Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 27 de abril de 2017

G.E. MOORE Y EL SENTIDO COMÚN (II)

Si en el siglo pasado hubo un filósofo “puro”, ese fue sin duda Moore”, escribía en mi anterior entrada a este Blog. Y avanzaba algunas notas de su biografía, y de sus pensamientos sobre la filosofía. Así que ahora deberíamos centrarnos un poco más, en aquello que constituyó la base de todo su sistema filosófico: el sentido común.
Lo que llamaríamos el denominador común, de la concepción de la filosofía sustentada por Moore, en todas las fases de su pensamiento, es lo que él denomina cómo: “el Common Sense view of the world”, que tiene que ver más – es importante no olvidarlo – con la filosofía especulativa, que con la propiamente analítica. Ese “sentido común” que ha gozado decididamente de muy buena reputación, en la tradición filosófica en lengua inglesa. Hasta el propio Hume, insistentemente solicitado por las tentaciones escépticas, se inclinó con frecuencia a anteponer el punto de vista “vulgar” al “filosófico”. Tan sólo Berkeley mantuvo sin pestañear, su negativa a condescender con las vulgaridades del sentido común.
A Defense of Common Sense, como explica Javier Muguerza, constituye el eslabón central de una trilogía, cuya primera pieza sería The Refutation of Idealism (1903) y la tercera Proof on External World (1939). En el primero de esos trabajos se dedica a combatir el Principio de Berkeley, Esse est percipi. Y en el segundo a demostrar la existencia de “cosas exteriores a nosotros”, mediante el famosos procedimiento de levantar las dos manos y decir, acompañándose de sendos gestos con la derecha y con la izquierda : “Aquí hay una mano y aquí hay otra”. Demostración que se hizo famosa.
El “sentido común” admite con certeza la existencia en el Universo, de dos tipos de cosas, es decir, objetos materiales y actos de consciencia. Y sobre la base de este puñado de creencias del sentido común, que nadie se atrevería a negar, ni acaso a enunciar, en virtud de su obvia condición de perogrulladas, se levantan los edificios de las ciencias especiales, encargados de incrementar nuestra información, sobre determinadas áreas de uno u otro de aquellos dos grandes géneros de cosas, sean físicas o psíquicas.
Quienes admitan que esas cosas existen relacionadas entre sí en el espacio y en el tiempo – dice Muguerza - difícilmente rechazarán la realidad del espacio y el tiempo mismos, aunque estarán en su derecho de negarles análogo carácter sustancial, que el concedido a unas y otras. Y con este añadido quedaría, en fin, completa, la descripción general de “todo” el universo, que el sentido común nos facilita. Pero no deberíamos pensar que todos los filósofos, que Moore no ignora que son difíciles de contentar, se consideren satisfechos con semejante descripción. Algunos de ellos tratarán de ampliarla, con la introducción de nuevos géneros de entidades, de naturaleza asimismo sustancial, como sucede, por ejemplo, con quienes admiten la existencia de Dios. Pero Moore opina que la introducción de dichas entidades, va “más allá” del sentido común, lo que equivale a traspasar a quienes las admiten, el onus probandi de las mismas. Pues es evidente, al menos para algunos, que la filosofía de Moore no sólo no pretende llevarle la contraria al sentido común, sino que se articula en torno al mismo, según las diferentes parcelas problemáticas, a que su aceptación pudiera dar lugar.
