Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 27 de junio de 2016

ORGULLO DE PERTENENCIA

Orgullo de pertenecer a una organización más que centenaria; orgullo de sus votantes; orgullo muy especial de sus militantes, que siempre están ahí cuando más se les necesita; y orgullo de nuestro Secretario General, que se lo ha currado como nadie. Y orgullo también porque, como hubiera escrito de haber vivido, la gran historiadora francesa Annie Kriegel: ¡¡Nous sommes tenu!! Hemos aguantado, hemos resistido, firmes en nuestras convicciones. Por nuestro orgullo de pertenecía y por la lealtad a nuestras ideas.
Como aficionado desde mi niñez a las películas de vaqueros, los “westerns” como dicen los finos, he contemplado toda esta campaña como una película de ese género, con el Regimiento PSOE , encerrado en el fuerte de Ferraz, rodeado por una gran coalición de todas las naciones pieles rojas. Atacado por la derecha por el extenso pueblo de los Sioux, Lakotas, y por la izquierda por una coalición de Pies Negros, Cheyennes, Arapahoes, Apaches, Navajos, Pawnees, Comanches… Todo parecía que iba a terminar muy mal, como en “Murieron con las botas puestas”, así lo pronosticaban los modernos hechiceros (las encuestas). Pero no, al final llego la caballería de la socialdemocracia (votantes) y salvó el fuerte y a los supervivientes del Regimiento PSOE.
Sede de Ferraz
Así que sí, mucho orgullo. Pero también amargura y pena (“Entre la pena y la nada, me quedo con la pena” escribió William Faulkner) por el progreso de la derecha. E indignación, sí, indignación, ante la posibilidad de que sigan gobernando los corruptos, los que manejan las instituciones contra sus adversarios políticos, los que defiendes a los ricos y ahogan a los débiles. Y fenomenal cabreo, porque el 20D lo tuvimos a huevo, y sólo el desmedido ego de Pablo Manuel, dispuesto a mandarlo todo a la”m”, con tal de ser Presidente a cualquier precio, impidió que hubiera un gobierno del cambio. Y ahora está mucho más difícil ¡Enhorabuena Unidos ya no Podemos!
Pero la Historia continua, y nos esperan años de lucha. Escribí hace días: “De la hipotética degradación del espacio socialdemócrata en el PSOE, se derivaría en todo caso, es mi opinión, la regeneración de dicho espacio político, pero no su sustitución por un populismo demagógico, dispuesto a todo para confundir a los ciudadanos y conseguir el poder, mintiendo al estilo de Lenin. Que algunos nos hemos leído la historia y aprendido de ella”.
Estoy seguro de que en los próximos tiempos, se producirá una reorganización del espacio socialdemócrata. Cuando se vayan poniendo de manifiesto, las profundas contradicciones que habitan en el seno de Unidos Podemos (amontonamiento de unas veinte organizaciones políticas: leninistas, transversales, ecologistas, populistas, independentistas…). Y cuando regresen los votantes de centro y centro-izquierda más pusilánimes, que ayer, desde el PSOE y Ciudadanos, emigraron al PP, asustados por la demagogia y mentiras, de los que han llevado al Reino Unido al “Brexit”; espantados por los aplausos de Le Pen, Trump y demás populistas-fascistas a la ruptura de la U.E; atemorizados por la posibilidad de que el PSOE y/o Ciudadanos, pudieran favorecer, de alguna manera, un gobierno de Podemos.
Lo que no sé, es si llegaré a verlo. Porque mientras haya muchas personas, razonablemente muy enfadadas, por las políticas austericidas y de recortes del PP, existirá un importante potencial de voto indignado. Y la oposición al voto de la venganza, del resentimiento, de la indignación. La pelea por un voto racional, razonado, no fruto de simples emociones primarias, será una larga lucha. Una lucha desigual entre razón y emoción, en la cual la primera lleva todas las de perder.
PSOE y Podemos
Y no, no estoy satisfecho de los resultados obtenidos por el PSOE. No podemos ir perdiendo un puñado de diputados, en cada una de las elecciones legislativas. Así que tenemos que continuar con la regeneración y renovación del PSOE. En menos de dos meses tendremos Congreso y Primarias. Será el momento de discutir proyecto y liderazgo, con razones y propuestas. E imagino que también con mucha vehemencia, como solemos hacer. Pero sin derribar la casa, sin caer en la emoción del desencanto y la amargura, y lanzar al bebe por el desagüe con el agua sucia.
Me gusta el programa que hemos presentado en las elecciones, me parece lo más reformista posible, en nuestro mundo globalizado y de soberanía compartida con la U.E.
Pero se puede profundizar:
Reforzar y flexibilizar (no son términos antitéticos) las estructuras del partido, adecuándolas más a estos nuevos tiempos complejos y un tanto alterados. ¿Qué hacer con el funcionamiento de las Agrupaciones? ¿Cómo acoplarlas más a los tiempos digitales, sin perder el valor de la presencia física, del roce y conocimiento personal entre afiliados y simpatizantes?
Abordar la forma de desecar la inmensa laguna que tenemos en las grandes ciudades, en los jóvenes, y en los cuadros de clase de media (dejando de lado los pijos y los yuppies arrogantes y fantasmas).
Enfrentar más fondo el relevo generacional, aunque reconozco que mucho ya se ha hecho. Pero aún queda mucho de endogamia y de selección a la inversa (el “Aniquilamiento de los mejores” del que escribe Otto Seeck, en su “Historia de la decadencia del mundo antiguo”). Elegir a los mejores y no sólo a los más fieles tiralevitas. Y entender que elegimos “políticos”, no teóricos académicos excelentes. Lo digo porque el curriculum académico importa, pero importa más el político (que no hay que confundir con haber estado ahí más tiempo, diciendo amén).
Necesitamos más “caras nuevas, jóvenes”. Teniendo presente que la edad en política no es la del DNI, si no la de los años que se lleva apalancado en puestos directivos. Promocionar a los militantes, que mejor sepan leer los complicados tiempos nuevos, las nuevas apetencias de los ciudadanos, aquellos con más empatia con la sociedad que hoy (2016) nos rodea.
Patxi López y Pedro Sánchez

