Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 26 de noviembre de 2018

“DE PORC I DE SENYOR SE N’HA DE VENIR DE CASTA”

Cuando vemos a una persona revolcarse libremente en el lodazal, en Mallorca decimos: “De porc i de senyor se n'ha de venir de casta”, lo que vendría a significar, para los que no manejen bien el catalán: “El cochino y el señor, de casta han de ser los dos”.
El otro día, cuando el incidente en el Congreso entre Borrell y Rufián, viendo al primero allí de pie frente a su escaño, todo dignidad, le dije a Marita: Mírale, parece un senador romano, sólo le falta la toga.
Pues bien, hoy me desayuno con un espléndido artículo en Diario de Mallorca de José Carlos Llop, en el que dice lo mismo y muchas más cosas propias de su inteligencia.
Yo siempre he pensado que Rufián, por mucho que esté afiliado a un partido antiespañolista y muy a su pesar, además de ser un payaso, es el mejor ejemplo, el mejor cliché, del españolista típico, de aquellos a los que maldecía mi muy amado Luis Cernuda, en su “Desolación de la Quimera”. Un personaje menor de las pinturas negras de Goya, que se chulea en el Congreso, como si estuviera en la barra de un bar. No es necesario hacer bromas con su apellido, es suficiente su peinado y su vestimenta. Goya y sus brujas o sus hombres del garrote. Escupiendo frases de chulo, como en la peor España. De cuya pesadilla, por cierto, creíamos habernos librado. Rufián es la sombra de nuestro error.
El otro día al verle allí en el Pleno, con los brazos en cruz, feliz de haberse conocido, explayándose ante todos con cierta obscenidad, me recordaba a Trump, Salvini, Orban… al que ustedes quieran, desgraciadamente hay mucho donde escoger.
Pepe Borrell
Pero lo que más llamaba la atención, pienso, era el contraste entre los dos contendientes: un brioso joven de 36 años, frente a un sereno adulto de 72; un gamberro político frente a un hombre de Estado. Rufián no tiró de sintaxis – la capacidad de elaboración del pensamiento – sino de adjetivos a secas: un insulto detrás de otro (“indigno” fue el más repetido). Y más de uno, por lo visto, nos preguntábamos qué sabe de dignidad quien así, sin respeto alguno por el otro, se expresa y comporta.
Efectivamente la dignidad, toda ella, estuvo en Josep Borrell. De pie en su escaño – escribe José Carlos Llop – Borrell tenía el aire de un senador romano. Sólo le faltaba la toga blanca”. Y había en él mucho de estoico, diría yo, como de discípulo de Séneca, de Marco Aurelio o de Cicerón. Una clara capacidad de “controlar la razón”, para lo bueno de la vida y para lo malo. Borrell apenas habló, pero la frase que pudimos escucharle, fue magnífica. Una larga frase, frente al tableteo de ametralladora de adjetivos insultantes y despreciativos, de su oponente. Fue tan magnífica esa frase de Borrell dirigida a Rufián – sigue Llop – que la apunté y la repito aquí: “Una vez más ha vertido sobre el hemiciclo, esa mezcla de serrín y estiércol, que es lo único que usted es capaz de producir”.
José Carlos Llop escribe que detrás de esa gran frase, está toda la Escuela de Barcelona y la Generación del 50: está Barral y está Gil de Biedma, seguro. Pero también García Hortelano y Juan Goytisolo. Está el mundo sentimental, y también ético, en el que nos educamos las generaciones que viviríamos la Transición, tan denostada por los que no la conocieron, pero sí tanto han disfrutado de sus logros.
José Carlos Llop
Pero detrás de las palabras de Borrell – tan medidas y precisas – está también toda la España Ilustrada y europeísta: desde Jovellanos (al que los mallorquines tuvimos tan cerca, encerrado en el Castillo de Bellver) a la Institución Libre de Enseñanza, de la que generaciones de Alonso hemos bebido; de Galdós a Antonio Machado; de Ortega a María Zambrano. Desgraciadamente, a lo largo de nuestra historia, no son las maneras de Rufián, las derrotadas con más frecuencia. Por mucho que creímos algunos, durante los últimos cuarenta años, que ahora sí y para siempre, las habíamos erradicado.
En fin, el horizonte hoy es el que es, no excesivamente tranquilizador. Pero la actitud de Borrell conteniendo su ira – le conozco bien y lo veía en su expresión – ante el espectáculo de la zafiedad y la irracionalidad, elevadas a canon del ejercicio del noble arte de la política; y sus escasas palabras tan bien traídas, han sido no sólo un bálsamo, sino el regreso de la dignidad al espacio público, ese que con tanto fervor defendieron Hannah Arendt y Jürgen Habermas. Aunque haya tantos que no sepan lo que es eso y, por eso mismo, no entiendan de que estoy hablando. Y prefieran mirar hacia otro lado, que siempre es más cómodo, como dice Llop.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 26 de Noviembre del 2018.


