Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 29 de agosto de 2017

CUBA Y LA HISTORIOGRAFÍA LATINOAMERICANA

Hasta finales de los años cincuenta, como destacaba el especialista en Colombia, y miembro de St. Antony’s College (Oxford) Malcom Deas, la historiografía latinoamericana en Gran Bretaña, ofrecía débiles “señales de vida intermitente”. Salvador de Madariaga había realizado algunos trabajos sobre Colón o sobre el Imperio español, que parecían tener poco o nada de impacto en Oxford. Pero no existían los estudios de América Latina en absoluto. A la altura de 1960, Robin Humphreys en la Universidad de Londres, y Frederick Alexander y John Horace Parry en Cambridge, eran los máximos especialistas en la materia, pero se limitaban a la era colonial, y eran “decididamente anglocéntricos”. Entre 1945 y 1960 se leyeron apenas siete tesis, relacionadas directamente con América Latina, de las cuales sólo dos, no se basaban en el comercio o la influencia británica, y ninguna sobrepasaba cronológicamente la I Guerra Mundial.
Pero en 1959 sucedió “algo” inesperado, que eclipsó momentáneamente el naciente “influjo español” en St. Antony’s College, y propició un repentino giro de atención, hacia la zona central y meridional del continente americano: Hubo una revolución en Cuba. Y así fue como en Gran Bretaña se descubrió América Latina.
Raymond Carr lo contaba de esta forma en “The Invention of Latin America” (“New York Review of Books” 3.03.1988):
<Eso era exactamente lo que había sucedido. La imperiosa “necesidad” política, en forma de amenaza comunista, propició el estímulo académico. Y los centros de estudios de América Latina, se crearon y financiaron generosamente en Harvard, Columbia, Princeton y otras importantes universidades de los EE. UU. Y eso fue también lo que sucedió en Gran Bretaña y en St. Antony’s, que fue el primer college británico, en consolidar un centro de estudios latinoamericanos. 
Malcom Deas exageraba cuando escribió irónicamente, que “el fundador del centro fue el Dr. Fidel Castro, un graduado de la Universidad de La Habana”>.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Agosto del 2017.


