Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

viernes, 30 de diciembre de 2016

CONSUMO, POSVERDAD Y HUMANIDADES

Los medios consagran la palabra “posverdad”, para señalar como una novedad lo que es tan viejo como la historia humana, “que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales”. Hay que presentar, parece obligado, como un atraso y una rareza, que la economía del deseo condicione los comportamientos. Y, sin embargo – se preguntaba hace una semana Ramoneda - ¿qué es sino, por ejemplo, lo que induce al consumo? Consumir es “Utilizar un producto para satisfacer una necesidad real o creada”. Pero también: “Desazonar, apurar, afligir”.
No es lo que se compra, sino la acción de consumir lo que importa. Por el camino dejamos la libido y queda sólo la pulsión. Se nos invita por tierra, mar y aire a una forma patológica del consumir. Y de pronto se descubre ¡vaya por dios! que unos votaron el Brexit y otros a Trump, porque hemos entrado en las posverdad. Pero si de posverdad pudiéramos hablar como novedad, no sería por la siempre presente economía del deseo, si no porque la mentira se ha hecho viral, como se dice ahora, y los mecanismos para desmontarla son impotentes.
Hoy en día nos preguntamos ¿para que sirven las humanidades? Pues precisamente para eso, para desmontar las mentiras virales. Para defender el sentido de la palabra, y para dar entidad a la complejidad de la experiencia humana. O sea, para salvar al ser humano de su reducción a estricto “homo economicus”; para salvar al ciudadano de ser despojado de su condición de tal, para encerrarle en su propio cuerpo como individuo aislado. Y la experiencia es precisamente, el lugar de referencia de las humanidades. La experiencia, al modo de Montaigne, como expresión de la profunda materialidad del hombre.
En esta sociedad acelerada en que vivimos, en la que el ritmo de las cosas está dominado por la dinámica sin freno del espacio virtual, más necesidad que nunca tenemos de las humanidades. Las humanidades son útiles, precisamente, para ofrecer otra perspectiva desde la que contemplar las cosas; para tomar distancia de los acontecimientos, y no convertir en novedad lo que no lo es; para salvarnos de papanatismo del último “gadget”; para proteger los espacios, tan queridos para algunos, del silencio y de la pausa; para mantener viva la desconfianza en las ideas recibidas y, especialmente, en las verdades incontestables; para no dejarnos colonizar la atención; y para repensar la vida. En clave camusiana: “Ser capaces, como Proust, de ver la realidad con otros ojos”. Y de reconocer – ahora en clave unamuniana – el sentido trágico de la vida, cuya negación es el germen de la barbarie. Las humanidades me aportan, creo, la dimensión irónica que me permite asumir con cierta serenidad – esta vez en clave orteguiana – la locura de las circunstancias de mi yo.
Josep Ramoneda
Escribía Savater que la posverdad es la antítesis contra la que siempre se ha luchado, no de ahora, sino desde el ágora socrática. Y para el que desee saber algo más de posverdad, populismos y demás no-verdades al uso, han salido este mes dos libros a mi parecer muy adecuados. Uno es “Estudios del malestar” en el que José Luis Pardo nos ofrece un análisis en profundidad, sobre la confusa metástasis política, tecnológica y social que, en estos tiempos, nos somete a trumpazos y bandazos sin cuento. Y la sustitución sentimental del racionalismo democrático, por el clamor de “las tripas”, como en mi juventud se decía, es el tema del otro libro: “La democracia sentimental” de Manuel Arias Maldonado, que no solamente argumenta con tino sobre todo esto, sino que además brinda abundantes pistas bibliográficas, para continuar indagando por nuestra cuenta.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Diciembre del 2016.

