Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 30 de mayo de 2017

UTOPÍA

El otro día, en respuesta a “La desilusión de los ilusos”, que publiqué en facebook, un amigo me contestaba: “Pues yo quiero seguir soñando con la utopía”. Me parece bien, pensar y soñar son las únicas cosas que nunca logró erradicar, ni la más sanguinaria de las dictaduras. Y si no soñáramos con algo mejor, jamás daríamos el siguiente paso: trabajar por ello. Y aún viviríamos en las cavernas. Pero ilusionarse sólo por una utopía (“proyecto, deseo o plan ideal, atrayente y beneficioso, generalmente para la comunidad, que es muy improbable que suceda o que en el momento de su formulación es irrealizable”) y no por algo más alcanzable, me parece andar un camino, que termina muy pronto en la desilusión y la frustración.
Escribía Ortega en “La doctrina del punto de vista”: “Todo conocimiento lo es desde un punto de vista determinado. La ‘species aeternitatis’ de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de se utilidad instrumental, para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar, que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto, sólo proporciona abstracciones”.
El error inveterado, me parece, consiste en suponer que la realidad tiene por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tome, una fisonomía propia. Pero es el caso que la realidad, igual que un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa, es esa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: “lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde “lugar ninguno” (Ortega). Y una idea forjada, sin otra intención que hacerla perfecta como idea, cualquiera que sea su incongruencia con la realidad, es precisamente lo que comúnmente llamamos “utopía”.
A lo largo de la historia, cada revolución se ha propuesto la vana quimera, de realizar una utopía más o menos completa. El intento, inexorablemente, ha fracasado. Y el fracaso suscita el fenómeno gemelo y antitético de toda revolución: la contrarrevolución. Interesante sería, en otro momento, mostrar históricamente como ésta (la contrarrevolución) no es menos utopista que su hermana antagónica, aún cuando es menos sugestiva, generosa e inteligente. El entusiasmo por la razón pura no se siente vencido y vuele a la lid. Otra revolución estalla, con otra utopía bordada en sus pendones, modificación de la anterior. Nuevo fracaso, nueva reacción; y así, sucesivamente, hasta que la conciencia social comienza a sospechar, que la falta de éxito no es debida a la intriga de sus enemigos, sino a la contradicción misma del propósito.
El programa utópico acaba revelando su interno formalismo, su pobreza, su sequedad, en comparación con el raudal jugoso y esplendido de la vida. A la política de meras ideas, sucede una política de cosas y de hombres. Se acaba por descubrir que no es la vida para la idea, sino la idea, la norma para la vida. O como nos recuerda Ortega que dice el Evangelio: “el sábado por causa del hombre es hecho, no el hombre por causa del sábado”.