lunes, 14 de agosto de 2017

VUELVE ORTEGA

La editorial Taurus, acaba de relanzar la versión corregida, de los cinco primeros volúmenes, de las “Obras completas” de D. José Ortega y Gasset. Y en septiembre se publicarán los cinco tomos restantes, y la versión digital de los 10 volúmenes.
Cuando en 1963 llegué a la Complutense para estudiar Económicas, ningún profesor, ni de refilón, nos habló de Ortega. La doctrina “oficial” en aquel entonces, era que había sido un agudo estilista, incapaz de construir un verdadero sistema metafísico, algo que por supuesto sí, eran capaces de hacer los que le dirigían ese reproche. Hoy nadie se acuerda de sus nombres. Tampoco hablábamos de él entre los estudiantes, porque su única etiqueta ideológica era el liberalismo, que por entonces se consideraba un crimen peor que el totalitarismo; y porque andábamos liados a todas horas con Sartre, Althusser, Levi-Strauss, Barthes… cuyo “compromiso” pensábamos conocer a la perfección. Para gente de mi generación del 68, la cultura y la teoría francesa, aún dominaban nuestra información y nuestro imaginario.
El 20 de Octubre de 1962, por indicación de mi padre, me había comprado “La rebelión de las masas”, y me lo había leído en los meses siguientes, sin llegar a comprender muy bien de que iban todas aquellas páginas. Aquella contraposición de las minorías selectas a las masas, nos sonaba terriblemente inoportuna. Sometidos durante cuarenta años a una “minoría selecta” de chusqueros y casposos desaprensivos, no queríamos ni oír hablar de unas élites, que nos llevaran por el buen camino. Y cuando los antiorteguianos liberaron a Ortega (nos recuerda José Luis Pardo) los orteguianos decidieron mantenerlo hibernado, como patriarca de una mitificada y ucrónica “edad de plata”. Empeñados en demostrar hasta el ridículo, que había sido más original que Sartre, Heidegger y Bergson juntos; que en realidad era feminista, autonomista, federalista y hasta algo marxista, inspirador secreto de la Transición y, desde luego, un demócrata incombustible, como si no fuera propio de buenos demócratas, dudar a veces de la República misma, especialmente en los tiempos que a él le tocaron vivir, en los que la democracia estaba plena de pistoleros y salvapatrias. Recuerdo muy bien como todavía allá por los años noventa, muchos jóvenes de mi edad, se habían acostumbrado a ver en Ortega, sólo el anacronismo en que la habían convertido, quienes intentaron salvarle de sus incorrecciones políticas.
Obras completas de Ortega, en mi biblioteca
Pero, pese a todo, Ortega ha seguido siendo la envidia de todo intelectual español. Incluso cuando Gregorio Morán abrió la veda, con su “El maestro en el erial”- escribe Pardo – su perfil seguía sobresaliendo, entre el enjambre de unos seguidores reducidos a la mediocridad, por su enorme sombra. Y para remate, después que los antiorteguianos y los orteguianos obstaculizasen su lectura, llegó el turno a los llamados “orteguescos”, aquellos que quieren ser el Ortega de nuestros días, tomando todo lo bueno del maestro y desechando lo malo.
En mi modesta opinión – y esto es lo que he intentado hacer desde hace ya años – lo único que puede liberar a Ortega, del peligro que para él han supuesto sus detractores, sus defensores y sus émulos, es la lectura desprejuiciada y libre de su pensamiento, que lo saque del formol y lo abra a la crítica y la normalización de la discusión, sobre una obra que a mi entender merece muy la pena, seguir teniendo en consideración.
