Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 24 de septiembre de 2018

NOS COGERÁ EL TORO

Nos cogerá el toro, y es un morlaco de aúpa, si seguimos prestándole menos atención a él que al ruido en los tendidos, a los gritos, aplausos, insultos y olés de los aficionados. Pedro Sánchez ha dicho: “Sólo es ruido”. Sí, pero justo por eso, no deberíamos perder tanto tiempo con ello.
No hay que entender la política, exclusivamente como lo que acontece en la superficie, lo que mete ruido, la agitación de los bullangueros. Es lo mismo que en la historia, en cuya investigación sabemos de la importancia de detectar lo que está debajo de lo más manifiesto. Unamuno, lo he escrito a veces, llamaba “intrahistoria” a la dimensión interna de la historia. Y lo ilustraba con la conocida metáfora, del contraste entre la superficie agitada del mar y la quietud de las aguas abisales. A día de hoy, los “grandes acontecimientos históricos”, los asuntos que tratan los periódicos, y no digamos las redes, son los que tienen lugar en la superficie; mientras que los cambios sociales y culturales importantes, que se mueven bajo la superficie, sólo son detectados por contados políticos, sociólogos o filósofos que, como Casandras de hoy, nos advierten sobre ellos, con el mismo resultado que el de la clásica profetisa: ninguno. Hay un “nivel subterráneo” (abisal diría Unamuno) donde se articulan dinámicas sistémicas globales, que unen lo que en la superficie parece desconectado. Son imposibles de percibir, si contemplamos el mundo con los lentes de nuestras pasiones. O las confundimos con las que nos presentan algunos digitales, las redes sociales, los tuiters de Trump, las “fake news”, o los postureos y “performances” de muchos políticos.
Pepe Borrell en Florencia
Las elecciones europeas están ahí, el próximo mayo. Si ganan las derechas populistas, identitarias y xenófobas, se deshilacha la Unión y el Euro se devalúa gravemente ¿de verdad a alguien le va a preocupar entonces, lo que haya pasado con el máster de Casado, o la tesis de Sánchez? Borrell nos hablaba el otro día de problemas reales e imaginarios. Los primeros, los reales, en su mayoría se pueden resolver, si existe voluntad política (como pasó no hace mucho con la crisis del Euro). Los imaginarios (derivados de emociones y ensoñaciones) no se pueden resolver, sólo disolver. El Gobierno debe enfrentar con rigor y respuestas concretas y efectivas, aquellos problemas que de verdad afectan, o afectarán gravemente, la vida diaria de los ciudadanos. Y dejar de prestar atención a la espuma de las olas, y a la bullanga de ciertos medios digitales y redes sociales.
Sí, sí, ya lo sé, sólo 84 diputados y un montón de otros exclusivamente dedicados al postureo. Y sigo manteniendo mi confianza en el Gobierno y en la Dirección del PSOE. Seguro que todos ellos saben mejor que yo, cuales son los movimientos importantes, los abisales, los que se dinamizan en lo profundo. Yo solo aviso como Casandra improvisada. Porque hay que seguir confiando en la acción transformadora de la política; sin dejarnos atrapar en las falsas dicotomías del Ideal-Posible o Mejor-Bueno. Que no son sino un burdo plagio de la “piedra de Sísifo”. No es que en la carrera de lo posible a lo ideal, la piedra siempre acabe volviendo al comienzo, sino que cuando ascendemos algo hacia el Ideal, siempre hay alguien que lo sitúa más alto. Si no se desafora al Rey, no desaforamos a los políticos. O el todo o nada. Pero de nada nos sirve llorar o quejarnos, pues como nos recordaba Javier Solana, que dijo Hegel en su “Fenomenología del espíritu”: “La queja es una lágrima derramada sobre la necesidad”.
No es necesario haber leído muchas publicaciones serias, para constatar que en Europa (y en el mundo ya puestos) se está produciendo un cambio de mentalidades, germinado en tres fenómenos propios de nuestros días: una aversión estereotipada hacia los inmigrantes, muy especialmente hacia los de confesión musulmana; el poder de atracción de un nuevo tipo de políticos, que rehuyen los problemas reales, y sitúan en la agenda los imaginarios (esencialmente identitarios); y, por fin, la torpe forma de reaccionar de las élites políticas, ante la aparición de estos movimientos de protesta, en general populistas de derecha, pero no exclusivamente. Estas nuevas tendencias políticas, son incompatibles con las Constituciones de países que se consideran hijos de la tradición democrática liberal europea. Y con todos los que no comulgamos con una concepción étnica de la democracia, ni con una visión exclusivamente judeo-cristiana de nuestra tradición.
Jürgen Habermas
Pero algo bueno puede que aporten estos movimientos contestatarios: despertarnos de la somnolencia con la que hemos manejado hasta hoy, el funcionamiento de la democracia a nivel europeo que, como poco, diríamos que ha sido excesivamente elitista. Todas estas fuerzas política emergentes, algunas de sus exigencias, nos demuestran que una comprensión puramente formalista – y por ende disminuida – de los procesos democráticos, cada día encontrará una mayor resistencia.
También nos decía Borrell en su conferencia de hace unos días, que todo ese laissez faire, laissez passer, con el cual los ciudadanos han permitido a ciertas élites (nómadas cosmopolitas, las define Pepe y se incluye) gobernar la Unión, cuando las cosas iban bien, se ha acabado. La Unión ya no puede seguir siendo cosa de unos pocos (por más que el Parlamento Europeo, lo compongan 750 miembros), la ciudadanía de todos los países debe ser convocada seriamente, no sólo a la votación en las próximas elecciones, sino esencialmente a los procesos de debate en la campaña. Lo que decía al inicio: si las fuerzas seriamente democráticas, pierden las elecciones ¡que irrelevante nos parecerá entonces el máster de Casado!
Pero para terminar, un toque de optimismo, que es lo mío. Decía no hace tanto Jürgen Habermas: “Tenemos en Europa ciudadanos suficientemente educados, para que ese género de ficciones políticas sentimentales, de las que el populismo de derechas quiere convencernos que existen, no tengan recorrido”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Septiembre del 2018.