Tal como su título indica, A Defence of Common Sense no se limita a exponer una filosofía del sentido común, sino que intenta “defender” la cosmovisión de este último, frente a las críticas filosóficas, que antes se insinuaban en su contra. Aunque en broma se diga que el sentido común es el menos común de los sentidos, lo cierto es que es lo suficientemente “común”, como para que pueda nadie eximirse de compartir sus convicciones: “Si mi posición filosófica - explica Moore – hubiera de ser bautizada con un rótulo, según se ha hecho usual entre los filósofos, a la hora de clasificar las posiciones de otros filósofos, pienso que habría que hacerlo así, diciendo que soy uno de aquellos que sostienen que la ‘cosmovisión del sentido común’ es, en algunos de sus aspectos fundamentales, ‘absolutamente’ verdadera. Pero se ha de recordar que, en mi opinión, ‘todos’ los filósofos han coincidido sin excepción conmigo en este punto, de suerte que la verdadera divisoria, que de ordinario se establece a este respecto, discurriría sencillamente entre los filósofos que ‘asimismo’ sostienen, puntos de vista inconsistentes con aquellos aspectos de la ‘cosmovisión del sentido común’, y los que no incurren en tamaña inconsistencia”.
Los teóricos contemporáneos de la ciencia, al prevenirnos contra las consecuencias de un empirismo demasiado crudo, nos recuerdan con insistencia que no hay “hechos”, sino “parateorías”, de manera que – estando sometidas estas últimas a incesante revisión – también lo está incesantemente nuestra visión científica del mundo. Lo que reza de las teorías científicas, reza igualmente de aquellas teorías filosóficas que, de algún modo, aspiren a ser tenidas por continuas por la ciencia, no rezando, en cambio, de aquellas que aspiren a la inamovilidad de los dogmas teológicos. Ahora bien, “la cosmovisión del sentido común, es también una teoría”. Y lo que está por ver es si esa teoría, se considera o no revisable, esto es, si se admite la posibilidad de errar en ella, para tener así también, la posibilidad de que el sentido común, acierte alguna que otra vez.
Moore parece admitir en ocasiones, la posibilidad de errores del sentido común, pero los atribuye, invariablemente, a la vaguedad de esta última noción. Es decir, en un momento dado podrían tomarse por creencias del sentido común, creencias que un examen más a fondo, revelaría como controvertibles o simplemente falsas. El error estribaría, en cualquier caso, en una inadecuada caracterización de lo que sea el “sentido común”. Sin embargo, Moore no nos suministra ninguna indicación precisa, para caracterizarlo más adecuadamente.
La debilidad de la posición de Moore, no ha escapado a los filósofos analíticos de la última (o penúltima) hornada, esto es, a los llamados “filósofos lingüísticos”, filósofos del lenguaje común. Y esto les ha llevado a intentar robustecer la teoría moorena, con argumentos de su propia cosecha, transformando la defensa de Moore del “sentido común”, en una defensa del “lenguaje común”. Lo que nos da pie a preguntarnos si no nos encontramos en uno de esos casos, en los que se dice que el remedio es peor que la enfermedad.
La apropiación de Moore por parte de los filósofos del lenguaje común, no tiene a su favor el testimonio de la historia. Ya hemos afirmado que Moore no fue “tan solo” un analista, pero podríamos añadir que – en la medida que lo fue – no fue “tampoco” un analista de la última, o penúltima, hornada. Su práctica del análisis tiene siempre más que ver con el cultivo clásico del mismo – el del Russell del atomismo lógico – que con el de sus practicantes posteriores, para los que el leguaje es el objeto preferente, cuando no exclusivo, de la pesquisa filosófica.
Índice del libro
Y para concluir, si tratáramos de establecer una comparación, entre la defensa del sentido común que Moore hizo en su día, y la defensa del lenguaje común de quienes – como Norman A. Malcom – lo consideran sacrosanto, y adoptan ante el mismo una actitud reverencial, podríamos establecerla en los siguientes términos: La defensa de Moore hacía gala de un jovial y socarrón espíritu crítico, que se ha perdido casi por completo, entre los defensores del lenguaje común, viéndose con frecuencia reemplazado, por un mostrenco conformismo intelectual. La defensa del hombre de la calle, frente a la megalomanía de los filósofos de su tiempo, surtió en manos de Moore – escribe Muguerza – el saludable efecto de un efluvio de amoniaco, tras una noche de ebriedad.
