Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 31 de octubre de 2019

EL "THAUMAZEIN"

Mucho se ha discutido y especulado, con el famosos argumento platónico, citado por Aristóteles, de que el “thaumazein”, el pasmo ante el milagro del Ser, es el comienzo de toda filosofía.
A Hannah Arendt, le parecía muy probable, que este argumento platónico, fuera el resultado inmediato de una experiencia, quizá la más asombrosa, ofrecida por Sócrates a sus discípulos: la repetida visión del maestro, vencido de repente por sus pensamientos, y absorto en un estado de perfecta inmovilidad, durante muchas horas.
No parece menos probable, que este pasmo fuera en esencia silencioso, es decir, que su verdadero contenido fuera intraducible en palabras. Esto explicaría al menos, por qué Platón y Aristóteles, que mantenían ambos que el “thaumazein”, era el comienzo de la filosofía, estaban también de acuerdo – a pesar de tantos y tan decisivos desacuerdos – en que cierto estado de mutismo, el esencialmente mudo estado de contemplación, era el fin de la filosofía. De hecho, “teoría” no es más que otra palabra para designar “thaumazein”. La contemplación de la verdad, a la que finalmente llega el filósofo, es el mudo pasmo, filosóficamente purificado, con el que empezó.
Hay, sin embargo, otro aspecto de esta cuestión, que se muestra más articulado, en la doctrina de las ideas de Platón, tanto en su contenido, como en su terminología y ejemplos. Estos se basan en las experiencias del artesano, quien ve en su ojo interno, la forma del modelo con que fabrica su objeto. Para Platón, este modelo, que la artesanía sólo puede imitar pero no crear, no es producto de la mente humana, sino algo que se le da. Como tal posee un grado de durabilidad y excelencia, que no se realiza y que, por el contrario, se deteriora en su materialización, a través del trabajo de las manos del hombre. El trabajo hace perecedero y daña, la excelencia de lo que permaneció eterno, mientras fue objeto de la mera contemplación.
Platón y Aristóteles
Por lo tanto, la actitud apropiada con respecto a los modelos, que guían al trabajo y a la fabricación, es decir, con respecto a las ideas platónicas, es dejarlas tal como son y se presentan, al ojo interno de la mente. Si el hombre renuncia a su capacidad para el trabajo y no hace nada, puede contemplarlas y, de este modo, participar de su eternidad. En este aspecto, al tanto, la contemplación es por entero, diferente al embelesado estado de pasmo, con el que el hombre, responde al milagro del Ser.
Por lo tanto la inmovilidad, que en el estado de mudo pasmo, no es más que un resultado incidental, e inintencionado, de la concentración, se convierte en la condición y principal característica, de la “vita contemplativa”. No es el pasmo, el que sojuzga y arroja al hombre a la inmovilidad, sino que, mediante el cese consciente de la actividad, se alcanza el estado contemplativo.
Al leer las fuentes medievales, sobre las delicias de la contemplación, parece como si los filósofos, hubieran querido cerciorarse de que el “homo faber”, comprendía finalmente que su mayor deseo, el deseo de permanencia e inmortalidad, no podía lograrse por medio de la acción, sino únicamente al comprender, que lo hermoso y eterno no pude fabricarse. En la filosofía platónica, el mudo pasmo, el comienzo y el fin de la filosofía, junto con el amor del filósofo hacia lo eterno, son casi indiferenciados. Sin embargo, el hecho de que el mudo pasmo del filósofo, pareciera ser una experiencia reservada a muy pocos, mientras que la mirada contemplativa del artesano, era conocida por muchos, pesaba a favor de una contemplación, derivada fundamentalmente de la experiencia.
Aristóteles
Así pues, no fue primordialmente el filósofo y el mudo pasmo filosófico, los que moldearon el concepto y práctica de la contemplación y de la “vita activa”, sino más bien el “homo faber”. El hombre hacedor y fabricante, cuya tarea es violentar la naturaleza, con el fin de construirse un permanente hogar para sí, fue persuadido a renunciar a la violencia y a toda actividad, a dejar las cosas como son, y a buscar su hogar en la morada contemplativa, situada en la vecindad de lo imperecedero y eterno. Lo único que tuvo que hacer fue dejar caer los brazos, y prolongar indefinitivamente el acto de contemplar el “eidos, el eterno modelo y forma que antes había querido imitar, y cuya excelencia y belleza sabía ahora, que podía estropear mediante cualquier intento de reificación.
Aunque el desafío moderno a la prioridad de la contemplación, sobre cualquier clase de de actividad, había dado la vuelta al orden establecido, no por eso dejó de permanecer en el marco tradicional. No obstante, dicho marco se amplió cuando en el modo de entender la fabricación, el énfasis pasó del producto y del permanente modelo-guía, al proceso de fabricación, de la pregunta de qué es una cosa y qué clase de cosa debía producirse, a la pregunta de cómo y con que medios y procesos, había cobrado realidad y podía reproducirse. Esto implicaba, que ya no se creía que la contemplación condujera a la verdad, y que aquella había perdido su posición en la “vita activa” y, por consiguiente, en la esfera de la común experiencia humana.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Octubre del 2019.