Como escribe Jordi Gracia (autor de una gran biografía de Ortega) no llegaremos ha decir que Ortega hubiera sido hoy un tuitero compulsivo, pero la proliferación de sus aforismos con chispa e intención, podrían tenerlo como aficionado decoroso a ese medio guerrillero. Ortega fue en casi todo pionero y prematuro, precozmente imbuido por un optimismo vitalista de genética nietzscheana. Tenía razón, pero era prematuro. Y no basta tener razón, hay que tenerla en el momento debido. Eso desencadenó su mal más íntimo: el rencor contra quienes ni entendían, ni parecían querer entender, por donde debían ir los derroteros de la modernidad europeísta. Y de ahí nace uno de los libros que más perniciosos le fue, incluso en el propio título, “España invertebrada”, montado sobre prejuicios ¡ah con los prejuicios! y, sobre todo, sobre pasiones políticas excesivamente recientes.
Ortega creo modestamente, vibra especialmente como ensayista compulsivo, hostigado siempre por un alemán entonces aún desconocido: Heidegger, que habría de amargarle desde 1927, los dulces frutos de su filosofía de la razón vital. Y en su maravillosa “La rebelión de las masas”, ya en 1930, a las puertas de la euforia y el inmediato desengaño de la Segunda República. Obra que constituye el más contundente dicterio, contra la destrucción de las democracias liberales, a manos de las masas totalitarias rampantes, desde Italia, Alemania y la Unión Soviética.
Ha escrito Fernando Savater, que Ortega es un autor discutible. Y lo dice como un mérito, porque en filosofía los autores indiscutibles, es decir, aquellos que hay que aceptar o rechazar tal como vienen, porque no admiten la tarea de la argumentación racional (como Heidegger por ejemplo) suelen servir para poco o para demasiado. Ortega además es un semillero de ideas. Tanto si le seguimos como no, siempre abre trocha, o sea, que nunca se lee en vano. Y además es un pensador ¡laico! Lo cual en esta España ¡bendito sea Dios!
Es el talento más grande que ha tenido el pensamiento – diría incluso la literatura – español, escribió Javier Gomá. Ortega es un talento supremo, aunque puede que sin genio. Entendiendo por talento la capacidad y la inteligencia de asimilar, componer y exponer las ideas de otros. Y por genio, la capacidad de alumbrar ideas nuevas.
Como afirmó Amelia Valcárcel, a Ortega le debemos por lo menos dos cosas importantísimas: 1) fabricó de arriba abajo el vocabulario filosófico español, algo que el castellano, por falta de tradición, no tenía; y 2) abrió el pensamiento español a tradiciones foráneas, a las que se había resistido.
Y finalmente recordar lo que dice de Ortega Adela Cortina: La herencia de Ortega sigue siendo hoy estimulante. Su diseño de una razón vital, histórica y narrativa; la concepción de la ética como “moralita”, que es un explosivo tan potente como la dinamita, y no moralina empalagosa; la convicción de que la moral es aspiración y proyecto, y no un arma arrojadiza, que sirve para tachar a los demás de inmorales; y la necesidad de cultivar la excelencia en la vida pública, para construir una buena política.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Agosto del 2017.


