Leyendo a G.E. Moore

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Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

domingo, 30 de noviembre de 2014

Ruptura o reforma. El compromiso.



Hace unas semanas, después de escuchar una entrevista a Pablo Iglesias, en la cual se pronunciaba, una vez más, por acabar de raíz con el régimen del 78, volví a releer unas páginas del libro de Raymond Aron “Introduction à la Philosophie de l’Histoire. Essai sur les limites de l’objectivité historique”, las cuales me reafirmaron, por si lo hubiera necesitado, en la idoneidad de la reforma, frente a la ruptura o revolución. En la pertinencia de no derribar la casa que nos acoge, antes de saber en que nuevo edifico nos cobijaremos. En reformar la Constitución, mejor que llevarnos por delante el ¿régimen? del 78, con todas sus consecuencias. No hay que confundir los deseos de reformar el sistema con los de destruirlo. Alguien dijo aquello de “los experimentos, mejor con gaseosa”.
Lógicamente, importa ante todo, aclarar si se acepta o no el orden existente, aunque podando de él todas las ramas envejecidas o muertas. Esta sería la primera alternativa a dilucidar. A mi modo de ver, el revolucionario, el rupturista, no tiene más programa que el demagógico. Aceptemos que tiene una ideología, es decir, la representación de otro sistema, que transciende el presente y que es, probablemente a día de hoy, irrealizable. Pero sólo el éxito de su “revolución” permitiría discernir entre la anticipación y la utopia. Porque si uno se atuviera a las ideologías en bruto, sin contrarrestar con la realidad su factibilidad, todos nos uniríamos espontáneamente a los “revolucionarios”, que normalmente prometen más que los demás. Los recursos de la imaginación superan necesariamente a la realidad.

