Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 26 de febrero de 2018

REPUBLICANISMO Y/O ECONOMÍA

No asustarse antes de tiempo, el Republicanismo del que voy a hablar, nada tiene que ver con la cuestión de las formas de Estado. Se trata más bien de una teoría sobre la libertad y el gobierno, que fascinó a algunos socialistas de la “tercera vía”, a finales del siglo pasado y comienzos de éste.
Seguro que muchos recordáis aquel cartel, que colgaba en la oficina de Bill Clinton durante su primera campaña presidencial: ¡Es la economía estúpido! Una forma de recordar a diario a los colaboradores, que la economía era el núcleo de la campaña electoral. Y siempre he creído que los socialistas nunca deberíamos olvidar eso: que la economía tiene que ser la base de nuestro proyecto de transformación.
Nunca estuve muy de acuerdo con Rodríguez Zapatero desde el inicio, porque reivindicaba esa teoría del Republicanismo y a uno de sus valedores, Philip Pettit, y su principal obra “Republicanismo. Una teoría sobre la libertad y el gobierno”, como referentes ideológicos.
El Republicanismo, al menos como yo lo veo, vendría a ser algo así como el socialismo democrático, despojado de sus errores ¿despojado del socialismo? El Republicanismo sería el postsocialismo, el socialismo que ha dejado de ser socialista. Como el tema de las reformas económicas deja poco margen de acción, y para llevarlas a cabo se necesita mucho valor, romper muchos huevos, y contar con un gran apoyo de la ciudadanía, olvido el terreno de la economía, y me refugio en el tema – nada desdeñable por otra parte – de profundizar los derechos y libertades en la sociedad democrática. Una especie de liberalismo más progresista.
Preocupante también era, que el pensamiento filosófico “comunitarista”, fuera el que apareció más rápida y sólidamente asociado con el Republicanismo. Este último pretende ser una alternativa, respetuosa, al liberalismo clásico y al socialismo. Reivindica la tradición de la democracia participativa de Cicerón o del Maquiavelo de los “Discursos”. Entiende la libertad como ausencia de dominación, aunque en mi opinión no aporte gran cosa, frente a la tradición liberal propiamente dicha. Parece aspirar a ser una especie de vía intermedia o síntesis, entre la libertad como ausencia de interferencia y la libertad participativa, propia de la democracia clásica. Algo sí como un socialismo postsocialista.
Los socialistas no podemos, en ningún momento, esquivar el terreno de la economía política. Nos recordaba el otro día Mariám M. Bascuñán, que “condición pos-socialista” fue la expresión de Nancy Fraser, para el momento surgido tras la caída del muro de Berlín. Y el “agotamiento de las energías utópicas”, parecía dar la razón a Fukuyama y su fin de la historia. Fue ahí cuando la nueva gramática, que aspiraba a cubrir ese vacío, el de una visión alternativa progresista, encontró un espacio en el reconocimiento de la diferencia cultural.
Pero esa “anémica” propuesta no podía ser creíble, decía Fraser, porque eludía “el problema de la economía política”. Ante el influjo del reconocimiento cultural, la izquierda olvidó el tema de la distribución de la riqueza. Fue así como se produjo, el desplazamiento de la economía por la cultura. Lo curioso es que, mientras se profundizaba en esta deriva, la izquierda se escandalizaba porque el neoliberalismo seguía campando a sus anchas.
En estos tiempos, cuando Piketty consigue redefinir las contradicciones del capitalismo en el siglo XXI, proponiendo la gobernanza global, vemos como Podemos insiste en el error de situar la “democracia cultural”, en el centro del proyecto de izquierdas. Y lo hace promoviendo una visión radicalizada de la cultura propia, identificada con un principio de soberanía nacional. Parece que se ha entregado al mercado de las identidades, alimentando el narcisismo de las pequeñas diferencias. Y ni visos de respuesta, a como gestionar las interdependencias, al equilibrio de la convivencia dentro de los islotes identitarios.
Todo ello quizá, porque lo que está en juego, no es distribuir diferencias sino poder. Y parece que, para obtenerlo, no se trata tanto de perseguir un proyecto emancipador, como de acentuar contradicciones hiperlocalizadas, subrayando lo que nos separa, no los que nos une. La izquierda de la izquierda sigue sin rumbo, como siempre a lo largo de la historia.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 26 de Octubre del 2017.