jueves, 22 de diciembre de 2016

EL PSOE, Y COMO LO ENTIENDO YO

Escribí ya hace unos días que actualmente, desde la dimisión de Pedro Sánchez, detecto en el PSOE demasiada pasión, rabia, resentimiento, posturas radicalmente enfrentadas y emociones desatas. Todo lo cual, a no tardar, nos pasará factura. Pues gane quien gane las primarias, no podrá gobernar un partido escindido en casi dos mitades. Para dirigirlo con un mínimo de solvencia, se necesitarán mucho diálogo, negociaciones y pactos. De manera que cuanto más abramos la brecha entre compañeros, mucho más costará cerrarla. Y si no logramos cerrarla, se producirá una escisión, y ambas partes se convertirán en irrelevantes para el futuro de España.
La potencia verdaderamente sustantiva que impulsa y nutre un partido político, es siempre un proyecto sugestivo de vida en común. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión “a priori”, sólo se da en el ámbito de la familia, y aun así. Los ciudadanos, grupos o sectores sociales que integran un partido, viven juntos “para algo”; son una comunidad de propósitos, de anhelos. No conviven por “estar juntos”, sino “para hacer” juntos algo.
A los pueblos que la rodeaban, Roma les sonaba a nombre de una gran empresa vital, donde todos podían colaborar; Roma era un proyecto de organización nacional o internacional, era una tradición jurídico-política superior, un tesoro de ideas recibidas de Grecia, que prestaban un brillo superior a la vida. Y el día que Roma dejó de ser ese proyecto de “cosas por hacer mañana”, el Imperio se desarticuló.
Fecisti patriam diversis gentibus unam,
Urbem fecisti quod prius orbis erat
(BlochL’Empire romain”)
En el PSOE recordamos y presumimos, con razón, nuestros 137 años de antigüedad. Pero no es el ayer, el pretérito, por muy grande que haya sido, lo decisivo para que un partido exista. Los partidos se forman y viven de tener un programa para el mañana. No sé si son muchos más que yo, los militantes que estos días se preguntan ¿para que vivimos juntos? Y lo hacemos a mí entender, porque “vivir es algo que se hace hacia delante”, es una actividad que va de este segundo mismo, al inmediato futuro. No basta, pues, para vivir, la resonancia del pasado, y mucho menos para convivir. Renan decía que una nación es un plebiscito cotidiano. Pues de la misma forma, en el secreto inefable de nuestros corazones, se produce todos los días, hace meses, un fatal sufragio que decide si el PSOE puede, de verdad, seguir siendo el partido que fue y debería seguir siéndolo.
Julian Besteiro
Los “drusos” del Líbano (conocí en persona a su gran líder Walid Jumblatt) son enemigos del proselitismo, por creer que el que es “drusita” ha de serlo desde toda la eternidad. Del mismo modo, me temo que hoy a muchos militantes socialistas, nos falta la cordial efusión del combatiente, y nos sobra la arisca soberbia del triunfante. No queremos luchar, queremos simplemente vencer. Y como las dos cosas a una no son posibles, preferimos vivir de ilusiones, y nos contentamos con proclamarnos vencedores en las redes sociales, o simplemente en nuestra imaginación. Pero como decimos en Mallorca: “No diguis blat fins que sigui al sac i ben lligat”. Quien desee que el PSOE entre en un periodo de consolidación, quien en serio ambicione la victoria, deberá pelear duro y contar con los demás, aunar fuerzas y, como Renan también decía: “excluir toda exclusión”. La insolidaridad actual que percibo en el interior del partido, produce un fenómeno muy característico en nuestra vida orgánica, que deberíamos todos meditar: cualquiera tiene fuerza para deshacer, pero nadie la tiene para hacer.
Debemos aceptar que el juego de la existencia, individual y colectiva, va a regirse ya por reglas distintas, y para ganar en él la partida, serán menester dotes y destrezas muy diferentes, de las que en el próximo pasado proporcionaban el triunfo. El sistema de valores que disciplinaba nuestra actividad en los ochenta, ha perdido, sino vigencia, al menos evidencia, fuerza de atracción, vigor imperativo.
Hannah Arendt
Tendremos que avalar un proyecto político muy en sintonía, con estos nuevos tiempos de la ciudadanía (tampoco es tan difícil, muchas de las propuestas del mismo, ya figuran en nuestro último programa electoral) huyendo, eso sí, de “posverdades” a la moda, y propuestas populistas, por ello irrealizables en la verdad de la dura realidad. Como advertía Julián Besteiro: “El ideal tiene que ser realidad. Y por ello nos obliga a poner todos los medios posibles para realizarlo. El ideal hay que sacarlo de la realidad. Y elaborarle para hacerle realizable. Idealismo y realismo, pero sin moldear aquél para adaptarle a las circunstancias.” Pero no es suficiente que el proyecto político, nos parezca verdadero por realizable. Es preciso que, además, suscite en nosotros y en los votantes, una fe plenaria y sin reserva alguna. Un proyecto político perfecto desde un punto de vista racional, pero que no nos incite a la acción, sería, a mi entender, incluso inmoral. “El ideal ético – decía Ortega – no puede contentarse con ser él correctísimo: es preciso que acierte a excitar nuestra impetuosidad”.
Y especialmente nos será imprescindible, elegir al líder adecuado, que nos ilusione, que nos provoque, que nos emocione, que lea bien la batalla y nos dirija en ella. Decía Hannah Arendt a propósito de esto: “Las ideas de que solamente aquellos que saben obedecer, están capacitados para mandar, o que solamente aquellos que saben como gobernarse a sí mismos, pueden gobernar legítimamente sobre los demás, hunden sus raíces en la relación entre la política y la filosofía”. Pero ese líder emotivo e ilusionante, capaz de obedecer y gobernarse a sí mismo, también deberá ser capaz de articular un amplio y hoy difícil consenso. Imposible dirigir un partido dividido internamente en grandes proporciones. ¿Cómo podría vencer al adversario exterior, un líder que se viera obligado a diario, a conquistar a su propio partido?
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Diciembre del 2016.

