Con frecuencia he repetido que soy muy del Estado, y muy poco de las naciones. Estas últimas siempre me han recordado, a aquellas señoritas de buena casa de la generación de mis padres, siempre empujadas de un lado al otro por los sentimientos y emociones más triviales e inconsistentes, carentes de una estructura intelectual que pudiera embridar los mismos. Henchidas de romanticismo y falsos ideales. Esclavas de una falta de educación, que les permitiera separara el trigo de la paja, la utopía de lo posible.
Nos recordaba el otro día Santos Juliá, que desde que irrumpió en escena, allá por la última década del XIX, una constante del catalanismo político ha sido su propensión a dar un paso adelante, cada vez que creía percibir una debilidad o una crisis en el Estado español. Fue lo que ocurrió cuando los nacionalistas catalanes, asistieron al derrumbe de la Monarquía de la Restauración, en abril de 1931. El máximo dirigente del recién creado partido de Esquerra Republicana, Francesc Macià, proclamó (el mismo 14 de abril) “El Estat Català, sota el regimen republicà”. El experimento duró sólo tres días. Prieto, en nombre del Gobierno de la República, amenazó a Macia en persona con enviar al Ejército. Pero muy pronto, en otro momento de crisis, en los primeros días de octubre de 1934, desde el balcón de la Generalitat, su Presidente entonces Lluis Companys, proclamó un “Estat català dins la República federal espanyola”. El nuevo experimento fue liquidado inmediatamente a cañonazos, por el General catalán Batet i Mestres.
Francesc Macià |
Ahora o nunca, parece que se dijeron los independentistas catalanes. Pero esa era toda su estrategia. Apoyados en un inamovible 47,7% de electores, pero sostenidos por un entramado amplio de asociaciones, institutos, intelectuales, emisoras de radio y televisión, con un gran poder de convocatoria, bien engrasado con dinero público, dieron por hecho que un referéndum ilegalmente convocado, sería suficiente para declarar un nuevo Estado. Lo mismo que Macià en 1931 cuando se hundía la Monarquía, lo mismo que Companys en 1934, ahora, en 2017, sería Puigdemont quien, ante la crisis de régimen, asumiría para la coalición secesionista, todo el poder en Cataluña. Una gesta, o una revolución como esperaba la CUP, que abriría el camino de la liberación, al resto de nacionalidades y pueblos de España.
Como argumenta Josep Ramoneda, en pleno desconcierto desde el 27 de octubre, con las relaciones personales muy deterioradas por la desbandada, el independentismo no está sabiendo gestionar, el regalo que le llegó el 21 D, en forma de mayoría parlamentaria. Su estrategia se había estrellado contra el muro del Estado, pero el voto ciudadano le ofreció la oportunidad de recuperar las instituciones, y recomponer sus planes desde el Govern. Pues por mucho que se desprecie el poder autonómico, más vale éste que nada, mejor pájaro en mano que ciento volando. Pero encallado en un largo proceso de elaboración del duelo por lo perdido – y por lo no ganado – que Puigdemont hace girar en torno a su persona, no acaban de aterrizar. Y mientras tanto el pensamiento ilusorio va por barrios. El independentismo viajaba en una burbuja, que le hizo creer que el Estado estaba debilitado y desconcertado, y que tenía en su mano la posibilidad, ahora sí, de tumbarlo: se estrelló.
Lluís Companys |
También, ha quedado en evidencia, si es que ya no lo estaba antes, el empate paralizador para cualquier decisión plebiscitaria, que se vive en Cataluña, donde ninguna de las dos mitades está dispuesta a admitir que por unos pocos votos, sea la otra la que imponga su voluntad sobre todos. Y los dirigentes ya intuían, me temo, que la historia iba a cobrarse un precio elevado. Pero a día de hoy, ya han tomado plena consciencia, e incluso han descubierto, a cuanto subía. Y que quizá no serán capaces, o no estarán dispuestos, a pagarlo. Son muchos los tópicos del independentismo, que han quedado hechos añicos. Deberían haber tenido presente, que nada se puede obtener sin una enorme paciencia, y una gran contención táctica. Todo lo contrario exactamente, del activismo astuto y febril de Puigdemont.
Carles Puigdemont |
La lección mayor para el independentismo, debiera ser el descubrimiento de lo que es un Estado. Quería uno para los catalanes solos, pero no sabía propiamente qué era un Estado. Súbitamente, por su mala cabeza rupturista, ahora el independentismo se ha caído ya del guindo, y lo está comprobando. El Estado es mucho más que Rajoy, que el PP y que el Gobierno. Viene de lejos y su fuerza deriva, entre otras cosas, de que es reconocido como tal por sus pares, iguales que el español en el monopolio legal de la coerción para su supervivencia, y para el mantenimiento de la integridad territorial.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Febrero del 2018.
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