de esas dos realidades es la verdadera? Cualquier decisión que tomemos puede ser arbitraria. Nuestra preferencia por una u otra, sólo puede fundarse en nuestra estimación. Todas esas “realidades” son equivalentes, cada una la autentica para cada perspectiva. Lo único que podemos hacer, es clasificar estos puntos de vista y elegir entre ellos, el que prácticamente nos parezca más “normal” o más espontáneo.
Soy muy consciente de que para que podamos ver algo, para que un hecho se convierta en simple objeto contemplado, es menester separarlo de nosotros, y que deje de formar parte viva de nuestro ser. Y de que algo así debiera hacer yo, cuando intento analizar con objetividad, la crisis en el PSOE. Pero no me resulta nada fácil. Mi historia me como obliga a interesarme seriamente en lo que ocurre, siento como si llevase en ello cierta responsabilidad. La escena se apodera de mí, me arrastra al interior del hecho. Pero también reflexiono, en contradicción, que si me alejo demasiado de esa dolorosa realidad, perderé con el hecho todo contacto sentimental. No participaré ya sentimentalmente en lo que allá acaece, me hallaré espiritualmente exento y fuera del suceso. No lo viviré, simplemente lo contemplaré. Me traerá sin cuidado cuanto pasé allí. Estaré, como suele decirse, a cien mil leguas del suceso. Mi actitud será meramente contemplativa, más aún: no lo contemplaré en su integridad, el doloroso sentido interno del hecho, quedará fuera de mi percepción. Sólo me llegará lo exterior del mismo, las luces y las sombras, los valores cromáticos. Maximun de distancia, minimun de intervención sentimental.
Impresionismo
El otro día en una charla en el “ies Guillem Sagrera”, al final en el turno de preguntas, me preguntó una chica ¿pero a usted que le gusta más, la vieja o la nueva política? Bueno, gustar, gustar, le contesté, la vieja política con sus protocolos y sus formas y tradiciones, con sus apasionados debates pero educados y respetuosos, con la buena relación personal con los adversarios por encima de las opiniones diversas. Pero también me gusta más Sinatra, que cualquiera de los ruidosos cantantes actuales. Y el impresionismo en pintura, antes que los cuadros de hoy que no me llegan. Y Stendhal mucho más que el cretino de Reverte. Pero no se trata de “gustar”, se trata de aceptar el imperativo de nuestra época, o resignarnos a ser arrumbados al baúl de los recuerdos. Y yo aún no me resigno a ser expulsado del hoy.
En cada una de esas dos posturas hay grados diferentes de participación sentimental. Situados en la una nos encontramos con un aspecto del mundo que es la realidad “vivida”, en la otra vemos todo su aspecto de realidad “contemplada”. Pero entre esos diversos aspectos de la realidad, que corresponden a los diferentes puntos de vista, hay uno del que derivan todos los demás, y en todos los demás va supuesto. Si no hubiese alguien que viviese en pura entrega y frenesí, el hecho contemplado nos sería ininteligible. Un cuadro, una poesía, donde no quedase resto alguno de las formas vividas – escribía Ortega – serían ininteligibles, es decir, no serían nada. Quiero decir que en la escala de las realidades, corresponde a la realidad “vivida” una peculiar primacía, que nos obliga a considerarla como “la” realidad por excelencia. Podríamos afirmar, pues, que el punto de vista humano, es aquel en que “vivimos” las situaciones, las personas, las cosas. Y viceversa, son humanas todas las realidades, cuando ofrecen el aspecto bajo el cual suelen ser vividas.
¿Por qué tendríamos que tener hoy razón los viejos contra los jóvenes, siendo así que – como nos muestra la historia - el mañana da siempre la razón a los jóvenes contra la vieja guardia? Sobre todo no nos conviene, me parece, indignarnos ni pontificar gritando. “Dove si grida non è vera scienza” dijo Leonardo da Vinci; “Neque lugere neque indignari, sed intelligere”, recomendaba Spinoza. Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestros límites, nuestros confines, nuestra prisión. Parca sería nuestra vida si no aleteara en ella, un afán formidable de ampliar sus fronteras. Se vive en la proporción, en que se ansía vivir más. Toda obstinación en mantenernos dentro de nuestro horizonte habitual, significa debilidad, decadencia de las energías vitales. El horizonte es también una línea biológica. Mientras gozamos de plenitud, el mismo emigra, se dilata, ondula elástico casi al compás de nuestra respiración. En cambio, cuando el horizonte se fija, es que se ha anquilosado. Y que nosotros, ahora sí, ingresamos en la vejez.
Pues eso, a seguir dilatando los horizontes.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Diciembre del 2016.