lunes, 17 de septiembre de 2018

EL ENTUSIASMO

El hombre civilizado se distingue del salvaje, principalmente por la “prudencia” o, para emplear un término más amplio, por la “previsión”. Esta dispuesto a sufrir penas momentáneas, para obtener placeres futuros, incluso aunque estos sean muy lejanos. La verdadera “previsión” no sólo aparece, cuando el hombre obra sin que ningún impulso lo dirija, sino porque su razón le aconseja que en el porvenir, sacará más provecho así. Pero la civilización contrarresta el impulso, no sólo por la previsión, que sería un freno voluntario, sino también por la ley, la moral y la religión.
Es cierto, sin embargo, que la excesiva prudencia puede traer fácilmente consigo, la pérdida de las mejores cosas de la vida. Los adoradores de Dionisio, nos recuerda la historia, reaccionaban contra la prudencia. En la embriaguez, física o espiritual, recobraban una intensidad de sentimiento, que la prudencia había destruido. Contemplaban el mundo lleno de delicia y belleza, y su fantasía les liberaba de repente, de la prisión de las preocupaciones cotidianas. El rito báquico producía lo que se llamaba “entusiasmo”, lo cual quiere decir, etimológicamente, que el dios entraba en la persona que le veneraba, y que ésta entonces, se creía una con el dios. Muchas cosas admirables de las obra humanas, llevan en sí un elemento de embriaguez (mental, no alcohólica, por supuesto) donde la prudencia es barrida por la pasión. Sin el elemento báquico, la vida carecería de interés, con él es peligrosa. La prudencia contra la pasión: este conflicto se extiende por toda la Historia.
Nos recuerda Bertrand Russell, que Orfeo es una figura oscura en la historia, pero interesante. Algunos historiadores creen que era un personaje real, otros que un dios o un héroe imaginario. Según la tradición vino de Tracia, como Baco, pero parece más probable que viniera (él o el movimiento que se asocia a su nombre) de Creta. Es cierto que las doctrinas de Orfeo, contienen muchas ideas que parecen tener su fuente original en Egipto. Y que fue principalmente a través de Creta, como Egipto influyó en Grecia. Se dice que Orfeo fue un reformador al que desgarraron las ménades (seres femeninos divinos) frenéticas, alcohólicas, instigadas por la ortodoxia báquica.
Como quiera que fuese la doctrina de Orfeo (si es que éste existió) la que se conoce bien es la de los órficos. Creían en la transmigración del alma. Enseñaban que ésta puede tener en otro mundo un goce eterno, sufrir el tormento eterno o temporal, según la manera de vivir en la Tierra. Aspiraban a hacerse “puros”, en parte por ceremonias de purificación, en parte evitando cierto tipo de contaminación. Los más ortodoxos entre ellos, se abstenían de tomar alimento animal, excepto en ocasiones rituales, cuando lo comían como sacramento. Los órficos eran una secta de ascetas, para ellos el vino era sólo un símbolo, como más tarde en el sacramento cristiano. La embriaguez que buscaron era la del “entusiasmo”, la unión con el dios. Este elemento místico entró en la filosofía griega con Pitágoras, que fue un reformador del orfismo, así como Orfeo había sido un reformador de la religión dionisiaca. Por Pitágoras entraron elementos órficos en la filosofía de Platón. Y por éste en la mayor parte de la filosofía posterior de índole religiosa.
La tradición convencional respecto a los griegos – y así me lo enseñaron en el bachillerato – dice que manifestaron una serenidad admirable, la que les permitía contemplar la pasión desde fuera, percibiendo toda su belleza, pero permaneciendo ellos tranquilos y olímpicos. Pero Russell manifiesta, que este es un punto de vista muy unilateral. Que quizá sea cierto respecto a Homero, Sófocles y Aristóteles, pero no desde luego respecto a los griegos que, directa o indirectamente, sucumbieron bajo las influencias báquica u órfica. En Eleusis, donde los misterios del mismo nombre, formaron la parte más sagrada de la religión ateniense, se cantaba el siguiente himno:
“Alzando tu copa de vino
en tu revelación enloquecedora,
al florido valle de Eleusis
llegas tú ¡salve a ti, Baco, Pan!”
No todos los griegos, pero sí muchos de ellos, eran apasionados, desgraciados, en conflicto consigo mismo, llevados a un lado por el intelecto y a otro por las pasiones, con bastante imaginación para concebir la idea del cielo y del infierno. Tenían la máxima “nada en exceso”, pero en realidad eran exaltados en todo: en la idea pura, en la poesía, en la religión y en el pecado. Esta combinación de pasión e intelecto los hizo grandes, mientras lo fueron.
Sin embargo, en mi modesta opinión, si tomásemos como característica de los griegos, en conjunto, lo dicho en el párrafo anterior, pecaríamos también de unilaterales, como cuando los llamábamos “serenos”. En realidad, había dos tendencias en Grecia: una apasionada, religiosa, mística, ultramundana, y otra alegre, empírica, racionalista, y con afán de conocer la diversidad de hechos. Herodoto podría representar esta última tendencia, lo mismo que los primeros filósofos jónicos y, hasta cierto punto, también Aristóteles.
Las cosas, me parece, no han cambiado tanto a lo largo de la historia. Siempre ha habido y hay entusiastas, apasionados, exaltados, y también, conviviendo mal que bien con ellos, tipos serenos, reflexivos, racionalistas.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Junio del 2018.


