Hume alega que la moral no emana de una fuente transcendente, sino de los sentimientos humanos comunes y, en especial, de nuestro sentido de aprobación y desaprobación. Para Hume, a diferencia de Francis Hutcheson, no poseemos una especie de “sexto sentido”, un sentido moral que perciba el bien y el mal. También para Hume, algunos rasgos del carácter – como el esfuerzo y la alegría – nos parecen útiles o agradables, tanto que los aprobamos. Algo similar ocurre con otros rasgos del carácter – como la generosidad y la modestia – que son útiles o agradables para terceros, cosa que identificamos gracias a la facultad que Hume llama “simpatía” (noción cercana a lo que hoy denominaríamos “empatía”) y que transmite los sentimientos entre las personas. Según Hume, la moral es simple y llanamente esto: una convención humana verdaderamente práctica con un único objetivo, mejorar la vida de la gente. La virtud es toda cualidad que consideramos útil o agradable, en términos sociales, para nosotros o para otros. No guarda relación con los designios de Dios, un plan divino o el más allá.
La producción literaria de Hume, no se vio afectada en absoluto, por las frecuentes mudanzas y los vaivenes profesionales. En 1751 salió a la luz su obra “Investigación sobre los principios de la moral” (la “Segunda investigación”). Si la “Primera investigación”, había sido una readaptación del primer libro del “Tratado”, esta obra revisaba el tercero. Tanto la “Primera investigación” como la “Segunda”, eran más breves, refinadas y concisas, que los correspondientes volúmenes del “Tratado”.
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David Hume |
Hume mete en el mismo saco “celibato, ayuno, penitencia, mortificación, abnegación, humildad, silencio y soledad, además de toda la ristra de virtudes monacales”. Según él, estas cualidades “no tienen ningún propósito. No permiten a uno progresar en el mundo, ni le convierten en un miembro preciado de la sociedad. Tampoco le hacen más agradable para la gente, ni le enseñan a saber disfrutar en soledad”. De hecho, “contradicen todos estos fines deseados, aturdiendo el entendimiento y endureciendo el corazón. En definitiva, nublan la imaginación y turban el ánimo”. Hume concluye que todo aquel que no tenga el juicio enturbiado, por “el espejismo de la superstición y la falsa religión”, debería considerar vicios estas cualidades. Una vez más, Hume destacó que muchas veces la religión era tajantemente dañina, aparte de innecesaria. Poco después de publicarse la obra, admitió que era su favorita, y mantuvo esa preferencia hasta el final.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 8 de Julio del 2018.
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