Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 25 de junio de 2018

CAMBIO DE PARADIGMA

Thomas Kuhn afirmó en su libro de 1962, “La estructura de las revoluciones científicas”, que la ciencia abarca paradigmas contendientes, cada uno conformado por una teoría central e hipótesis auxiliares. Estas últimas varían, pero la primera se mantiene constante hasta ese momento terrible, en que se demuestra la imposibilidad de sostener la teoría central, a través de las hipótesis modificadas. Luego ocurre algo inusual, que Kuhn denomina “cambio de paradigma”, en que se abandona o cambia la teoría central. Él estimaba que a menudo esto ocurre, cuando la vieja guardia que defendía la teoría central se retira o muere.
No hace aún muchas semanas, recordémoslo, con la primera sentencia de la Gürtel, la escena política española se llenó de oscuridad. Se auguraba una larga y agotadora agonía. Pero allí estaba uno de los mecanismos, que tiene la democracia como contrapeso al poder: la moción de censura. El PSOE, con Pedro Sánchez al frente, lo activó entre el escepticismo general, incluido el de muchos militantes del partido. Y cambió el decorado, dice Ramoneda.
El PP sin entender lo que pasaba – dudo que a día de hoy ya lo haya entendido – se encontró como noqueado. Salía del poder, cuando creía haberlo consolidado por dos años más, al haberse aprobado los Presupuestos. Por supuesto la “realidad” en la política española sigue siendo la misma, pero el “escenario” ha dado un giro de 180º ¿Cabe esperar de ello que tenga efectos preformativos? Veremos. La oposición, ahora algo grogui, muy pronto volverá a la carga, con todos su batallones en línea. Pero no cabe duda que el espacio político, al menos de momento, se ha oxigenado. Y se ha despertado la necesidad dormida, de creer que la negociación y el diálogo son posibles.
Inesperadamente Pedro Sánchez, ha formado el Gobierno con más mujeres, de toda nuestra larga historia. Al PSOE – escribe Ramoneda – hay que reconocerle que ha sido el partido, que más ha contribuido a la evolución cultural de un país, marcado durante siglos por el papel de la Iglesia católica, como aparato ideológico del Estado para formatear las conciencias. Igualdad, Economía, Trabajo, Sanidad, Educación y Justicia, espacios donde se juega de verdad el bienestar de las personas, están en manos de mujeres. Es la base potencial sobre la que se podría reconstruir una socialdemocracia del siglo XXI – también en Europa – tanto por las prioridades como por el modo de tratarlas. Pasar de las estadísticas a las personas concretas.
Con un PP podrido por la corrupción, y un Ciudadanos desconcertado, tras su paso por el más casposo nacionalismo español, salimos ¿de verdad? de unos años de política frentista, en los que la adscripción “patriótica”, ahogaba la dinámica derecha e izquierda. Cambiar ese registro no será fácil. La “cuestión” catalana sigue abierta, aunque estos días – es cierto – en Cataluña estemos asistiendo a un cierto apaciguamiento de las pasiones, fruto del mencionado cambio de decorado. El gran riesgo radica en que Ciudadanos y PP, cuando salgan del shock, vuelvan a la tentación de apostarlo todo a la carta catalana, para desgastar al Gobierno. Sería una enorme irresponsabilidad, pero ya nos han demostrado que son muy capaces de ello.
El “problema” catalán hay que encauzarlo entre todos, de todos es responsabilidad, y nadie tiene derecho a escaquearse del mismo, de la voluntad de buscar conjuntamente una solución política. En mala hora el Gobierno del PP, tomó la decisión de pretender resolver exclusivamente por la vía judicial, un problema que sólo se puede afrontar, con probabilidades de éxito, por la vía política. Y no, no es casualidad, que quienes tomaron aquella desgraciada decisión, de dejarlo todo en manos de los jueces, hayan tenido que retirarse súbitamente de la escena política, por la salida de incendios.
Escuchar, dialogar, consensuar, ha dicho la ministra Meritxell Batet.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Junio del 2018.