martes, 11 de septiembre de 2018

"INTRAHISTORIA"

Hace ya cierto tiempo en mi Blog, al escribir sobre “Un cierto regusto a un “déjà vu”, hice alguna alusión al concepto de “intrahistoria” en Unamuno: “Unamuno – que no era historiador, pero sí algo sabía del tema – decía que no hay que entender la historia, exclusivamente como lo que acontece en la superficie, lo que mete ruido, la agitación de los bullangueros. Él llamaba “intrahistoria” (“Evolución y revolución” 1886) a la dimensión interna de la historia. Y lo ilustraba con la conocida metáfora, del contraste entre la superficie agitada del mar y la quietud de las aguas abisales”.
La noción de intrahistoria de Unamuno se debe – creo yo - en gran parte, a la obra de Hegel, y al concepto romántico alemán de "Volksgeist". Aunque muchos investigadores, sugieren que Don Miguel pudiera haberse encontrado con este concepto, de un modo más indirecto y casual. Juaristi, por ejemplo, cree que Unamuno podría haber hallado ecos del historicismo romántico alemán y de la idea de "Volksgeist", en las novelas fueristas o foralistas que leyó en su juventud. Por su parte Inman Fox llama la atención, sobre el vínculo existente entre el concepto unamuniano de intrahistoria y la noción de “historia interna” – el análisis del funcionamiento interno de la historia, elemento común en la historiografía del siglo XIX – y puntualiza que durante décadas los krausistas y, en especial, Giner de los Ríos, habían sido los principales exponentes tanto de la “historia interna”, como de la idea romántica que mantiene que el carácter íntimo de un pueblo, sale a la luz a partir de su literatura, de su arte y de su lengua. Winfried Kreutzer sugiere, incluso, que Unamuno podría haber conocido la noción de “historia interna” – noción fundamental, bajo su punto de vista, en relación a su desarrollo de la idea de intrahistoria – por mediación de la obra de Pérez Galdós. Finalmente Adolfo Sotelo Vázquez afirma que las raíces de la idea de intrahistoria, pueden hallarse en Taine y en el krausismo (“tras el cual se halla el concepto herderiano romántico alemán de "Volksgeist”).
Miguel de Unamuno
Stephen G. H. Roberts opina que aquellos progresistas que, al igual que Unamuno, se han sentido atraídos por los ideales internacionalistas de movimientos tales como el socialismo, viven mirando al futuro en un constante soñar con utopías lejanas. Consiguientemente pasan por alto el presente sin arraigarse en él. Y es a la luz de este hecho, que Unamuno se dispone a buscar el momento presente, donde pasado y futuro puedan encontrarse. Llegará a descubrir este presente dentro, y a través, del concepto de intrahistoria. A diferencia de los casticistas, que buscan tradiciones en el pasado, Unamuno afirma que, en realidad, la tradición verdadera, aquello que él llama “la tradición eterna”, se sitúa en las profundidades del presente. Al igual que el mar, el momento presente está formado de superficies y profundidades: los grandes acontecimientos históricos, los asuntos que tratan los periódicos, tienen lugar en la superficie, mientras que las tradiciones y los valores depositados por el pasado, se hallan recogidos en la profundidad intrahistórica, encontrando su expresión en las vidas de hombre y mujeres, que llevan a cabo sus tareas cotidianas.