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL PSOE Y EL "RESSENTIMENT"

Actualmente, desde la dimisión de Pedro Sánchez, detecto en el PSOE demasiada pasión, rabia, resentimiento, posturas radicalmente enfrentadas y emociones desatas. Todo lo cual, a no tardar, nos pasará factura. Pues gane quien gane las primarias, no podrá gobernar un partido escindido en casi dos mitades. Para dirigirlo con un mínimo de solvencia, se necesitarán mucho diálogo, negociaciones y pactos. De manera que cuanto más abramos la brecha entre compañeros, mucho más costará cerrarla.
Pero se detecta, me parece, en algunos compañeros, un sentimiento que estimo aún más preocupante. Y me refiero al “ressentiment”, del que escribí hace tiempo en Facebook. Que no es exactamente lo mismo que el castellano “resentimiento”.
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo, que funciona en la conciencia pública degenerada. El lo llamó “ressentiment”, quizá por no encontrar en su alemán natal, una palabra más específica para lo que quería referir. Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior, por carecer de ciertas cualidades – inteligencia, o valor, o elegancia, o cultura, o experiencia universitaria, o capacidad de trabajo – procura indirectamente afirmarse ante su propia vista, negando la excelencia de esas cualidades. Y como indicó un analista de Nietzsche, cuyo nombre ahora no recuerdo, no se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor, la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición de las uvas demasiado altas. El infectado de “ressentiment” va más allá: odia la madurez, y prefiere lo inmaduro. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una “capitis disminutio”, y en su lugar triunfa lo inferior.
Me temo que la grave crisis económica, y los sufrimientos que de ella se devengan, están construyendo un mundo lleno de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran los tales – escribía Ortega en “Confesiones de “El Espectador” – que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse, esta irrealizable nivelación, es una cruel jornada para estas criaturas “resentidas”, que se saben fatalmente condenadas, a formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie.
Nietzsche
En los momentos en que estas personas se quedan solas, le llegan de su propio corazón, bocanadas de desdén para sí mismas. Intuyen con precisión, que será inútil que por medio de artimañas de poco calado, consigan papeles vistosos en la sociedad. Y si consiguen un aparente triunfo social o político, el mismo envenena aún más su interior, revelándoles el desequilibrio inestable de su vida, a toda hora amenazada de derrumbamiento. Aparecen ante sus propios ojos, como falsificadores de sí mismos, como monederos falsos, donde la moneda defraudada es la persona misma defraudadora.
Este estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se manifiesta tanto más en aquello oficios, donde la ficción de las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste – añadía Ortega – como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, sin prócer carácter? ¿Cómo han de mirar esos hombres, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismos?
Periodistas, analistas, tertulianos, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dijo Quevedo, es tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
¡Así que, al tanto!