jueves, 17 de octubre de 2019

"LOS AMNÉSICOS"

Aunque fue publicado hace un par de años, se ha traducido ahora al castellano “Los amnésicos” de Geraldine Schwarz, periodista franco-alemana, con un extraordinario prólogo, del gran historiador José Álvarez Junco.
Geraldine Schwarz, vuelve sobre los conocidos temas del genocidio judío, del papel del mal en las comunidades humanas, de la alteración de la conducta personal en situaciones emocionales masivas… Pero supera todos estos temas y va más allá.
Para empezar, establece la responsabilidad de todos los alemanes en lo ocurrido, exceptuando exlusivamente a los que se opusieron activamente al nazismo – que bien caro lo pagaron - , pero la sociedad en general, opina, no se opuso a la escalada de medidas antisemitas de 1933-1938. Ni tampoco pudo simular que no sabía lo que estaba pasando. Pero la responsabilidad se extiende también, a franceses, italianos, húngaros, polacos o tantos otros, que tampoco protegieron a los judíos amenazados. Aquellas sociedades, desgarradas, sí, internamente por el conflicto, y plagadas de colaboracionistas, coincidían en 1945, en percibirse a sí mismas como meras víctimas del nazismo.
La autora distingue, claro está, grados de responsabilidad, especialmente individual. Pero reconoce la dificultad de atribuir responsabilidades, dividiendo con trazos gruesos las comunidades que sufren situaciones traumáticas, en grupos de verdugos y víctimas. Una dificultad que aumenta exponencialmente – he escrito con frecuencia sobre ello – cuando se proyectan tales culpas sobre las generaciones siguientes. Porque los descendientes de los protagonistas originarios, no siempre perpetúan las posiciones políticas de sus padres o abuelos, e incluso se mezclan y tienen hijos comunes. Tampoco es lo mismo, sufrir personalmente una dictadura, una guerra civil o un genocidio, que oírselo contar a nuestros padres; y no digamos vivirlo como tercera generación, a través de nuestros abuelos.
Algunos éramos aún chavales, pero recordamos perfectamente como Adenauer, negaba cualquier colaboración de la población con el nazismo, a la vez que integraba sin demasiado pudor, a los cuadros del NSDAP (partido nazi) entre las élites de la nueva República Federal. Y en los ochenta – lo sabemos bien los que leemos a Jürgen Habermas – estalló la disputa de los historiadores, la “Historikerstreit”. Conservadores como Ernst Nolte, exoneraban al país del nazismo, tildándolo de ocasional extravío, causado por un grupo de criminales. Mientras que el propio Habermas y los historiadores “sociales”, interpretaban las tragedias del siglo XX, como la culminación del “Sonderweg”, o “camino excepcional” alemán, dominado desde Bismarck por un nacionalismo beligerante.
Es necesario decir también, que Alemania se convirtió en el modelo de un buen “trabajo de memoria”, lo cual le permitió construir una sociedad civil y una democracia, excepcionalmente sólidas. A partir de su reflexión sobre lo ocurrido, los alemanes interiorizaron unos valores y un espíritu crítico, cruciales para una convivencia en libertad, al repudiar extremismos, dirigentes providenciales y discursos de odio.
