Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

domingo, 25 de junio de 2017

UN CIERTO REGUSTO A "DÉJÀ VU".

En cuarenta años desde las primeras elecciones democráticas en España, muchas son las cosas que han cambiado en el mundo. Hemos sufrido, sufrimos, una crisis económica no vista desde 1929, una revolución tecnológica impresionante, una globalización imparable, la emergencia de nuevas organizaciones políticas… etc. Y, sin embargo, especialmente en política, no puedo evitar experimentar un cierto regusto a algo ya vivido a, como dicen los franceses, un “déjà vu.
Contestaba el otro día Manu Escudero en una entrevista: “Lo que ha pasado (se refería al PSOE) se estudiará en los libros de historia porque es algo vivo, novedoso, no premeditado y con un impacto político evidente. Es un hecho singular”. Ya he escrito yo en ocasiones anteriores, que las primarias en el PSOE me han parecido un ejercicio fabuloso de democracia interna, algo que sí, seguramente, tendrán presente en el futuro los analistas políticos. Pero ¿un hecho singular? Sí en los tiempos actuales, pero no si repasamos nuestra historia no tan lejana. No si estudiamos lo sustancial de la historia, y no nos limitamos a ver lo más accidental de la misma. Unamuno – que no era historiador, pero sí algo sabía del tema – decía que no hay que entender la historia, exclusivamente como lo que acontece en la superficie, lo que mete ruido, la agitación de los bullangueros. Él llamaba “intrahistoria” (“Evolución y revolución” 1886) a la dimensión interna de la historia. Y lo ilustraba con la conocida metáfora, del contraste entre la superficie agitada del mar y la quietud de las aguas abisales. Tal idea no es de Marx ¡bien sûre! y ni siquiera por completo de Unamuno, que la había encontrado esbozada en la demótica de Machado Álvarez y en “Guerra y Paz” de Tolstoi. Pero es de ahí, pienso, de donde me viene ese regusto a algo ya conocido ¡Ah los muchos años!
XIII Congreso en Suresnes
Los medios y los analistas peor documentados, se escandalizan de lo que ha pasado últimamente en el PSOE, y lo interpretan como algo sobrevenido en la historia. La historia que ellos conocen, claro, sólo la de los últimos 20 años. Remarcan como un lamentable error y algo nuevo, que Pedro Sánchez haya optado por dar un viraje a la izquierda, para intentar atajar la sangría de votos hacia Podemos. Pero eso de pelear primero por la hegemonía de la izquierda, tiene más años que Matusalén. En los años veinte del pasado siglo, la batalla por la izquierda, entre los socialdemócratas y los emergentes comunistas, estuvo en el orden del día, en la mayoría de países del centro, sur y oeste de Europa. Y en los años setenta el PSOE, consciente de la fuerza que había adquirido el PCE, en su lucha contra la dictadura franquista, salió del Congreso de Suresnes con un profundo giro hacia la izquierda, dispuesto a disputarle a los comunistas los votos de ese espacio. Pues ahora lo mismo, lo “déjà vu”, aclaremos quien manda en la izquierda.
Reprochan a Pedro que se haya rodeado en su ejecutiva de personas de su absoluta confianza, sin apenas margen para la integración. ¿Y qué lección esperaban que hubiera aprendido del golpe palaciego del 1 de Octubre? Pero también eso ya lo he visto. Felipe no integró a nadie en 1979, de los que se habían opuesto a la redefinición del influjo del marxismo, en nuestros principios, y que le había costado su dimisión ¡Qué yo ya estuve allí!
Disputar a UP la hegemonía del voto de izquierda, urbano y juvenil, aunque sea vía el abrazo del oso, me parece acertado como primera tare del nuevo PSOE. Lo del apoyo del centro izquierda – lo que sea que eso signifique – llegará como consecuencia. Con Felipe tuvimos que esperar de 1974 a 1982. Así que un poco de calma y paciencia.
Y todo ello siendo muy conscientes, de que siempre a nuestra izquierda habrá alguien. Pues eso del sueño romántico de la “revolución” es algo muy adictivo. En la izquierda han existido siempre dos culturas políticas disímiles y opuestas, que resultan difícilmente insolubles entre sí. Y esto no es sólo un problema español, se viene dando un poco por toda Europa. Como ya he dicho, desde los años veinte del pasado siglo, hasta finales del mismo, con la caída del Muro de Berlín, ese criterio de demarcación entra las izquierdas, separó y opuso al comunismo frente a la socialdemocracia. Pero hoy parece manifestarse mejor, por la dicotomía entre populismo – sea lo que sea lo que signifique el vocablo – y socialdemocracia.
El catedrático Enrique Gil Calvo explica bien a mí entender (y nos lo recordaba hoy Antonio Papell en el Diario de Mallorca) la diferencia entre ambas culturas de la izquierda, sintetizándola en tres rasgos definitorios:
Ante todo la identidad colectiva, el “quien somos nosotros”, como cemento capaz de soldar, integrar y erigir un sujeto político. Ambas culturas interpelan a unas mismas bases sociales heterogéneas entre sí, definibles como clase media urbana, clase obrera y/o clase popular. Pero mientras la tradición socialdemócrata trata de articularlas, estructurarlas y cohesionarlas, apelando a sus intereses comunes, en cambio el llamado, mejor o peor, “populismo”, intenta hacerlo apelando a sus aversiones comunes. Lo cual hace que la identidad populista, se caracterice por su negatividad, pues necesita fabricar un “enemigo del pueblo” (lo de la “clase contra clase” o “socialfascistas” de los viejos estalinistas).
En segundo lugar la estrategia, el modelo de sociedad que se piensa construir. La cultura socialdemócrata aspira al pluralismo universal incluyente. Un pluralismo que, para Juan Linz, es el mejor criterio de demarcación, para trazar la frontera, entre democracia y autoritarismo. Mientras que el populismo no busca desarrollar la pluralidad, sino construir la hegemonía de Gramsci, entendida como homogeneidad cultural, y de ahí su propensión a las purgas y las limpiezas excluyentes.
39 Congreso
Y por último, la táctica o método de competir por el poder. Y la competición por el poder es siempre ambivalente, al basarse tanto en la negociación, el acuerdo y el pacto, como en la lucha, el conflicto y el antagonismo. Y de estas dos dimensiones de lo político, la cultura socialdemócrata se basa en la búsqueda de compromisos, mientras que la razón populista, tiende a exacerbar el conflicto antagónico.
O sea, nada nuevo bajo el sol, los perros de siempre con collares adaptados al siglo XXI.
Hace cuarenta años la derecha era AP, hoy PP; el centro UCD, ahora Ciudadanos; la izquierda el PSOE, hoy el mismo PSOE; y la extrema izquierda el PCE, ahora Unidos Podemos. Los nacionalismos los mismos más o menos. Y una serie de grupos residuales, como hoy. Y claro, muchos a esto lo llaman la “nueva política”. ¡Vamos anda!
Lo que decía: Un cierto regusto a un “déjà vu”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Junio del 2017.