lunes, 18 de junio de 2018

UNA OPORTUNIDAD LUMINOSA

Encantados, fascinados andamos muchos con Pedro Sánchez, su Gobierno y las primeras medidas tomadas. Pero personalmente hay algo, más de fondo, que me tiene feliz en las últimas semanas: la constatación de la firmeza de nuestro Estado de derecho. En los momentos en que la legión de cenizos y desencantados, que siempre pululan en nuestra sociedad, auguraban las diez plagas de Egipto sobre España, va el país y demuestra, de nuevo, ser más fuerte y democrático de lo que ellos creían y/o deseaban. Como escribía Carlos Yárnoz, la Constitución, el Congreso, la Justicia, el Estado y la sociedad toda, han funcionado como un reloj, para sacarnos del atolladero en un tiempo récord. Para empezar, España acaba de derribar un mito vergonzoso: el de que la corrupción no tiene coste. Y para continuar, ha reafirmado que la democracia y la política funcionan. Herido de muerte el Gobierno del PP por la sentencia de la Gürtel, la solución política parecía sino inviable, muy laboriosa. Y sin embargo, con algo tan sencillo como aplicar las normas de la Constitución, de la noche a la mañana España tiene un nuevo Gobierno. Siete gobiernos en cuarenta años de democracia, todo un récord de estabilidad, que muy pocos países pueden exhibir.
Consejo de MinistrAs
Escribe Jordi Gracia, que la moción de censura ha sido un asalto al poder en toda regla, regla democrática, pero tan inesperada como racionalmente explicable. La sentencia de la Audiencia, sólo la primera por el caso Gürtel, fue contundente. El PP, una vez más, prefirió mirar hacia otra parte y desmentir, tanto su responsabilidad penal como política. De esta manía de juntar los dos tipos de responsabilidad, la jurídica con la política, no somos inocentes los del PSOE, pues fue Alfonso Guerra, el primero que las vinculó. Pretender que las urnas lavan a los partidos de sus pecados de corrupción, o descalificar a los jueces cuando sus sentencias no convienen, no es propio de partidos que dicen defender el Estado de derecho, la división de poderes y, sobre todo, la democracia parlamentaria, frente a la democracia directa o plebiscitaria. Rajoy ha sido desalojado del poder por muchos motivos, pero especialmente por uno: negar la realidad y confiar en la eficacia de la posverdad. La mentira, en política, lleva dentro un riesgo letal. Muchos bulos pasan y circulan como verdades hasta que uno, demasiado grueso, demasiado increíble, desmorona el castillo entero, sin dejar piedra sobre piedra. Acaba de suceder.
Casi parece que el denostado régimen del 78 – decía Jordi Gracia – haya prestado un último e irónico servicio a la democracia. De sus reservas democráticas, que son aún tantas, ha salido un mecanismo constitucional que, paradójicamente, ha corregido los errores democráticos cometidos por los partidos de izquierda, en el frustrado acuerdo para desalojar a Rajoy hace dos años. Las condiciones son objetivamente nuevas, puede. Pero son francamente prometedoras, por encima de los peores augurios de provisionalidad, de insuficiencia, de precariedad política… Es una oportunidad de oro, luminosa me parece. Nacida del pragmatismo frío, el escarmiento largamente interiorizado, la prevención antiutópica, el reformismo inteligente, la convicción civil, y la audacia política de Pedro Sánchez y el PSOE.
La izquierda, como nos recuerda machaconamente la historia, se ha dejado robar tantas veces los valores de la sensatez y el pragmatismo, de la prevención cauta y del escepticismo activo (ese en el que tan ardientemente milito) que hemos acabado creyendo que esas virtudes políticas son de derechas. Pero no es verdad, o es una falsa verdad, una posverdad, difundida por la derecha, para neutralizar a la izquierda posible. La ciudadanía de izquierdas parece, se ha hecho consciente, en una sociedad educada y civilizada como la nuestra, de la efectividad del discurso plausible y antiutopista, ese que con tanta asiduidad vengo reclamando, de la viabilidad de algunas cosas y de la inviabilidad siempre frustrante y contradictoria de otras, como aquella, recordemos, de “asaltar los cielos”.
Moción de Censura
De todo lo que ha pasado estos últimos días, para mí la mayor alegría es constatar que la credibilidad del discurso de izquierdas, ha llegado de repente y con más serenidad, de lo que cabía esperar por la situación. Como una primavera leve – escribe Gracia – que no asalta cielo alguno, sino el poder real. El cambio de clima, espero arruine los locos proyectos del independentismo más desbocado, la impunidad política de la corrupción, y la radicalización del españolismo profundo. Veremos hasta que punto es efectiva la capacidad de intervención del nuevo gobierno, pero de momento la primera noticia importante, es la constatación de una renovación del lenguaje y de las prioridades.
Por poco que pueda hacer el nuevo ejecutivo, ese poco es mucho cuando la honradez reformista, garantiza la prioridad de los objetivos sociales. Es verdad que la oposición popular puede, ya lo está haciendo, volver a las andadas del resentimiento más corrosivo. Es verdad que el cambio de escenario, desarbola a mi parecer, la temeraria estrategia radicalizada de C’s, en esos últimos meses suyos de patriotismo casposo. Y es verdad también que hemos sido muchos, los que nunca hemos creído que la cuestión catalana, pudiera resolverse sólo con jueces en funciones políticas.
Se me tilda de excesivamente optimista ¡que le vamos a hacer! Pero el retorno de la Política me llena de alegría, lo contemplo con serenidad, como una oportunidad luminosa.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Junio del 2018.

