Había sido siempre nuestra diferencia (“Spain is different” que decía Fraga) lo que nos convertía en un caso excepcional en la historia de Europa: Una demostrada y reiterada incapacidad para la democracia, una atávica necesidad de ser gobernados por hombres fuertes: los “espadones”- generales – del siglo XIX, Primo de Rivera y Franco en los comienzos del XX. Muchos estaban convencidos – el hispanista Richard Herr entro otros – de que cuando Franco muriera, los españoles, por naturaleza rebeldes y políticamente volubles, volveríamos a nuestros antiguos hábitos. Nadie daba un duro por lo que en España pudiera ocurrir. Hasta alguien tan a resguardo de retóricas demagógicas, como el gran Giovanni Sartori, sentenció en 1974, en su imprescindible obra “Partidos y Sistemas de Partidos”, que los españoles volverían a la pauta de los años treinta, dando vida de nuevo, a un sistema pluripartidista y muy polarizado, directamente destinado de nuevo al caos.
Una voz, sin embargo, había desentonado en el coro de historiadores y científicos sociales y políticos, que elucubraban sobre el futuro: la de Juan Linz, que pronosticó, en 1967, que cualquier sistema de partidos que se estableciera en el futuro en España, tendría que girar inevitablemente, en torno a dos tendencias dominantes: el socialismo y la democracia cristiana. Sobre ellas se había construido la nueva Europa, de la que tantos españoles deseábamos formar parte.
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Santos Juliá |
Con estos resultados, como bien explica el historiador Santos Juliá, se disolvió, además de la famosa “sopa de letras” (más de ochenta candidaturas se habían presentado a las elecciones) el proyecto de reforma política, aprobado en referéndum seis meses antes. Nunca más se volvió a hablar de “reforma constitucional”, una manera perversa de referirse a las Leyes Fundamentales de la dictadura. Los diputados se declararon, nos declaramos, constituyentes y decidieron poner en marcha, la principal y nunca abandonada reivindicación de la oposición: “la apertura de un proceso constituyente”, que se formuló en el acuerdo alcanzado entre monárquicos y socialistas en 1948, y se reiteró en todos los planes de transición, alumbrados en las décadas siguientes.
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Victoria Camps |
Aquella democracia tan esperada, que supo ponerse al día con sorprendente rapidez – como escribe la gran Victoria Camps – hoy adolece de cierta adhesión ciudadana. El fenómeno populista pretende corregir con el encendimiento de las masas, lo que sólo se corrige bien con diagnósticos audaces y desinteresados. La sociedad siempre está enferma y, precisamente, la democracia se inventó para reparar algunas de sus dolencias. Para ello cuenta con un procedimiento, para elegir los representantes de la ciudadanía, y con los contenidos que protege todo Estado de derecho. En aquellas Cortes Constituyentes, se pactó la voluntad de establecer y mantener a salvo ambos elementos. Ya forman parte de nuestra esencia política, pero no basta tenerlos, hay que saber demostrar que son útiles para responder a los conflictos y problemas, que nos van saliendo al paso.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 30 de Junio del 2017.
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