lunes, 19 de febrero de 2018

Y EN ESO LLEGÓ EL ESTADO Y MANDÓ PARAR


<El Estado es la más alta clase de comunidad y aspira al más alto bien… Muchas familias combinadas hacen un pueblo; varios pueblos un Estado… El Estado, aunque posterior en tiempo a la familia, es anterior a ella y aún al individuo, por naturaleza; porque lo que es cada cosa cuando se desarrolla por completo, lo llamamos su naturaleza, y la sociedad humana, completamente desarrollada es un Estado, y el todo es anterior a la parte… El que fundó el Estado fue el mejor de los benefactores, porque, sin ley, el hombre es el peor de los animales, y la ley depende, para su existencia, del Estado. El Estado no es una mera sociedad para el trueque y para impedir el crimen: El fin del Estado es hacer buena la vida>
(Aristóteles. “La Política”)


Con frecuencia he repetido que soy muy del Estado, y muy poco de las naciones. Estas últimas siempre me han recordado, a aquellas señoritas de buena casa de la generación de mis padres, siempre empujadas de un lado al otro por los sentimientos y emociones más triviales e inconsistentes, carentes de una estructura intelectual que pudiera embridar los mismos. Henchidas de romanticismo y falsos ideales. Esclavas de una falta de educación, que les permitiera separara el trigo de la paja, la utopía de lo posible.
Nos recordaba el otro día Santos Juliá, que desde que irrumpió en escena, allá por la última década del XIX, una constante del catalanismo político ha sido su propensión a dar un paso adelante, cada vez que creía percibir una debilidad o una crisis en el Estado español. Fue lo que ocurrió cuando los nacionalistas catalanes, asistieron al derrumbe de la Monarquía de la Restauración, en abril de 1931. El máximo dirigente del recién creado partido de Esquerra Republicana, Francesc Macià, proclamó (el mismo 14 de abril) “El Estat Català, sota el regimen republicà”. El experimento duró sólo tres días. Prieto, en nombre del Gobierno de la República, amenazó a Macia en persona con enviar al Ejército. Pero muy pronto, en otro momento de crisis, en los primeros días de octubre de 1934, desde el balcón de la Generalitat, su Presidente entonces Lluis Companys, proclamó un “Estat català dins la República federal espanyola”. El nuevo experimento fue liquidado inmediatamente a cañonazos, por el General catalán Batet i Mestres.

