Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

viernes, 15 de mayo de 2020

EL TIEMPO NO PUEDE DEFINIRSE DE FORMA ABSOLUTA

Mientras Einstein charlaba con un amigo, ocurrió algo magnífico: Albert Einstein, dio uno de lo saltos imaginativos más elegantes, de toda la historia de la física. Más tarde explicaría: “Mi solución fue un análisis del concepto del tiempo. El tiempo no puede definirse de manera absoluta, y existe una inseparable relación, entre tiempo y velocidad de la señal”.
Posteriormente, Einstein explicaría este concepto, utilizando un experimento mental, con trenes en movimiento. Supongamos que caen dos rayos, en el terraplén de la vía del tren, en dos lugares distintos, A y B. Si afirmamos que caen simultáneamente ¿qué significa eso?
Einstein era muy consciente, de que se necesitaba una definición operativa, una que pudiera explicarse en la práctica, y que requiriera tener en cuenta, la velocidad de la luz. Y su respuesta fue, que definiríamos los dos relámpagos como simultáneos, si permanecíamos inmóviles exactamente, en el punto medio de la distancia que los separaba y, en consecuencia, la luz procedente de cada uno de ellos, nos alcanzaba en el mismo momento exacto.
Pero imaginemos ahora, como se observa el suceso desde un tren de pasajeros, que se desplace por la vía a gran velocidad. En un libro que Einstein escribió en 1916, para explicar esto a no científicos, utilizó el siguiente dibujo, en el que la línea superior, representa al prolongado tren:
Supongamos que en el instante exacto (desde la perspectiva de la persona que está en el terraplén) en el que los relámpagos alcanzan los puntos A y B, hay un pasajero situado justo en el punto medio del tren Mt, que pasa exactamente junto al observador, situado en el punto medio de la vía, M. Si el tren se hallara inmóvil, en relación con el terraplén, el pasajero de dentro vería el destello de los dos relámpagos simultáneamente, justo igual que el observador del terraplén.
Pero si el tren se mueve hacia la derecha en relación con el terraplén, el observador de dentro, se acercará con rapidez hacia el punto B, mientras viajan las señales de luz. En consecuencia, cuando llegue la luz, él se hallará ligeramente desplazado hacia la derecha. Como resultado, verá la luz del relámpago, que cae en el punto B, “antes” de ver la del que cae en el punto A. Por lo tanto, afirmará que el relámpago de B, ha caído antes que el de A, y que ambos relámpagos no son simultáneos.
“Llegamos, pues – diría Einstein – a un importante resultado: dos sucesos que son simultáneos con respecto al terraplén, no son simultáneos con referencia al tren. El principio de relatividad, sostiene que no hay forma alguna, de afirmar que el terraplén se halla ‘en reposo’, y el tren ‘en movimiento’. Solo podemos decir que cada uno de ellos, se halla en movimiento con respecto al otro. Así pues, no hay una respuesta ‘real’ o ‘correcta’. No hay forma alguna de afirmar, que dos sucesos cualesquiera, son ‘absolutamente’ o ‘realmente’ simultáneos”. Esta es una idea sencilla, sí, pero también radical. Significa que no hay un “tiempo absoluto”. Lejos de ello, todo marco de referencia móvil, tiene su propio tiempo relativo. Aunque Einstein se abstendría de decir, que aquel salto hubiera sido tan auténticamente “revolucionario”, como el que había dado con respecto a los “cuantos” de luz, lo cierto es que de hecho, vino a transformar la ciencia. Además, esto significaba, asimismo, derribar el otro supuesto que hiciera Newton, al inicio de sus “Principios”. Einstein señalaba, que si el tiempo es relativo, también el espacio y la distancia lo son: “Si el hombre del vagón, cubre la distancia ‘v’ en una unidad de tiempo – medida desde el tren -, entonces dicha distancia – medida desde el terraplén – no será necesariamente igual a ‘v’”.
Albert Einstein
“Fue este un cambio en los propios fundamentos de la física, un cambio inesperado y bastante radical, que requirió todo el coraje de un joven y revolucionario genio”, señalaría Werner Heisenberg, quien posteriormente contribuiría a un logro similar, con su principio de incertidumbre cuántica.
El concepto de tiempo absoluto - que alude a un tiempo que existe “en realidad”, y cuyo tictac avanza independientemente, de cualquier observación que se haga de él – había sido un pilar fundamental de la física, ya desde que Newton lo convirtiera en premisa en sus “Principios”, doscientos dieciséis años antes. Y lo mismo podía decirse del espacio y la distancia absolutos. “El tiempo absoluto, verdadero y matemático, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye uniformemente sin relación con nada externo”, había escrito en su día Newton, en célebre frase, en el Libro 1 de sus “Principios”.
Pero incluso el propio Newton, parecía encontrase incómodo, con el hecho de que esos conceptos, no pudieran observarse directamente. “El tiempo absoluto no es un objeto de percepción”, admitía. Y para salir del dilema, tuvo que recurrir a la presencia de Dios. “La Divinidad perdura para siempre y es omnipresente y, por existir siempre y en todas partes, Él constituye la duración y el espacio”.
Ernst Mach, cuyos libros habían influido en Einstein, criticaba duramente la noción newtoniana de tiempo absoluto, tildándola de “inútil concepto metafísico, que no puede presentarse a la experiencia”. Newton – acusaba Mach – “actuaba en contra de su intención declarada, de investigar sólo hechos reales”.
Por su parte Henri Poincaré, señalaba también los puntos débiles del concepto newtoniano de tiempo absoluto, en su libro “La ciencia y la hipótesis”, otro de los favoritos de Einstein. “No solo no tenemos ninguna intuición directa, de la paridad de dos momentos – escribía Poincaré – sino que ni siquiera la tenemos, de la simultaneidad de dos sucesos, que ocurren en dos lugares distintos”.
Parece pues, que tanto Mach como Poincaré, fueron especialmente útiles, a la hora de sentar las bases, del gran avance de Einstein. Aunque, según diría el propio Einstein, más tarde, le debió aún más al escepticismo, que aprendió del filósofo escocés David Hume, frente a los constructos mentales, que se alejaban de las observaciones meramente factuales.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 30 de Abril del 2020.