jueves, 10 de agosto de 2017

PUREZA SOCIALISTA

El diputado socialista por Asturias, Antonio Trevin, ha dejado su escaño por discrepancias con la actual dirección de PSOE. Su decisión me parece honrada. Cuando uno no se encuentra cómodo, cuando sus ideas son minoritarias en cualquier colectivo, lo más noble, me parece, es dar un paso atrás. Pero en sus declaraciones, al hacer público su anuncio, ha deslizados unas palabras que no me parecen justas, o al menos inexactas, al no matizarlas fijando el momento. Ha dicho que: "está desapareciendo la fraternidad entre los militantes, que era una de las señas de identidad del socialismo, donde cada vez tiene más presencia la confrontación". Puede que la “fraternidad” haya disminuido en estos últimos meses, pero habría que matizar que si lo ha hecho realmente, habría sido a partir del infausto golpe palaciego del 1 de Octubre, el que de alguna forma él apoyó.
Pero lo que me ha llevado a redactar estas líneas ha sido, básicamente, la lluvia de comentarios intolerables, demagógicos y totalitarios, que han acompañado la noticia en las redes. Y sí, ya sé que es una batalla que nunca ganaré. Pero no puedo callarme, ante lo que considero un grave ataque, al funcionamiento democrático de una organización como la del PSOE.
No voy a reproducir los comentarios más soeces y ofensivos. Sólo referiré que algunos llegaban a decir que, que bien que se fuera y nos dejara en paz a los socialistas de verdad ¡Que bonito "los socialistas de verdad"! ¿Y quien decide quienes lo son o no? ¿Quien reparte los certificados de socialistas de "verdad? Y otros le tachaban de desconocer lo que era la pureza y la ética socialista. Y yo me pregunto ¿que tribunal dictamina la pureza socialista, o que es exactamente eso de la "ética socialista"? Llevo 43 años en el PSOE, y aún nadie me ha examinado de ética, ni de pureza socialista ¿Vamos a comenzar ahora con tribunales de depuración, en la mejor tradición del estalinismo? ¡Venga ya!
Parecería como si muchos socialistas, estuvieran hoy de acuerdo con las concepciones políticas de Schmitt, en las que, teóricamente, el pueblo ocupa una posición de portador del poder supremo, pero a la vez aparece como incapaz de gobernarse. Por eso la voluntad general democrática, va asociada con el poder de un individuo o una minoría para plantear cuestiones al pueblo, que dependería totalmente de tales iniciativas, siendo su única facultad la de refrendar o rechazar. Porque al final, y esta es la clave, todo lo que es político se funda en la distinción entre amigo y enemigo. El Estado no es en sí mismo político, sino solo cuando puede distinguir al amigo del enemigo, tanto en cuanto al interior como al exterior. Por lo que respecta a la sociedad, al politizarse se convertiría en comunidad, y el Estado se fundaría, apoyándose en esta comunidad política, en un Pueblo. Los puros, los virtuosos, contra los enemigos.
Todo eso me retrotrae inevitablemente y para mal, a los años de mi juventud allá por los sesenta del siglo pasado. La historia estaba hecha de buenos y malos, y los malos eran los que no estaban con nosotros, el muro de Berlín garantizaba la pureza, la democracia burguesa contaminaba el aire y las cañerías. La izquierda era de izquierdas y el infierno eran los otros ¿En medio? En medio no había nada ni nadie. Puede pasar hoy en Venezuela o en Nicaragua o en Cuba, cualquier cosa que no nos guste, que si está protagonizada por los nuestros, debe ser buena. Y en mis tiempos nos ocurría con la URSS, con Cuba, Rumanía, incluso con las Brigadas Rojas, con la Baader Meinhoff, hasta con ETA… ¿Son los nuestros? ¡Algo bueno tendrán!
Hoy nos recuerda Juan Cruz en El País, que hay un libro que cura aquel mal de bajura, que acepta que lo de los nuestros es lo mejor, lo único. Ese libro es “Tumulto” (Malpaso 2015) de H. M. Enzensberger, que vivió aquellas revoluciones, convencido de quien eran los nuestros. Hasta que, pasadas las décadas, se encontró consigo mismo en el espejo y se preguntó: pero ¿dónde estaban mi corazón y mis ojos? ¿Y yo era también de los nuestros?
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 10 de Agosto del 2017.