Sobre todo – y éste es, me parece, un síntoma muy importante – la política toda pierde su presión, desaparece del primer plano de las preocupaciones humanas, y queda convertida en un simple menester, como otros tantos que son ineludibles, sí, pero no atraen el entusiasmo, ni se sobrecargan de un patetismo solemne y casi religioso.
Cuando llega el ocaso de las revoluciones, a la gente le parece este fervor de las generaciones anteriores, una evidente aberración de la perspectiva emocional, sentimental. La política no es cosa que pueda ser exaltada, a tan alto rango de esperanzas y respetos. El alma racionalista – nos recuerda Ortega – la ha sacado de quicio, esperando demasiado de ella. Cuando este pensamiento comienza a generalizarse, concluye la era de las revoluciones. Al alma revolucionaria, conocemos por la historia, no ha sucedido nunca un alma reaccionaria, sino, más bien, un alma desilusionada. Es la inevitable consecuencia psicológica, que dejan los espléndidos siglos idealistas, racionalistas; centurias de dilapidación orgánica, borrachas de confianza, de seguridad en sí mismas, grandes bebedoras de utopía e ilusión.
José Ortega y Gasset
La misma tendencia que en su forma positiva, conduce al perspectivismo, en su forma negativa, significa hostilidad al utopismo. La concepción utópica, es la que se crea desde “ningún sitio”, y que, sin embargo, pretende valer para todos. Querer ver algo, y no querer verlo desde un preciso lugar, es un absurdo. La propensión utópica, sí, ha dominado la mente europea durante toda la época moderna: en ciencia, en moral, en religión, en arte… Ha sido menester todo el contrapeso del enorme afán de dominar lo real – específico del europeo – para que la civilización occidental, no haya concluido en un gigantesco fracaso. Porque lo más grave del utopismo, no es que dé soluciones falsas a los problemas – científicos o políticos – sino algo peor: es que no acepta el problema – lo real – según se presenta; antes bien y “a priori”, le impone una caprichosa forma.
La desviación utopista de la inteligencia humana comienza en Grecia, y se reproduce dondequiera llegue a exacerbación el racionalismo. La razón pura construye un mundo ejemplar, con la creencia de que él es la verdadera realidad y, por tanto, debe suplantar a la efectiva. La divergencia entre las cosas y las ideas puras es tal, que no puede evitarse el conflicto. Pero el auténtico racionalista no duda de que en él – en el conflicto – le corresponde ceder a lo real. Y esta convicción – opina Ortega – es la característica del temperamento racionalista.
Claro es que la realidad posee dureza sobrada, para resistir los embates de las ideas. Entonces el racionalismo busca una salida: reconoce que, “por el momento”, la idea no se puede realizar, pero que lo logrará en “un proceso infinito” (Leibnitz, Kant…). El utopismo toma la forma de “ucronismo”, ese pecado que consiste en cegarse, no a esta o aquella realidad histórica, sino a cualquier realidad histórica, consiste en pensar, en el fondo de uno mismo, que es Adán y que el mundo es nuevo, y que no ha habido nada, que no existe nada, que ahora toda va a crearse de golpe y de una vez.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 30 de Mayo del 2017.