martes, 12 de junio de 2018

EL MILITANTE HABERMAS

Según diversos autores, cabe concebir el pensamiento habermasiano en su conjunto, como un ingente intento de guiar racionalmente el camino de la “praxis” o, si se prefiere, de orientar la acción política en las complejas sociedades contemporáneas. La actitud militante, quizá pueda sorprender a quienes aún mantengan de Jürgen Habermas, la imagen de un típico profesor universitario encerrado en su torre de marfil, aislado con sus libros y papeles de todo lo que sucede en el mundanal ruido. Puede incluso chocar, a aquellos que tengan una somera idea del desarrollo de su trayectoria vital. Es cierto que, si bien sus intereses políticos resultan bastante notorios, tan solo se le conoce una breve fase de intervención directa en la arena política, y fue con ocasión de los acontecimientos estudiantiles del 68, de los que estos días se cumple el medio siglo. Mostró en aquellos días una cierta afinidad ideológica, con los planteamientos de los estudiantes que participaban el las revueltas de Fráncfort, y tomó parte activa en las largas y masivas asambleas que por entonces tuvieron lugar. En este contexto, se enfrentó a los grupos más radicales, a los que tildó con dureza de “fascistas de izquierda”, en virtud del proceso de dogmatización ideológica del que adolecieron, y que incluía elementos autoritarios y estalinistas. De hecho, algunos de estos grupos luego dieron lugar, a la emergencia de asociaciones claramente terroristas.
Sin embargo, las intervenciones de Habermas de carácter político en los medios de comunicación, han sido constantes, incluso antes de iniciar su vida académica. Un dato quizá menos conocido de su biografía, es el hecho de que su primera actividad para ganarse la vida, fueron colaboraciones como periodista autónomo (“freelance”) publicadas en diversas cabeceras alemanas de los años cincuenta. Asimismo no ha dejado de participar como invitado en infinidad de foros, organizados por partidos políticos – especialmente por el SPD – por sindicatos o por asociaciones ciudadanas. Con un inquebrantable “espíritu deportivo”, considera que verse envuelto en duras polémicas, “va de soi” con el oficio, ya que forma parte de la función crítica de la filosofía o, en terminología kantiana, del “uso público de la razón”, llamar la atención sobre las tendencias y los peligros de ciertas formas de pensar, con el objeto de poner en guardia a la ciudadanía, frente a los riesgos que pueda abrigar una determinada posición teórica.
Jürgen Habermas
En todo caso Habermas ha sido siempre muy consciente de que, a diferencia del político profesional que desempeña un puesto en la gestión del día a día, el intelectual disfruta de esa clase especial de libertad, que consiste en no tener que dar una respuesta inmediata, en tener tiempo para poder reflexionar y escuchar con más atención, las opiniones de los demás. Pero asimismo muy consciente, de que este lujo posee también su reverso: la responsabilidad indeclinable, de tener que contribuir a la formación de la voluntad común y, por tanto, de emitir públicamente sobre los asuntos de interés para la ciudadanía, una opinión razonada que no siempre puede resultar complaciente con los poderes constituidos. Y de que no obstante, este compromiso de producir y distribuir recursos cognitivos y reflexivos, no le otorga al intelectual el derecho de presentarse a sí mismo, como orientador de los destinos de la sociedad, en calidad ya sea de “consejero de príncipes” o de “ideólogo de la protesta”.