lunes, 19 de noviembre de 2018

SPINOZA. ACCIONES Y PASIONES

Desde jovencito, cuando comencé a circular por espacios en los que se debatía, con frecuencia apasionadamente (asambleas universitarias, consejos de administración en empresas privadas, asambleas locales y congresos en el PSOE…) empecé a darme cuenta que cuanto más el debate se acaloraba, más se llevaban el gato al agua, aquellos que mantenían la serenidad. Desde entonces me prometí aplicarme el cuento: controla tu pasión Emilio. Muchos de mis autores favoritos ¿lo serán por ello? han reflexionado sobre el tema de las pasiones. Y lo último profundo sobre ello, lo he encontrado en Spinoza.
Nuestros afectos se dividen en acciones y pasiones. Cuando un suceso tiene lugar en nuestra propia naturaleza, entonces se trata de un caso en el cual el espíritu está activo (acción). Pero cuando nos llega alguna cosa, cuya causa es exterior a nuestra naturaleza, entonces el espíritu permanece pasivo (pasión). Tanto cuando estamos en activo, como cuando permanecemos pasivos, se produce un cambio en nuestras capacidades mentales o físicas. Lo que Spinoza llama “un crecimiento o disminución de nuestra capacidad de actuar”. Este “conatus”, especie de inercia existencial, constituye la “esencia” de todo ser.
Deberíamos esforzarnos en liberarnos de las pasiones – o si eso no nos fuera posible – aprender, al menos, a moderarlas o restringirlas, convirtiéndonos en seres activos y autónomos. Si lo conseguimos, entonces seremos “libres”, en la medida en que todo lo que nos llegue, será resultado no de nuestra relación con las cosas que nos son exteriores, sino de nuestra propia naturaleza. Para lograrlo, necesitamos acrecentar nuestro conocimiento, nuestro tesoro de ideas adecuadas, y eliminar en la medida de lo posible, nuestras ideas inadecuadas. En otros términos, debemos liberarnos de nuestra dependencia respecto a los sentidos y a la imaginación, pues una vida de sentidos e imágenes, es una vida pasiva, conducida por los objetos que nos rodean. Y deberíamos confiar, tanto como nos sea posible, en nuestras facultades racionales.
Todas las emociones humanas, en tanto que pasiones, se dirigen hacia el exterior, hacia los objetos y su capacidad de afectarnos de una u otra manera. Movidos por nuestras pasiones y deseos, buscamos o rechazamos aquellos objetos que, creemos, nos provocan alegría o tristeza. Nuestras esperanzas y temores fluctúan, según consideremos que los objetos de nuestros deseos o aversiones, están alejados, próximos, son necesarios, posibles o improbables. Pero los objetos de nuestras pasiones, ojo, dado que nos son exteriores, escapan a nuestro control. Por ello, tanto más nos dejemos controlar por los mismos, más nos veremos sometidos a las pasiones, y menos nos sentiremos activos y libres. El resultado será una imagen más bien desoladora, de una vida absorbida por las pasiones, siempre persiguiendo los objetos cambiantes y efímeros, que las causan: “Nos movemos de muchas maneras empujados por causas exteriores – escribía Spinoza – y parecidos a las olas del mar empujadas por vientos contrarios, agitados, ignorando lo que nos espera y cual será nuestro destino”.