martes, 8 de agosto de 2017

EL BUEN PUEBLO Y LA ÉLITE CORRUPTA

Para bien o para mal, parece que hoy nuestra política se define como la ficción maniquea, de un mundo escindido entre el buen pueblo y una élite corrupta moralmente inferior. Lo vemos en figuras del viejo establishment, otrora “hombres de orden”, cuando afirman que “el único juez es el pueblo”, o limitan la democracia a una mera expresión electoral. Pero la paradoja nos dice Pierre Rosanvallon, historiador e intelectual francés, es que ese “pueblo aritmético”, que representa una porción electoral, se sitúa por encima de un cuerpo constitucional, que también tiene una función representativa: defender nuestros valores y derechos. El relato interesado de “el poble sóc jo”, se construye siempre sobre un subterfugio que esconde el simple afán de poder. Pero no hay ganancia alguna, en debilitar los poderes democráticos que nos protegen, garantizando el pluralismo. Es un axioma bastante olvidado: en democracia no se pueden escindir los elementos propiamente electorales, de los que facilitan su funcionamiento institucional, por mucho que algunos se empeñen, en identificar democracia con el puro acto de votar. Nos lo advirtió Todorov: la democracia engendra sus propios fantasmas. Y toda patria, todo pueblo, tiene también algo de presidio.
Hay que prestar mucha atención, cuando personas que, al menos aparentemente, aparecen situadas en extremos ideológicos opuestos, usan los mismos argumentos, repiten las mismas palabras y consignas en un tono parecido. Las palabras élite, elitistas, casta y trama, por ejemplo, nunca se habían utilizado tanto como en estos días. Y nunca en un tono tan homogéneo, de acusación y desprecio. Hay que oírlas en boca de Donald Trump, de sus asesores y animadores, para los cuales “élite” tiene además, la repugnancia añadida de ser una palabra de origen francés. Para un reaccionario americano, Francia y lo francés provocan una animadversión morbosa, que resume todo lo que desprecia: la buena alimentación, el vino, la libertad sexual, el estado de bienestar, el tabaco, el laicismo, las mujeres que se ponen tacones altos y se pintan los labios, para ir al súper o llevar los niños al colegio.
Recuerdo como si fuera ayer, la época en que empezaba a volverse meritoria la exhibición de la rudeza y la ignorancia. Me acuerdo bien de cuando George W. Bush repetía que hablaba como un “hombre común” de Texas, un “regular guy”, con el acento adecuado y un amaneramiento de rudeza en los gestos. Expresándose de una manera descuidada y hasta grosera, probaba que él no era un elitista, que estaba cerca del pueblo, la gente llana, el trabajador de mono azul y casco. Por eso y sólo eso, podía reconocerse que era igual a ellos, que no se había reblandecido, con las aficiones culturales ni con el cosmopolitismo.
Pero se trataba de una mentira, de una posverdad “avant la lettre”, salvo en un solo aspecto, el de la ignorancia. Bush era tan ignorante como aparentaba, pero no porque hubiera tenido una vida difícil y pobre, como muchos de los que le votaban. Era un ignorante por vocación, por gusto, por descaro, pues había ido a los colegios y universidades más caras. Desde luego que no pertenecía a la élite del conocimiento, pero sí a la mucho más restringida del dinero. Una de las cosas que más hostilidad provocaba hacia Hillary Clinton, durante su campaña presidencial, era su indudable brillantez intelectual, la manera clara y precisa en la que se expresaba. Como Barak Obama o Michelle, pero sin el carisma de ellos dos. Hillary tenía la temeridad de no ocultar que era una persona inteligente, muy cultivada y preparada, con un dominio impecable de la lengua.
Tzvetan Todorov
Y aquel camino hacia la celebración gozosa y desafiante de la ignorancia, que comenzó Bush, lo ha culminado Trump, que hará bueno, tiempo al tiempo, a su antecesor. En la lengua inglesa – nos explica Muñoz Molina – las diferencias culturales y educativas, están más marcadas que en la española: se depositan en las formas primarias del habla, en el acento, en el modo en que se pronuncian o no ciertas terminaciones, en la prosodia. Trump no es elitista, repiten algunos. La prueba de su autenticidad, de su legitimidad popular, es su grosería. Los responsables de la pobreza y la incultura, en la que han caído muchos de sus votantes, no serían los multimillonarios como él, que han comprado a fuerza de dinero el sistema político, y están dispuestos a despojar todavía de más derechos a la gente trabajadora. Los responsables son unas vagas élites cultas y arrogantes, que tienen su forma más visible en los medios de comunicación y en Hollywood. Los presupuestos que el Gobierno federal destina a cultura son ínfimos, en comparación con los de cualquier país europeo normal, pero Trump y los republicanos, se disponen belicosamente a erradicarlos. Los resultados serán calamitosos, pero Trump y los suyos demostrarán, una vez más, que ellos no les hacen el juego a las élites.
En España la palabra “élite también se ha vuelto una palabra sucia. Y asimismo el desprecio al saber y a las formas, la mala educación y la exhibición de la ignorancia, parecen producir réditos políticos. La derecha española ha despreciado y desprecia el saber (añade Muñoz Molina), porque esta convencida de que no sirve para nada, salvo para alimentar a disidentes y holgazanes. La izquierda doctrinaria alienta, con plena deliberación, una atmósfera de hostilidad hacia el mérito, hacia las formas de respeto, hacia la soberanía individual: como si también entre nosotros, la incultura fuese una prueba decisiva de autenticidad, y la búsqueda personal de la excelencia, en el ejercicio de una profesión o una vocación – menos en el fútbol – volviera a quien se dedica a ella, culpable de elitismo.
Escribía Torreblanca, que los autoproclamados teórico de la democracia radical (que son radicales, pero no demócratas) llaman “ilustración populista”, al momento en el que el pueblo sabio, retoma el control sobre su futuro, y se sacude el yugo de élites y expertos. Las mayorías, sostienen, no necesitan más legitimación que la mayoría, y por eso siempre aciertan. Pero me temo que se equivocan, como la mayoría que se decantó por el Brexit. Tiempo al tiempo.
Mientras tanto la chulería se celebra como coraje, la mala educación como campechanía, lo desgreñado como signo de rebelión. Cada vez es más virulenta la agresividad, contra quien ejerce su derecho soberano, a no rendirse a lo ofensivo o lo grosero, por el simple motivo de que parezca ser mayoritario.
Pues eso ¡al loro!

