Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

viernes, 15 de noviembre de 2019

FE EN LA "DÝNAMIS"

Leyendo historia nos percatamos, de que quizá nada en ella ha tenido tan corta vida, como la confianza en el poder, ni nada ha sido más duradero, que la desconfianza platónica y cristiana, sobre el esplendor que acompaña al espacio de aparición (el espacio público), ni nada más común que la convicción de que el “poder corrompe”.
Por eso las palabras de Pericles, tal como las relata Tucídides, son tal vez únicas en su suprema confianza, de que los hombres interpretan y salvan su grandeza al mismo tiempo, por decirlo así, con un solo y mismo gesto. El discurso de Pericles, aunque correspondía y se articulaba, en las íntimas convicciones del pueblo de Atenas, siempre se ha leído con esa triste sabiduría, de la percepción posterior que nos dice que sus palabras, se pronunciaron al comienzo del final. No obstante, por breve que haya sido esta fe en la “dýnamis”- "yo puedo", "yo soy capaz" – y en consecuencia en la política, su breve existencia ha bastado para elevar a la “acción”, al más alto rango en la jerarquía de la “vita activa” (la condición humana) y para singularizar el “discurso”, como la decisiva distinción, entre la vida humana y la animal. Acción y discurso, que concedieron a la política, una dignidad que incluso hoy en día no ha desaparecido por completo.
Lo que me parece evidente en la formulación de Pericles – y no menos transparente en los poemas de Homero – es que el íntimo significado del acto actuado y de la palabra pronunciada, es independiente de la derrota y de la victoria. Debe permanecer intocado por cualquier resultado final, por sus consecuencias para lo mejor o lo peor. A diferencia de la conducta humana – que los griegos, como todo pueblo civilizado, juzgaban según “modelos morales” – la acción sólo puede juzgarse por el criterio de grandeza, debido a que en su naturaleza, radica el abrirse paso entre lo comúnmente aceptado y alcanzar lo extraordinario, donde cualquier cosa que es verdadera en la vida común y cotidiana ya no se aplica, puesto que todo lo que existe es único y “sui generis”.
Tucídides
Tucídides (o Pericles) sabía perfectamente, que había roto con los modelos normales de conducta cotidiana, cuando encontró que la gloria de Atenas, consistía en haber dejado tras de sí, “por todas partes imperecedera memoria (“mnemeia aidia”) de sus actos buenos y malos”. El arte de la política, recordémoslo, enseña a los hombres cómo sacar a la luz lo que es grande y radiante, “ta megala kai lampra”, en palabras de Demócrito. Mientras esté allí la “polis”, para inspirar a los hombres que se atreven a lo extraordinario, todas las cosas estarán seguras, pero si la “polis” perece, todo estará perdido.
Los motivos y objetivos, por puros y grandiosos que sean, nunca son únicos; al igual que las cualidades psicológicas, son típicos, característicos de diferentes clases de personas. La grandeza, por lo tanto, o el significado de cada acto, sólo puede basarse en la propia realización, y no en su motivación ni en su logro.
Esta insistencia en los actos vivos y en la palabra hablada – nos recuerda Hannah Arendt – como los mayores logros de que son capaces los seres humanos, fue ya conceptualizado en la noción aristotélica de “energeia” (realidad), que designaba todas las actividades que no persiguen un fin (son “ateleis”) y no dejan trabajo tras si, sino que agotan su pleno significado en la actuación. De la experiencia de esta plena realidad, deriva su significado original, del paradójico “fin en sí mismo”; porque en estos ejemplos de acción y discurso no se persigue el fin (“telos”), sino que yace en la propia actividad que, por lo tanto, se convierte en “entelecheia” (entelequia), y el trabajo no es lo que sigue y extingue el proceso, sino que está metido en él; la realización es el trabajo, es “energeia”.
Pericles
Aristóteles, en su filosofía política, es plenamente consciente de lo que está en juego en la política, o sea, nada menos que el trabajo del hombre qua hombre, y al definir este “trabajo” como “vivir bien”, claramente quería decir que aquí ese “trabajo” no es producto del trabajo (tal como lo entendemos hoy comúnmente) sino que sólo existe en pura realidad. Se entiende que este logro específicamente humano, se sitúa fuera de la categoría de medios y fines. Dicho de otra forma: los medios para lograr el fin serían ya el fin; y a la inversa, este “fin” no puede considerarse un medio en cualquier otro aspecto, puesto que no hay nada más elevado que alcanzar, que esta realidad misma.
En la filosofía política, a partir de Demócrito y Platón, se indica, una y otra vez, que la política es “techné”, una más entre las artes, en la que su “producto” es idéntico al propio acto interpretativo.
Pues eso.

Palma a 23 de Agosto del 2019.


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