Hace ya cierto tiempo que la Historia viene anunciando, el final de aquellos héroes a los que jamás les preocupó otra cosa, que la conquista, el triunfo y la megalomanía. Los escritores lo habían presentido. La literatura se había despedido definitivamente, hace más de un siglo, de aquellas figuras míticas que ella misma había contribuido a crear. La loa soberana y la leyenda heroica pertenecen desde entonces a la prehistoria. La literatura no se ocupa ya desde hace mucho tiempo de Augusto o de Alejando. Del rey Federico y de Napoleón sólo se habla en los sótanos literarios y, por supuesto, menos todavía de los himnos de Hitler y las odas de Stalin, cuya determinante era desde el principio verdadera escoria.
El lugar del héroe clásico han pasado a ocuparlo en las últimas décadas otros protagonistas, en mi opinión más importantes, héroes de un nuevo estilo que no representan el triunfo, la conquista, la victoria, sino la renuncia, la demolición, el desmontaje. Tenemos todos los motivos para ocuparnos de estos especialistas de la negociación, pues nuestro continente necesita de ellos si quiere seguir viviendo.
Fue Clausewitz, el clásico del pensamiento estratégico, el que demostró que la retirada es la operación más difícil de todas. Esto vale también en política. El non plus ultra del arte de lo posible consiste en abandonar una posición insostenible. Pero si la grandeza de un héroe se mide por la dificultad de la misión con que se enfrenta, se deduce de aquí que el esquema heroico no sólo tiene que ser revisado, sino invertido. Cualquier cretino es capaz de arrojar una bomba. Mil veces más difícil es desactivarla.
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Hans Magnus Enzensberger |
Adolfo Suárez – escribe Enzensberger - secretario general del Movimiento Nacional, se convirtió, tras la muerte de Franco, en primer ministro. En un golpe de mano exactamente planeado desmanteló el régimen, despojó de poder a su propio partido unificado y sacó adelante una Constitución democrática: una operación tan difícil como arriesgada, que Suárez llevó a cabo con arrojo personal y brillantez política. Se trataba no sólo de transformar por completo el aparato político, sino también de disponer al Ejército a no moverse; una purga militar habría conducido a una represión sangrienta y probablemente a una nueva guerra civil.
Los epígonos de la retirada se mueven por impulso ajeno. Obran bajo una presión que viene de abajo y de arriba. El verdadero héroe de la renuncia, en cambio, es él mismo, la fuerza motriz. Mijail Gorbachov fue el iniciador de un proceso, con el que otros después, más o menos voluntariamente, intentaron ir al paso. Él representó -como es ya hoy manifiesto- una figura secular. La dimensión clara de la tarea que se impuso es algo sin precedentes. Se empeñó en desmontar el penúltimo imperio monolítico del siglo XX, sin violencia, sin pánico, sin guerras. Ha tenido que pasar mucho tiempo hasta que el mundo ha empezado a entender su proyecto. La inteligencia superior, la valentía moral y la perspectiva amplia de este hombre, todo ello estaba tan lejos del horizonte de la clase política -en Oriente y en Occidente- que ningún Gobierno se atrevió en su día a tomarle la palabra.
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Alexis Tsipras |
Pero para ser un auténtico líder, un “héroe de la retirada”, hay que dirigir a los tuyos, a la gente, al pueblo, en dirección diferente, e incluso contraria, a la que pretenden llevarte. Y para ello se necesita mucha valentía política, una férrea moral, y una seguridad absoluta en que se está haciendo lo justo, sea cual sea el coste personal y político, que ello te suponga.
¿Tsipras lo ha entendido por fin? ¿Ha entendido que tiene que “retirarse” ya de un Estado ineficiente y clientelar; de una Hacienda Pública inútil y corrupta (me decía ayer David mi hijo: de nada sirve que la U.E. les conmine a subir el IVA, allí nadie paga-cobra con factura); de una Administración del Estado servida sólo por parientes y amiguetes; de unos partidos políticos de estructura familiar, controlados por estirpes del mismo apellido…?
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Septiembre del 2015.
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