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Noviembre del 2016.

martes, 13 de diciembre de 2016

RELACIÓN ENTRE POLÍTICA Y FILOSOFÍA

Me referí el otro día en mi Blog (“El miedo es antipolítico”) apoyado en unas reflexiones de Hannah Arendt, a las relaciones entre la Política y la Filosofía, y me preguntaba si Donald Trump debería saber algo de eso (https://senator42.blogspot.com.es/2016/11/el-miedo-es-antipolitico.html) Pues bien, algunos amigos me han reclamado que explicara eso con más detalle. Es imposible explicar todo lo que los filósofos y políticos han escrito sobre ello, desde los griegos hasta los más actuales, Raymond Aron, la propia Arendt y Jürgen Habermas entre mis favoritos. Pero veamos si soy capaz de resumir algo de forma inteligible.
Para Sócrates el hombre no era todavía un “animal racional”, sino un ser pensante, cuyo pensamiento se manifestaba en la forma del discurso. Y la identidad de discurso y pensamiento, que juntos forman el “logos”, es quizá una de las características sobresalientes de la cultura griega. Lo que Sócrates añadió a esta identidad, fue el diálogo del “yo” consigo mismo, como condición primaria del pensamiento. La relevancia política del pensamiento de Sócrates, consiste en la afirmación de que la “soledad”, que antes y después de él, era considerada la prerrogativa y el “habitus” profesional del filósofo en exclusiva, y que era naturalmente sospechosa para la “polis” de ser antipolítica, es, por el contrario, la condición necesaria para el buen funcionamiento de aquella, la “polis”, una mejor garantía que las reglas de comportamiento, forzadas por las leyes y el miedo al castigo. Platón, coherente con el núcleo de su filosofía, se opuso con la afirmación de que la medida de todas las cosas es un “theos”, un dios, lo divino. A lo que Aristóteles respondió: “La medida para todos es la virtud y el hombre bueno”.
Sócrates
Es compresible que unas enseñanzas tales estuvieran, y siempre estarán, en cierto conflicto con la “polis”, que debe exigir respeto a las leyes, con independencia de la conciencia personal. Para mi generación y la anterior, que hemos pasado por la experiencia de la organización totalitaria de las masas, resulta nítido que si no se garantiza una mínima posibilidad de “estar a solas con uno mismo”, serán abolidas todas las formas seculares de conciencia.
Sócrates también entró en conflicto con la “polis”, de otro modo menos obvio. La búsqueda de la verdad en la “doxa” (concepto que, de modo distinto al nuestro de “opinión”, posee una fuerte connotación sensorial) parece conducir al resultado catastrófico de que la misma, la “doxa”, sea destruida por completo. La verdad puede acabar con la “doxa”, puede destruir la verdad específicamente política de los ciudadanos. Todas las opiniones son erradicadas, pero no se aporta ninguna verdad en su lugar. El abismo entre la verdad y la opinión, que a partir de aquel momento, iba a separar al filósofo de todos los demás hombres, estaba ya apuntado o presagiado.
Para decirlo de otra manera, el conflicto entre la filosofía y la política, estalló no porque Sócrates hubiera deseado desempeñar un papel político, sino porque quiso convertir la filosofía en algo relevante para la “polis”. El conflicto terminó con la derrota de la filosofía: sólo a través de la conocida “apolitia”, la indiferencia y el desprecio por el mundo de la ciudad, tan característico de toda la filosofía posplatónica, pudo el filósofo protegerse de las sospechas y las hostilidades del mundo que le rodeaba. Lo único que los filósofos desearon desde entonces, con respecto a la política, fue que les dejase en paz. Pero el filósofo, aunque percibe algo que es más que humano, que es divino, sigue siendo un hombre, de modo que el conflicto entre la filosofía y los asuntos de los hombres es, en último término, un conflicto dentro del propio filósofo.
El porqué los filósofos no son capaces de saber qué es bueno para ellos mismos – están alienados respecto de los asuntos humanos – se capta en la metáfora de la caverna de Platón: ya no pueden ver en la oscuridad de la cueva, han perdido su sentido de la orientación, han perdido lo que nosotros llamaríamos su “sentido común” (releer a G. E. Moore). Uno de los aspectos para mí más desconcertantes de la alegoría platónica, es que las dos palabras políticamente más significativas que designan la actividad humana, el discurso y la acción – “lexis” y “praxis” – estén ausentes en toda esa historia.
Platón