Tan sólo precisar, para terminar, que todo lo escrito aquí, no debería significar abandonarnos a ningún fácil relativismo historicista. Lo que la defensa del sentido y /o del lenguaje común, pudieran haber tenido de aceptable, lo seguirán teniendo en nuestros días, no menos que en los de Moore. Pero mientras que en los de Moore, era importante y positivo destacarlo, en los nuestros pudiera ser trivial y ocioso. La diferencia es de acento, y el acento es lo que guarda relación con la historia. A su manera, Moore fue fiel a su tiempo, y por eso merece hoy, ser todavía leído

Palma. Ca’n Pastilla a 5 de Abril del 2016.



lunes, 17 de abril de 2017

G.E. MOORE Y EL SENTIDO COMÚN (I)

En su excelente autobiografía, Bertrand Russell cuenta una anécdota sobre Moore, con la que me siento muy identificado. Escribe Russell (traduzco del francés): “Uno de los entretenimientos preferidos de todos los amigos de Moore, estribaba en contemplarlo a la hora de preparar su pipa. Encendía una cerilla, e inmediatamente seguía con una discusión, hasta que la cerilla le quemaba los dedos. Entonces encendía otra, y así sucesivamente hasta acabar la caja de cerillas. Esta práctica le fue indudablemente saludable, al asegurarle algunos momentos en los que no fumaba”.
Mi vieja relación con las obras y el pensamiento de Lord Russell, me llevó a entrar en contacto con los escritos de otros filósofos: Alfred Jules Ayer, Ludwig Wittgenstein, y George Edward Moore. Y de nuevo me encontré con éste último hace unos meses, al publicar un sucinto artículo sobre John Maynard Keynes, con motivo del 70 aniversario de su fallecimiento.
Moore es un clásico de la filosofía contemporánea, pero aunque su prosa ha sido justamente celebrada por su simplicidad y lucidez, su lectura no es fácil ni muy amena. Y es que los filósofos no escriben de ordinario, con la intención de servir de pasatiempo a sus semejantes, aunque muchos de ellos lo consigan incluso sin proponérselo. Y también es curiosamente cierto, que muchos problemas técnicos de la filosofía, como el de si la existencia es o no un predicado, han conseguido desde Kant, apasionar a una amplia gama de filósofos y lectores.
Russell y Moore
La filosofía analítica tiene a Moore por uno de sus fundadores y principales animadores. Y dice Javier Muguerza: “Preocupantes son los reparos de quienes consideran obsoleto ese tipo de pensamiento, aun sin por lo demás tomarse siempre la molestia de estudiarlo previamente”. La filosofía analítica no es, desde luego, cosa de ayer. Pero la misma diversidad de sus manifestaciones, que con frecuencia hace difícil agrupar bajo un mismo rótulo, tendencias filosóficas tan dispares como el atomismo lógico, el neopositivismo, las distintas etapas del influjo wittgensteiniano, o las plurales direcciones del análisis actual es, como poco, un indicio de su vitalidad. Y sería de lamentar, error en el que espero no caer, confundir la crítica de lo que se conoce más o menos a fondo, con el desprecio de lo que supinamente se ignora.
Como he adelantado, Moore pasa por ser una de las grandes figuras del movimiento analítico, comparable por su talla a Russell o Wittgenstein. Cierto que el horizonte de sus intereses, es bastante más reducido que el del primero; y la profundidad de su penetración en la temática que realmente le interesó, es sin duda menor que la del segundo. Pero la seriedad con que asumió su oficio de filósofo, candorosa y hasta ingenua más bien que solemne o pedantesca, es superior, si cabe, a la de ambos. Si en el siglo pasado hubo un filósofo “puro”, ese fue sin duda Moore. Semejante “pureza”, a la que Moore debe su mayor fama, acaso sea también lo que hoy más le distancia de nosotros. John Maynard Keynes, condiscípulo suyo en Cambridge, escribió: “No veo razón para que arrumbemos hoy sus intuiciones básicas… por más que estas se nos revelen de todo punto insuficientes, para dar cuenta de la experiencia real de nuestros días. Que provean una justificación de una experiencia, completamente independiente de los acontecimientos externos, entraña un aliciente adicional, aun si ya no es posible vivir confortablemente instalados, en el imperturbable individualismo que fue el gran sueño hecho realidad, en nuestros viejos tiempos eduardianos”.