jueves, 18 de mayo de 2017

SUSANA DÍAZ Y LOS CONCEPTOS POLÍTICOS

Que dice la compañera Susana (El País 18.05.2017) que “las primarias son para dar protagonismo a los y las militantes, no para otorgar poderes especiales, a la figura del Secretario General”. Y que la elección directa por primarias “no transfiere un plus de poder, para imponer decisiones…”.
Lo que vengo diciendo yo: que esta compañera está demasiada ocupada en su escalada hacia el poder, y no dispone de mucho tiempo para instruirse y leer un poco. Y ello lleva a que a día de hoy, aún no sepa distinguir entre el poder como “potestas”, y la autoridad, “auctoritas”, que produce la “dignitas”.
Es cierto que las “primarias”, no conllevan un plus de poder (“potestas”) para el elegido Secretario General, en el sentido más formal o legal, derivado de nuestros actuales Estatutos. Pero le conceden una autoridad (“auctoritas”) de mucho calado. Podemos discutir si eso es deseable o no: la eterna disputa en busca de un equilibrio “bueno”, entre la democracia representativa y la directa.
Pero ese debate no puede producirse en una especie de vacío histórico, al margen de las corrientes que atraviesan la sociedad en un tiempo dado. Y en mi opinión (quizá me guste menos que más) la tendencia que se impone, es la de conceder más autoridad a los ciudadanos y a los militantes de los partidos, lo que Susana llama “dar protagonismo”. Aunque parece que para ella, lo del “protagonismo”, sólo se entiende como más “visualidad” (la de los “protagonistas” de una película o de una obre de teatro) no como más “potestas”.
Pero la Historia se mueve, fluye, y quien no se adapta a los tiempos nuevos, se queda petrificado. Lo explicaba no hace mucho en mi Blog (https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Democracia%20directa%20o%20representativa) En la Convención de Filadelfia (1787), los Padres Fundadores, en vez de considerar la lucha por la Presidencia, como una ocasión para movilizar las masas, respecto a unos ideales programáticos, diseñaron el sistema de selección, con unos propósitos muy diferentes, e instituyeron el Colegio Electoral. Hoy muchos consideran éste, como un anacronismo, en el mejor de los casos, o como una peligrosa bomba de relojería en el peor, una bomba que puede explotar, adjudicando la Casa Blanca, al candidato que ha perdido en el voto popular. Acaba de suceder con la elección de Trump. Para sus artífices, el Colegio Electoral era un ingenioso dispositivo, para evitar la Presidencia plebiscitaria. Pretendía alentar la selección del hombre, con un pasado más distinguido al servicio de la República. La virtud republicana, no la demagogia populista, tenía que ser el requisito principal. Estoy seguro, porque los conozco bien, que esto es lo que siguen pensando algunos líderes históricos del PSOE, respecto a la legitimidad de los Congresos a la antigua usanza, por encima de las Primarias. Pero la Historia, adaptándose a las circunstancias cambiantes, para bien o para mal, ha convertido la elección a la Presidencia de los Estados Unidos en un plebiscito, y la elección de nuestro Secretario General, en algo parecido mediante las Primarias.
A mi modesto entender, me parece que ya podemos afirmar, que estas Primarias en el PSOE se han convertido “de facto”, en un proceso constituyente. Siempre que aceptemos, claro está, que existe una teoría en el derecho Constitucional, que contempla como proceso constituyente: “la radicalización de la democracia mediante la imposición de nuevas cartas de derechos, fruto de las nuevas necesidades políticas y socioeconómicas de la inmensa mayoría” (Bruce Ackerman en “We The People).
Pues eso Susana ¡al loro!