Palma. Ca’n Pastilla a 1 de Abril del 2017.

miércoles, 2 de agosto de 2017

BLOOMSBURY

Escribiendo hace un par de meses sobre Moore y el sentido común, me topé de nuevo, con muchos de los intelectuales y artistas, que habían pertenecido al “Grupo de Bloomsbury”, y sentí la necesidad de escribir algo más sobre ese grupo, que cambió muchos de los parámetros (éticos, morales, literarios, intelectuales…) que habían presidido la sociedad victoriana inglesa. Así que recuperé de mi archivo en papel, un artículo que había publicado en Diario de Mallorca en 1989. Sólo he cambiado alguna palabra, y corregido un par de errores.
Con placer redacto estas líneas, pues en el Grupo de Bloomsbury se concentran algunos de los valores filosóficos, políticos, estéticos y vitales que más queridos me son: rebeldía ante una moral y unas costumbres hipócritas; tolerancia; apego a las relaciones personales y a la amistad; pacifismo; buen gusto; racionalidad y pasión; consideración de la mujer como un igual en todos los aspectos; originalidad; reformismo social…
Como grupo social, Bloomsbury se inició realmente en las aulas universitarias de Cambridge. La mayoría de sus integrantes se habían formado en el Trinity College (MacCarthy, los hermanos Stephen, Lytton Strachey, S. Sydney-Turner, Clive Bell…) o en el King's (E.M. Forster, John M. Keynes…). Y al igual que tantos otros destacados intelectuales (G.E. Moore, Bertrand Russell, Tennyson, Alfred North Whitehead, George Trevelyan, Ludwig Wittgenstein…) muchos de ellos fueron miembros de la "Sociedad de Conversaciones", hermandad secreta de los estudiantes de aquella universidad, cuyos componentes eran conocidos como “los apóstoles".
Como es bien conocido "Bloomsbury" es el nombre de un barrio de Londres y allí, en el nº 29 de la Plaza Fitzroy, en casa de los hermanos Adrian y Virginia Stephen, se reunió el grupo los jueves por la tarde a partir del año 1906.
Bloomsbury se distinguió de otros clubes o cenáculos de su época, entre otros motivos, por el predominante papel que en él tuvieron las mujeres, sobre todo las notables hermanas Stephen (Vanessa, casada primero con Clive Bell y compañera de Duncan Grant desde 1914, pintora consistente cada día más apreciada; y Virginia, esposa de Leonard Woolf, una de las escritoras más documentadas de la historia de la literatura).
Para sus enemigos Bloomsbury fue "una mafia intelectual". Pero este juicio es injusto, pues nunca fue un núcleo monolítico y, en realidad, sus miembros se criticaban mutuamente con harta frecuencia. El propósito real de los encuentros en la Plaza Fitzroy, era el intercambio de ideas. La conversación era desusadamente franca y desinhibida para su tiempo. "No vacilábamos - dijo Vanessa Bell - en hablar de todo”. Era literalmente así, uno podía decir lo que se le antojaba del arte, el sexo o la religión.
Un tema usual de conversación eran las artes visuales. Para Virginia Woolf esas artes tenían suprema importancia, porque ella sostenía que podía llegarse a la verdad, mediante la intuición y la sensibilidad tanto como por la razón. El interés por dichas artes se había visto muy estimulado, gracias a las dos exposiciones postimpresionistas que organizó Roger Fry - con la colaboración de Duncant Grant-- en 1910 y 1912. Pero además e intelectualmente, está afición a las bellas artes, mucho tuvo que ver con la autoridad filosófica, que G.E. Moore ejerció sobre los "apóstoles" y, a través de ellos, sobre el Grupo de Bloomsbury. Antes de la publicación de los "Principia Ethica” en 1903, habían sido John Mc Taggart - idealista hegeliano - y Lower Dickinson - una especie de humanista místico - los favoritos de los alumnos de Cambridge. Pero Moore demolió sus posiciones filosóficas y su popularidad, con su análisis más razonable de los problemas éticos, y afirmó que el " bien" era indefinible. Sugiriendo, a continuación, que las formas más elevadas del bien, esos “bienes en si", eran ciertos “estados de conciencia” que en general, pueden describirse como los placeres de la relación humana y el goce de los “objetos bellos".
