Lo que hemos dado en llamar “nueva política”, se ha convertido en un hecho a escala universal, olvidando que siempre en lo nuevo hay mucho de viejo, y en lo vetusto algo de moderno. Los jóvenes más atentos de las nuevas generaciones, en París, Atenas, Londres, Nueva York, Madrid, etc. coinciden en que la política tradicional no les interesa nada, más aún: les repugna. Y entonces los veteranos, la vieja guardia (los “pata negra” como nos llamaban en los años ochenta) no sabemos que hacer con ellos: o los fusilamos directamente, o nos esforzamos en comprenderlos. Después de mucho leer y reflexionar, yo he adoptado resueltamente, por la segunda opción.
Lo caprichoso, lo arbitrario y, en consecuencia, estéril, sería, opino, resistirse a lo nuevo y obstinarse en la reclusión dentro de formas y modos ya arcaicas, exhaustas y periclitadas. En política como en moral, no depende el deber de nuestro arbitrio; hay que aceptar el imperativo de trabajo, que la época nos impone. Esta docilidad a la orden del tiempo, es la única probabilidad de acertar que como individuos tenemos. Aun así, pienso con frecuencia, quizá no se consiga nada; pero es mucho más seguro su fracaso, si uno se obstina hoy en componer una ópera wagneriana, o escribir una novela naturalista.
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Jóvenes |
Debemos observar que una misma realidad, se quiebra en realidades divergentes, cuando es mirada desde puntos de vista diferentes. Si yo subo al Galatzó, abajo al Este, contemplaré el largo y bonito Coll des Carniceret. Si al mismo tiempo mi hijo David, se ha encaramado a los Puntals de Planicia, admirará el mismo collado al Sur. Los dos estaremos contemplado al unísono la misma realidad. Pero los dos la veremos diferente. Y entonces nos preguntamos: ¿cuál de esas dos realidades es la verdadera? Cualquier decisión que tomemos puede ser arbitraria. Nuestra preferencia por una u otra, sólo puede fundarse en nuestra estimación. Todas esas “realidades” son equivalentes, cada una la autentica para cada perspectiva. Lo único que podemos hacer, es clasificar estos puntos de vista y elegir entre ellos, el que prácticamente nos parezca más “normal” o más espontáneo.
Soy muy consciente de que para que podamos ver algo, para que un hecho se convierta en simple objeto contemplado, es menester separarlo de nosotros, y que deje de formar parte viva de nuestro ser. Y de que algo así debiera hacer yo, cuando intento analizar con objetividad, la crisis en el PSOE. Pero no me resulta nada fácil. Mi historia me como obliga a interesarme seriamente en lo que ocurre, siento como si llevase en ello cierta responsabilidad. La escena se apodera de mí, me arrastra al interior del hecho. Pero también reflexiono, en contradicción, que si me alejo demasiado de esa dolorosa realidad, perderé con el hecho todo contacto sentimental. No participaré ya sentimentalmente en lo que allá acaece, me hallaré espiritualmente exento y fuera del suceso. No lo viviré, simplemente lo contemplaré. Me traerá sin cuidado cuanto pasé allí. Estaré, como suele decirse, a cien mil leguas del suceso. Mi actitud será meramente contemplativa, más aún: no lo contemplaré en su integridad, el doloroso sentido interno del hecho, quedará fuera de mi percepción. Sólo me llegará lo exterior del mismo, las luces y las sombras, los valores cromáticos. Maximun de distancia, minimun de intervención sentimental.
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Impresionismo |
En cada una de esas dos posturas hay grados diferentes de participación sentimental. Situados en la una nos encontramos con un aspecto del mundo que es la realidad “vivida”, en la otra vemos todo su aspecto de realidad “contemplada”. Pero entre esos diversos aspectos de la realidad, que corresponden a los diferentes puntos de vista, hay uno del que derivan todos los demás, y en todos los demás va supuesto. Si no hubiese alguien que viviese en pura entrega y frenesí, el hecho contemplado nos sería ininteligible. Un cuadro, una poesía, donde no quedase resto alguno de las formas vividas – escribía Ortega – serían ininteligibles, es decir, no serían nada. Quiero decir que en la escala de las realidades, corresponde a la realidad “vivida” una peculiar primacía, que nos obliga a considerarla como “la” realidad por excelencia. Podríamos afirmar, pues, que el punto de vista humano, es aquel en que “vivimos” las situaciones, las personas, las cosas. Y viceversa, son humanas todas las realidades, cuando ofrecen el aspecto bajo el cual suelen ser vividas.
¿Por qué tendríamos que tener hoy razón los viejos contra los jóvenes, siendo así que – como nos muestra la historia - el mañana da siempre la razón a los jóvenes contra la vieja guardia? Sobre todo no nos conviene, me parece, indignarnos ni pontificar gritando. “Dove si grida non è vera scienza” dijo Leonardo da Vinci; “Neque lugere neque indignari, sed intelligere”, recomendaba Spinoza. Nuestras convicciones más arraigadas, más indubitables, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestros límites, nuestros confines, nuestra prisión. Parca sería nuestra vida si no aleteara en ella, un afán formidable de ampliar sus fronteras. Se vive en la proporción, en que se ansía vivir más. Toda obstinación en mantenernos dentro de nuestro horizonte habitual, significa debilidad, decadencia de las energías vitales. El horizonte es también una línea biológica. Mientras gozamos de plenitud, el mismo emigra, se dilata, ondula elástico casi al compás de nuestra respiración. En cambio, cuando el horizonte se fija, es que se ha anquilosado. Y que nosotros, ahora sí, ingresamos en la vejez.
Pues eso, a seguir dilatando los horizontes.
Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Diciembre del 2016.
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