jueves, 7 de mayo de 2020

ME TENGO POR RACIONALISTA

Como expliqué el otro día en un comentario en facebook, un “amigo” me echó en cara que los “racionalistas” como yo, al no salir de darle vueltas a nuestra razón, e ignorar los hechos, nos equivocamos siempre en nuestros análisis. Es más que probable que muchas veces, me equivoque en mis análisis. Pero no es eso lo que me llamó más la atención, sino el que sean tantos los que no tienen noticia clara, de lo que significan los términos “razón” y “racionalismo”.
Bien es cierto que a los términos “razón” y “racionalismo” les asignamos un sentido amplio, que abarca no sólo a la actividad intelectual, sino también la observación y la experimentación. Pero con frecuencia tienen un sentido distinto, más estrecho, opuesto no a racionalismo, sino a “empirismo”, queriendo señalar la preponderancia de la inteligencia, sobre la observación y la experimentación, por lo cual algunos autores piensan que sería mejor, en este caso, utilizar el término “intelectualismo”.
Pero yo cuando hablo de “racionalismo”, utilizo siempre la palabra, en un sentido que incluye al empirismo, además del intelectualismo. Esto no debería extrañar a nadie, puesto que la ciencia se vale por igual, de la experimentación y del pensamiento. Además utilizo la palabra “racionalismo”, para indicar, aproximadamente, una actitud que procura resolver la mayor cantidad posible de problemas, recurriendo a la razón, es decir, al pensar claro y a la experiencia, más que a las pasiones y las emociones.
Karl Popper
Quizá, para ser más preciso, convendría explicar el racionalismo, en función de las actitudes prácticas o de la conducta. Podríamos decir así, con Popper, que el racionalismo es una actitud, en que predomina la disposición a escuchar los argumentos críticos, y aprender de la experiencia. Fundamentalmente consiste en admitir, que “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener razón y, con un esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad” (recordar el concepto de “verdad dialógica” en Habermas). En esta actitud no se desecha a la ligera, la esperanza de llegar, mediante la argumentación y la observación cuidadosa, a algún tipo de acuerdo, con respecto a múltiples problemas de importancia, e incluso cuando las exigencias e intereses de unos y otros, puedan hallarse en conflicto, con frecuencia es posible razonar los distintos puntos de vista y llegar a una transacción que, gracias a su equidad, resultes aceptable para la mayoría, sino para todos.
En resumen, la actitud racionalista o, como quizá pudiese llamarse, la “actitud de la razonabilidad”, es muy semejante a la actitud científica, a la creencia de que en la búsqueda de la verdad necesitamos cooperación, y que, con la ayuda del raciocinio, podremos alcanzar, con el tiempo, algo de objetividad.
También es posible que se torne más claro, el significado que otorgamos a la palabra “racionalismo”, si distinguimos entre el verdadero racionalismo, y el falso o pseudo racionalismo. Llamamos “verdadero racionalismo” al de Sócrates, o sea, a la conciencia de las propias limitaciones; a la modestia intelectual de aquellos que saben, con cuanta frecuencia yerran; a la comprensión de que no debemos esperar demasiado de la razón; de que todo argumento, raramente deja aclarado un problema, si bien es el único medio para aprender, no para ver claramente, pero sí para ver con mayor claridad que antes.
Jürgen Habermas
Lo que llamamos “pseudorracionalismo”, es el intuicionismo intelectual de Platón. Es la fe inmodesta en la superioridad de las propias dotes intelectuales, la pretensión de ser un iniciado, de saber con certeza y autoridad. Recordemos que, según Platón, la opinión, incluso la “opinión verdadera” – léase el “Timeo” – es compartida por todos los hombres, pero la razón, o la “intuición intelectual”, es compartida únicamente por los dioses y “unos pocos hombres escogidos”. Este intelectualismo autoritarista, esta fe en la posesión de un instrumento infalible de descubrimientos, o de un método infalible, esta negación de la diferencia, entre lo que pertenece a las facultades intelectuales de un hombre, y lo que proviene de la comunicación con los demás hombres, este pseudorracionalismo, recibe a veces, sí, el nombre de “racionalismo”, pero es diametralmente opuesto, a lo que nosotros, yo, entendemos por dicha expresión.
