Pero se detecta, me parece, en algunos compañeros, un sentimiento que estimo aún más preocupante. Y me refiero al “ressentiment”, del que escribí hace tiempo en Facebook. Que no es exactamente lo mismo que el castellano “resentimiento”.
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo, que funciona en la conciencia pública degenerada. El lo llamó “ressentiment”, quizá por no encontrar en su alemán natal, una palabra más específica para lo que quería referir. Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior, por carecer de ciertas cualidades – inteligencia, o valor, o elegancia, o cultura, o experiencia universitaria, o capacidad de trabajo – procura indirectamente afirmarse ante su propia vista, negando la excelencia de esas cualidades. Y como indicó un analista de Nietzsche, cuyo nombre ahora no recuerdo, no se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor, la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición de las uvas demasiado altas. El infectado de “ressentiment” va más allá: odia la madurez, y prefiere lo inmaduro. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una “capitis disminutio”, y en su lugar triunfa lo inferior.
Me temo que la grave crisis económica, y los sufrimientos que de ella se devengan, están construyendo un mundo lleno de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran los tales – escribía Ortega en “Confesiones de “El Espectador” – que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse, esta irrealizable nivelación, es una cruel jornada para estas criaturas “resentidas”, que se saben fatalmente condenadas, a formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie.
Nietzsche |
Este estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se manifiesta tanto más en aquello oficios, donde la ficción de las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste – añadía Ortega – como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, sin prócer carácter? ¿Cómo han de mirar esos hombres, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismos?
Periodistas, analistas, tertulianos, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dijo Quevedo, es tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
¡Así que, al tanto!
Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Noviembre del 2016.
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