Ésta me parece, es la idea central del libro: que una aceptación honesta y crítica del pasado, permite el desarrollo de actitudes democráticas y tolerantes en el presente. Cuando uno comprende que sus padres, sus abuelos, su comunidad, fueron responsables directos o indirectos de algunas barbaridades, cuando uno acepta la dificultad de atribuir nítidamente culpas colectivas, cuando uno se da cuenta de lo fácil que es convertirse en perseguidor, o consentidor de la persecución, cuando uno entiende las confusas identidades que ha heredado, es probable que esté más dispuesto a convivir con otras culturas, otras lenguas, otra creencias, otras posiciones políticas. En cambio, los educados en un mundo mental aislado, que sólo celebran los heroísmos y lamentan los sufrimientos de sus antepasados, que únicamente se perciben como descendientes de victimas inocentes, tienden con más facilidad a adoptar posiciones de intolerancia, de simpleza ideológica, de repudio hacia el extranjero, de nostalgia de cualquier absolutismo dogmático.
Geraldine Schwarz
Dicho de otra manera: la aceptación del diferente y sus derechos, a la vez que la fuerte convicción de los nuestros, se derivan de la clara comprensión de lo complejos que fueron los problemas del pasado, lo cual es un claro síntoma de personalidad sólida, y no de complejos de inferioridad, criaderos de demagogias de toda índole. Por el contrario, la amnesia, la ignorancia, la simplificación y/o sacralización del pasado, de cualquier pasado, llevan al dogmatismo y al odio hacia los diferentes; indicio, de nuevo, de cualquier cosa, menos de principios fuertes. Conocer y aceptar la historia, comprender las muchas formas de evaluar las culpas ante los crímenes, ser conscientes de la fragilidad de las identidades heredadas, no se trata de relativismo, sino de ciudadanos dotados de mayor sentido crítico, más responsables, más independientes, más capaces de enfrentarse con autoridades abusivas.
Si nos fijamos bien, nuestra experiencia nos lo ratifica casi diariamente. Los gobiernos menos europeistas, más proclives a populismos de toda laya, como Hungría o Polonia, son también los que se apoyan, en una visión simplista y autocomplaciente de su pasado. Por su parte Italia, que tampoco ha hecho adecuadamente su “trabajo de memoria”, sigue confiando en “hombres providenciales”. Y los propios alemanes educados en la antigua RDA, que glorificaba a los “héroes comunistas” opuestos al nazismo, y no reconocían que nadie – en especial ningún proletario – se hubiera sentido atraído por Hitler, son hoy los que más votos otorgan a los populistas del AfD.
El honesto reconocimiento de todo lo ocurrido, y no sólo de lo que ennoblece nuestra imagen o refuerza nuestra posición política, y la ecuanimidad – que no es, ojo, equidistancia – son las claves de bóveda, para una convivencia libre. Y especialmente – y eso me toca de cerca – los imperativos éticos para un historiador.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 11 de Agosto del 2019.