El “thaumadzein”, el asombro ante aquello que es tal como es, según Platón un “pathos”, algo que se soporta y, como tal, bastante diferente del “doxadzein”, del formar una opinión sobre algo; la idea de que este asombro mudo, es el comienzo de la filosofía, se convirtió en un axioma, tanto para Platón como para Aristóteles: la verdad última está más allá de las palabras. Este asombro ante todo lo que es tal y como es, nunca se relaciona con una cosa particular y, por consiguiente, Kierkegaard lo interpretó como la experiencia de la no-cosa, de la nada. Y la generalidad específica de las afirmaciones filosóficas, que las distingue de las afirmaciones científicas, surge de esta experiencia. El filósofo, que es un experto en asombros, en hacerse esas preguntas, que surgen cuando nos sentimos maravillados ante algo – cuando Nietzsche dice que el filósofo, es el hombre al cual le pasan continuamente cosas extraordinarias, está aludiendo al mismo asunto – se encuentra en un doble conflicto con la “polis”. Puesto que su experiencia más profunda carece de palabras, se ha situado fuera del terreno político, en el cual la facultad más elevada del hombre es, precisamente, la del discurso, que es el que hace al hombre un “ser político”.
Con todo, incluso más grave en sus consecuencias, es el otro conflicto que amenaza la vida del filósofo. Puesto que el “pathos” del asombro no es ajeno a los hombres, sino que, al contrario, es una de las características más generales de la condición humana, y puesto que el modo de salir de él, es formar opiniones allí donde no son de recibo, el filósofo entrará en conflicto, inevitablemente, con dichas opiniones, que él encuentra intolerables. Él es el único que no sabe, el único que no tiene una “doxa” distintiva y definida, para competir con las demás opiniones, sobre cuya verdad o falsedad, desea decidir el sentido común. Si el filósofo comienza a hablar en este mundo del sentido común, al cual pertenecen también nuestros prejuicios y juicios comúnmente aceptados, siempre estará tentado de hablar en términos sin sentido o – por usar la frase de Hegel – a poner el sentido común “cabeza abajo”.
Para el filósofo, la política – cuando no consideraba este espacio en su totalidad, como algo inferior a la dignidad – devino el campo en el cual se atienden, las necesidades elementales de la vida humana y, así, se la juzgó en buena medida, como un negocio sin ética, no sólo por parte de los filósofos, sino también por muchos otros en siglos posteriores, cuando ya las conclusiones filosóficas, formuladas originalmente por oposición al sentido común, habían sido finalmente absorbidas por la opinión pública de los instruidos. Se identificó la política con el gobierno o el dominio (que no son lo mismo) y ambos fueron considerados como un reflejo de la debilidad de la naturaleza humana.
Sin embargo, mientras que el inhumano estado ideal de Platón nunca se hizo realidad, y la utilidad de la filosofía tuvo que ser defendida a lo largo de los siglos – pues en la acción política real, demostró ser completamente inútil – la filosofía cumplió un insigne servicio para el hombre occidental. Dado que Platón deformó, en cierto sentido, la filosofía con propósitos políticos, ésta continuo aportando criterios y reglas, patrones y medidas, con los cuales la mente humana, pudiese intentar al menos comprender lo que estaba pasando en el terreno de los asuntos humanos. Es esta utilidad para la comprensión, la que se agotó con la llegada de la era moderna. En Hobbes encontramos por primera vez, una filosofía que no tiene ninguna utilidad para la filosofía, sino que pretende desarrollarse, a partir de aquello que el sentido común da por sentado. Y Marx, el último filósofo político de Occidente, y el último que se mantiene aún en la tradición iniciada por Platón, intentó poner la filosofía “cabeza abajo”, junto con sus categorías fundamentales y su jerarquía de valores. Con dicha inversión, la tradición había llegado a su fin.
El comentario de Tocqueville de que “en la medida en que el pasado, ha dejado de arrojar luz sobre el futuro, la mente del hombre vaga en la oscuridad”, fue escrito a raíz de una situación, en la cual las categorías filosóficas del pasado, ya no bastaban para comprender. Estos días, quizá más que nunca, vivimos en un mundo en el que ni siquiera el sentido común, conserva algún sentido. La quiebra del sentido común en el mundo presente, señala que la filosofía y la política, a pesar de su viejo conflicto, han sufrido el mismo destino. Y ello significa que el problema de la filosofía y la política, o de la necesidad de una nueva filosofía política, de la cual pudiese surgir una nueva ciencia de la política, se halla una vez más en el orden del día.
Si los filósofos, a pesar de su necesario extrañamiento respecto de la vida diaria de los asuntos humanos, llegasen alguna vez a una verdadera filosofía política, tendrían que hacer de la pluralidad del hombre, de la cual surge todo el espacio de los asuntos humanos – en su grandeza y en su miseria – el objeto de su “thaumadzein”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 2 de Diciembre del 2016.