Palma. Ca’n Pastilla a 18 de mayo del 2017.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Y DALE CON LA "NACIÓN"

Vaya por delante que yo con eso de la “nación” o “naciones”, no tengo nada que ver. Me parece una emoción interesada. Creo en los “Estados”, y nada en las “Naciones”, que son un invento romántico/burgués de finales del siglo XVIII (la “Nation” francesa data de la República, antes no existía). Soy un fervoroso partidario de los Estados postnacionales. De un Estado federal europeo. François Mitterrand repetía aquello de “le nationalisme, c’est la guerre”. Ya sé que la identidad colectiva es algo muy importante para algunos, especialmente en tiempos convulsos, de futuro incierto. Pero las identidades no nacen, se hacen. No son innatas, son el producto de una construcción social. Algo muy difícil de contradecir desde el razonamiento, porque se sitúa fuera del campo de la razón, en el de las emociones. Pero dicho esto…
Apreciado compañero Patxi López, tampoco tú sabes lo que es una Nación, porque no lo sabe nadie. Y apreciada compañera Susana Díaz, mucho tiempo para leer no debes tener, pues de lo contrario, no le habrías echado en cara a Pedro, ser el primero en hablar de “nación de naciones”.
El supuesto concepto de “nación” es una simple emoción, aunque eso sí es. Como tal “concepto” es algo indefinido. O definido sin cesar, en función de intereses escondidos. Pues “definir” – dice Sartori - es, en primer lugar, delimitar, asignar fronteras. Un concepto indefinido es un concepto “sin final”, que no sabemos cuando es aplicable y cuando no, que incluye y que excluye.
Ya he escrito algunas veces como Renan, en pleno auge de los nacionalismos 1882, planteó un intento de definir “nación”. Y tras descartar que sus fundamentos pudieran ser los de la raza, legua, religión o historia, si habló de un elemento “subjetivo”, por emocional: la “voluntad” de estar juntos de un grupo humano, que se reconoce como tal, generalmente agrupado en un territorio, que cree tener elementos diferenciales, en general una lengua, para seguir siendo “lo que son”. Y añadió su conocida idea de “un plebiscito cotidiano”. Puntualizando que las naciones no son eternas, que comenzaron un día, y otro terminarán. Teoría que contradice lo que antes se pensaba sobre las naciones, aquello de que son una realidad inmutable.
Pero pasemos a la expresión de “nación de naciones”. Que no, Susana, no se la ha inventado Pedro. La utilizó por primera vez – como bien nos recuerda Borrell en su último libro – Walt Whitman para aplicarla a EE. UU. Y la retomó en 1957 el compañero Anselmo Carretero (al que tuve el honor de conocer en persona): “La nación española, nación de naciones o comunidad de pueblos, es el resultado de un largo y doloroso proceso histórico, en el que han tomado parte todos ellos”. Felipe González, en un artículo publicado con Carmen Chacón (El País 26 Julio del 2010) decía: “La concepción de España, como nación de naciones, nos fortalece a todos”. Y como también añade Pepe Borrell, Gregorio Peces-Barba, ponente constitucional del PSOE en 1977/78, dijo: “Acepté desde el principio, que el término nacionalidad es sinónimo de nación y que, en este sentido, España es una nación de naciones”. Pero apostillando: “No hay más que una nación soberana que es España, que es además el poder constituyente”.
Como Pepe, sé muy bien que esto va de política, no de ciencia, ni teoría. Y en ese campo, el de la política, el concepto de realidad plurinacional del Estado, puede ser una buena vía, para desarrollar el Artículo 2 de la Constitución, y dar satisfacción a las demandas de reconocimiento, de una parte de la sociedad catalana, sin que por ello troceemos la soberanía del pueblo español.
Todos, o al menos muchos, sabemos que el problema son las consecuencias jurídico-políticas, que se derivan del término “nación”. Para los independentistas, es el primer paso para construir un Estado; pero en el planteamiento que hace Pedro, que coincide con el del PSC, no identifica nación con soberanía política.
Se preguntaba Miquel Iceta en su libro “La Tercera Vía”: ¿Cataluña es un sujeto político? Y se respondía que sí, pero no es un sujeto político soberano. Ni tiene el derecho a la autodeterminación, porque no es una colonia, ni está ocupada militarmente, ni se niegan los derechos de las minorías nacionales, que son los únicos casos para los cuales la ONU reconoce ese derecho, a pesar que los independentistas no quieran enterarse.
Este planteamiento de realidad nacional, no va a satisfacer a los independentistas, ya lo sabemos. Pero sí podría servir para satisfacer el deseo de reconocimiento de su identidad, que tienen muchos catalanes sin ser independentistas, o que podrían dejar de serlo.
De manera que no, Sánchez no pretende romper España. Más bien, opino, los que están contribuyendo a agrandar las grietas, que amenazan nuestra estabilidad territorial, son los casposos de la “España una, grande y libre”. El proyecto de la candidatura de Pedro es 100% constitucionalista. De manera que ¿a que viene ahora tanto revuelo?
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 16 de Mayo del 2017.