jueves, 10 de octubre de 2019

ESPÍRITU "OBJETIVO" VERSUS ESPÍRITU "SUBJETIVO"

Es de sobra conocido, que la filosofía moral de Kant se funda en el “imperativo categórico”. Pero también sabemos por evidente, que la “fórmulas” del mismo, del imperativo, no representan un mandamiento moral, que pueda ponerse en el lugar de mandatos con contenido, como los de los “Diez Mandamientos” o los de “Las Tablas de la Ley”. Antes bien, semejante formula, correspondería a lo que Hegel llamaba “la razón que pone a prueba la ley”, y no significa que la vida moral consista, en su realidad moral, en la observancia de dicho mandato, de dicho imperativo.
La crítica guarda relación, y es lo que me parece que Hegel formuló con agudeza, con el hecho de que, por lo general, las situaciones del obrar moral, no se nos dan de tal modo, que poseamos la suficiente libertad interna, para semejante acto de reflexión. La situación en la que comúnmente se nos presenta la reflexión moral, es ya siempre una situación excepcional, una situación de conflicto entre el deber y nuestra inclinación, nuestra propensión. Es casi imposible reconocer, que en esto estribe la totalidad de los fenómenos morales. La moral tiene que ser otra cosa distinta, quizá lo que enunció Hegel, en una fórmula provocadoramente simple: “moralidad significa vivir según las costumbres de la propia nación”.
Prestemos atención a que semejante locución, contiene ya, implícitamente, el concepto hegeliano de “espíritu objetivo”. Lo que está en las costumbres de una nación, lo que está en el ordenamiento jurídico de la misma, lo que está en su constitución política, es un espíritu determinado que, sin embargo, no tiene reflejo adecuado, en ninguna conciencia subjetiva individual. En esa medida sería, sí, “espíritu objetivo”; espíritu que nos rodea a todos y frente al cual, ninguno de nosotros, posee una libertad deliberativa. Lo que en este concepto va implícito tiene pues, para Hegel, una significación central: el espíritu de la moralidad, el concepto del espíritu del pueblo. Toda la filosofía del derecho de Hegel, descansa en la superación del “espíritu subjetivo”.
El concepto de “espíritu objetivo”, tiene su origen en el concepto de espíritu, que proviene de la tradición cristina, es decir, en el concepto de “pneuma” (Espíritu Santo (Hagios Pneumatos) y Espíritu de Dios (pneuma ho Theos). Indica precisamente, esa comunidad que va más allá de las individualidades singulares. Hegel cita una expresión árabe: “Un hombre de la estirpe de Ur”. Modo oriental de hablar, que indica que, para los hombres que así hablan, un hombre particular no es un individuo, sino uno que pertenece a su estirpe.
Este concepto del “espíritu objetivo”, cuyas raíces se retrotraen tan lejos en la Antigüedad, encuentra en Hegel su justificación propiamente filosófica, al ser todavía el mismo, superado por lo que Hegel llama el “espíritu absoluto”. Con el mismo, significa Hegel una forma de espíritu, que no contiene ya en sí misma ninguna extrañeza, alteridad o contraposición, no como las costumbres, que pueden oponérsenos como lo que nos limita, o como las leyes del Estado, que restringen nuestro libre albedrío, al establecer prohibiciones. Aun cuando reconozcamos en general, que el orden legal es la representación de nuestro ser social común, es patente que el mismo nos pone trabas en forma de prohibición.
Es sabido, creo, que la pretensión de la propia filosofía hegeliana de la historia universal – en la cual se cumple su filosofía del espíritu – es la de conocer y reconocer, en la necesidad intrínseca de lo que sucede, incluso aquello que parece sobrevenir, como destino ajeno a los individuos. No obstante, semejante pretensión, vuelve a provocar por sí misma, la cuestión crítica de cómo ha de pensarse la relación, complicada y problemática, entre el “espíritu subjetivo” del individuo, y el “espíritu objetivo” que se manifiesta, cada vez en la historia universal.
Como se habrá ya entendido, es cuestión de cómo el individuo se relaciona con el mundo (en Hegel); de cómo el individuo se relaciona con los poderes morales, que son la realidad propiamente sustentadora de la vida histórica (en Droysen); o de cómo el individuo se encuentra frente a las relaciones de trabajo, la constitución básica de la sociedad humana (en Marx). Son tres cuestiones que podemos compendiar, en la única cuestión de saber donde ha de ocurrir, la reconciliación del espíritu “subjetivo” con el “objetivo”: si en el saber absoluto de la filosofía hegeliana, si en el trabajo sin descanso, del individuo de moral protestante (en el caso del historiador alemán Droysen), o si en la modificación de la constitución de la sociedad, en el caso de Marx.
Pues eso, ni más ni menos.


Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Septiembre del 2019.