jueves, 8 de diciembre de 2016

LAS ÉLITES Y LA "POSVERDAD"

Hace ya unas semanas se celebraron primarias en el Partido Republicano francés, para elegir a su candidato a Presidente de la República. Todos los que optaron al mismo, con excepción de uno, se presentaban como “anti-sistema”. El veterano Alain Juppé, fue el único que mantuvo la decencia, de no entrar en esa vergonzosa subasta por el electorado populista de Marine Le Pen ¿y así le fue? Un ejemplo más – escribe Ramoneda – de esa patética deriva de la política, a la que algunos califican de “posverdad”. Y de cuyo novedoso vocablo, escribí no hace mucho en mi Blog: https://senator42.blogspot.com.es/2016/11/hoy-todo-es-pos.html
Que los hechos objetivos, son menos influyentes en la opinión pública, que las opiniones y las creencias personales”, tampoco me parece tan novedoso, aunque hoy lo denominemos “posverdad”. Las emociones y las creencias personales, han venido teniendo una importancia crucial en política, desde los inicios de la historia. Sólo de este modo se explica el “pathos” revolucionario o nacionalista, desde hace tanto tiempo presente en nuestras sociedades. Lo novedoso hoy, no es la fuerza de las emociones y las creencias, sino la incapacidad de la política para detectarlas. La “posverdad” estaría en las mentiras de los que intentan atraer a los votantes, presentándose como lo que no son, y prometiendo lo que no creen. Y lo grave es que la ciudadanía los tomé en serio. El PP y Trump, son dos grandes ejemplos de ello.
Este ¿comprensible? furor anti-sistema, proviene más bien, me parece, del hecho que la llamada “globalización”, reparte muy injustamente los costes y beneficios, y amenaza directamente la cohesión social. Como ha dicho Bruno Latour, es urgente abrir un camino entre la utopía globalizadora y la del regreso al pasado. Esta maniquea reducción del debate político, pone, sí, en evidencia, el fracaso de la izquierda, y la necesidad de su imperiosa renovación y puesta al día, para detener ese camino, hoy aparentemente imparable, hacia el autoritarismo liberal y posdemocrático.
Pongamos atención, ya lo he escrito antes, al hecho de que Trump ha ganado con el voto republicano de siempre. O sea que no parece que su apoyo electoral, haya expresado – decía Máriam Martínez Bascuñán – una confrontación del “buen pueblo”, frente a las aristocracias políticas, sino un problema dentro de estas mismas. Que no hay política sin élites políticas, ya nos lo explicó hace mucho tiempo Pareto. Lo que está fallando, opino, es el mecanismo de selección o circulación de dichas élites. Recordemos que los dirigentes republicanos, no querían a Trump, pero éste les derrotó con el apoyo de las “bases”.
A las élites les está perdiendo su soberbia, el pensar que pueden seguir haciendo política como siempre, como si nada hubiera ocurrido, como si bastara con el control de los medios tradicionales de opinión, para seguir mandando. Pero estos han dejado de conformar la opinión pública, y la autoridad en la interpretación informativa, al menos en gran parte. Para bien o para mal, ahora las comparten con las redes sociales y los medios digitales, aparentemente más capaces de detectar las nuevas sensibilidades, e incorporar la espontaneidad social. Las élites están viviendo ajenas a un mundo en plena transformación, pero tampoco es recurso válido, el regreso a arcaicas soluciones, a utopías regresivas.
Estamos ante nuevas reglas y prácticas, a las que el “establishment” político de hoy no sabe dar respuesta. Triunfarán los que sepan “leer bien la batalla”, hacer la lectura adecuada del tiempo en que vivimos. Y ofrezcan un liderazgo renovado, para abordar los problemas del presente y del futuro. No aquellos que siguen conduciendo – apostilla Máriam – con el espejo retrovisor, o se limitan a hacer de correa de transmisión de otras élites, quizá también ya arcaicas, pero aún más poderosas.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Noviembre del 2016.