Moore fue, en cualquier caso, un típico espécimen de filósofo universitario. A lo largo de veintiocho años (1911-1939) profesó, trimestre tras trimestre, en la Universidad de Cambridge, en la que antes había estudiado durante otros doce. Fellow de por vida del Trinity College, miembro activo de la Aristotelian Society, editor de la revista Mind desde 1921 a 1947, Moore fue todo lo que un filósofo inglés de la época podía ser, sin salir de los apacibles confines del recinto académico. Y ese academicismo, según algunos analistas, podría haber contribuido a angostar algo, la mira de sus preocupaciones filosóficas. Al serle reprochada por un crítico, la limitación de sus preocupaciones filosóficas, respondió: “Quizá no haya motivos para lamentarse de no haber abordado otro género de cuestiones, acaso de mayor transcendencia práctica, con las que sólo me habría sido dado bandearme, peor de lo que lo hice con aquellas de que efectivamente me ocupé”. Y lo menos que se puede decir de esa contestación, a mí entender, es que se trata de una respuesta muy honrada. Y es que el pensamiento filosófico de Moore rezuma honradez por todos sus poros. Esa honradez que no es sólo la que impide a un filósofo – según opina Muguerza – embarcarse en aventuras que considera exceden a sus capacidades, sino también la que le incita, sin retórica, a buscar la verdad, y a poner esa búsqueda, por encima de todo otro objetivo. Que la verdad, en la filosofía como en cualquier otro dominio de la cultura humana, sea más o menos ardua de lograr, eso ya es harina de otro costal.
Trinity College
A juzgar por la devoción de muchos de quienes frecuentaron sus clases de Cambridge, la influencia de sus casi seis lustros de ininterrumpida docencia, debió ser muy grande. Y, según las mismas fuentes, el Moore de dichos cursos estaba por encima de sus publicaciones. El Moore que más se conoce, al menos por los que no somos sino amateurs en este campo, es el filósofo moral, es decir, el Moore de los Principia Ethica de 1903, o de las Ethics de 1912, libros, ambos, escritos fuera del ambiente de Cambridge, y anteriores a su época de madurez. Y aunque esos dos libros han bastado para asegurar a Moore, un puesto privilegiado en la historia de la ética contemporánea, lo cierto es que el filósofo, no volvería a tratar por escrito de cuestiones de ética, hasta la Reply to my Critics, con que se cierra el volumen colectivo The Philosofy of G.E. Moore de 1942. Autores de tan diferente orientación como Alfred C. Ewing, Richard B. Braithwaite (el anfitrión del célebre debate – “El atizador de Wittgenstein” - entre Popper y Wittgenstein) o Norman A. Malcom, no han vacilado en señalar A Defence of Common Sense, como la cumbre de la producción filosófica de Moore. Y, sea o no discutible esa valoración, en el mismo se encierra ciertamente, según Muguerza, la clave de toda la comprensión de su filosofía.
