Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 27 de abril de 2017

G.E. MOORE Y EL SENTIDO COMÚN (II)

Si en el siglo pasado hubo un filósofo “puro”, ese fue sin duda Moore”, escribía en mi anterior entrada a este Blog. Y avanzaba algunas notas de su biografía, y de sus pensamientos sobre la filosofía. Así que ahora deberíamos centrarnos un poco más, en aquello que constituyó la base de todo su sistema filosófico: el sentido común.
Lo que llamaríamos el denominador común, de la concepción de la filosofía sustentada por Moore, en todas las fases de su pensamiento, es lo que él denomina cómo: “el Common Sense view of the world”, que tiene que ver más – es importante no olvidarlo – con la filosofía especulativa, que con la propiamente analítica. Ese “sentido común” que ha gozado decididamente de muy buena reputación, en la tradición filosófica en lengua inglesa. Hasta el propio Hume, insistentemente solicitado por las tentaciones escépticas, se inclinó con frecuencia a anteponer el punto de vista “vulgar” al “filosófico”. Tan sólo Berkeley mantuvo sin pestañear, su negativa a condescender con las vulgaridades del sentido común.
A Defense of Common Sense, como explica Javier Muguerza, constituye el eslabón central de una trilogía, cuya primera pieza sería The Refutation of Idealism (1903) y la tercera Proof on External World (1939). En el primero de esos trabajos se dedica a combatir el Principio de Berkeley, Esse est percipi. Y en el segundo a demostrar la existencia de “cosas exteriores a nosotros”, mediante el famosos procedimiento de levantar las dos manos y decir, acompañándose de sendos gestos con la derecha y con la izquierda : “Aquí hay una mano y aquí hay otra”. Demostración que se hizo famosa.
El “sentido común” admite con certeza la existencia en el Universo, de dos tipos de cosas, es decir, objetos materiales y actos de consciencia. Y sobre la base de este puñado de creencias del sentido común, que nadie se atrevería a negar, ni acaso a enunciar, en virtud de su obvia condición de perogrulladas, se levantan los edificios de las ciencias especiales, encargados de incrementar nuestra información, sobre determinadas áreas de uno u otro de aquellos dos grandes géneros de cosas, sean físicas o psíquicas.
Quienes admitan que esas cosas existen relacionadas entre sí en el espacio y en el tiempo – dice Muguerza - difícilmente rechazarán la realidad del espacio y el tiempo mismos, aunque estarán en su derecho de negarles análogo carácter sustancial, que el concedido a unas y otras. Y con este añadido quedaría, en fin, completa, la descripción general de “todo” el universo, que el sentido común nos facilita. Pero no deberíamos pensar que todos los filósofos, que Moore no ignora que son difíciles de contentar, se consideren satisfechos con semejante descripción. Algunos de ellos tratarán de ampliarla, con la introducción de nuevos géneros de entidades, de naturaleza asimismo sustancial, como sucede, por ejemplo, con quienes admiten la existencia de Dios. Pero Moore opina que la introducción de dichas entidades, va “más allá” del sentido común, lo que equivale a traspasar a quienes las admiten, el onus probandi de las mismas. Pues es evidente, al menos para algunos, que la filosofía de Moore no sólo no pretende llevarle la contraria al sentido común, sino que se articula en torno al mismo, según las diferentes parcelas problemáticas, a que su aceptación pudiera dar lugar.
Tal como su título indica, A Defence of Common Sense no se limita a exponer una filosofía del sentido común, sino que intenta “defender” la cosmovisión de este último, frente a las críticas filosóficas, que antes se insinuaban en su contra. Aunque en broma se diga que el sentido común es el menos común de los sentidos, lo cierto es que es lo suficientemente “común”, como para que pueda nadie eximirse de compartir sus convicciones: “Si mi posición filosófica - explica Moore – hubiera de ser bautizada con un rótulo, según se ha hecho usual entre los filósofos, a la hora de clasificar las posiciones de otros filósofos, pienso que habría que hacerlo así, diciendo que soy uno de aquellos que sostienen que la ‘cosmovisión del sentido común’ es, en algunos de sus aspectos fundamentales, ‘absolutamente’ verdadera. Pero se ha de recordar que, en mi opinión, ‘todos’ los filósofos han coincidido sin excepción conmigo en este punto, de suerte que la verdadera divisoria, que de ordinario se establece a este respecto, discurriría sencillamente entre los filósofos que ‘asimismo’ sostienen, puntos de vista inconsistentes con aquellos aspectos de la ‘cosmovisión del sentido común’, y los que no incurren en tamaña inconsistencia”.
