El 1 de Septiembre de 1902, Bertrand Russell escribía estas letras a Lucy Martin Donnelly:
<Para la mayoría de la gente, la familia posee
un grado de realidad, superior al de no importa que ulterior relación,
comprendidas las del esposo y/o la esposa. Lo puede observar en Carlyle: sus padres en
Annandale, estuvieron presentes para él, como jamás lo estuvo su esposa hasta
que murió… Las personas asociadas a nuestra infancia, tienen una presencia superior
a la que pudieran pretender, aquellos que conocemos más tarde (los primeros
viven siempre en nuestro pasado instintivo)…
No, no he leído a los Isabelinos desde mi primer
año en la universidad: según mis recuerdos, su principal mérito residía en la
riqueza y esplendor de su verbo. No demande a los antiguos dramaturgos, un
Evangelio capaz de regenerarnos: su mundo es decididamente, demasiado irreal. “Bien
sûre”, vuestra propia vida es una vida “de papier”, como usted
misma dice, una vida en la que la experiencia viene adquirida por el
intermediario de los libros. Para remediar esto, más libros no es una buena
solución. El único remedio es la vida real, pero no es un remedio fácil. Por
“vida real”, entiendo una vida hecha de cierta forma de intimidad con otros
seres humanos (la vida pasional de Hodder, no tiene ninguna especie de realidad).
O, si usted lo prefiere, la vida real significa la experiencia, que uno
adquiere por si mismo, de las emociones que constituyen la materia de la
religión y la poesía. La vía para llegar a ella, es la misma que la aconsejada
al hombre que quería fundar una nueva religión: Muera en la cruz y resucite al
tercer día.
Si usted se siente
preparada para estas dos pruebas, no lo dude: láncese a la vida real. Pero en
el mundo moderno, la cruz es generalmente la que uno se inflige a sí mismo,
deliberadamente; y la resurrección, con la perspectiva de nuevas crucifixiones,
exige un considerable esfuerzo de voluntad. Me parece que sus dificultades,
provienen del hecho de que en su mundo, usted no tiene interlocutores reales.
Los jóvenes no son nunca reales; los solteros lo son raramente. Además, si me
permite remarcarlo, la calidad de las emociones en América, me parece más
frívola, más superficial, más pusilánime que en Europa; se constata allí una
banalidad de sentimientos, que hace que las personas reales sean muy escasas…
En suma, la vida real no consiste, como Hodder
querría haceros creer, en aventuras con los hombres casados. Si busca
experiencias raras, algo de renunciamiento, o de cumplimiento del deber, os
procurará sensaciones infinitamente más singulares, que las más bellas, las más
libres pasiones del mundo. Por lo demás, una vida rodeada de libros, procura un
alto grado de calma y serenidad. Es exacto que se acaba teniendo hambre de algo
más inmaterial; pero se ahorra uno el remordimiento, el horror, la tortura y el
veneno enloquecedor de la pesadumbre. Por mi parte, yo me construyo un refugio,
donde lo más profundo de mi mismo, pueda habitar en paz, mientras un simulacro
de mi persona afronta el mundo exterior.
Ayer, como hablaba en descampado, los espectros de
mi pasado surgieron y desfilaron ante mí en procesión – tantos muertos, con sus
esperanzas y sus temores, sus alegrías y sus penas, y las aspiraciones de su
juventud dorada – todo perdido, desvanecido en los limbos inmensos de la humana
locura. Y mientras hablaba, tenía la impresión que yo mismo y los otros,
desaparecíamos ya en el pasado, y que nada tenía ya importancia: luchas,
sufrimientos… todas las cosas, pura fatuidad, ruidos y furor, sin ningún
sentido. “Et voilà” como se alcanza la serenidad, como los rayos del
Destino, se reducen a simples cuentos de niñeras, relatados para asustar a los
chavales…
He releído, por otra parte, el más exquisito de
todos los pequeños relatos históricos, “Le collier de diamants” de Carlyle.
Es el único autor que ha sabido dar a la Historia, su legítima plaza en las
Bellas Artes>.
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