<Un atardecer de lluvia, bajo mi tienda, mis camaradas y yo, hastiados de jugar a los dados, nos propusimos recurrir al azar para algo más serio… Yo tenía libros, desenrollamos un Virgilio sobre la mesa; cada uno, por turnos, puso su daga sobre un lugar del volumen y lo hizo girar… La punta de mi daga se detuvo en la línea en que Virgilio nos describe a Numa envejeciendo, rey-sacerdote de cabello gris, intérprete de las voces divinas, que aseguran la paz y la felicidad de Roma tras el reinado rudo de Rómulo. Marcio Turbo, que leía por encima de mi hombro, exclamó alegremente que, en lo que a mí se refería, podía dormir tranquilo; no se muere al día siguiente de una escaramuza, cuando nos espera un bello destino a los sesenta años.

A los lectores cabe preguntarnos, por qué Yourcenar conservó sólo esas dos páginas, de las centenares que arrojó al fuego. Probablemente el texto le era demasiado querido como para destruirlo. Y sin embargo traiciona el gusto personal de Marguerite por las profecías, “las profecías felices” cuando se quedan en algo vago. Pero los juegos con el tiempo, tanto si se trata de Yourcenar uniéndose a Adriano dos mil años después, como, en el caso del emperador, de imaginar el anciano que será, como un padre contempla al hijo que ha engendrado, esos juegos, decimos, siempre la sedujeron.
La misma imagen retornará a la pluma de la autora cuando, habiendo superado ya la cincuentena, agarrada a las rejas oxidadas del panteón de la familia Cartier, en Suarlee, considere a su madre muerta, en plena madurez, como a su hija. La distancia, empleada aquí en considerarse a sí misma – “esos años que me conducirían a mí” – provoca un eco extraño en las primeras palabra de “Recordatorios”, que no se escribiría hasta dentro de más de veinte años: “El ser al que llamo yo”… Esas páginas conservadas del manuscrito de “Memorias de Adriano”, en nada distintas al resto del libro, debieron ser amadas por su contenido – opina Michéle Goslar - pero rechazadas, no por su exceso de moda literaria ¿la de Proust, de Gide, de Joyce o de Virginia Wolf? sino porque se revelaron demasiado “yourcenarianas” como para prestárselas al emperador, demasiado fundamentales para que Marguerite Yourcenar aceptara, posteriormente, debérselas a Adriano.
Palma. Ca’n Pastilla a 20 de Abril del 2016.
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