Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 10 de febrero de 2015

Analistas, Filósofos y Políticos

Creo que toda mi vida he sido aficionado a leer a los analistas políticos, a los filósofos de la política y, como no, a los políticos y estadistas (no son exactamente lo mismo). Entre los analistas me gustaban Maurice Duverger y Raymond Aron (que seguía por la prensa francesa: Le Monde, Le Nouvel Observateur, L’Express…). De los filósofos me leí un montón: Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Tocqueville, Hegel, John Stuart Mill, Marx… etc. Y de los políticos, pues que os voy a decir, casi todos desde mis veinte años: Lincoln, Bismarck, Kennedy (mi madre me regaló una biografía sobre él, antes de que fuera Presidente) Pierre Mendes France, Harold Wilson… etc. etc. etc.
Hasta hace poco, me parece que cada uno de ellos se limitaba a escribir sobre lo suyo, sobre su campo de estudio. Los analistas exponían la situación del momento, tal como la veían, procurando no dejarse influir demasiado por las ideologías. Los filósofos trataban de las ideas políticas, de las formas de estado, de los distintos regímenes habidos y por haber... Y los políticos, pues de eso, de la política real, práctica, vista desde su ideología. Pero me da la impresión que desde hace poco se están mezclando los campos: los analistas hacen ideología, los filósofos o profesores bajan a la política, y los políticos mezclan las churras con las merinas.
Me ha impelido a escribir un poco sobre esto, la lectura o relectura, de dos libros. Uno un elemental tratado de las ideas políticas, coordinado por David Thomson en 1967. Y otro actual (2014) de Michael Ignatieff, un intelectual canadiense que se metió en política y acabó malamente. Y cuya historia de su paso por la política, recomiendo encarecidamente leer a cualquier joven político, esté ya en política desde hace poco, o esté pensando entrar en ella a batirse el cobre. Recogiendo muchas de las ideas de ambos libros, me gustaría explicar lo que sigue.
Quizás lo primero que debiéramos advertir, es que a los filósofos de la política, no debemos tomarlos como nuestros mentores en el arte práctico de gobernar. Los estadistas (políticos al fin, pero con visión de estado) rara vez se han apoyado en los filósofos para desempeñar sus funciones. Y aun en el caso de que hayan adoptado como “credos” algunas teorías políticas, no es nada seguro que sus éxitos se deban al estudio de obras teóricas. Federico el Grande, por ejemplo, leyó y refutó “El Príncipe” de Maquiavelo; pero cuando el mismo monarca practicó el “maquiavelismo” diplomático, no fue porque hubiera estudiado esa obra. En mi experiencia como político he contemplado, demasiadas veces, como la teoría se construye a posteriori. Es decir, se forma un grupo o colectivo para conquistar el poder (en las instituciones o en el interior de un partido) y sólo luego, ex post, se monta una teoría para “legitimar” la cruda lucha por el poder; como racionalización de lo que se decidió sobre la marcha, en el terreno de la experiencia y de las oportunidades.
Tampoco sirve el estudio de la filosofía política para imponerse en el conocimiento de la historia, como si las ideas de los teorizadores políticos fuesen algo representativo de sus épocas. El pensamiento político, lo mismo que cualquier otro, sólo se entiende plenamente cuando se le relaciona con su tiempo, con el ambiente, con las realidades y el lugar en que se produjo. Algo así me parece pasaba con el marxismo en los años 70 aquí en España. Se aplicaba mecánicamente a las realidades de esos años esa espléndida teoría, pero construida sobre las situaciones sociales y económicas del s.XIX.
Tampoco está clara la importancia y el influjo de las grandes ideas, sobre los acontecimientos, aunque el problema de la interdependencia entre estos y las ideas, es uno de los que más fascinan en el estudio de la historia. Resulta muy complicado averiguar si hay o no, verdadera “influencia” de determinadas ideas en determinados hechos. No sabemos con exactitud hasta que punto, las ideas contenidas en la Declaración de la Independencia norteamericana, están allí porque Jefferson y sus colegas hubiesen leído a Locke o a Tom Paine; o cual fue la proporción precisa en que el pensamiento de Montesquieu y el de Rousseau, intervinieron, de hecho, en la formulación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789. Y la forma como modificó y adaptó Lenin las ideas de Marx, a sus intereses y a las realidades de la Rusia de 1917, importa quizás más, que conocer en que proporción él mismo las adoptó y las asimiló.
De todo esto, por supuesto, no deberíamos sacar la conclusión de que no vale la pena conocer a los clásicos. Muy al contrario, merece la pena leerlos detenidamente, pues fueron hombres geniales que se dedicaron a estudiar complicados problemas humanos. Participando de alguna manera en ese gran debate, que se prolonga desde hace ya tanto tiempo, y al que han contribuido tantas magníficas inteligencias, podremos adquirir cierta sabiduría en las cuestiones políticas. Ignorar este debate equivaldría a menospreciar las ideas de Newton y Einstein, y tratar de resolver a las malas, los complejos problemas de la física moderna.
El debate entre las diversas teorías políticas ofrece multitud de aspectos, y es en ocasiones confuso y enmarañado, porque su materia, la política, una de las más complejas que haya, origina frecuentes perplejidades a cuantos abordamos dicho debate. Lo único cierto, en mi opinión, es que en el mismo no hay lugar para soluciones fáciles y socorridas. En realidad, la única certeza que se da en este campo, a mi parecer, es la de que la respuesta superficial y simplista, resulta ser, a medio plazo, la menos fecunda intelectualmente, y la más inútil en la práctica.
Y en eso andamos, me parece.

Palma. Ca’n Pastilla a 10 de Febrero del 2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario