Mi vieja relación con las obras y el pensamiento de Lord Russell, me llevó a entrar en contacto con los escritos de otros filósofos: Alfred Jules Ayer, Ludwig Wittgenstein, y George Edward Moore. Y de nuevo me encontré con éste último hace unos meses, al publicar un sucinto artículo sobre John Maynard Keynes, con motivo del 70 aniversario de su fallecimiento.
Moore es un clásico de la filosofía contemporánea, pero aunque su prosa ha sido justamente celebrada por su simplicidad y lucidez, su lectura no es fácil ni muy amena. Y es que los filósofos no escriben de ordinario, con la intención de servir de pasatiempo a sus semejantes, aunque muchos de ellos lo consigan incluso sin proponérselo. Y también es curiosamente cierto, que muchos problemas técnicos de la filosofía, como el de si la existencia es o no un predicado, han conseguido desde Kant, apasionar a una amplia gama de filósofos y lectores.
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Russell y Moore |
Como he adelantado, Moore pasa por ser una de las grandes figuras del movimiento analítico, comparable por su talla a Russell o Wittgenstein. Cierto que el horizonte de sus intereses, es bastante más reducido que el del primero; y la profundidad de su penetración en la temática que realmente le interesó, es sin duda menor que la del segundo. Pero la seriedad con que asumió su oficio de filósofo, candorosa y hasta ingenua más bien que solemne o pedantesca, es superior, si cabe, a la de ambos. Si en el siglo pasado hubo un filósofo “puro”, ese fue sin duda Moore. Semejante “pureza”, a la que Moore debe su mayor fama, acaso sea también lo que hoy más le distancia de nosotros. John Maynard Keynes, condiscípulo suyo en Cambridge, escribió: “No veo razón para que arrumbemos hoy sus intuiciones básicas… por más que estas se nos revelen de todo punto insuficientes, para dar cuenta de la experiencia real de nuestros días. Que provean una justificación de una experiencia, completamente independiente de los acontecimientos externos, entraña un aliciente adicional, aun si ya no es posible vivir confortablemente instalados, en el imperturbable individualismo que fue el gran sueño hecho realidad, en nuestros viejos tiempos eduardianos”.
Moore fue, en cualquier caso, un típico espécimen de filósofo universitario. A lo largo de veintiocho años (1911-1939) profesó, trimestre tras trimestre, en la Universidad de Cambridge, en la que antes había estudiado durante otros doce. Fellow de por vida del Trinity College, miembro activo de la Aristotelian Society, editor de la revista Mind desde 1921 a 1947, Moore fue todo lo que un filósofo inglés de la época podía ser, sin salir de los apacibles confines del recinto académico. Y ese academicismo, según algunos analistas, podría haber contribuido a angostar algo, la mira de sus preocupaciones filosóficas. Al serle reprochada por un crítico, la limitación de sus preocupaciones filosóficas, respondió: “Quizá no haya motivos para lamentarse de no haber abordado otro género de cuestiones, acaso de mayor transcendencia práctica, con las que sólo me habría sido dado bandearme, peor de lo que lo hice con aquellas de que efectivamente me ocupé”. Y lo menos que se puede decir de esa contestación, a mí entender, es que se trata de una respuesta muy honrada. Y es que el pensamiento filosófico de Moore rezuma honradez por todos sus poros. Esa honradez que no es sólo la que impide a un filósofo – según opina Muguerza – embarcarse en aventuras que considera exceden a sus capacidades, sino también la que le incita, sin retórica, a buscar la verdad, y a poner esa búsqueda, por encima de todo otro objetivo. Que la verdad, en la filosofía como en cualquier otro dominio de la cultura humana, sea más o menos ardua de lograr, eso ya es harina de otro costal.
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Trinity College |
En sus años de estudiante de filosofía, a finales del XIX, Moore pudo todavía vivir un capítulo de la historia de esta última, muy diferente del que – en compañía de Russell, y con la decisiva aportación ulterior del primer Wittgenstein – iba a contribuir a inaugurar. De entre sus mentores filosóficos, ninguno logró ejercer sobre él, según su propia confesión, una sugestión comparable al del neohegeliano Mc Taggart. Aunque el hegelianismo de aquellos neohegelianos británicos era, en verdad, un hegelianismo muy sui generis, y hasta cabría, dice Muguerza, tal vez dudar de la conveniencia de llamarlos “hegelianos” en algún sentido (como agudamente observó John Passmore: “La dialéctica de estos filósofos, más parece tener que ver con la dialéctica parmenídea, que con la de Hegel”). Por lo que quizá fuese mejor hablar de “metafísicos” y, todavía más adecuado, apellidarlos como “metafísicos desenfrenados”. Pues lo cierto es que, como Russell, e incluso el primer Wittgenstein, Moore no dejó de cultivar toda su vida, un cierto tipo de metafísica austeramente sofrenada.
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Wittgenstein |
Y por si hubiera alguna duda, respecto a su comprensiva manera de entender la filosofía, en 1942 replicaría a su caracterización como un filósofo analítico, por parte de John Wisdom, en los siguientes términos: “Habla (Wisdom) de mí concepción de la filosofía como análisis, como si alguna vez yo hubiera dicho, que la filosofía se reduzca a análisis… Y no es verdad que yo haya dicho, creído o dado a entender nunca, que el análisis sea el único cometido apropiado de la filosofía. De mi práctica del análisis se puede ciertamente desprender, que este último es, en mi opinión, “uno” de los cometidos de la filosofía. Pero eso es todo lo lejos, a lo que estoy dispuesto a llegar en mis concesiones. Y analizar no es, desde luego, lo único que en realidad he tratado de hacer”.
(Continuará)
Palma. Ca’n Pastilla a 25 de Marzo del 2016.
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