Y ¡ojo! No exclusivamente por ser más joven, se interpretan mejor los nuevos cambios. Conozco muchos “veteranos” con una muy buena capacidad, para leer el próximo futuro, y adaptarse a los cambios. Y también a jóvenes más tiesos que la mojama, inflexibles, incapaces de ir amoldándose al río de la historia, que fluye sin cesar.
Y para terminar, permitidme que le dirija unas palabras al “Califa”, a Julio Anguita, mi coetáneo en política: Querido Julio, me parece que ninguno de los dos, finalmente, vamos a vivir para ver el siempre añorado y perseguido “sorpasso”. Me imagino el dolor y la frustración de alguien que como tú, bregado comunista-leninista de siempre, va y se convierte al final de su vida en socialdemócrata, para nada. Ánimo camarada, este dolor ya no durará mucho, unido podrás viajar pronto, a limbo de la irrelevancia política. Que te sea leve.

Palma. Ca’n Pastilla a 27 de Junio del 2016.


viernes, 24 de junio de 2016

LA SOCIALDEMOCRACIA ES DE TODOS, EL PSOE DE SUS MILITANTES

No creo que nadie tenga registrado el nombre de “Socialdemocracia”, de manera que puede reclamarse de él cualquier ciudadano. Incluso en los años setenta y ochenta pasados, había personas en otros partidos políticos no declarados socialdemócratas, que en el fondo sí se sentían como tales (me refiero a la gente de UCD de Fernández Ordóñez, que luego mayoritariamente se integraron en el PSOE; y a muchos camaradas del PCE que se titulaban “eurocomunistas”, y que igualmente acabaron recalando en el PSOE). Así que la socialdemocracia, es de todo aquel que como tal se sienta. Salvo, por supuesto, de aquellos trileros que utilizan el nombre, para disfrazar su verdadera ideología y conseguir más votos.
Pero el PSOE es de sus militantes, al menos formalmente, porque también podríamos pensar que, como Bien de Interés Cultural (BIC) a lo largo de nuestra historia, pertenece así mismo a todos los españoles. Pero lo digo por esos que estos días, sin militar en el PSOE, se pasan el día en las redes, diciéndonos lo que tenemos que hacer, y el terrible abismo al que nos precipitaremos, si no les hacemos caso. Que no se preocupen, tenemos nuestros instrumentos democráticos internos que, después de un rudo debate como son históricamente los nuestros, decidirán sobre nuestro futuro.
Socialdemocracia. Mitterrand y Felipe
Aunque todos tenemos el derecho a evolucionar históricamente, y sospechoso es, me parece, el que no lo hace por mucho que las circunstancias si se muevan, los cambios de opinión deben ser serios, no meros disfraces para un momento dado. El pasado día 10, Ramón Aguiló nos recordaba como hace menos de dos años, Pablo Iglesias se definía sin problema como comunista, al tiempo que contradictoriamente, impulsaba un proyecto político transversal, que superaba la vieja dicotomía de izquierda y derecha. Y de hecho no era sino un desertor de IU, resentido por no haber sido incluido, en las listas para el Parlamento Europeo. Y ahora ¡voilà, triple salto mortal! se define como socialdemócrata y manipula la historia en su beneficio, calificando a Marx y Engels (pero bueno, según él, también Kant había escrito la “Ética de la razón pura”) como tales socialdemócratas. Y se reclama como patriota ¡vivir para ver y oír! Como apostillaba Ramón, si dice que España es un estado plurinacional, niega a España su condición de nación, y entonces tenemos que preguntarnos ¿de que nación es patriota, de Cataluña, de Euskadi, de Galicia o de Madrid? ¿Qué quiere decir cuando dice “patria”? La palabra tiene una larga historia, y ha servido a proyectos políticos muy distintos. Hay en ella una prosapia ilustrada y liberal, la de los patriotas dieciochescos. Pero también posee un sesgo reaccionario, el del lema carlista “Dios, Patria, Rey”. Y resonancias románticas: es la tierra de nuestros antepasados, la identidad étnica, la Fatherland. O la España de José Antonio Primo de Rivera y la Falange, que pedían “la patria, el pan y la justicia”. ¿Qué patria por tanto? Por favor, seriedad y coherencia.