Francesc Macià
Batallitas de otros tiempos se dirá. Pero fue ayer mismo, cuando ante una nueva crisis de Estado, el nuevo paso adelante del catalanismo, se convirtió en un salto al vacío. Ante la gran crisis económica mundial, se extendió entre los nacionalistas catalanes, la convicción de que el Estado español, fruto de la Constitución de 1978, había entrado en barrena. O peor, que ya no había Estado en España, sino, por un lado, una asociación de políticos corruptos afincados en el Gobierno y, por otro, una multitud indignada, dispuesta a dar en la calle la batalla, contra el prematuramente denostado régimen del 78.
Ahora o nunca, parece que se dijeron los independentistas catalanes. Pero esa era toda su estrategia. Apoyados en un inamovible 47,7% de electores, pero sostenidos por un entramado amplio de asociaciones, institutos, intelectuales, emisoras de radio y televisión, con un gran poder de convocatoria, bien engrasado con dinero público, dieron por hecho que un referéndum ilegalmente convocado, sería suficiente para declarar un nuevo Estado. Lo mismo que Macià en 1931 cuando se hundía la Monarquía, lo mismo que Companys en 1934, ahora, en 2017, sería Puigdemont quien, ante la crisis de régimen, asumiría para la coalición secesionista, todo el poder en Cataluña. Una gesta, o una revolución como esperaba la CUP, que abriría el camino de la liberación, al resto de nacionalidades y pueblos de España.
Como argumenta Josep Ramoneda, en pleno desconcierto desde el 27 de octubre, con las relaciones personales muy deterioradas por la desbandada, el independentismo no está sabiendo gestionar, el regalo que le llegó el 21 D, en forma de mayoría parlamentaria. Su estrategia se había estrellado contra el muro del Estado, pero el voto ciudadano le ofreció la oportunidad de recuperar las instituciones, y recomponer sus planes desde el Govern. Pues por mucho que se desprecie el poder autonómico, más vale éste que nada, mejor pájaro en mano que ciento volando. Pero encallado en un largo proceso de elaboración del duelo por lo perdido – y por lo no ganado – que Puigdemont hace girar en torno a su persona, no acaban de aterrizar. Y mientras tanto el pensamiento ilusorio va por barrios. El independentismo viajaba en una burbuja, que le hizo creer que el Estado estaba debilitado y desconcertado, y que tenía en su mano la posibilidad, ahora sí, de tumbarlo: se estrelló.
Lluís Companys
La cosa sigue muy liada, es cierto. Pero la promesa de la luna de una república catalana, se ha diluido. Como escribe Lluís Bassets, al menos este capitulo ha quedado cerrado. Hasta los más fieles “procesistas”, están convencidos de que no habrá independencia ni a corto ni a medio plazo. Las prisas, los plazos sin prórroga, las hojas de ruta, y las fechas gloriosas, que conducían indefectiblemente al paraíso, han pasado a mejor vida. De momento “hacer república” no significa nada. Algunos siguen hablando del derecho a decidir, y de su materialización en un referéndum legal y pactado. Pero si ello estaba lejos, antes del desenlace tumultuoso y dramático del “Procés”, ahora está más alejado, mucho más allá de un horizonte visible.
También, ha quedado en evidencia, si es que ya no lo estaba antes, el empate paralizador para cualquier decisión plebiscitaria, que se vive en Cataluña, donde ninguna de las dos mitades está dispuesta a admitir que por unos pocos votos, sea la otra la que imponga su voluntad sobre todos. Y los dirigentes ya intuían, me temo, que la historia iba a cobrarse un precio elevado. Pero a día de hoy, ya han tomado plena consciencia, e incluso han descubierto, a cuanto subía. Y que quizá no serán capaces, o no estarán dispuestos, a pagarlo. Son muchos los tópicos del independentismo, que han quedado hechos añicos. Deberían haber tenido presente, que nada se puede obtener sin una enorme paciencia, y una gran contención táctica. Todo lo contrario exactamente, del activismo astuto y febril de Puigdemont.
Carles Puigdemont
No ha sido el Gobierno con su pasividad primero, y su torpe actuación el 1 de octubre, pero sí el resto del Estado (el Tribunal Supremo, el Consejo de Estado, el Tribunal Constitucional y el Senado) el que ha demostrado la fortaleza y determinación del mismo. No ha sido la Moncloa, que ya ha comenzado a pagar su círculo de errores y corrupciones, la que ha triunfado en esta desgraciada confrontación, como gime Puigdemont; ha sido el Estado, ese dinosaurio que seguía allí, quien, por el momento, ha logrado encauzarla sin necesidad de recurrir a la violencia. Por mucho que algunos se esfuercen en cantar victoria, ya todo el mundo sabe que la vuelta de tuerca (al independentismo y a las reglas del juego) la han dado los tribunales y el poder legislativo.
La lección mayor para el independentismo, debiera ser el descubrimiento de lo que es un Estado. Quería uno para los catalanes solos, pero no sabía propiamente qué era un Estado. Súbitamente, por su mala cabeza rupturista, ahora el independentismo se ha caído ya del guindo, y lo está comprobando. El Estado es mucho más que Rajoy, que el PP y que el Gobierno. Viene de lejos y su fuerza deriva, entre otras cosas, de que es reconocido como tal por sus pares, iguales que el español en el monopolio legal de la coerción para su supervivencia, y para el mantenimiento de la integridad territorial.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Febrero del 2018.