El título de la cuarta parte de la Ética, revela con una claridad perfecta, lo que opina Spinoza de una vida como la que acabamos de relatar: “De la Servidumbre del hombre, o de las Fuerzas de los Afectos”. En él nos explica que llama “Servidumbre” a la impotencia del hombre a la hora de gobernar y reducir sus afectos; sometido a los afectos, en efecto, el hombre no es dueño de sí mismo, sino de la fortuna, cuyo poder es tal, que muchas veces se ve obligado, aun conociendo lo mejor, a hacer lo peor. Es, agrega Spinoza, una especie de “enfermedad del alma”, un experimentar un amor excesivo, por una cosa “sometida a numerosos cambios, y que no podemos poseer por entero”.
Casa de Spinoza en Amsterdam
Existe una antigua solución para resolver esta dificultad. Como no podemos controlar los objetos que nos sentimos obligados a valorar y a dejarles influir sobre nuestro bienestar, deberíamos intentar controlar nuestras propias evaluaciones y minimizar de esta forma, el poder que los objetos exteriores y las pasiones, ejercen sobre nosotros. No podemos jamás evitar completamente los afectos pasivos, cosa que, por otra parte, no sería deseable en esta vida. Somos esencialmente parte de la naturaleza – opina Spinoza – y como tales no nos podemos jamás librar, de las series causales que nos ligan a las cosas exteriores. “Es imposible que el hombre no sea una parte de la Naturaleza”. De ello se devenga, que el hombre está siempre sometido a las pasiones, que sigue el orden común de la Naturaleza y lo obedece, y se adapta tanto como la naturaleza de las cosas le exigen. Pero a pesar de todo y a fin de cuentas, podemos contrarrestar las pasiones, controlarlas y librarnos en parte, de su dominio.
La vía que permite restringir y moderar los afectos, es la de la virtud. El “spinozismo” sería una suerte de egoísmo psicológico y ético. Todos los seres buscan, buscamos, naturalmente su propio beneficio – preservar su bienestar – y es justo que lo hagan. En ello consiste la virtud. Porque somos seres pensantes, dotados de inteligencia y razón, nuestra principal ventaja es el conocimiento. Nuestra virtud consiste entonces, en buscar el conocimiento y la comprensión de las ideas adecuadas. El mejor modelo de conocimiento, es el de la intuición puramente intelectual, de la esencia de las cosas. Este “tercer género de conocimiento” – más allá de la experiencia vaga y de la razón, los otros dos que considera Spinoza – contempla las cosas, no en su dimensión temporal, tampoco en su duración o en su relación a otras cosas particulares, sino bajo el aspecto de la eternidad, es decir, despojado de toda consideración de tiempo y de lugar. Bajo este tipo de conocimiento, las cosas son aprehendidas en su relación conceptual y causal con las esencias universales (pensamiento y extensión según Spinoza) y con la leyes eternas de la naturaleza.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Octubre del 2018.