Estos aristócratas del intelecto "fueron maestros en algo tan sutil, tan revelador y revolucionario como es el buen gusto" (Natacha Seseña). Y mantuvieron nuevas concepciones de la moral, que los justificaban en su actitud de rechazo, de la seriedad y la respetabilidad sexual victorianas.
Como grupo de protesta, Bloomsbury fue un fenómeno sociológico complejo, en cuya herencia algunos elementos, se remontan a las ideas de Coleridge, aunque al mismo tiempo, reflejaban los factores contemporáneos de descontento, y las nacientes ideas de la época eduardiana.
Razón y pasión, pasión y razón, fueron los faros de sus vidas. Hasta ellos, la razón siempre había reclamado la moderación de las pasiones, del mismo modo que la sexualidad y la sinceridad, habían sobrentendido el repudio de la razón. Estos amigos fueron los primeros que orientaron sus vidas, como si la razón y la pasión pudieran ser ideas iguales.
Fueron pacifistas acérrimos durante la guerra del catorce, y beligerantes frente al nazismo y al fascismo (un hijo de Vanessa y Clive Bell, Julián, murió en Brunete luchando junto a los republicanos españoles). Lyndall Gordon ha escrito que: "…la consternación de Virginia Woolf ante la guerra, procedía de un amor a su país más profundo que el patriotismo, que se horroriza al ver a los propios compatriotas degradados... admiraba el coraje intelectual, pero el ’coraje' en las guerras era, para ella, un término de valor engañoso, como 'gloria' y 'honor', porque podía autorizar la brutalidad estúpida".
Bloomsbury fue un núcleo sumamente creador. G.E. Moore y Bertrand Russell, que aunque no eran miembros estaban muy cerca del Grupo, realizaron aportaciones importantes a la ética, al análisis lingüístico, a la lógica y a las matemáticas. Lytton Strachey inauguró un nuevo tipo de biografía (“Eminentes victorianos", “Isabel y Essex"…). John M. Keynes revolucionó la economía. Virginia Woolf fue la precursora de formas innovadoras en la novela. E.M. Foster escribió "Pasa je a la India". Roger Fry, Duncan Grant y Clive Bell abrieron caminos nuevos en la crítica artística y en la pintura. Leonard Woolf, afiliado al partido laborista, fue un importante teórico de la reforma social…
El Grupo de Bloomsbury. Pintura de Vanessa Bell
La fuerza del Grupo de Bloomsbury - como dice L. Gordon - radica en el hecho de que no estaba regido por normas estéticas, como lo estuvieron los "Hombres de 1914” (Pound, W. Lewis, Joyce y T. S. Elliot). Se nutria de afecto. Esta es también la diferencia entre Bloomsbury y otros grupos modernistas, los de Hemingway o Sartre por ejemplo, que llevaban una vida de café que era, por contraste, terriblemente antidoméstica y antisentimental.
"Decir la verdad" era el código de Bloomsbury. Y practicaba una cortés indiferencia ante la opinión mundana. Tenía un fuerte sentido del ridículo, y lo aplicaba a temas tan convencionalmente serios, como la Royal Navy, el Imperio, la gloria y el poder.
La flemática certeza que posee Bloomsbury, de que se opone a un mundo filisteo dirigido por idiotas, es algo que viene crispando a los lectores, desde los años treinta hasta nuestros días. Y sin embargo, como Noel Annan afirma en su magnífico ensayo sobre Leonard Woolf: sus actitudes políticas "eran" admirables.
Las campanas de Cambridge suenan de por vida.

Palma a 11 de Junio de 1989.
Palma. Ca'n Pastilla a 2 de Agosto del 2017.