A mi modo de entenderlo, un racionalista, aun cuando se crea intelectualmente superior a otros, habrá de rechazar toda pretensión de autoridad, ya que tiene conciencia de que, si bien su inteligencia es superior a la de otros (lo cual además no le resultará fácil de juzgar) ello se cumple sólo en la medida, en que es capaz de aprender de la crítica de los demás, de sus propios errores y de los ajenos, y de prestar atención a las razones de los demás. Priva así en el racionalismo, la idea de que el adversario, tiene derecho a hacerse oír, y a defender sus argumentos. Esto supone el reconocimiento de la tolerancia, por lo menos de todos aquellos que no son, en sí mismos, intolerantes. No se mata a un hombre, cuando se adopta la actitud, de escuchar primero sus argumentos. Para mi Kant tenía razón, al basar la “Regla de oro”, en la idea de la razón.
La ética no es una ciencia. Pero aunque no exista ninguna “base científica racional” de la ética, existe en cambio una base ética, de la ciencia y el racionalismo. La idea de imparcialidad, también conduce a la de responsabilidad: no sólo tenemos que escuchar los argumentos, sino que tenemos la obligación de responder, allí donde nuestras acciones afecten a otros. De este modo, en última instancia, el racionalismo se halla vinculado, con el reconocimiento de la necesidad de instituciones sociales, destinadas a proteger la libertad de la crítica, la libertad de pensamiento y, de esta manera, la libertad de los hombres.
La adopción del racionalismo significa, además, que existe un medio común de comunicación, un lenguaje común de la razón. Esta, la razón, establece algo así como una obligación moral para con este lenguaje, la obligación de conservar los patrones de claridad, y de usarlos de tal forma que aquel, el lenguaje, retenga en todo su vigor, su función de vehículo del razonamiento. Y entraña el reconocimiento de que la humanidad, se halla unida por el hecho de que nuestras diferentes leguas maternas puedan, en la medida en que son racionales, ser traducidas de una a otra.
Inmanuel Kant
Se supone con frecuencia, que la imaginación guarda una estrecha afinidad con los sentimientos y, por lo tanto, con el irracionalismo. Y que el racionalismo tiende, en cambio, hacia un seco escolasticismo carente de imaginación. Ignoro si esta opinión, se apoya en alguna base psicológica. Pero a mi lo que me interesa es el plano institucional, mucho más que el psicológico. Y desde ese punto de vista, estimo que el racionalismo estimula el uso de la imaginación, ya que la necesita, mientras que el irracionalismo hace todo lo contrario. El hecho mismo de que el racionalismo sea crítico, en tanto que el irracionalismo tiende hacia el dogmatismo (donde no hay razonamiento posible, donde nada queda fuera de la completa aceptación o negación) lo orienta en esa dirección. La crítica exige siempre, un cierto grado de imaginación, en tanto que el dogmatismo la elimina. La investigación científica y la invención técnica, tengámoslo presente, no son concebibles, sin un uso considerable de la imaginación.
La actitud básica del racionalista: “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener razón” exige, cuando se la lleva a la práctica y, especialmente cuando se plantean conflictos humanos, un verdadero esfuerzo de nuestra imaginación. Además, la razón sostenida por la imaginación, nos permite comprender que los hombres situados a remotas distancias de nosotros, a quienes nunca veremos, se nos parecen, y sus relaciones mutuas son como las que nos unen con nuestros allegados.
Todas las anteriores consideraciones demuestran, a mi modesto entender, que el vínculo que une el racionalismo con el humanitarismo, es sumamente estrecho, mucho más, por cierto, que el correspondiente eslabón entre el irracionalismo y la actitud antihumanitaria y antiigualitaria.
Pues eso.


Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Abril del 2020.