lunes, 12 de noviembre de 2018

NUEVOS HÉROES DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Achacad mi “incorrección política” a mi edad, a mi deterioro cerebral, ya incapaz de entender que hoy se de por bueno, lo que a mi me enseñaron que era simple mala educación. A comprender como humor ingenioso, lo que en mis días se consideraba pura chabacanería. A confundir hablar claro y sin tapujos, con la falta de respeto.
Hay días en que pienso que se acaba eso que Ortega llamaba “una época histórica”, y que no es sino un clima moral, donde predominan ciertas valoraciones, ciertas preferencias, ciertos entusiasmos. Esta ecuación de coincidencia o repugnancia entre nuestro programa vital y nuestra época, es unos de los factores primordiales de lo que algunos tratadistas han llamado “destino”. Y es que – en sentido orteguiano – no es posible escapar a la circunstancia; ella forma parte de nuestro ser, favorece o dificulta el proyecto que somos. En fin.
Parece se ha puesto de moda, la queja de que por culpa de la corrección política, la libertad de expresión corre peligro. Se repite desde una orgullosa disidencia e, incluso, hasta desde un cierto supuesto heroísmo. Ya en mis tiempos una cierta izquierda, la “gauche divine”, se sentía halagada por sentirse perseguida sin ningún peligro. Los nuevos “héroes de la libertad de expresión” – escribía el otro día Muñoz Molina – lamentan que los censores de la ortodoxia progresista o del buenismo, no quieren dejarles llamar a las cosas por su nombre. El derecho sagrado a la creatividad, a la irreverencia del humor, está en peligro porque ya no puede ejercerse el antiguo ingenio español, de los chistes de maricones. En ese pozo sin fondo de basura tóxica que es Twitter – me explicaba un amigo, pues yo no estoy en esa plataforma – alguien mostraba su talento natural, y ejercía su libertad de expresión, celebrando que a Federico García Lorca le pegaron un tiro en el culo por maricón. Es una gracia de mucha tradición en nuestra alta cultura.
Trump
Cuando era joven viví bajo una dictadura, así que no me vengan con monsergas, sé muy bien cual es la diferencia entre la censura y la libertad de expresión. Y jamás olvidaré el precio que algunas personas valerosas tuvieron que pagar, por ejercer la suya. Parece que fue ayer, cuando la gente se jugaba la vida por alzar la voz contra los pistoleros de ETA. Los que hablaban y escribían no eran tantos y, por eso, constituían blancos fáciles. Al periodista José Luis López de la Calle – nos recuerda Muñoz Molina – le pegó un tiro con gran valentía, uno de aquello “gudaris” tan celebrados, cuando volvía una mañana de comprar el periódico. Personalmente perdí demasiados compañeros del PSOE por ejercer su libertad de expresión. Algunos de ellos, además de compañeros, fueron amigos personales entrañables: Enrique Casas, Fernando Mújica “el Poto”, Fernando Buesa y Ernest Lluch.
A los periodistas los persiguen y los encarcelan en medio mundo. Con frecuencia los asesinan. La libertad de expresión es un bien muy valioso, muy frágil y muy escaso. La información veraz y el pensamiento crítico, son siempre incómodos para los poderosos, para los corruptos y para los explotadores.
Salvini
Pero el problema de estos días, a mi modesto entender, no es que ya no se puedan decir en público, en voz alta, ciertas palabras. Es justo lo contrario: que hoy si se pueden decir. De los espacios broncos, como eran las barras de los bares, los estadios de fútbol y las pintadas en retretes públicos, las palabras desagradables y altisonantes, los insultos más soeces, se han extendido, como en una especie de metástasis cancerígena, a lo que en mis tiempos era el espacio más o menos civilizado del debate público, el institucional.
Nunca, a lo largo de mi ya extensa vida, he asistido, ni aquí en España ni en otros países, a un grado de violencia verbal como el que observo y escucho ahora, en los periódicos digitales, en las redes sociales, y en las declaraciones de muchos políticos. No olvidemos que no hay palabra de odio que no sea tóxica, incluso las que murmura uno en “petit comité”. Pero cuando las dice el Presidente de Estados Unidos, o ahora también el de Brasil, o algún político en nuestras Cortes, me doy cuenta de que ha comenzado una nueva época que me es extraña; que ahora el odio es respetable y legítimo, y que las palabras van a ser más dañinas que nunca.
Si hay una libertad que hoy no está en peligro, es justo la que ejercen con tanta desenvoltura Trump, Bolsonaro, Salvini y todos sus innumerables imitadores: la de ofender a los débiles, a las mujeres, a los perseguidos, a los raros, a los negros, a los homosexuales, a los discapacitados, a los desposeídos. No hay peligro de que no se puedan hacer chistes, cuando el Presidente de los EE. UU. parodia en un acto público, el habla y los movimientos de un discapacitado. Nunca me han hecho gracia esos chistes que siempre se burlan de los más débiles. El humor grueso, soez, siempre me ha repelido. Prefiero el humor que apela a la inteligencia, el humor fino de los ingleses, la ironía.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 8 de Noviembre del 2018.