En sus años de estudiante de filosofía, a finales del XIX, Moore pudo todavía vivir un capítulo de la historia de esta última, muy diferente del que – en compañía de Russell, y con la decisiva aportación ulterior del primer Wittgenstein – iba a contribuir a inaugurar. De entre sus mentores filosóficos, ninguno logró ejercer sobre él, según su propia confesión, una sugestión comparable al del neohegeliano Mc Taggart. Aunque el hegelianismo de aquellos neohegelianos británicos era, en verdad, un hegelianismo muy sui generis, y hasta cabría, dice Muguerza, tal vez dudar de la conveniencia de llamarlos “hegelianos” en algún sentido (como agudamente observó John Passmore: “La dialéctica de estos filósofos, más parece tener que ver con la dialéctica parmenídea, que con la de Hegel”). Por lo que quizá fuese mejor hablar de “metafísicos” y, todavía más adecuado, apellidarlos como “metafísicos desenfrenados”. Pues lo cierto es que, como Russell, e incluso el primer Wittgenstein, Moore no dejó de cultivar toda su vida, un cierto tipo de metafísica austeramente sofrenada.
Wittgenstein
Entre aquellos analistas, para quienes la filosofía analítica comienza justo, y sólo, con el Wittgenstein tardío, lo corriente es que hagan con Moore una excepción, considerándolo como un “wittgensteiniano avant la lettre”. Pero esa interpretación de Moore, que impondría a su filosofía lo que cabría llamar un “freno analítico de refuerzo” (según palabras de Muguerza), y la convierte en un simple y puro análisis del lenguaje, me parece a mí, que no soy ningún experto, una interpretación un tanto abusiva. Pues la ética de Moore, no se interesa únicamente por el significado de la palabra “bueno”, o cuestiones lingüísticas por el estilo, sino también por averiguar que cosas son buenas y que debemos hacer.
Y por si hubiera alguna duda, respecto a su comprensiva manera de entender la filosofía, en 1942 replicaría a su caracterización como un filósofo analítico, por parte de John Wisdom, en los siguientes términos: “Habla (Wisdom) de mí concepción de la filosofía como análisis, como si alguna vez yo hubiera dicho, que la filosofía se reduzca a análisis… Y no es verdad que yo haya dicho, creído o dado a entender nunca, que el análisis sea el único cometido apropiado de la filosofía. De mi práctica del análisis se puede ciertamente desprender, que este último es, en mi opinión, “uno” de los cometidos de la filosofía. Pero eso es todo lo lejos, a lo que estoy dispuesto a llegar en mis concesiones. Y analizar no es, desde luego, lo único que en realidad he tratado de hacer”.

(Continuará)

Palma. Ca’n Pastilla a 25 de Marzo del 2016.


lunes, 10 de abril de 2017

¿DEMOCRACIA DIRECTA O REPRESENTATIVA?

Este es un debate abierto desde la “polis” griega. Soy un gran defensor de la democracia representativa. De los debates pormenorizados, de las propuestas y contra propuestas, antes de tomar una decisión. De instituciones de control sobre los líderes, para que no se conviertan en tiranos o salvadores. Pero también de que la militancia participe en la elección de los dirigentes, rompiendo la endogamia de los aparatos. Y de que se pulse la opinión de los afiliados en las grandes decisiones, como las coaliciones postelectorales para formar gobierno.
Este dilema, aunque no por primera vez, se ha abierto en profundidad en el PSOE, a raíz de la decisión de Pedro Sánchez, de dar mucho más protagonismo a las bases. Si Pedro gana se variaran los Estatutos del partido, y se cerrará de momento el tema. Pero sólo de momento.
Si, sólo de momento, porque la Historia no es así como algo petrificado en un momento dado, es más como el río de Heráclito que fluye sin cesar. Las “polis” griegas se esclerotizaron, y Filipo de Macedonia y su hijo Alejandro acabaron con ellas. Las instituciones del Imperio Romano, dieron paso a las del sistema feudal. Estas al absolutismo de los reyes y las naciones estado. La Ilustración y la Revolución Francesa, llevaron a los sistemas parlamentarios… Y la Historia sigue fluyendo.