Pero repito, podemos cambiar de opinión, pero debemos ser serios y consecuentes. Porque si algo ha definido históricamente a la socialdemocracia, ha sido el gradualismo y el reformismo político, el respeto a las libertades (“burguesas” las calificaban los comunistas) y el rechazo a la lucha de clases y a la dictadura del proletariado. De todo eso escribí, analizando la gran controversia entre Kautsky y Bernstein, en mi Blog: http://senator42.blogspot.com.es/2015/10/bernstein-kautsky-la-gran-controversia-i.html.
De la hipotética degradación del espacio socialdemócrata en el PSOE, se derivaría en todo caso, es mi opinión, la regeneración de dicho espacio político, pero no su sustitución por un populismo demagógico, dispuesto a todo para confundir a los ciudadanos y conseguir el poder, mintiendo al estilo de Lenin. Que algunos nos hemos leído la historia y aprendido de ella.
PSOE
El hipotético descenso del PSOE a la tercera posición, sería un duro golpe para el partido, es cierto. Pero ni sería definitiva, ni prueba del inminente final del ciclo socialdemócrata, iniciado tras el final de la segunda Guerra Mundial. No debe estar tan claro ese final del ciclo, cuando Pablo Manuel ha elegido esa camisa ¡una más! para su batalla final por La Moncloa. Ni cuando casi el 50% de los españoles se sitúan, según las encuestas, en el espacio de centro-izquierda. Y desde luego no es la primera vez, que se pronostica ese desenlace. A finales de 1979, yo ya estaba allí, apenas diez años antes de la caída del Muro de Berlín, el número uno de la prestigiosa revista marxista “Mientras tanto”, publicada en Barcelona, exhortaba a sus lectores, a no renunciar a su inspiración revolucionaria, “perdiéndose en el triste ejército socialdemócrata, precisamente cuando está en vísperas de la desbandada”.
La pretensión del Sr. Iglesias, de atribuirse el papel de líder de la “nueva socialdemocracia”, encaja mal con sus hechos y sus dichos. Esa corriente se caracteriza, según resumía mi buen amigo y politólogo Ramón Vargas Machuca, en El País hace años (2014), por conciliar voluntad redistributiva y lealtad institucional, por considerar al Estado de derecho, un marco irrebasable para sus aspiraciones de justicia social, por hacer de los principios y procedimientos de la democracia constitucional, un criterio de legitimidad. “En eso – decía – consiste la moderación socialdemócrata, y la diferencia con otras izquierdas”.
Por mis lecturas sé cuan cuantiosos son los trabajos “científicos”, publicados sobre la “decadencia”, “crisis”, “desaparición”… de la socialdemocracia. No deja de ser una paradoja más de la excepcionalidad española, como escribe Santos Juliá, que en una situación tan cercana al desahucio por ruina de la misma, una de las novedades de esta campaña electoral, sea la lucha en la izquierda por detentar la exclusiva de tal rótulo. Así que ¡al loro “casandras” iletrados!
Tras las elecciones se tendrá que pactar, bien sûr. Pueden hacerlo todas aquellas fuerzas, cuyas ideas se sitúen dentro de ese “tronco común” de valores democráticos y reformistas compartidos, al que se refería Francesc de Carreras advirtiendo: “Lo peligroso sería desviarse, prescindir de la realidad, dejarse seducir por la magia, por las falsas ilusiones. Y todo ello por llegar al Gobierno”.

Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 16 de Junio del 2016.


jueves, 23 de junio de 2016

A PROPÓSITO DE LOS REFERENDOS

El otro día en El País, John Carlin nos recordaba algunas cosas, que me parece importante no olvidar.
Jo Cox, joven diputada laborista, que ha sido retratada por casi todo el mundo político, como una gran mujer, se había posicionado claramente a favor de votar NO, en el referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El que la asesinó, Thomas Mair, es un tipo solitario, cuyos trastornados procesos mentales, le habían llevado a identificarse con la ultra derecha. Y cuando un juez le pidió que diera su nombre contestó: “Me llamo muerte a los traidores, libertad para Gran Bretaña”. El llamado ya “factor Cox”, demuestra con una alarmante nitidez, me parece, las limitaciones y los peligros de nuestros sistemas democráticos. Los resultados de un referéndum, dependen tanto o más de las percepciones, de las emociones, que de las frías evaluaciones de los hechos, de la realidad que nos circunda. Y más si de lo que se trata, es de una cuestión tan endiabladamente compleja, como si la permanencia o salida del marco político en que vivimos, es algo bueno o malo para los ciudadanos. Sólo un minúsculo porcentaje de la población maneja, con cierta soltura, los conocimientos necesarios para tomar una decisión informada.
Jo Cox
Por eso la decisión de David Cameron “premier” británico, de celebrar un referéndum, fue un acto de singular irresponsabilidad (como la de tantos otros políticos que, para zafarse de una compleja decisión, traspasan su responsabilidad a los ciudadanos). Obedeció Cameron, no a las necesidades de la nación, sino al imperativo de solucionar un problema interno de los “torys”, del Partido Conservador, en el que un sector militante del mismo, detesta el vínculo británico con la U.E. Como casi siempre, la convocatoria de un referéndum, obedece a motivos electorales, no a un clamor mayoritario de los ciudadanos.
La democracia participativa, parlamentaria, a la que me siento tan unido, en la que los ciudadanos cedemos el poder de decisión sobre las cuestiones de Estado, a un grupo, mayor o menor, de representantes políticos, sigue siendo, como decía Churchill, el sistema menos malo que se ha inventado. Y una de las muchas ventajas de este sistema, en circunstancias normales, es que si el electorado se equivoca, tiene la oportunidad de rectificar cuatro o cinco años más tarde.
Los referendos son otra cosa. Pues como bien dijo Cameron: “no hay punto de retorno”. O lo hay a largo plazo y pagando severos costos. Por eso los políticos, a mi entender, no deben sacudirse su responsabilidad, cargándola sobre nuestros hombros de simples ciudadanos. Los Parlamentos, las Cortes, deben hacer su labor, debatir hasta la extenuación y tomar una decisión. Y sólo después acaso, como hicimos nosotros con la Constitución, consultar a la ciudadanía, acerca de la decisión ya tomada por el poder legislativo.
Así lo veo yo.

Palma. Ca’n Pastilla a 23 de Junio del 2016.

sábado, 18 de junio de 2016

¿BUCLE ELECTORAL RECURRENTE?

