Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 11 de febrero de 2016

EL ESCEPTICISMO DE PIRRÓN.

El que algunos amigos hayan hablado estos días en las redes, del “escepticismo pirrónico”, me ha llevado a volver a Montaigne, especialmente al magnífico libro de Sarah Bakewell, que muy acertadamente me recomendó en su día, el buen amigo y maestro Miquel Rayó.
En lo que respecta a los filósofos académicos, Montaigne solía mostrarse desdeñoso: le disgustaban sus pedanterías y abstracciones. Pero mostraba una fascinación sin límites, recordémoslo, por otra tradición filosófica: la de las grandes escuelas pragmáticas. Y los tres sistemas de pensamiento de este estilo más famosos fueron: el estoicismo, el epicureismo y el escepticismo, filosofías conocidas colectivamente como “helenísticas”. Diferían en algunos detalles, pero estaban tan cerca en lo esencial, que eran difíciles de distinguir la mayor parte del tiempo. Y el gran Montaigne las combinó y mezcló, según sus necesidades.
Estas tres escuelas tenían el mismo objetivo: conseguir una forma de vivir, conocida en el original griego como “eudaimonia”, que a menudo se traduce como “felicidad”, “alegría” o “florecimiento humano”. Eso significaba vivir bien en todos los sentidos: prosperar, disfrutar de la vida, ser buena persona. El estoicismo y el epicureismo son caminos hacia la tranquilidad, te enseñan a prepararte para las dificultades de la vida, y a desarrollar buenos hábitos de pensamiento. El escepticismo es algo aparentemente más limitado. Un escéptico es alguien que siempre quiere ver pruebas, y que duda de cosas, que las demás personas aceptan sin más. Parece que haga referencia sólo, a cuestiones de conocimiento, y no a la cuestión de cómo vivir.
Pero como las otras dos, el escepticismo suponía una forma de terapia, al menos en el caso del “escepticismo pirrónico”, el originado por el filósofo griego Pirrón (no en el escepticismo “dogmático” o “académico). Se transparenta una cierta idea, del extraño efecto que el pirronismo tenía sobre la gente, en la reacción de Henri Estienne, casi contemporáneo de Montaigne, y primer traductor francés de Sexto Empírico, a su encuentro con las “Hipotiposis”: la risa. Y otro estudioso de la época, Gentian Hervet, tuvo una experiencia similar.
Un lector moderno que examine la “Hipotiposis”, podría preguntarse por qué la encontraban tan graciosa. Y no resulta nada obvio, por qué curó tanto a Estienne como a Hervet, de su aburrimiento, ni por qué tuvo tal impacto en Montaigne, que lo encontró el antídoto perfecto contra Ramón Sibiuda, y sus ideas solemnes y ampulosas, de la importancia humana. La clave del truco, es la revelación de que nada en la vida, debe ser tomado en serio. El pirronismo ni siquiera se toma en serio a sí mismo. El escepticismo dogmático normal y corriente, asegura la imposibilidad del conocimiento, conocida en la observación de Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”. El escepticismo pirrónico parte de ese punto, pero añade, efectivamente: “y ni siquiera de eso estoy seguro”.
Los pirronianos, por tanto, tratan los problemas que la vida les puede presentar, mediante una sola palabra, que actúa como resumen para esta maniobra: en griego “epoché”. Que significa “suspendo el juicio”. O, en una traducción diferente al francés, del propio Montaigne: “je soutiens”, me contengo. Suena tan consolador como la idea estoica o epicúrea de “indiferencia”, pero, como las demás ideas helenísticas, funciona, y eso es lo que cuenta. El truco de la “epoché” te hace reír y sentirte mejor, porque te libera de la necesidad de encontrar una respuesta definitiva, para cualquier cosa. Tomando un ejemplo de Alan Bailey, historiador del escepticismo, si alguien declara que el número de granos de arena en el Sahara, es un número par, y te pide que le des tu opinión, la respuesta natural sería: “Pues no tengo ninguna”, o ¿y yo que sé? O, si quieres que suene más filosófico: “Suspendo mi juicio… “epoché. En efecto, responderíamos con la afirmación inexpresiva, que el propio Sexto citaba como definición de “epoché”: “No puedo decir cual de las cosas propuestas, encuentro convincente, y cual no encuentro convincente”. O bien: “Siento que no puedo plantear dogmáticamente, ni tampoco rechazar, ninguna de las cosas que atañen a esta investigación”. No podemos saber la respuesta, y sentimos que no importa, de modo que esa ausencia de compromiso, no causa alteración alguna.
Foto cortesía de Francesc Mellado
Los pirronianos hacían esto, no para alterarse profundamente, y arrojarse a un torbellino paranoico de dudas, sino para conseguir un estado de relajación ante todas las cosas. Era su camino hacia la “ataraxia, que podría traducirse como “imperturbabilidad”, o “liberación de la ansiedad”, y que compartían con estoicos y epicúreos. “Ataraxia” significa equilibrio: el arte de mantener la estabilidad, de tal modo que no estés exultante, cuando las cosas te van bien, ni te hundas en la desesperación, cuando se tuercen. Alcanzar ese estado es controlar tus emociones, para no verte apaleado o arrastrado por ellas. Los pirrónicos, si ganaban en sus discusiones, demostraban que tenían razón. Si perdían, eso sólo probaba que tenían razón, en dudar de su propio conocimiento. No les preocupaba la idea, de que alguien se enfadara con ellos, y no se preocupaban tampoco, indebidamente, del dolor físico ¿Quién dice que el dolor, sea peor que el placer? ¡Hail, sceptic ease! ¡Salve sereno escepticismo! Escribió el poeta irlandés Thomas Moore, mucho después que Montaigne:
“Cuando pasan las olas del error
que dulce es alcanzar al fin tu puerto tranquilo,
y suavemente balanceado por la duda ondulante
sonreír a los tenaces vientos que guerrean fuera”.
Tan inmensa era esa serenidad, que se podría separar enteramente a los escépticos, de la gente corriente, aunque, a diferencia de los epicúreos en su “jardín”, ellos preferían permanecer inmersos en el mundo real.
A lo único que renunciaba Pirrón, según Montaigne, era al fingimiento de que era presa, la mayoría de la gente: el de “reglamentar, ordenar y asegurar la verdad”. Eso era lo que realmente interesaba a Montaigne, en la tradición escéptica: no tanto el enfoque extremo de los escépticos, de rechazar sufrimientos y penas (en eso prefería a los estoicos y epicúreos) sino su deseo de tomarlo todo provisionalmente y cuestionárselo. Eso era justamente, lo que él había intentado hacer siempre. Para mantener ese objetivo en mente, en 1576, hizo que acuñaran una serie de medallas, incluyendo la palabra mágica de Sexto, “epoché”, junto con sus propias armas, y un emblema de una balanza. Y la balanza es otro símbolo pirrónico, destinado a recordarse a sí mismo, que debía mantener el equilibrio y sospesar las cosas, en lugar de aceptarlas sin más. El escepticismo guió a Montaigne en el trabajo, en su vida doméstica y en sus escritos. Los “Ensayos” están impregnados de él: llenó sus páginas con palabras como “quizá”, “hasta cierto punto”, “creo”, “me parece” y otras tantas… palabras que, como dijo el mismo Montaigne, “suavizan y moderan la aspereza de nuestras proposiciones”, y que encarnan lo que el crítico Hugo Friedrich, ha llamado su filosofía de la “falta de pretensiones”.
Ni siquiera los escépticos originales, fueron tan lejos como Montaigne. Ellos dudaban de todo lo que tenían a su alrededor, pero normalmente no consideraban lo implicadas que estaban sus almas, en lo más interno de su ser, en la incertidumbre general. Y Montaigne sí que lo hacia, constantemente:
Nosotros, y nuestros juicios, y todas las cosas mortales, seguimos fluyendo y rodando incesantemente. Así, nada cierto se puede establecer, de una cosa por parte de otra, ya que tanto lo que juzga como lo juzgado, están en movimiento y cambio continuos”.
Esto podría parecer un callejón sin salida, cerrando todas las posibilidades de saber cualquier cosa, pero también podría abrir, una nueva forma de vivir. Lo hace todo más complicado y más interesante: el mundo se convierte en un paisaje multidimensional, en el cual hay que tener en cuenta, todos los puntos de vista. Lo que debemos hacer, escribía Montaigne, es recordar este hecho, para “volvernos sabios a expensas nuestras”. Y añadía: “Debemos esforzar realmente nuestra alma, para ser conscientes de nuestra propia falibilidad”. Los “Ensayos” ayudaban. Al escribirlos, él se colocaba a sí mismo en la posición de cobaya, y se examinaba igualmente a sí mismo, con un cuaderno en la mano.