Precisamente por asumir plenamente y con toda seriedad esta misión del intelectual, la obra de Habermas es no sólo la obra de un filósofo, de un sociólogo o de un teórico de la modernidad, sino la obra de alguien que, en un país en el que se siente una y otra vez la negra sombra de la contrailustración, y de la regresión a planteamientos etnocéntricos, siempre ha defendido pública y firmemente posiciones ilustradas, convirtiéndose en el más cualificado portavoz de la “izquierda intelectual alemana”. Pero a pesar de sus innegables vínculos con el pensamiento de izquierdas, visibles en el afán de iluminar desde la reflexión teórica, la acción política de los movimientos sociales, Habermas no se considera el albacea intelectual de ningún legado, ni político ni teórico. Su obra adopta nítidos perfiles propios, en nada reducibles a los de la condición de epígono.
A mi modo de verlo, la singularidad de Habermas quizá dimane más bien, de una actitud global de carácter preteórico, que podría calificarse, digo yo, como el “rasgo afirmativo” de su pensamiento. A diferencia de sus maestros, con excepción de Marcuse, no se detiene nunca en el momento negativo de la crítica, sino que adopta una estrategia intelectual que posibilita el planteamiento no voluntarista, de propuestas constructivas. Desde su perspectiva, la teoría social debe proceder a identificar, en las estructuras normativas de las sociedades – en particular en las prácticas políticas – partículas y fragmentos ya encarnados de una “razón existente”, para luego poder reconstruirlos reflexivamente, con el objeto de que resulte factible remitirse a ellos como potencial emancipador. Encontrar tales asideros resulta crucial, dado que hoy sólo cabe concebir el inconcluso proyecto normativo de la modernidad, como un proyecto postmetafísico y secularizado, desprovisto además de cualquier garantía, que una concepción metahistórica pudiera aportar.
Estas convicciones, es mi modesta opinión, imprimen al planteamiento teórico práctico de Habermas, un señalado sesgo posibilista, y revelan asimismo la certeza de que las soluciones “sub specie aeterintatis”, no resultan acordes con la condición humana y que, por tanto, hay que actuar en el marco inmanente de la historia humana, sin aplazar nada para el final de los tiempos. Este rasgo distintivo se manifiesta en dos aspectos básicos de su teoría social, tanto a la hora de establecer un adecuado diagnóstico de las patologías sociales de la modernidad, como en el momento de ofrecer una terapia oportuna – aunque no una panacea – mediante la propuesta democrática, de un ámbito social de comunicación y discusión, libre de coacciones.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Mayo del 2018.