Como apasionado de la política, y hoy ya casi mero espectador de la misma, me gusta “descorrer la cortina del balcón de nuestro tiempo y mirar que tiempo hace, que tiempo vamos a tener. Pues nuestro tiempo es nuestro paisaje, y por eso es preciso conocer su fisonomía y su topografía”, como escribía en admirable metáfora Ortega y Gasset, resumiendo, en su caso, la tarea del filósofo.
Hace ya demasiado tiempo que en Europa y más allá, el mal tiempo nos acompaña. Los nacionalismos, los populismos, los dogmatismos, los esencialismos, la xenofobia… llueven por todas partes. Son granizadas provocadas por una indignación entendible, ante las respuestas equivocadas e injustas, de los gobiernos y los partidos tradicionales, dormidos sobre sus laureles, tumbados en la “chaise longue” de Rajoy según Peridis. Y debemos entender que esa indignación persistirá, mientras permanezcan las injusticias sociales que las alimentan. Hasta que los gobiernos reconozcan, que nos enfrentamos a una auténtica emergencia social. Que millones de ciudadanos, están perdiendo la esperanza de un horizonte atractivo. Entretanto persista esta injusta y desigual situación, existirá en nuestras sociedades, un importante número de votos de indignados, dispuestos a apoyar opciones populistas radicales, y líderes demagógicos que les prometan, todo lo que quieren y desean oír.
NO
Con las encuestas de hoy en la mano, y aquí en España, me parece realmente difícil que en las próximas Cortes, emanadas del voto del próximo día 26, un solo partido tenga escaños suficientes, para gobernar por sí solo. Y es ante este posible panorama, que el sociólogo José Félix Tezanos, escribía en la revista “Temas”, sobre la posibilidad de un “bucle electoral recurrente”. Del cual sólo podríamos salir, vía una férrea voluntad de entendimiento, mediante el resurgimiento de la cultura del pacto, del denostado espíritu de consenso, que brilló durante la Transición. Pero no va a ser nada fácil.
Como veterano militante del PSOE, un pacto con el PP, por activa o por pasiva, dadas sus políticas nefastas y cínicas, en apoyo de los que más tienen, y su estructura infectada de corrupción, me parece impensable. ¿Y con Podemos? En un hipotético resultado electoral en el que nos sobrepasaran, a mí lo que me pide el cuerpo, y a muchos otros compañeros me parece, es devolverles el NO que nos estamparon en la cara, cuando la investidura de Pedro Sánchez. O dejarles gobernar, como manera de desinflar ese utópico globo, hinchado de propuestas demagógicas, irrealizables hoy en un mundo globalizado de soberanías compartidas Pero llevo demasiado tiempo predicando, que las decisiones políticas no pueden surgir de las emociones, entre otras cosas porque luego, el calentón de uno, lo pagan siempre los mismos, los más damnificados.
¿¿ ??
Así que, recuperemos la serenidad y la racionalidad política, y sentémonos a dialogar con Podemos. No será fácil ni cómodo. Primero porque se trata de un partido anti-acuerdo, por ideología, y por ser un totum revolutum, de no menos de una docena de organizaciones políticas diferentes (miremos, una vez más, lo que está pasando en Cataluña, con los amigos de la CUP). Segundo por la personalidad increíble de su caudillo: ególatra, mesiánico, autocrático (no busca el acuerdo, sólo exige sumisión, como se van a enterar muy pronto los compañeros de IU), voluble como las hojas en otoño (tan pronto es antisistema, como socialdemócrata) voceador irredento de propuestas irrealizables. Y porque ya ha evidenciado de sobra, que su único objetivo es hacer desaparecer al PSOE del escenario político. Y tercero, quizá lo más importante, porque ¿cuál es la responsabilidad primaria del PSOE? ¿permitir y/o compartir “cualquier” gobierno para salir del bucle, sean cuales sean las consecuencias? Responsablemente ¿se puede apoyar y/o estar en un gobierno que no tenga propuestas de política económica y social, que sean mínimamente creíbles y factibles? ¿Sería responsable, apoyar y/o participar en un gobierno que condujera a España, por la misma senda que Syriza ha conducido a Grecia?
Todas estas preguntas esenciales, deben ser contestadas antes de decidir un posible pacto. Pero bueno, como hubiera dicho Sandro Pertini, tengamos un “culo di ferro”; y sentémonos en la silla de la negociación, todas las horas que sean necesarias, para despejar las incógnitas que hoy tanto nos preocupan y asustan. Y luego que decida el Comité Federal y/o los militantes del PSOE.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Junio del 2016.


viernes, 10 de junio de 2016

"UBI LIBERTAS, IBI PATRIA". PATRIOTISMO CONSTITUCIONAL (II)