lunes, 5 de noviembre de 2018

LA MORAL SEGÚN HUME

A lo largo de los tres años (1734-1737) que David Hume vivió en la Europa continental por primera vez, escribió gran parte de los dos primeros volúmenes de su famoso “Tratado de la Naturaleza Humana”: “(I)Del entendimiento” y “(II)De las pasiones”. En septiembre de 1737 regresó a Londres, con grandes expectativas respecto a la publicación de la obra, que acabó apareciendo en 1739. Pero sufrió una gran decepción, ante la pobre acogida de la misma. “Nació muerta desde la imprenta” dijo (la frase hace referencia al texto de Alexander Pope: “Salvo la verdad, todo nace muerto desde la imprenta/Desde el último periódico a la última nueva”). Hume volvió a Escocia y, a pesar de todo, perseveró en la idea de añadir un tercer volumen, “De la moral”, que cuando salió a la venta (noviembre de 1740) fue recibido con aun más indiferencia entre el gran público. Pero a pesar de que el primer libro de Hume, no fue un gran éxito en su época, los años que han transcurrido han compensado con creces aquel fracaso. Los filósofos de hoy consideran de forma casi unánime el “Tratado”, como la obra maestra de Hume en el ámbito de la filosofía. En el siglo XIX, Thomas Henry Huxley, alias “el bulldog de Darwin”, llegó a afirmar que “es probablemente la obra filosófica más remarcable, que se haya escrito jamás, tanto en sí misma, como por los efectos que tuvo en el pensamiento”.
Hume alega que la moral no emana de una fuente transcendente, sino de los sentimientos humanos comunes y, en especial, de nuestro sentido de aprobación y desaprobación. Para Hume, a diferencia de Francis Hutcheson, no poseemos una especie de “sexto sentido”, un sentido moral que perciba el bien y el mal. También para Hume, algunos rasgos del carácter – como el esfuerzo y la alegría – nos parecen útiles o agradables, tanto que los aprobamos. Algo similar ocurre con otros rasgos del carácter – como la generosidad y la modestia – que son útiles o agradables para terceros, cosa que identificamos gracias a la facultad que Hume llama “simpatía” (noción cercana a lo que hoy denominaríamos “empatía”) y que transmite los sentimientos entre las personas. Según Hume, la moral es simple y llanamente esto: una convención humana verdaderamente práctica con un único objetivo, mejorar la vida de la gente. La virtud es toda cualidad que consideramos útil o agradable, en términos sociales, para nosotros o para otros. No guarda relación con los designios de Dios, un plan divino o el más allá.
La producción literaria de Hume, no se vio afectada en absoluto, por las frecuentes mudanzas y los vaivenes profesionales. En 1751 salió a la luz su obra “Investigación sobre los principios de la moral” (la “Segunda investigación”). Si la “Primera investigación”, había sido una readaptación del primer libro del “Tratado”, esta obra revisaba el tercero. Tanto la “Primera investigación” como la “Segunda”, eran más breves, refinadas y concisas, que los correspondientes volúmenes del “Tratado”.
David Hume
El tercer libro del “Tratado”, había expuesto un planteamiento visiblemente mundano de la moralidad, pero la “Segunda investigación” era todavía más ofensiva, para la sensibilidad cristiana. Hume reitera la tesis primordial de que la moralidad deriva de los sentimientos humanos – no de la palabra o la voluntad de Dios – pero, además, recalca que la mayoría de las cualidades que los devotos tenían por nobles virtudes, eran en realidad defectos. En definitiva, si las virtudes son sólo rasgos que consideramos útiles o agradables para nosotros mismos o para el resto, en verdad los rasgos fuera de esta categoría, no representan la virtud.
Hume mete en el mismo saco “celibato, ayuno, penitencia, mortificación, abnegación, humildad, silencio y soledad, además de toda la ristra de virtudes monacales”. Según él, estas cualidades “no tienen ningún propósito. No permiten a uno progresar en el mundo, ni le convierten en un miembro preciado de la sociedad. Tampoco le hacen más agradable para la gente, ni le enseñan a saber disfrutar en soledad”. De hecho, “contradicen todos estos fines deseados, aturdiendo el entendimiento y endureciendo el corazón. En definitiva, nublan la imaginación y turban el ánimo”. Hume concluye que todo aquel que no tenga el juicio enturbiado, por “el espejismo de la superstición y la falsa religión”, debería considerar vicios estas cualidades. Una vez más, Hume destacó que muchas veces la religión era tajantemente dañina, aparte de innecesaria. Poco después de publicarse la obra, admitió que era su favorita, y mantuvo esa preferencia hasta el final.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 8 de Julio del 2018.