Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 14 de agosto de 2017

VUELVE ORTEGA

La editorial Taurus, acaba de relanzar la versión corregida, de los cinco primeros volúmenes, de las “Obras completas” de D. José Ortega y Gasset. Y en septiembre se publicarán los cinco tomos restantes, y la versión digital de los 10 volúmenes.
Cuando en 1963 llegué a la Complutense para estudiar Económicas, ningún profesor, ni de refilón, nos habló de Ortega. La doctrina “oficial” en aquel entonces, era que había sido un agudo estilista, incapaz de construir un verdadero sistema metafísico, algo que por supuesto sí, eran capaces de hacer los que le dirigían ese reproche. Hoy nadie se acuerda de sus nombres. Tampoco hablábamos de él entre los estudiantes, porque su única etiqueta ideológica era el liberalismo, que por entonces se consideraba un crimen peor que el totalitarismo; y porque andábamos liados a todas horas con Sartre, Althusser, Levi-Strauss, Barthes… cuyo “compromiso” pensábamos conocer a la perfección. Para gente de mi generación del 68, la cultura y la teoría francesa, aún dominaban nuestra información y nuestro imaginario.
El 20 de Octubre de 1962, por indicación de mi padre, me había comprado “La rebelión de las masas”, y me lo había leído en los meses siguientes, sin llegar a comprender muy bien de que iban todas aquellas páginas. Aquella contraposición de las minorías selectas a las masas, nos sonaba terriblemente inoportuna. Sometidos durante cuarenta años a una “minoría selecta” de chusqueros y casposos desaprensivos, no queríamos ni oír hablar de unas élites, que nos llevaran por el buen camino. Y cuando los antiorteguianos liberaron a Ortega (nos recuerda José Luis Pardo) los orteguianos decidieron mantenerlo hibernado, como patriarca de una mitificada y ucrónica “edad de plata”. Empeñados en demostrar hasta el ridículo, que había sido más original que Sartre, Heidegger y Bergson juntos; que en realidad era feminista, autonomista, federalista y hasta algo marxista, inspirador secreto de la Transición y, desde luego, un demócrata incombustible, como si no fuera propio de buenos demócratas, dudar a veces de la República misma, especialmente en los tiempos que a él le tocaron vivir, en los que la democracia estaba plena de pistoleros y salvapatrias. Recuerdo muy bien como todavía allá por los años noventa, muchos jóvenes de mi edad, se habían acostumbrado a ver en Ortega, sólo el anacronismo en que la habían convertido, quienes intentaron salvarle de sus incorrecciones políticas.
Obras completas de Ortega, en mi biblioteca
Pero, pese a todo, Ortega ha seguido siendo la envidia de todo intelectual español. Incluso cuando Gregorio Morán abrió la veda, con su “El maestro en el erial”- escribe Pardo – su perfil seguía sobresaliendo, entre el enjambre de unos seguidores reducidos a la mediocridad, por su enorme sombra. Y para remate, después que los antiorteguianos y los orteguianos obstaculizasen su lectura, llegó el turno a los llamados “orteguescos”, aquellos que quieren ser el Ortega de nuestros días, tomando todo lo bueno del maestro y desechando lo malo.
En mi modesta opinión – y esto es lo que he intentado hacer desde hace ya años – lo único que puede liberar a Ortega, del peligro que para él han supuesto sus detractores, sus defensores y sus émulos, es la lectura desprejuiciada y libre de su pensamiento, que lo saque del formol y lo abra a la crítica y la normalización de la discusión, sobre una obra que a mi entender merece muy la pena, seguir teniendo en consideración.
Como escribe Jordi Gracia (autor de una gran biografía de Ortega) no llegaremos ha decir que Ortega hubiera sido hoy un tuitero compulsivo, pero la proliferación de sus aforismos con chispa e intención, podrían tenerlo como aficionado decoroso a ese medio guerrillero. Ortega fue en casi todo pionero y prematuro, precozmente imbuido por un optimismo vitalista de genética nietzscheana. Tenía razón, pero era prematuro. Y no basta tener razón, hay que tenerla en el momento debido. Eso desencadenó su mal más íntimo: el rencor contra quienes ni entendían, ni parecían querer entender, por donde debían ir los derroteros de la modernidad europeísta. Y de ahí nace uno de los libros que más perniciosos le fue, incluso en el propio título, “España invertebrada”, montado sobre prejuicios ¡ah con los prejuicios! y, sobre todo, sobre pasiones políticas excesivamente recientes.
Ortega creo modestamente, vibra especialmente como ensayista compulsivo, hostigado siempre por un alemán entonces aún desconocido: Heidegger, que habría de amargarle desde 1927, los dulces frutos de su filosofía de la razón vital. Y en su maravillosa “La rebelión de las masas”, ya en 1930, a las puertas de la euforia y el inmediato desengaño de la Segunda República. Obra que constituye el más contundente dicterio, contra la destrucción de las democracias liberales, a manos de las masas totalitarias rampantes, desde Italia, Alemania y la Unión Soviética.
Ha escrito Fernando Savater, que Ortega es un autor discutible. Y lo dice como un mérito, porque en filosofía los autores indiscutibles, es decir, aquellos que hay que aceptar o rechazar tal como vienen, porque no admiten la tarea de la argumentación racional (como Heidegger por ejemplo) suelen servir para poco o para demasiado. Ortega además es un semillero de ideas. Tanto si le seguimos como no, siempre abre trocha, o sea, que nunca se lee en vano. Y además es un pensador ¡laico! Lo cual en esta España ¡bendito sea Dios!
Es el talento más grande que ha tenido el pensamiento – diría incluso la literatura – español, escribió Javier Gomá. Ortega es un talento supremo, aunque puede que sin genio. Entendiendo por talento la capacidad y la inteligencia de asimilar, componer y exponer las ideas de otros. Y por genio, la capacidad de alumbrar ideas nuevas.
Como afirmó Amelia Valcárcel, a Ortega le debemos por lo menos dos cosas importantísimas: 1) fabricó de arriba abajo el vocabulario filosófico español, algo que el castellano, por falta de tradición, no tenía; y 2) abrió el pensamiento español a tradiciones foráneas, a las que se había resistido.
Y finalmente recordar lo que dice de Ortega Adela Cortina: La herencia de Ortega sigue siendo hoy estimulante. Su diseño de una razón vital, histórica y narrativa; la concepción de la ética como “moralita”, que es un explosivo tan potente como la dinamita, y no moralina empalagosa; la convicción de que la moral es aspiración y proyecto, y no un arma arrojadiza, que sirve para tachar a los demás de inmorales; y la necesidad de cultivar la excelencia en la vida pública, para construir una buena política.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Agosto del 2017.


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