Habermas agregó además una nueva connotación, al sentido que Sternberger infundió a la noción de “patriotismo constitucional”. Siguiendo el esquema evolutivo de la conciencia moral, elaborado por Lawrence Kohlberg, sostiene que representa una forma “postconvencional” de identidad colectiva, en la medida en que este tipo de patriotismo, no está orientado por el seguimiento de la norma social imperante, sino que es el resultado de una elección de una conciencia autónoma, regida por principios universalistas. Este rasgo se pone de manifiesto, en tanto que dicho patriotismo se basa, en una adhesión “razonada” y no sólo emocional de los ciudadanos, a los valores de la libertad, y en la lealtad política “activa y consciente”, y no meramente inducida, a las instituciones que encarnan el mensaje constitucional. Se trata, pues, de una identificación de carácter reflexivo, no con contenidos particulares de una tradición cultural determinada, sino con contenidos universales, recogidos en el orden normativo, sancionado por la constitución: los derechos humanos, y los principios básicos del Estado democrático de derecho. El objeto de adhesión no sería entonces, el país que a uno le ha tocado en suerte, sino aquel que reúne los requisitos de civilidad, exigidos por el constitucionalismo moderno. Sólo de este modo, cabe sentirse legítimamente orgulloso de pertenecer a un país, al menos desde una perspectiva democrática.
Dado su destacado componente ilustrado y universalista, el “patriotismo constitucional” se contrapone al nacionalismo de base étnico-cultural. Frente a esta forma de identidad, en este patriotismo se integran personalidad colectiva y soberanía popular, y se reconcilian identidad cultural y ley democrática. Representa, en definitiva, una forma integradora y pluralista de identidad política, en la medida en que las identificaciones básicas, que mantienen los sujetos con las formas de vida, y las tradiciones culturales que les son propias, no se reprimen ni se anulan, sino que, por el contrario, “quedan recubiertas por un patriotismo que se ha vuelto más abstracto, y que no se refiere ya al todo concreto de una nación, sino a procedimientos y a principios formales” (Habermas).
El “patriotismo constitucional”, al poner el acento en la adhesión a los fundamentos de un régimen político y democrático, y no tanto en la comunión con los sustratos prepolíticos de una comunidad étnico-nacional, se encontraría en condiciones de estrechar la cohesión entre los diversos grupos culturales, y consolidar una cultura política de la tolerancia, que posibilite la coexistencia intercultural. Para ello, un requisito sería establecer una nítida diferenciación, entre la adscripción cultural de los diferentes ciudadanos y grupos, y los principios políticos que han de ser compartidos por todos, estos es, entre “nación”, como comunidad de origen étnico-cultural (que puede ser múltiple dentro de un mismo Estado) y la “cultura política ciudadana” (la lealtad a los principios e instituciones, que instauran las condiciones de convivencia, entre las diferentes formas de vida). Los elementos axiológicos e institucionales, que configuran la “cultura política”, han de mantenerse separados de las diversas “formas” de vida, que los individuos, libremente, pueden abrazar.
Cabría objetar, con cierta razón, que los valores y principios políticos no aportan, por sí mismos, el necesario cemento social, y que el mero hecho de que un amplio conjunto de ciudadanos los comparta, no significa que tengan, necesariamente, la voluntad de continuar unidos. Sin embargo, quienes abogamos por el “patriotismo constitucional”, no colocamos el énfasis en los principios abstractos, sino en un componente cultural mucho más concreto: en la adhesión a aquellas instituciones, procedimientos y hábitos de deliberación compartidos, que conforman una “cultura política vivida”.
El “patriotismo constitucional”, como sucede también con la identidad colectiva de tipo nacional, representa una forma de cultura política, que permite anclar el sistema de los derechos, en el contexto histórico de una comunidad política determinada. El empeño de Habermas se centra en mostrar, en primer lugar, que es posible una “comunidad política articulada en términos de Estado posnacional” y, en segundo lugar, que el mencionado patriotismo, puede tener unas prestaciones similares a las de la conciencia nacional, y no conlleva algunas de las nefastas consecuencias, asociadas al sentimiento nacionalista no integrador.
Jürgen Habermas
Habermas reconoce que la nación es “una idea con fuerza, capaz de crear convicciones, y de apelar al corazón y al alma”. La nación, ficción forjada a base de nociones históricas, éticas e incluso estéticas, es un constructo cultural, que ha posibilitado que el individuo moderno, lograra entroncar con las instituciones formales del estado de derecho, y tomara conciencia de una nueva forma de pertenencia compartida. Comparado con la enorme capacidad de movilización del nacionalismo, la noción de “patriotismo constitucional” se enfrenta, sin duda, con la enorme dificultad de compensar la menor carga emocional, mediante un esfuerzo de argumentación racional. Si resulta cierto que las palabras y las razones, tienen que ir acompañadas por la emoción, para poder movilizar a los diversos agentes sociales ¿sobre que base cabe entonces, desarrollar formas multiculturales de integración social, que remplacen a las modalidades de integración social, centradas en la idea de nación? Entre las diferentes opciones posibles, una podría consistir en una suerte de “patriotismo sin nacionalismo”, que recupere el lenguaje de las virtudes cívicas, basadas en el amor a las instituciones políticas, y al modo de vida que sustancia la libertad común de un país, sin necesidad de tener que reforzar su unidad y homogeneidad cultural, lingüística y étnica. Estos rasgos de la identidad colectiva de una “nación de ciudadanos”, permitiría alcanzar el objetivo, difícilmente rechazable desde una mentalidad democrática, de una “inclusión sensible a las diferencias”. Habermas aboga por la configuración de una identidad colectiva, sobre la base de una participación política activa: “La nación de ciudadanos encuentra su identidad, no en comunidades étnico-culturales, sino en la práctica de los ciudadanos, que ejercen activamente sus derechos democráticos de participación y de comunicación”.
Y para terminar, pero muy importante para desfacer el equivoco, de los que nos consideran talibanes de la constitución, a los que abogamos por el “patriotismo constitucional”, añadir que dicho patriotismo, no alude a la letra de un determinado texto constitucional, sino a los valores que contiene, y merced a los cuales, los ciudadanos se convierten, nos convertimos, en ciudadanos libres e iguales ante la ley. La constitución consagra un espacio político de libertad, en el que, abandonando su condición de súbditos, los hombres se tornan en ciudadanos y protagonistas, de la gestión y custodia de los asuntos públicos. El objeto que, de acuerdo con Sternberger, suscitaría “devoción patriótica” y lealtad política, no es el documento jurídico en su literalidad, sino el “orden democrático y liberal” que, precisamente, la constitución funda y protege. De ahí que se presuponga, no una comprensión “fosilizada” de la constitución, sino una concepción “dinámica” de ella, que la aborde como una “obra abierta”. La defensa del “patriotismo constitucional” no tiene nada que ver, por tanto, con intento alguno de congelar la constitución como entidad inamovible, ni como variante alguna, de lo que podría denominarse “fundamentalismo constitucional”. Por el contrario, quienes trabajan lealmente por la reforma constitucional, se acreditan como “los auténticos patriotas constitucionales”, esto es, como los amigos de un “proyecto” constitucional, concebido dinámicamente.