lunes, 15 de mayo de 2017

"POTESTAS" Y "AUCTORITAS": SUSANA Y PEDRO

Un jeu d'esprit”. Un simple “divertimento”, entre estos conceptos romanos, y el poder y la autoridad, a día de hoy, entre dos de nuestros candidatos en las primarias.
La otra noche leyendo a Giovanni Sartori, mi pensamiento, siempre falible, me llevó a esta reflexión: "A día de hoy, Susana sigue disponiendo de la “potestas”, pero Pedro ha alcanzado ya la “auctoritas.Y aquí me podría detener, pues muchos ya habrán entendido, el fondo de mi reflexión.
Sin embargo, para aquellos que no estén demasiado acostumbrados a estas disquisiciones terminológicas, me explicaré un poco más.
Autoritarismo” viene de “autoridad” y fue acuñado por el fascismo, como término apreciativo. Luego, con la derrota del fascismo y del nazismo, autoritarismo se convirtió en un término peyorativo, que significa “mala autoridad”, un exceso y un abuso de autoridad, que aplasta la libertad. Autoritarismo se corresponde, como opuesto, más con libertad que con democracia. “Autoritarismo” es una cosa, y “autoridad” otra cosa totalmente diferente. El sufijo “ismo” separa dos conceptos casi antitéticos.
Auctoritas” es un término romano. Y para conocer la tortuosa evolución del concepto, bueno es leer a Hannah Arendt. Para los romanos “auctoritas” siempre fue diferente de “potestas” y, para ellos, “auctoritas” estaba estrechamente ligada a “dignitas”. Como señalaba Jaim Wirszubski, académico y teólogo lituano: “es la “dignitas” lo que sobre cualquier otra cosa, dota a un romano de “auctoritas”. Y la “dignitas implica la idea de mérito, y contiene la idea del respeto inspirado por ese mérito. Si juntamos todas esas ideas, resulta que – al final de una larga evolución histórica – hoy “autoridad” significa, en el uso común, “un poder que es respetado, aceptado, reconocido, legítimo”.
Pero profundicemos un poco más en la distinción entre poder (“potestas”) y autoridad (“auctoritas”). De por sí, etimológicamente, “poder” es un sustantivo inocuo. Tener poder de hacer significa “yo puedo, tengo la capacidad o me está permitido”. Pero se trata de ver con qué medios el poder “manda hacer” ¿Con incentivos? ¿Con privaciones? ¿Con coerción y uso de la fuerza? Cuando se llega a “mandar hacer” amenazando o usando la fuerza, entonces percibimos el poder político en su elemento más característico, de acuerdo con la definición clásica, que daba de él Max Weber: “el uso legal de la fuerza”. Pero ninguna sociedad puede simplemente reducirse y reconducirse, en su orden, a las órdenes que la gobiernan. Para explicar un orden social, hacen falta otros ingredientes, y entre ellos la autoridad. Y la autoridad explica, lo que el poder no explica.

Autoridad, como hemos dicho, es “poder aceptado, respetado, reconocido, legítimo”. La autoridad no manda, influye; y no pertenece a la esfera de la legalidad, sino a la de la legitimidad. Ya lo decían los romanos: la autoridad se basa en la “dignitas”. Y Jacques Maritain, el filósofo católico francés, lo resume en esta conclusión: “Denominaremos ‘autoridad’ al derecho de dirigir y de mandar, de ser escuchado (como también escribía Ignatieff en su obra “Fuego y cenizas”) y obedecido por los demás; y ‘poder’ la fuerza de que se dispone, y por medio de la cual, se puede obligar a los demás a escuchar o a obedecer… Por tener una parte de poder, la autoridad desciende hasta el orden físico; en cuanto autoridad, el poder se eleva hasta el orden moral”.
El ‘poder’ como tal, es un hecho de fuerza sostenido por sanciones, es una fuerza que se impone desde arriba. En cambio la ‘autoridad’, emerge de una investidura espontánea, y obtiene su fuerza del reconocimiento: es un “poder de prestigio”, que recibe de éste su legitimación y su eficacia. De lo que puede deducirse que una “buena democracia”, debe tender a transformar el poder en autoridad, y que el ideal de las fuerzas democráticas, debería ser el de reducir las “zonas de poder”, para sustituirlas por personas y organismos, dotados de autoridad.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 6 de Mayo del 2017.