¿Qué significa para mí la prioridad de la reforma, frente a la ruptura o revolución? Primero y ante todo, obliga a un estudio lo más riguroso posible de la realidad, y del sistema que podría suceder al actual. En la política, tal como yo la entiendo, la elección racional se sigue no sólo de principios morales y de una ideología, sino también de una investigación analítica, tan científica como sea posible. Investigación que nunca ¿lamentablemente? llegará a una conclusión desprovista de dudas, pero que nos prevendrá contra las trampas del idealismo o de la buena voluntad. Esto no significa que, por el contrario, la elección política ignore los valores o la moralidad. En última instancia no elegimos la democracia frente a sistemas totalitarios, sólo porque juzguemos que el mercado es más eficiente que la planificación central. Elegimos en función de múltiples criterios: eficiencia de las instituciones, libertad de las personas, equidad de la distribución… y tal vez, por encima de todo, por el tipo de personas que crea el sistema.
Raymond Aron, en su obra mencionada, escribía lo siguiente: “La elección no es un actividad exterior a un ser auténtico; es el acto decisivo por el cual me comprometo y juzgo el medio social que reconoceré como mío. La elección en la historia se confunde en realidad con una decisión sobre mí, puesto que tiene su origen y objeto en mi propia existencia… La decisión política, histórica, es también la decisión de cada uno acerca de sí mismo”.
Aunque a veces no  nos percatemos, al desear un orden social, estamos deseando una manera de vivir. Identificamos la situación en que vivimos, pero sólo la reconocemos como nuestra, cuando la aceptamos o la rechazamos, es decir, cuando determinamos aquella en que nos gustaría vivir. La elección del medio es una elección sobre nosotros mismos. Y ella, la elección, crea nuestro universo espiritual, al mismo tiempo que fija el lugar que reivindicamos en la vida colectiva. “No todo cambiaría con una revolución. Siempre quedaría más continuidad de la que imaginan los fanáticos” Aron dixit.
Raymond Aron con Pierre Mendes France
 En estos días angustiosos, quizás como siempre en la historia, en que afloran ciegas creencias (echarle un vistazo a las redes sociales y a la prensa digital) no estaría mal que recordáramos a algunos, que el objeto concreto de su devoción no puede ser “revelado”, y que no debería, como en las religiones transcendentes, dividir al mundo en dos reinos opuestos. Mientras vivamos en una democracia, en la que quepa la discusión, vale la pena recordar que no hay humanidad posible sin tolerancia, y que a nadie le es dado poseer la verdad total, si fuera que esa existiera.
Estamos en el terreno del compromiso, social y político, del cual se desprende (al menos siempre fue así para mí) una cierta idea del hombre, de un hombre que se compromete, que decide acerca de sí mismo, tratando de hacer que su medio concuerde con su elección. “El hombre que tiene conciencia de su finitud, que sabe su existencia única y limitada, debe, si no renuncia a vivir, dedicarse a fines cuyo valor consagra al subordinarles su ser” (R. Aron).
A mí modo de entenderlo y recordarlo con frecuencia,  el hecho de que el hombre  se defina a si mismo y su misión midiéndose con la nada, no significa, ni mucho menos, ni ceder a la moda de una filosofía patética, ni confundir la angustia de una época muy trastornada con un dato permanente, ni caer en el nihilismo, ni en el adanismo que nos ofrecen algunas organizaciones políticas emergentes a día de hoy. Muy al contrario, que el hombre se defina así, es afirmar el poder de quien se crea a sí mismo, juzgando su medio y eligiéndose. Sólo así, el hombre podrá incorporar a su yo esencial la historia que lleva en sí, y que se convierte en suya.
 Dado que nuestra condición de hombre es histórica – ser finito, que se consagra a obras perecederas, y quiere alcanzar objetivos más allá de si mismo y de su ínfima duración - ¿como no interrogarnos sobre el fin de la historia? Pero no como el fin cosmológico o biológico de la humanidad, sino con el fin  que Kant y, especialmente, Hegel, concibieron: un estado de la humanidad que respondería a su destino, y que consumaría, por decirlo de alguna manera, la verdad que los hombres persiguen. Seguro que “los jóvenes profesores de la Complutense” se han leído a Hegel, al menos esa parte de su obra. Esa era la concepción del totalitarismo nazi: finita la República de Weimar y la democracia, y comienza el  III Reich, el de los mil años. Se acabó la Historia. Pero no es así, aunque también algunos marxistas o compañeros de viaje del mismo (Sartre, Merleau-Ponty…) confundieron un objetivo particular con ese “fin de la Historia”. Algo grave está pasando, por supuesto, y aún no sabemos bien qué es. Somos responsables TODOS de lo que queramos hacer con nuestro destino, comprometámonos con él. Pero con serenidad, racionalmente, y con propuestas realistas, factibles.

Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Noviembre del 2014.


6 comentarios:

  1. Hola Emilio.
    Interessant reflexió.
    Una abraçada!

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    1. Muchas gracias Joan.
      Me preocupaba haberme pasado de "filósofo". A veces me pegan estas ventoleras.
      Un fuerte abrazo,

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  2. En la última entrevista que escuché de José Luis Sampedro venía a decir que estábamos ante un cambio de ciclo, que él no sabía decir si mejor o peor, pero que el status quo se había terminado, y que él no tenía miedo a lo que venía. Hablaba, como economista que era, sobre el capitalismo imperante y el liberalismo asfixiante que padecemos, y que por desgracia, en opinión de muchos, entre los cuales me incluyo, ha copado el poder político, desplazando en parte el poder popular, no de forma directa pero si de forma encubierta. Para muchos, el que los partidos incumplan sistemáticamente sus compromisos electorales, dejando muy a las claras quienes son sus verdaderos amigos y quienes les sostienen, es una prueba palmaria de lo que comento. No se puede gobernar contra el pueblo a la vez que se encubren corruptelas, Bankias, privatizaciones con amiguetes, etc.
    Ahora hay una serie de gente, con ideología (por supuesto), que quiere romper con todo eso, de raíz, y lo único que se ha hecho ha sido demonizarlos, sin argumentos, yo al menos los que he oído son muy pobres. No digo que tengan razón en todo, pero el debate político es muy pobre, al menos por parte de sus contrincantes. Yo escucho a Felipe Gonzales, a Herrero de Miñón, a Roca, etc y veo cultura. Escucho a Soriano, a Rajoy, a Patxi, etc y veo un erial.
    Es curioso, como a lo largo de la historia, los movimientos prerevolucionarios han precipitado reformas realizadas con el fin de aplacar dichos movimientos revolucionarios que han servido de poco porque lo que se pretendía era maquillar el panorama, parecer que se hacía algo pero con el único fin de seguir manteniendo el statu quo.
    Bendito el cambio, sea revolucionario o reformista.