jueves, 3 de octubre de 2019

SÍ, LA SOCIALDEMOCRACIA PUEDE TENER FUTURO

En contra de lo que está pasando en Europa, o en parte de ella, soy de lo que creen en las posibilidades de futuro, de una opción reformista como es la socialdemócrata. Sí, sí, no me olvido, soy un optimista antropológico. Pero, en el peor de los casos, no soy el único. Hay buenos filósofos y analistas políticos, que también han señalado, no hace tanto, que se trata de una opción ético-política, que puede estar a la altura de las circunstancias históricas, de la segunda década del siglo XXI, y con vocación de futuro a medio y largo plazo.
En una fecha tan próxima, como la del pasado año, Emilio Martínez Navarro, de la Universidad de Murcia, nos recordaba como la gran filósofa Adela Cortina, había ido elaborando su propia propuesta de filosofía política en uno de sus libros (“Justicia cordial”). Se trata de una propuesta que hunde sus raíces, en las aportaciones de la ética discursiva, de mis estimados Karl-Otto Apel y Jürgen Habermas, la noción hegeliana de “reconocimiento recíproco”, y algunos elementos valiosos, que proceden de la tradición filosófica de nuestro propio país, Ortega, Zubiri y Aranguren especialmente. A mi modesto entender, se trata de una propuesta original, atractiva y, sobre todo, viable.
Como creo que muchos recordaremos, al menos los que ya peinamos canas, en los años ochenta y noventa del pasado siglo, se llevó a cabo en España una interesante polémica, en torno a la renovación ideológica de la socialdemocracia, en la que participó de forma brillante la doctora Cortina.
En dicha polémica, frente a las propuestas de renovación de la socialdemocracia, que mantuvieron los partidarios de recurrir, casi exclusivamente, a la teoría de la justicia de Rawls, Cortina propuso la recuperación del modelo de “socialismo neokantiano”, que hunde sus raíces en autores como Karl Vorländer (neokantiano de Marburgo) y se prolonga en el socialismo clásico español, y en las aportaciones de Apel y Habermas.
A juicio de Cortina, la renovación que proponían sus interlocutores, centrada en un supuesto y vago “individualismo de izquierdas”, convertiría a la socialdemocracia en una opción tan cercana al liberalismo, que prácticamente quedaría diluida en él. Para Cortina, quien entienda el socialismo en la línea de Habermas “como una forma de vida que posibilita la autonomía y la autorrealización en solidaridad”, debería optar por un “personalismo solidario”, atento al carácter personal – autónomo – de los hombres, y a la solidaridad que constituye su elemento vital.
Adela Cortina insistía en que, si un partido político quisiera asumir, la tarea de encarnar una moral racional crítica, que acoge en su seno lecciones de las tradiciones liberales y socialistas, tendría que admitir que no basta con un pretendido “individualismo cooperativo”, sino que es preciso formar a las personas en la “autonomía solidaria”, evitando caer en un colectivismo homogeneizador, o bien en un individualismo carente de toda base racional. De este modo, una socialdemocracia que se precie, levantaría la bandera de una solidaridad consecuente, que no se quede en meras declaraciones retóricas, para las campañas electorales.
Ahora bien, pensamos algunos, la profundización de la democracia, en la que consistiría una socialdemocracia con futuro, no estriba en extender el mecanismo de las votaciones y la regla de las mayorías, a los diferentes ámbitos de la vida social – tal como pretenden los partidarios de una democracia asamblearia - sino en construir una sociedad, en la que se promueva la ética de las instituciones, teniendo muy presente los fines de la organizaciones e instituciones, que conforman la compleja vida social contemporánea. Se trata, más bien, de profundizar en los fines propios de todas y cada una, de dichas organizaciones e instituciones, los fines por los que cobran sentido su existencia.
De ahí que el fomento de las éticas aplicadas, sea uno de los pilares fundamentales, de las propuestas ético-políticas de la doctora Cortina. No se trata únicamente, de que la ética sea el núcleo de la política socialdemócrata (lo que plantaría algunos problemas con las tesis de Weber), sino que también ha de ser el núcleo de la actividad económica y empresarial, de la actividad sanitaria, de la educativa, de las profesionales, y de todas las demás actividades legítimas, que conforman la vida social.
Emilio Martínez Navarro
Los que somos lectores suyos, recordaremos que a partir de la publicación, en 2007, de su “Ética de la razón cordial”, la profesora Cortina viene insistiendo en la dimensión emocional, cordial, que ha de contemplar cualquier propuesta ética y política, que pretenda estar a la altura de la época en que vivimos. En este contexto es en el que aparece su insistencia, en que la aplicación del principio de la ética de la razón cordial al ámbito de la política, proporciona una peculiar teoría normativa de la democracia. Se trata de una “democracia radical comunicativa”. Escribe Cortina: “Perfeccionar los mecanismos de representación, para que la democracia sea auténtica; dar mayor protagonismo a los ciudadanos; tratar de asegurar a todos unos mínimos económicos, sociales y políticos; y propiciar el desarrollo de una ciudadanía activa, dispuesta a asumir con responsabilidad su protagonismo”.
En resumen, y a mi modo de verlo, la doctora Cortina ha elaborado una propuesta de renovación de la socialdemocracia, que insiste en el carácter ético que ha de tener, una política que aspire a ganarse el respeto y la legitimidad del presente y del futuro, tanto en sus bases teóricas – que han de estar bien ancladas en la defensa de la dignidad innegociable de todas las personas, especialmente de las más vulnerables – como en sus propuestas prácticas – que no han de confundir la democratización de la sociedad, con la extrapolación ilegítima y homogeneizadora de la regla de la mayoría – como también, y especialmente, en la necesaria coherencia entre la teoría y la praxis.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 31 de Agosto del 2019.