Sin embargo, las intervenciones de Habermas de carácter político en los medios de comunicación, han sido constantes, incluso antes de iniciar su vida académica. Un dato quizá menos conocido de su biografía, es el hecho de que su primera actividad para ganarse la vida, fueron colaboraciones como periodista autónomo (“freelance”) publicadas en diversas cabeceras alemanas de los años cincuenta. Asimismo no ha dejado de participar como invitado en infinidad de foros, organizados por partidos políticos – especialmente por el SPD – por sindicatos o por asociaciones ciudadanas. Con un inquebrantable “espíritu deportivo”, considera que verse envuelto en duras polémicas, “va de soi” con el oficio, ya que forma parte de la función crítica de la filosofía o, en terminología kantiana, del “uso público de la razón”, llamar la atención sobre las tendencias y los peligros de ciertas formas de pensar, con el objeto de poner en guardia a la ciudadanía, frente a los riesgos que pueda abrigar una determinada posición teórica.
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Jürgen Habermas |
Precisamente por asumir plenamente y con toda seriedad esta misión del intelectual, la obra de Habermas es no sólo la obra de un filósofo, de un sociólogo o de un teórico de la modernidad, sino la obra de alguien que, en un país en el que se siente una y otra vez la negra sombra de la contrailustración, y de la regresión a planteamientos etnocéntricos, siempre ha defendido pública y firmemente posiciones ilustradas, convirtiéndose en el más cualificado portavoz de la “izquierda intelectual alemana”. Pero a pesar de sus innegables vínculos con el pensamiento de izquierdas, visibles en el afán de iluminar desde la reflexión teórica, la acción política de los movimientos sociales, Habermas no se considera el albacea intelectual de ningún legado, ni político ni teórico. Su obra adopta nítidos perfiles propios, en nada reducibles a los de la condición de epígono.
A mi modo de verlo, la singularidad de Habermas quizá dimane más bien, de una actitud global de carácter preteórico, que podría calificarse, digo yo, como el “rasgo afirmativo” de su pensamiento. A diferencia de sus maestros, con excepción de Marcuse, no se detiene nunca en el momento negativo de la crítica, sino que adopta una estrategia intelectual que posibilita el planteamiento no voluntarista, de propuestas constructivas. Desde su perspectiva, la teoría social debe proceder a identificar, en las estructuras normativas de las sociedades – en particular en las prácticas políticas – partículas y fragmentos ya encarnados de una “razón existente”, para luego poder reconstruirlos reflexivamente, con el objeto de que resulte factible remitirse a ellos como potencial emancipador. Encontrar tales asideros resulta crucial, dado que hoy sólo cabe concebir el inconcluso proyecto normativo de la modernidad, como un proyecto postmetafísico y secularizado, desprovisto además de cualquier garantía, que una concepción metahistórica pudiera aportar.
Estas convicciones, es mi modesta opinión, imprimen al planteamiento teórico práctico de Habermas, un señalado sesgo posibilista, y revelan asimismo la certeza de que las soluciones “sub specie aeterintatis”, no resultan acordes con la condición humana y que, por tanto, hay que actuar en el marco inmanente de la historia humana, sin aplazar nada para el final de los tiempos. Este rasgo distintivo se manifiesta en dos aspectos básicos de su teoría social, tanto a la hora de establecer un adecuado diagnóstico de las patologías sociales de la modernidad, como en el momento de ofrecer una terapia oportuna – aunque no una panacea – mediante la propuesta democrática, de un ámbito social de comunicación y discusión, libre de coacciones.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 9 de Mayo del 2018.
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