Palma. Ca’n Pastilla a 18 de Mayo del 2016.


viernes, 3 de junio de 2016

"UBI LIBERTAS, IBI PATRIA". PATRIOTISMO CONSTITUCIONAL (I)

Con el siembre recurrente “tema” de Cataluña, algunos amigos han reaccionado con cierto enfado, ante otros que hablábamos de “patriotismo constitucional”. Pensaban ¿piensan? que somos unos talibanes de la Constitución del 78. Que tenemos una visión acrítica, casi religiosa, de la misma. Que nos postramos ante ella, como los cristianos ante la Biblia, los musulmanes ante el Corán, o los judíos ante la Torá. Y ni de lejos va de eso, al menos no para mí, ni para Dolf Sternberger que acuñó el concepto, ni para Jürgen Habermas quien lo difundió. Está más relacionado, me parece, con el viejo dicho latino de “Ubi libertas, ibi patria” (“Donde está la libertad, ahí está mí patria”). Lo explico un poco.
Con frecuencia, el empleo público del término “patriotismo constitucional”, ha estado acompañado de una fuerte polémica. Incluso la pequeña historia de la recepción de esta noción, ha sido algo azarosa. Cuando fue puesta en circulación en Alemania, durante la década de los ochenta, obtuvo poca resonancia, limitada básicamente al ámbito académico. Años después, al inicio del nuevo milenio, ha encontrado una sorprendente difusión en España, siendo mil veces repetida, por personas profanas en cuestiones teóricas. Pero el hecho mismo de que el uso de este concepto, suscite abiertas polémicas, se encuentra ciertamente entre los efectos perseguidos, por quienes lo concibieron. Tanto para Dolf Sternberger, como para Jürgen Habermas, el debate público resulta indisociable de la cultura política democrática.
El uso masivo de dicho término, ha generado interpretaciones sesgadas, pero que no logran hacer palidecer, su sugerente y atractivo potencial. No obstante, posee unas connotaciones particulares que es preciso advertir, para evitar usos que no hagan justicia a su sentido primigenio. Y eso es lo que a veces acontece cuando, por ejemplo, apenas se insiste en su carácter profundamente secularizado, propio de un pensamiento postmetafísico. O cuando, al contrario, se hace hincapié en su naturaleza abstracta, y se niega de plano su posible capacidad, para motivar el compromiso y la acción de los ciudadanos.
Para precisar el sentido que Habermas otorga, a la noción de “patriotismo constitucional”, es útil precisar el contexto histórico-social, para que el que, en su origen, fue concebido. Recordar que el filósofo utiliza el término, en referencia a tres núcleos de cuestiones bien diferenciadas: 1º- como dotar de una nueva identidad colectiva, a una comunidad política que ha experimentado una ruptura insalvable, en la continuidad de su propia historia; 2º - cuales puedes ser los rasgos identitarios, compartidos por una sociedad marcada por un profundo pluralismo cultural; y 3º - sobre que bases comunes se podría asentar, la identidad de una Unión Europea aún en proceso de construcción.
A día de hoy el término “identidad”, se ha convertido en una de esas palabras clave, que articulan el peculiar engarce del pensamiento filosófico-antropológico, con el discurso político. Como sucede con casi todos los términos filosóficos, aplicados a la retórica política, el de “identidad” posee un confuso aire conceptual y un contenido muy poco preciso. La “identidad” personal no es un dato inmutable, y nunca se da de una vez por todas. Como advierte Habermas, no es algo que quepa asignarles directamente a los individuos. Debido, en gran parte, a los procesos de diferenciación social y funcional del mundo moderno, que obligan al desempeño de distintos papeles, los individuos asumimos múltiples pertenencias. Y a lo largo de la vida, cada cual se va relatando de manera diversa, la idea que tiene de sí mismo, de quien es. (Ver en mi Blog: http://senator42.blogspot.com.es/2015/09/la-riqueza-de-ser-esto-y-lo-otro.html).
Dolf Sternberger