1 comentario:

  1. “INTRAHISTORIA”

    El otro día en mi Blog, al escribir sobre “Un cierto regusto a un “déjà vu”, hice alguna alusión al concepto de “intrahistoria” en Unamuno: “Unamuno – que no era historiador, pero sí algo sabía del tema – decía que no hay que entender la historia, exclusivamente como lo que acontece en la superficie, lo que mete ruido, la agitación de los bullangueros. Él llamaba “intrahistoria” (“Evolución y revolución” 1886) a la dimensión interna de la historia. Y lo ilustraba con la conocida metáfora, del contraste entre la superficie agitada del mar y la quietud de las aguas abisales”.
    Pues bien, hoy repasando notas antiguas, me he encontrado con otras alusiones, a este concepto de la dimensión interna de la historia.
    Creo recordar que fue por allá por los años ochenta cuando Ulrich Beck (Słupsk, Pomerania, 15 de mayo de 1944 - 1 de enero de 2015, un sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Munich y de la London School of Economics) nos invitó a cambiar de registro, para abordar los problemas que, a partir de entonces, debería resolver la política. Hechos cercanos e imperceptibles que trasforman la vida cotidiana, nos avisaba, debían afrontarse con una nueva perspectiva, que diese cuenta de los profundos desplazamientos que se producían en el mundo.
    No hace mucho la politóloga Máriam Martínez Bascuñan, en El País, nos recordaba que Saskia Sassen (La Haya, Países Bajos, 1949 socióloga, escritora y profesora neerlandesa) decía que hay lógicas que cortan transversalmente, las divisiones académicas que empleamos con excesiva recurrencia, que hay un “nivel subterráneo” (abisal dijo Unamuno) donde se articulan dinámicas sistémicas globales, que unen lo que en la superficie parece desconectado. Son imposibles de percibir – añade – si contemplamos el mundo con viejos clichés.
    Y por último, Alfonso Pinilla (historiador) en una entrevista también en El País, nos recordaba que los historiadores, solemos acudir a grandes categorías conceptuales, para explicar los procesos históricos. Y sin embargo, quizá porque no siempre disponemos de un sólido apoyo documental, ignoramos el papel clave que tiene la intrahistoria, ese conjunto de pequeñas teselas, de actitudes individuales, de actuaciones concretas, muchas veces procedentes de personas desconocidas por el gran público. Sin descenso a la intrahistoria, nos advertía, no hay comprensión real de lo que vemos, de los grandes hechos, siempre complejos, y muchas veces inesperados.
    Pues eso.

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