Escribe Gonzalo López Alba en “El Confidencial”, y algunos compañeros lo han utilizado para defender las posiciones de Susana Diaz:
2. “Al establecer un sistema de frenos y contrapesos, los padres fundadores [de Estados Unidos] pretendían evitar ese mal que […] que los antiguos filósofos denominaban tiranía. Tenían en mente la usurpación del poder por un solo individuo o grupo”. El PSOE copió este modelo al establecer un sistema de funcionamiento que combina el presidencialismo del secretario general —reforzado con el voto directo de los militantes en las primarias, propio democracia directa—, el parlamentarismo de los comités territoriales —propio de la democracia representativa— y el asambleísmo de las agrupaciones locales”.
Y a esto es a lo que me refiero, cuando digo lo de considerar la Historia como algo petrificado: Los Padres Fundadores, en la Convención de Filadelfia (1787), establecieron las instituciones de la República y su funcionamiento. En un momento dado ¿en tiempos de Pablo Iglesias? el PSOE se dio sus Estatutos. ¿Y a lo largo de los siglos, nada ha cambiado? Nada más erróneo.
En la citada Convención, los Padres Fundadores, en vez de considerar la lucha por la Presidencia, como una ocasión para movilizar las masas, respecto a unos ideales programáticos, diseñaron el sistema de selección, con unos propósitos muy diferentes, e instituyeron el Colegio Electoral. Hoy muchos consideran éste, como un anacronismo, en el mejor de los casos, o como una peligrosa bomba de relojería en el peor, una bomba que puede explotar, adjudicando la Casa Blanca, al candidato que ha perdido en el voto popular. Acaba de suceder con la elección de Trump. Para sus artífices, el Colegio Electoral era un ingenioso dispositivo, para evitar la Presidencia plebiscitaria. Pretendía alentar la selección del hombre, con un pasado más distinguido al servicio de la República. La virtud republicana, no la demagogia populista, tenía que ser el requisito principal. Estoy seguro, porque los conozco bien, que esto es lo que siguen pensando algunos líderes históricos del PSOE, respecto a la legitimidad de los Congresos a la antigua usanza, por encima de las Primarias. Pero la Historia, adaptándose a las circunstancias cambiantes, para bien o para mal, ha convertido la elección a la Presidencia de los Estados Unidos en un plebiscito, y la elección de nuestro Secretario General, en algo parecido mediante las Primarias.
Pero otras instituciones, también han ido cambiando en composición y funcionamiento, a lo largo de la Historia. Por ejemplo, como explica Bruce Ackerman en “We The People”, hoy, para la mayoría de americanos, la Cámara de Representantes, es la más localista de las instituciones nacionales, y esperan que cada uno de sus miembros, se ocupe preferentemente, de los intereses más limitados de su distrito particular. Pero los Padres Fundadores esperaban algo diferente de dicha Cámara. Para ellos la misma, tenía que parecerse a la Cámara de los Comunes inglesa que, tradicionalmente, había servido como portavoz del país frente a la Corte. Y en sus orígenes, la Cámara de Representantes, era la única parte del gobierno, directamente elegida por los ciudadanos de Estados Unidos. Y por ello se esperaba, que fuese la institución que expresase el lado más nacionalista, de la temprana vida republicana. El Senado, en cambio, según la Convención de Filadelfia, era elegido por la asamblea legislativa de cada Estado (hubo que esperar a 1909-1920, a la XVII Enmienda, para que fuera elegido directamente por los ciudadanos). Aunque el mandato de seis años, otorgaba a los senadores una mayor independencia deliberativa, de la que disfrutaban sus colegas de la Cámara Baja (elegidos cada dos años), la forma en que eran designados, hacia de ellos una especie de embajadores, de sus estados respectivos, que controlaban las tendencias nacionalistas de la Cámara.
Todo esto ya había revertido a principios del pasado siglo. Y hoy los americanos esperan de los senadores, que adopten una perspectiva más amplia, más nacionalista, que el típico representante de la Cámara, si bien la parcialidad de cada senador, respecto a su propio Estado, todavía hace que sea una figura relativamente provinciana, comparado con un Presidente plebiscitario, que constantemente explica, que él es el único funcionarios, elegido por todos los estadounidenses.