Contrariamente a lo que piensan algunos investigadores, tales como Juaristi – escribe Roberts – estos valores y tradiciones intrahistóricos, acumulados en las profundidades del momento presente, no son estáticos, ni inmutables, ni tan siquiera se hallan separados de la superficie histórica, sino que, como explica Don Miguel: “la historia brota de la no historia… las olas son olas del mar quieto y eterno”. Unamuno hace hincapié, en la relación simbiótica que existe entre las esferas intrahistórica e histórica, teniendo en cuenta que las tradiciones y los valores intrahistóricos han sido, y continúan siendo, creados como resultado de los acontecimientos acaecidos en la esfera histórica, mientras que, por su parte, los eventos históricos se dejan influir o, cuando menos, a su parecer, a si debiera ser, por las tradiciones y valores que los sustentan. Tal y como afirma Unamuno “la tradición es la sustancia de la historia”, y “la historia es la forma de la tradición”. Esencialmente las profundidades intrahistóricas actúan como sustancia del momento histórico presente, y la conjunción de lo profundo y lo superficial, de la tradición y de la historia, forma lo que Unamuno denomina “el presente total intrahistórico”, es decir, un presente profundo donde el pasado y el futuro, la tradición y el progreso, terminan por unirse.
Pues bien, hoy dejando de lado a Unamuno y repasando notas antiguas, me he encontrado con otras alusiones, a este concepto de la dimensión interna de la historia.
Creo recordar que fue por allá por los años ochenta cuando Ulrich Beck (Słupsk, Pomerania, 15 de mayo de 1944 - 1 de enero de 2015, un sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics) nos invitó a cambiar de registro, para abordar los problemas que, a partir de entonces, debería resolver la política. Hechos cercanos e imperceptibles que trasforman la vida cotidiana, nos avisaba, debían afrontarse con una nueva perspectiva, que diese cuenta de los profundos desplazamientos que se producían en el mundo.
No hace mucho la politóloga Máriam Martínez Bascuñan, en El País, nos recordaba que Saskia Sassen (La Haya, Países Bajos, 1949 socióloga, escritora y profesora neerlandesa) decía que hay lógicas que cortan transversalmente, las divisiones académicas que empleamos con excesiva recurrencia, que hay un “nivel subterráneo” (abisal dijo Unamuno) donde se articulan dinámicas sistémicas globales, que unen lo que en la superficie parece desconectado. Son imposibles de percibir – añade – si contemplamos el mundo con viejos clichés.
Y por último, Alfonso Pinilla (historiador) en una entrevista también en El País, nos recordaba que los historiadores, solemos acudir a grandes categorías conceptuales, para explicar los procesos históricos. Y sin embargo, quizá porque no siempre disponemos de un sólido apoyo documental, ignoramos el papel clave que tiene la intrahistoria, ese conjunto de pequeñas teselas, de actitudes individuales, de actuaciones concretas, muchas veces procedentes de personas desconocidas por el gran público. Sin descenso a la intrahistoria, nos advertía, no hay comprensión real de lo que vemos, de los grandes hechos, siempre complejos, y muchas veces inesperados.
Pues eso.


Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Julio del 2017.