Palma. Ca’n Pastilla a 30 de Enero del 2016.



5 comentarios:

  1. Es curioso que hoy en día la acepción de escéptico y estoico tenga un significado ligeramente diferente a lo que en un inicio significaban, si no lo he entendidomal. Creo que en estos momentos la población española en general es escéptica con su futuro y que soporta estoicamente a sus gobernantes.

    Por cierto, igual estoy equivocado, pero la famosa frase de Sócrates siempre se cita incompleta: sólo sé que no sé nada, en comparación con lo que saben los dioses. Siempre pensé que se trataba de un referencia a la insignificancia del saber humano.

    Y como buen amante de los comics que soy, no puedo dejar pasar la ocasión de nombrar al dibujante Sam Kieth y su divertido Epicuro el sabio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Como sabes Kepa, Sócrates no dejó nada escrito. Así que lo que de él conocemos, es a través de su discípulo Platón. En su "Apología de Sócrates" nos dice: "Este hombre, por una parte, cree que sabe algo, mientras que no sabe nada. Por otra parte, yo, que igualmente no sé nada, tampoco creo saber algo". No me consta ninguna referencia a los dioses. La imprecisión de parafrasear este fragmento como «solo sé que no sé nada», radica en que el autor no está diciendo que no sabe nada, sino que hace ver que no se puede saber nada con absoluta certeza, incluso en los casos en los que uno cree estar seguro. La frase completa sería: “Solo sé que no se nada y, al saber que no sé nada, algo sé; porque sé que no sé nada”.
      Y sí, los vocablos escéptico y estoico, como todos, han ido derivando en su significado específico. Se puede ser escéptico, supongo, por una emoción de desánimo ante la solución de los males que no aquejan. Pero también puede ser una postura intelectual ajena a nuestras emociones o, mejor, como he escrito, como la forma de defendernos de ellas, de nuestras emociones, para que no nos arrastren.
      Muchos amigos me han interrogado, sobre la aparente contradicción del título de este Blog, escéptico y apasionado, que como advertí, está tomado de una biografía sobre Bertrand Russell. No sé si he contestado siempre de forma satisfactoria. Pero el gran crítico literario alemán-polaco, Marcel Reich-Ranicki, escribe sobre la "capacidad de entusiasmo, siempre controlada y relativizada por el escepticismo". Y me parece una buena respuesta.
      Un afectuoso abrazo,

      Eliminar
  2. Gracias por la aclaración, hoy he aprendido una cosa nueva.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No hay de que Kepa. Siempre es un grato placer discursear contigo.
      Un fraternal abrazo,

      Eliminar
  3. Duda que diferencia hay entre el escepticismo de los académicos y el de los pirronicos

    ResponderEliminar