Como vemos, todo cambia, todo se adapta a los nuevos tiempos, la Historia fluye incesantemente. Y sobre todo eso, pienso, deberíamos reflexionar con serenidad, cuando discutimos de reformar la Constitución de 1978. O cuando debatimos si el PSOE de hoy, puede seguir organizado según los esquemas del Congreso de Suresnes.
Mientras tanto, me parece que ya podemos afirmar, que estas Primarias en el PSOE se han convertido “de facto”, en un proceso constituyente. Siempre que aceptemos, claro está, que existe una teoría en el Derecho Constitucional, que contempla como proceso constituyente: la radicalización de la democracia mediante la imposición de nuevas cartas de derechos, fruto de las nuevas necesidades políticas y socioeconómicas de la inmensa mayoría
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Abril del 2017.



miércoles, 5 de abril de 2017

ISAIAH BERLIN

El pasado mes de febrero, Henry Hardy, el editor de los grandes ensayos del gran historiador de las ideas Isaiah Berlin, dio una conferencia en Madrid. Y ese hecho me llevó a releer las obras de Berlin que figuran en mi biblioteca. Especialmente la biografía que sobre él escribió Michael Ignatieff; y su libro de ensayos “Sobre la Libertad”.
Sin Henry Hardy, es posible que Isaiah Berlin no fuera el Isaiah Berlin tan famoso. El propio Hardy recordó alguna vez que Berlin decía de si mismo: “Soy como un taxi, me tienen que parar”. Es decir, que tenían que forzarlo para que escribiera, y sus ensayos respondían a encargos concretos, y no siempre llegaban a publicarse. De forma que anduvieron mucho tiempo dispersos. Hasta que Hardy tomó el mando de la nave, y se convirtió en el editor de los 18 volúmenes de ensayos de Berlin, y de los cuatro que reúnen su correspondencia. Así que lo sabe todo sobre el gran maestro del pensamiento liberal, y uno de los historiadores de la ideas de mayor fuste y brillantez.
Berlin era un hombre conciliador, y le encantaba perderse en sus largas conversaciones. Cuando se le pedía su firma para defender algo en un periódico, se negaba, pues lo consideraba un gesto vacío. Prefería hablar con quienes defendían una posición distinta a la suya, para ver si los podía persuadir y que cambiaran de opinión. Disfrutaba con cualquier tarea intelectual. Su definición de “intelectual”, es la de alguien que quiere hacer las ideas lo más interesantes posibles.
Un día un profesor de Harvard, le convenció de que la filosofía nunca progresa, que no sabes más al final de tu vida como filósofo, de lo que sabías al principio. Como Berlin quería saber algo más, la historia de las ideas le iba a dar esa oportunidad. Su principal interés era la gente, y la filosofía que se hacia en los años treinta, era demasiado abstracta.
Alexander Herzen
Uno de los grandes talentos de Berlin, era imaginarse dentro de la piel de otra persona, especialmente en la de aquellos con los que no coincidía, en su manera de ver el mundo. Solía decir que sabía exactamente como pensaba Marx, y eso que muchas de sus ideas, tenían lo que a él menos le gustaba: esa absoluta certeza sobre la marcha de la política, de la economía. Quizá fuera el haber presenciado de niño, los primeros disturbios de la revolución bolchevique (este año se cumple el centenario) lo que creó en él un radical rechazo de cualquier forma de violencia, y más de las que estaban inspiradas en certezas políticas.
