No tengo todos los datos demoscópicos y sociológicos de lo que ha ocurrido. Pero si los suficientes, me parece, para decir algunas cosas, y contradecir muchas tonterías de izquierda chic o gauche divine que se han aullado.
Slavoi Zizec ha sostenido que Hillary era el verdadero peligro, “porque al menos Trump había conseguido romper, los consensos entorno a los que funcionaba la política y, si ganaba, obligaría a los grandes partidos a volver a sus fundamentos, para regenerarse”.Y Susan Sarandon, magnífica representante de esa izquierda elitista, dijo, ya lo sabéis, que ella no votaba con la vagina, y que se negaba a optar por “el menor de los males”.
La posición de Zizec – nos recordaba Máriam Martínez Bascuñán – es la de aquellos que entienden que cuanto más se antagonizan las contradicciones, tanto mejor para destruir un orden de legitimidad que impide fructificar lo auténtico: la utopía que está ahí siempre, al final del camino; esa sociedad perfecta después del caos (el domingo después del viernes, de Steiner) aunque para ello tenga que perecer el mundo. Y la de Sarandon encarna el juicio moral, que obliga a interpretar el mundo en opciones maniqueas: en la vida se elige entre un bien o un mal, que pueden ser identificados con certeza. Con ello desaparecen los dilemas, sustrato de la política, donde imperan los grises y donde, precisamente por eso, habitualmente hay que elegir entre dos males. La alternativa a los dilemas, es el maniqueísmo agustiniano.
Hannah Arendt |
Le Pen, Putin, Trump y otros colegas, prometen Estados fuertes, naciones orgullosas, mano dura contra los inmigrantes, y recuperar la soberanía, frente a cualquier compromiso impuesto desde el exterior. Unos hablan en nombre de la democracia, otros del pueblo o la nación, pero todos apuntan a un mismo modelo: la tiranía de la mayoría, bajo un líder clarividente y un enemigo común, exterior, interior, o ambos a la vez. También celebran la victoria de Trump, curiosamente, los nuevos populistas de izquierdas y las izquierdas trasnochadas de siempre. Para todos ellos, esa victoria confirma el inminente colapso del sistema, víctima, como ya apuntaba, de sus contradicciones estructurales. Están alegres – como apuntaba Torreblanca – porque las vías de reformas pragmáticas del sistema, tienen que fracasar para que su alternativa radical, se revele como la única posible (la controversia histórica entre Bernstein y Kautsky). Vuelve pues el marxismo clásico, ortodoxo, “viejuno”, con su análisis simplista y reduccionista del mundo, ¡et voilà! lo hace en pinza con el peor nacionalismo xenófobo. Como si ignorásemos la historia, y no hubiéramos aprendido nada de los años treinta, y del fracaso de unas democracias asediadas por la izquierda y la derecha.
Estamos ante una amalgama en la que se mezclan izquierdas y derechas, nuevas y viejas, antiestatistas y anticapitalistas. Amalgama que no es capaz de construir nada, pues, en el fondo, sólo les une la pasión por destruir las estructuras fundamentales de lo existente, de todo aquello en que se basa nuestro modo de vida: la democracia representativa, la economía de mercado, la apertura de fronteras, las identidades múltiples, la idea de la sociedad abierta de Karl Popper. Es el viejo nacionalismo, ahora disfrazado de revuelta del pueblo contra las élites, pese a la evidencia, de que todos esos movimientos, están liderados por élites, que muy poco tienen de pueblo. Unas élites fanatizadas, que saben bien como manipular las emociones y manejar los medios, para instalarse en el poder en nombre del pueblo.
Franklin D. Roosvelt |
En el caso de Trump y de Farage, fueron los inmigrantes, aquellos que, según el razonamiento postulado, generan criminalidad y amenazan nuestros empleos, o nuestra forma de vida. Que los hechos no apoyen la tesis, es irrelevante. Si la teoría no coincide con la realidad, que se fastidie la realidad. El argumento funciona, porque apela de manera visceral al rechazo u odio a “los otros”, a lo desconocido. Hitler entendió todo esto muy bien. En su caso identificó al enemigo como los judíos. Hoy en Europa otros ganan adeptos, incitando al miedo a los musulmanes. Y si no estamos atentos y reaccionamos, esto puede que no haya hecho sino empezar.
Franklin D. Roosvelt dijo: “A lo único que debemos tener miedo, es al propio miedo. Los hombres no son presos del destino, sólo son prisioneros de sus propias mentes”.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Noviembre del 2016.
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