martes, 2 de mayo de 2017

MI VOTO SERÁ PARA PEDRO SÁNCHEZ

Me parece que, aunque de modo poco consciente, hace ya tiempo que sabía que mi voto sería para Pedro Sánchez.
Desde el primer momento supe con certeza, que ni harto de vino votaría a Susana Díaz. Tengo que reconocer que cuando ella surgió de la nada, para sustituir a Griñán, durante un tiempo tuvo mi apoyo: una mujer y joven, pensaba, se pondría manos a la obra para renovar la organización andaluza. Pero mi gozo en un pozo. Enseguida se transparentó su ambición desmedida y sus mañas aparateras. Todos aquellos equilibrios para negar su apoyo explícito a Pedro, ya Secretario General elegido por los militantes y, según se decía, su apoyo desde la sombra, al complot para derribarlo, me ponían de los nervios, me indignaban. Pero también mi discrepancia con el ser del socialismo andaluz, clientelar y rural, caciquil (se entiende que me estoy refiriendo al aparato, no a los militantes). Por supuesto que el voto rural, tiene el mismo valor en sí, que el voto urbano, y lo respeto profundamente. Pero el voto urbano, más cosmopolita, más transformador, menos conservador, más progresista, más joven (desdeñando por supuesto, el apoyo de esos urbanitas chics, “gauche divine”, populistas donde los haya) es el que debemos recuperar, si de verdad le queremos dar un buen meneo a nuestras estructuras e instituciones. Así que defendiendo ese modelo, de muchos de los líderes actuales del socialismo sureño, de patriotismo casposo, no me encontrará nadie.
Luego está Patxi López. Estoy más que convencido de que es un buen tipo, una persona honrada y cabal. No me creo esas visiones conspiratorias, que lo presentan como un tapado del aparato para restar votos a Pedro. Creo que se precipitó de buena fe. Cuantas veces he repetido, lo conveniente que resulta tomarse un tiempo, no sólo para reflexionar, también para permitir que fluya el río de Heráclito, y nos aclaré el agua en la que tendremos que nadar. Pienso que ni el propio Pedro, estuvo seguro de presentarse a primarias de nuevo, hasta que comenzó a llegar el empuje de las plataformas, que se formaron inesperadamente, movidas por la justa indignación, ante lo ocurrido en el Comité Federal del 1 de Octubre. Y en esas pocas semanas de indecisión, algunos secretarios locales, muy preocupados por su futuro y que no se veían apoyando a Susana, convencieron a Patxi de ser su paladín. De repente se presentó Pedro de nuevo, y no tuvieron la flexibilidad necesaria, esa ágil cintura imprescindible en política, para rectificar sobre la marcha. Y ahora se encuentran encerrados en una trampa mortal, y en un espacio de nadie, o de casi nadie. Me gusta Patxi, repito, su racionalidad, su templanza, su bregada historia en el socialismo, pero no le veo con el carisma necesario, con el suficiente empuje, para conducir las emociones controladas de los militantes. No me parece que su candidatura sea, la que pueda detener el terrible fiasco que constituiría la victoria de Susana.
Foto cortesía de mi buen amigo Juan Ramón Pons
Y ya sólo me quedaba Pedro. Admito que no me gusta y me preocupa, ese martirologio y mesianismo que detecto, en algunos de los más enfervorizados fans de su candidatura. En una carta a Lucy M. Donnelly, Russell aconsejaba, para cualquiera que quisiera fundar una nueva religión: “Que muera en la cruz, y resucite al tercer día”. Parece que algo así piensan algunos “supporters”, que ha hecho Pedro: morir en la cruz del Comité Federal, y resucitar al tercer mes. Y como Pedro no tiene un pelo de tonto y lo sabe, cuando en algún mitin la emoción se reposa, él lo recuerda: “pagué un alto precio” (morí en la cruz), y la emoción se dispara de nuevo. Un poco demagógico es siempre este momento, pero ¿quien en política no ha recurrido de vez en cuando, al truco de halagar las emociones y pasiones? Me mosquean los caudillos y salvadores, aunque, “mea culpa”, algo de ello tenía Felipe cuando yo le apoyaba. No me gustan los que se hacen los mártires en política, a ella hay que llegar ya bien llorados. Pero también es verdad, que los gestores del golpe palaciego contra Pedro, no se han leído ni el primer artículo del catón político, aquel que aconseja: no hagas jamás de tu adversario un mártir.