Pero, en cualquier caso, el proceso de individualización tiene lugar, a la par que el proceso de socialización de los sujetos. Esta dimensión social se pone de manifiesto, como nos enseñó Hegel, en el hecho de que “las identidades que no son reconocidas por aquellos, con los que nuestras vidas y destinos están trabados, son inherentemente inestables”. Forzando los extremos de esta tesis, podría apuntarse (dice Habermas) de un modo más concreto, la necesidad de que dicho reconocimiento, se efectúe en una marco social estable. Sin embargo, la construcción social de la identidad personal, no coincide con la construcción, igualmente social e intersubjetiva, de la identidad colectiva. En consecuencia, el derecho de los individuos a ser diferentes, no ha de confundirse, en principio, con la defensa de la identidad de los diferentes grupos humanos. Los individuos deciden, con mayor o menor margen, su propia adscripción social. Los mismos no están necesariamente aferrados, a un determinado código social, sino que en unas circunstancias optan por uno, y en otras por otro. De hecho, en las sociedades modernas, profundamente polifónicas, un sujeto individual, sólo con enorme dificultad, es capaz de amoldarse a una única forma densa de identidad colectiva. Por ello, para poder abarcar la multiplicidad de situaciones sociales, las identidades colectivas tienen que definirse mediante rasgos genéricos.
Las entidades y comunidades políticas son construcciones sociales y, en cuanto tales, productos históricos: las comunidades son entidades imaginadas, como señalaba Benedict Anderson. No hay, en realidad, otras comunidades que las tramadas de manera narrativa, a partir de restos fragmentarios de un pasado común. La identidad colectiva, es decir, la idea que los miembros de un grupo concreto o de una sociedad entera, tienen sobre sí mismos, no se descubre ni es objeto de revelación, sino que “se forja” en común, sobre la base de un código cultural. En este sentido el nacionalismo resulta un caso ejemplar: los diversos movimientos nacionalistas, se autoconciben en términos de homogeneidad cultural (ya sea étnica, lingüística, religiosa o cosmovisional) y en términos de crítica, a las formas abstractas y neutrales del poder político. Con todo, la nación, además de responder a una herencia de raíz profana, exige una actitud consciente, que trasciende a una supuesta comunidad natural de la sangre y de la tierra. Implica, por tanto, todo un arduo trabajo de elaboración teórica por parte de élites locales, que permite filtrar historiográficamente, símbolos culturales no exentos de fisuras. Habermas mantiene también, que las naciones son comunidades socialmente construidas, que se dotan de un simbolismo constitutivo que bebe, no de hechos dados de forma natural, sino de una “tradición inventada”.
En los diferentes escritos e intervenciones públicas de Habermas, late un radical cuestionamiento de la identidad nacional como forma de identidad colectiva, acorde con las exigencias morales de autonomía y racionalidad. Habermas se pregunta, si no sería posible un tipo de identidad colectiva, que se inspirase en razones compatibles, con el proyecto democrático y, en particular, con los derechos humanos. Su autorespuesta no consistió en la formulación, de un nuevo modelo ideal, ni de una noción abstracta, sino en señalar los perfiles, de una opción alternativa ya existente. Se disponía de una serie de observaciones empíricas, que daba a entender un notable “debilitamiento del elemento particularista, en la figura de conciencia que representaba el nacionalismo”. El “patriotismo constitucional” poco tendría que ver, con el tradicional patriotismo del Estado nacional: está pensado – y eventualmente también vivido – como identificación política racional, y como elección libre de un proyecto de vida en común.

Palma. Ca’n Pastilla a 18 de Mayo del 2016.