A Berlin le aburría leer a la gente con la que estaba de acuerdo, tenía más interés en conocer a aquellos con los que disentía. Estaba con los ilustrados en su batalla contra el oscurantismo, el autoritarismo, las fuerzas oscuras que esclavizan a una sociedad. Pero pensaba de ellos, que fueron muy lejos al considerar que las cuestiones humanas, podían abordarse de la misma manera, con que las ciencias tratan los fenómenos naturales. Las ciencias estudian lo general, y buscan regularidades que pueden ser predecibles. Las humanidades pretenden entender lo que es único y particular, lo que ocurre de verdad con una persona en una situación concreta.
Para él existen dos formas de libertad. La “negativa” es aquella que te permite ser libre de algo, superar cualquier interferencia que quieran imponerte, la libertad “de”. La “positiva” tiene que ver con la pregunta ¿quién está al frente? Y la respuesta correcta debería ser que mando yo: la libertad “para”. Berlin quería que los hombres fueran los autores de sus propias vidas. Pero hay quienes consideran que esa libertad “positiva”, podría obligar a ajustarse a la voluntad del Estado, y que el final sería igualmente una forma de esclavitud. Berlin era muy crítico con Hegel, que consideraba que toda persona racional querría hacer lo correcto, lo que se ajusta al Estado, pero esto no es más que retorcer la lógica de las cosas, y por eso estaba radicalmente en contra del comunismo y del fascismo.
Le encantaban a Berlin los juegos intelectuales. Sostenía que se podía tener dos temperamentos, y de ahí su archiconocida dualidad del erizo y el zorro: “los hay que están obsesionados, como el erizo, con una sola idea que los ayuda a explicar todo, y los que, como el zorro, cultivan la variedad y se fijan en casos concretos”. Tolstoi, decía, fue un magnífico zorro en sus novelas, pero estaba obsesionado con entender la historia, desde un único principio que lo organizara todo, como el erizo. (Escribía Rubén Amón en El País: “Hay un zorro, Pedro Sánchez, y un erizo, Susana Díaz, mimetizados ambos en las propiedades que atribuye Isaiah Berlin a cada animal, en un feliz ensayo escrito en 1953. El erizo, a semejanza de Susana Díaz, es obstinado, determinado, perseverante en sus convicciones. Y el zorro sabe adaptarse a los cambios. Es voluble y astuto, exactamente como le sucede a Pedro Sánchez en su enésima resurrección política. Parecía sepultado después del psicodrama de Ferraz y de la entrevista a Jordi Évole, pero la corpulencia de su lema embrionario, "No es no" y el fervor de la militancia en el anatema contra Mariano Rajoy, le han proporcionado una desmesurada euforia).
Alexander Ivanovich Herzen, intelectual y revolucionario ruso (Moscú, 1812 - París, 1870) fue uno de los grandes héroes de Berlin, acaso el mayor. Su manera de ser era muy parecida a la suya. Fue un gran conversador. Lo más importante que tomó de Herzen, era que jamás se puede tolerar hacer sufrir a nadie en el presente, con la promesa de que eso servirá para conseguir algo mejor para la humanidad, en el futuro.
Los grandes principios son diferentes y reclaman compromisos distintos. No hay una fórmula a la que agarrarse, para decidir cual es mejor. Es lo que Berlin llama lo inconmensurable: no hay una manera única de decantarse. Y eso es lo trágico, que debemos elegir entre unos valores y otros cuando son incompatibles, y eso te desgarra.
Nos recuerda Isaiah Berlin que el Romanticismo fue muy lejos, reformando los rasgos particulares de cada cual, hasta el punto de cuestionar valores que podían ser universales. Y eso, estos días aciagos, nos devuelve a Trump y al escenario de la posverdad. Se ha desentendido de los hechos, para producir una realidad alternativa. Y además está su afán por generar un culto a su propia personalidad. Son dos gestos claramente románticos. (Un día de estos escribiré más extensamente sobre el Romanticismo).
Baste hoy insistir en que la radical oposición de Berlin, a quienes están convencidos de tener una repuesta para todo, es en estos tiempos más relevante que nunca.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Marzo del 2017.