Hay días en que pienso que se acaba eso que Ortega llamaba “una época histórica”, y que no es sino un clima moral, donde predominan ciertas valoraciones, ciertas preferencias, ciertos entusiasmos. Esta ecuación de coincidencia o repugnancia entre nuestro programa vital y nuestra época, es unos de los factores primordiales de lo que algunos tratadistas han llamado “destino”. Y es que – en sentido orteguiano – no es posible escapar a la circunstancia; ella forma parte de nuestro ser, favorece o dificulta el proyecto que somos. En fin.
Parece se ha puesto de moda, la queja de que por culpa de la corrección política, la libertad de expresión corre peligro. Se repite desde una orgullosa disidencia e, incluso, hasta desde un cierto supuesto heroísmo. Ya en mis tiempos una cierta izquierda, la “gauche divine”, se sentía halagada por sentirse perseguida sin ningún peligro. Los nuevos “héroes de la libertad de expresión” – escribía el otro día Muñoz Molina – lamentan que los censores de la ortodoxia progresista o del buenismo, no quieren dejarles llamar a las cosas por su nombre. El derecho sagrado a la creatividad, a la irreverencia del humor, está en peligro porque ya no puede ejercerse el antiguo ingenio español, de los chistes de maricones. En ese pozo sin fondo de basura tóxica que es Twitter – me explicaba un amigo, pues yo no estoy en esa plataforma – alguien mostraba su talento natural, y ejercía su libertad de expresión, celebrando que a Federico García Lorca le pegaron un tiro en el culo por maricón. Es una gracia de mucha tradición en nuestra alta cultura.
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Trump |
A los periodistas los persiguen y los encarcelan en medio mundo. Con frecuencia los asesinan. La libertad de expresión es un bien muy valioso, muy frágil y muy escaso. La información veraz y el pensamiento crítico, son siempre incómodos para los poderosos, para los corruptos y para los explotadores.
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Salvini |
Nunca, a lo largo de mi ya extensa vida, he asistido, ni aquí en España ni en otros países, a un grado de violencia verbal como el que observo y escucho ahora, en los periódicos digitales, en las redes sociales, y en las declaraciones de muchos políticos. No olvidemos que no hay palabra de odio que no sea tóxica, incluso las que murmura uno en “petit comité”. Pero cuando las dice el Presidente de Estados Unidos, o ahora también el de Brasil, o algún político en nuestras Cortes, me doy cuenta de que ha comenzado una nueva época que me es extraña; que ahora el odio es respetable y legítimo, y que las palabras van a ser más dañinas que nunca.
Si hay una libertad que hoy no está en peligro, es justo la que ejercen con tanta desenvoltura Trump, Bolsonaro, Salvini y todos sus innumerables imitadores: la de ofender a los débiles, a las mujeres, a los perseguidos, a los raros, a los negros, a los homosexuales, a los discapacitados, a los desposeídos. No hay peligro de que no se puedan hacer chistes, cuando el Presidente de los EE. UU. parodia en un acto público, el habla y los movimientos de un discapacitado. Nunca me han hecho gracia esos chistes que siempre se burlan de los más débiles. El humor grueso, soez, siempre me ha repelido. Prefiero el humor que apela a la inteligencia, el humor fino de los ingleses, la ironía.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 8 de Noviembre del 2018.
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