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    1. Hola Kepa:
      Conocí bastante bien a José Luis Sampedro, además de que fue mi profesor de Estructura Económica en la Complutense. Era una persona sensacional, y un intelectual irrepetible.
      Estoy totalmente de acuerdo en que estamos claramente en un fin de ciclo. Y a mí personalmente no me da miedo alguno, lo que pueda venir. Sea lo que sea y con los años que ya tengo, no creo que nada pueda cambiar mucho mi situación personal, económica y social. Pero si estoy algo preocupado por el futuro de mis hijos y mis nietos. Me angustia que las pocas posibilidades de formar un nuevo gobierno estable (siempre según las encuestas a día de hoy) dificulten muchísimo la toma de decisiones drásticas y valientes, para salir de esta dura crisis. Asi como todas las medidas imprescindibles para acabar con la corrupción.
      Sobre el tema de mi preferencia por la reforma, ante la ruptura o revolución, ya no voy a decir nada más. Ya he colocado demasiados rollos sobre el tema.
      También creo que en la base de todos los graves problemas que sufrimos, se encuentra el momento en que la Política cedió la governanza a los mercados y a quienes los controlan. Por lo tanto, en contra de los que muchos piensan, lo que necesitamos es mucha más política, pero de la buena, claro.
      Y en cuanto a "esa gente con ideología, que quiere acabar con todo de raiz" hay algunas cosas que me sorprenden mucho de ellos. Ayer las explicaba, aunque suscintamente, en un debate en Facebook, un espacio por el que me parece que tú no andas. Tendría que estructurar mejor y ampliar lo que dije, para ver si lo puedo colgar por aquí.
      Un fuerte abrazo,

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    2. ¡Que lujo de profesor tuviste! Te envidio. Lo de formar gobierno estable no entiendo por que lo dices. Independientemente de los resultados creo que se puede formar. Lo bueno es que van a tener que pactar, y mucho, los programas. Como decía Anguita "programa, programa, programa". Creo que gracias a Podemos las medidas anticorrupción se harán, a regañadientes, pero se harán. La gente cada vez es más consciente y va a ser más exigente. Ojalá. Tuve facebook, pero me cansé de él...

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    3. Sí que fue un lujo tener de profesor, y luego una cierta amistad, con José Luis Sampedro. Y también asistí a las clases de Luis Ángel Rojo (el que posteriormente fue Gobernador del Banco de España) otro gran profesor que nos enseñó la teoria de Keynes, que para mí ha sido decisiva en mis ideas sobre economía.
      Lo de un gobierno estable, lo temo porque, siempre según las encuestas, el único posible sería un pacto PSOE-Podemos, y no veo a estos últimos gobernando con la casta. Pero lo de gobiernos de coalición me gusta, incluso me parece hoy deseable. A Podemos le debemos algunas cosas: haber hecho un buen análisis de la situación, y del porqué de la razonable indignación de la ciudadanía; haber forzado al PSOE a despertar; poner en primer plano el gravísimo cáncer de la corrupción... Otra cosa son sus propuestas y su ¿programa? que no acaba de detenerse en una zona concreta del espacio político. Si continúan escorándose al centro derecha ¿será lo mismo que pactar con el PP?
      Otro abrazo Kepa.

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