Los teóricos contemporáneos de la ciencia, al prevenirnos contra las consecuencias de un empirismo demasiado crudo, nos recuerdan con insistencia que no hay “hechos”, sino “parateorías”, de manera que – estando sometidas estas últimas a incesante revisión – también lo está incesantemente nuestra visión científica del mundo. Lo que reza de las teorías científicas, reza igualmente de aquellas teorías filosóficas que, de algún modo, aspiren a ser tenidas por continuas por la ciencia, no rezando, en cambio, de aquellas que aspiren a la inamovilidad de los dogmas teológicos. Ahora bien, “la cosmovisión del sentido común, es también una teoría”. Y lo que está por ver es si esa teoría, se considera o no revisable, esto es, si se admite la posibilidad de errar en ella, para tener así también, la posibilidad de que el sentido común, acierte alguna que otra vez.
Moore parece admitir en ocasiones, la posibilidad de errores del sentido común, pero los atribuye, invariablemente, a la vaguedad de esta última noción. Es decir, en un momento dado podrían tomarse por creencias del sentido común, creencias que un examen más a fondo, revelaría como controvertibles o simplemente falsas. El error estribaría, en cualquier caso, en una inadecuada caracterización de lo que sea el “sentido común”. Sin embargo, Moore no nos suministra ninguna indicación precisa, para caracterizarlo más adecuadamente.
La debilidad de la posición de Moore, no ha escapado a los filósofos analíticos de la última (o penúltima) hornada, esto es, a los llamados “filósofos lingüísticos”, filósofos del lenguaje común. Y esto les ha llevado a intentar robustecer la teoría moorena, con argumentos de su propia cosecha, transformando la defensa de Moore del “sentido común”, en una defensa del “lenguaje común”. Lo que nos da pie a preguntarnos si no nos encontramos en uno de esos casos, en los que se dice que el remedio es peor que la enfermedad.
La apropiación de Moore por parte de los filósofos del lenguaje común, no tiene a su favor el testimonio de la historia. Ya hemos afirmado que Moore no fue “tan solo” un analista, pero podríamos añadir que – en la medida que lo fue – no fue “tampoco” un analista de la última, o penúltima, hornada. Su práctica del análisis tiene siempre más que ver con el cultivo clásico del mismo – el del Russell del atomismo lógico – que con el de sus practicantes posteriores, para los que el leguaje es el objeto preferente, cuando no exclusivo, de la pesquisa filosófica.
Índice del libro
Y para concluir, si tratáramos de establecer una comparación, entre la defensa del sentido común que Moore hizo en su día, y la defensa del lenguaje común de quienes – como Norman A. Malcom – lo consideran sacrosanto, y adoptan ante el mismo una actitud reverencial, podríamos establecerla en los siguientes términos: La defensa de Moore hacía gala de un jovial y socarrón espíritu crítico, que se ha perdido casi por completo, entre los defensores del lenguaje común, viéndose con frecuencia reemplazado, por un mostrenco conformismo intelectual. La defensa del hombre de la calle, frente a la megalomanía de los filósofos de su tiempo, surtió en manos de Moore – escribe Muguerza – el saludable efecto de un efluvio de amoniaco, tras una noche de ebriedad.
Tan sólo precisar, para terminar, que todo lo escrito aquí, no debería significar abandonarnos a ningún fácil relativismo historicista. Lo que la defensa del sentido y /o del lenguaje común, pudieran haber tenido de aceptable, lo seguirán teniendo en nuestros días, no menos que en los de Moore. Pero mientras que en los de Moore, era importante y positivo destacarlo, en los nuestros pudiera ser trivial y ocioso. La diferencia es de acento, y el acento es lo que guarda relación con la historia. A su manera, Moore fue fiel a su tiempo, y por eso merece hoy, ser todavía leído

Palma. Ca’n Pastilla a 5 de Abril del 2016.



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