martes, 13 de febrero de 2018

SÓCRATES SEGÚN ARENDT

Nos explica Hannah Arendt, como Sócrates parece haber creído que la función política del filósofo, era ayudar a establecer un tipo de mundo en común, construido sobre el entendimiento en la amistad, para el cual no se precisa ningún gobierno.
Con este propósito, Sócrates se apoyó en dos ideas. La primera contenida en la sentencia del Apolo délfico: “conócete a ti mismo”. Y la segunda expuesta por Platón (con ecos en Aristóteles): “Es mejor estar en desacuerdo con el mundo entero que, siendo uno sólo, estar en desacuerdo conmigo mismo (Georgias)”. Esta es una máxima que siempre me he aplicado. Me ha ayudado mucho a estar en paz conmigo mismo. Pero llevada a su extremo, también me ha dificultado, con frecuencia, progresar en el campo de la política. Es, ciertamente, la afirmación clave de la convicción socrática, de que la virtud se puede enseñar y aprender.
A juicio de Sócrates el “conócete a ti mismo” délfico, quería decir: sólo mediante el conocimiento de lo que me parece a mí – solamente a mi y, por tanto, como algo que permanece para siempre relacionado con mi propia existencia concreta – puedo de algún modo entender la verdad. La verdad absoluta, que sería la misma para todos los hombres y, por tanto, desconectada, independiente de la existencia de cada hombre, no puede existir para los mortales. Para estos lo que importa es hacer verídica la “doxa” (opinión, esplendor, fama) ver una verdad en cada “doxa” y hablar de tal modo, que la verdad de la propia opinión se le revele a uno mismo y a los demás. A este nivel, el socrático “sólo sé que no sé nada”, no significa más que: sé que no tengo la verdad para todo; no puedo conocer la verdad del otro sino preguntándole y, así, familiarizarme con su “doxa”, que se le revela de un modo distinto al de todos los demás.
Sócrates
Para Sócrates, el principal criterio del hombre, que comunica verazmente su propia “doxa”, es “estar de acuerdo con uno mismo: no contradecirse a sí mismo, y no decir cosas contradictorias, que es lo que la mayoría de la gente hace. El miedo a la contradicción, surge del hecho de que cada uno de nosotros, “siendo uno solo”, puede al mismo tiempo hablar consigo mismo como si fuese dos. Puesto que yo soy ya un dos-en-uno, al menos cuando intento pensar, puedo experimentar a un amigo, para emplear la definición de Aristóteles, como “otro sí mismo”. La facultad del discurso, y el hecho de la pluralidad humana, se corresponden el uno con la otra, no sólo en el sentido de que empleo las palabras, para comunicarme con aquellos con los cuales comparto el mundo, sino en el sentido aún más importante, de que hablando conmigo mismo, vivo junto a mí mismo (“Ética a Nicómaco”).
El principio de contradicción, sobre el que Aristóteles fundó la lógica occidental, se podría retrotraer a este descubrimiento fundamental de Sócrates. En tanto que soy uno no me contradeciría a mí mismo, pero sí puedo contradecirme a mí mismo, porque en el pensamiento soy dos-en-uno; y por lo tanto no sólo vivo con los otros, en tanto que uno, sino también conmigo mismo. Este miedo que sentimos muchos a contradecirnos, es parte integrante del mismo miedo a dividirnos, a no permanecer siendo uno. Y esta es la razón de que el principio de contradicción, llegara a convertirse en la regla fundamental del pensamiento. Pero ésta es también la razón de que la pluralidad de los hombres, nunca pueda abolirse enteramente, y de que la huida del filósofo del reino de la pluralidad, siempre permanezca como una mera ilusión, pues incluso si viviese totalmente por mí mismo, en tanto que estoy vivo viviría en la condición de la pluralidad. Tengo que tolerarme a mí mismo – lo que no siempre es fácil - y en ningún lugar se muestra más claramente este yo-conmigo-mismo, que en el pensamiento puro, el cual es siempre un diálogo entre los dos del dos-en-uno.. Es la compañía con los otros lo que, al sacarme del diálogo del pensamiento, me hace uno de nuevo: un ser humano singular y único, que habla con una sola voz y que es reconocible como tal por los demás.
Aquello a lo que Sócrates apuntaba, me parece, es que vivir en compañía de los demás, comienza por vivir en compañía de uno mismo. Sólo aquel que sabe vivir consigo mismo, es apto para vivir con los demás. El sí mismo, es la única persona de la cual no puedo separarme, a la cual estoy unido sin remisión. Por lo tanto “es mucho mejor estar en desacuerdo con el mundo entero, que, ‘siendo uno sólo’, estar en desacuerdo conmigo mismo”. La ética, no menos que la lógica, halla su origen en esta afirmación.
Hannah Arendt
En la opinión de Arendt, y modestamente en la mía, esta posibilidad de la que hemos hablado, tiene una gran relevancia para la política, si entendemos la “polis” como el espacio público político, en la cual los hombres alcanzamos nuestra humanidad plena. Y también es importante, para la cuestión de si la moralidad como tal, posee alguna realidad terrenal. La respuesta de Sócrates la encontramos en su tantas veces repetida recomendación: “Sé tal como te gustaría aparecer ante los demás”, es decir, aparece ante ti mismo, tal y como te gustaría aparecer ante los demás. Puesto que incluso cuando estás solo, no estás completamente sólo, tú por ti mismo puedes y debes, testificar acerca de tu propia realidad. La razón por la cual no deberías matar, incluso en condiciones en la que nadie te vería, es que no puedes querer, bajo ningún concepto, vivir junto a un asesino.
Para Sócrates el hombre es un ser pensante, cuyo pensamiento se manifiesta en la forma del discurso. Y la identidad de discurso y pensamiento, que juntos forman el “logos”, es quizá una de las características más sobresalientes de la cultura griega. Lo que Sócrates añadió a esta identidad, fue el diálogo del yo consigo mismo, como condición primaria del pensamiento. La relevancia política del pensamiento de Sócrates, consiste en la afirmación de que la soledad – que antes y después de él, era considerada la prerrogativa y el “habitus” profesional del filósofo en exclusiva, y que era, naturalmente, sospechosa para la polis de ser antipolítica – es, por el contrario, la condición necesaria para el buen funcionamiento de la polis, una mejor garantía que las reglas de comportamiento, forzadas por las leyes y el miedo al castigo.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Enero del 2018.