Por muchas de esas cosas, y como no urgía, me tomé un tiempo para reflexionar. En esas semanas de espera, apareció el documento programático de la campaña de Pedro. Me lo leí con detenimiento de cabo a rabo. Y me encantó. Algunos de mis mejores amigos, de esos que siempre, desde Suresnes, han, hemos, estado continuamente al frente de la regeneración y puesta al día del partido (Pepe Borrell, Manu Escudero, Cristina Narbona, José Félix Tezanos…) fueron manifestando en público su apoyo a Pedro, e implicándose en su campaña. Anne Hidalgo, la alcaldesa gaditano-francesa de París, una mujer que me fascina, y una de las pocas mentes brillantes que parecen quedar aún en el partido socialista francés, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, y arriesgando bastante a mi parecer, se decantó claramente por el apoyo a Pedro. Eso para mí, fue un aldabonazo de atención. Y como no hay dos sin tres, nos sacudió la famosa y nefasta foto, de toda la nomenclatura histórica del PSOE, apoyando a Susana en Madrid. Eso ya era la repanocha. Era a mí entender, un suicidio colectivo. Ya no me quedaron dudas. Pero si alguna hubiera sobrevivido, se ahogó en mi escueta charla con Pedro en persona.
La famosa y nefasta foto
Soy un acérrimo defensor de la democracia representativa en el PSOE, frente a la directa y asamblearia. De la existencia de organismos de control y debate, como muros que se interpongan a las potenciales veleidades caudillistas, y resultados de demagógicos plebiscitos. Pero también de que todo ello se balancee hoy, por un funcionamiento que dé más voz y poder a los militantes, cuya opinión se consulte a la hora de las decisiones de calado, como por ejemplo el de las coaliciones de gobierno, la elección de los líderes, y la de los principales candidatos a instituciones públicas.
Quiero un PSOE auténticamente socialdemócrata, reformista de verdad, anclado en la izquierda transformadora, no populista, sin veleidades neoliberales de políticas austericidas, autónomo frente a los poderes económicos y mediáticos. Que sepa, en la realidad plural de hoy en las instituciones, conformar mayorías para gobernar, y remar hacia una sociedad más justa, más solidaria, más diversa. Que reforme la Constitución del 78, preservando todos sus valores de convivencia, libertad y solidaridad. Que apueste por una España profundamente federal, respetuosa con su diversidad, y consciente de que esa pluralidad cultural, histórica y social, es un activo que nos enriquece a todos. Que apoye una Europa superadora de los Estados nación, acogedora para los inmigrantes, internacionalista, diversa, solidaria con los débiles, plurilingüe, laica.
Foto cortesía de mi buen amigo Xim Chinchilla
Y modestamente pienso, que hacia esa sociedad, hacia esas España y Europa, con las que sueño desde niño, la candidatura de Pedro Sánchez, hoy a la Secretaría General, y mañana a la Presidencia del Gobierno, es la que más adecuadamente nos puede llevar.
Es verdad que asumir los nuevos desafíos exige valor y que, cuando el futuro es incierto, el temor y la inseguridad que sobrevienen, nos pueden llevar a refugiarnos en el pasado. Yo soy un historiador que investiga y valora el pasado, para aprender del mismo Pero ¿se puede construir un liderazgo sólo sobre el pasado? Evidentemente, no, salvo que la utilización del pasado sea tan sólo instrumental. Lo que sí parece cierto, es que no puede haber confianza en el futuro, sin un proyecto definido. Y el de la candidatura de Pedro nos gustará más o menos, pero es claro, y plasmado en negro sobre blanco.
Siempre he estado en la punta de lanza del regeneracionismo en el PSOE, primero en Suresnes, luego en 1979, después en las primarias Almunia-Borrell. Ahora sigo en el mismo sitio, en el núcleo de la renovación. Y si alguien no entiende la existencia de esta demanda regeneracionista, de nueva política, más ejemplar y más estética; y de nuevas políticas, más justas y más transformadoras, está adoleciendo de la visión necesaria que a todo dirigente político debe exigírsele. La política es anticipación. Si no entendemos el presente, si nos anclamos en nuestro glorioso pasado, si no sabemos interpretar correctamente los anhelos de nuestra sociedad, difícilmente aportaremos soluciones y el futuro se dará sin nosotros.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 26 de Abril del 2017.