Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 8 de octubre de 2015

Habermas y la Razón (I)

Cuando me siento fatigado intelectualmente (el debate sobre Catalunya, aún no acabado, me ha agotado) y angustiado por tanta sinrazón, demagogias, pasiones y esencialismos, suelo buscar refugio en mis “clásicos”, por ejemplo en Habermas. El carácter constructivo o, si se prefiere, positivo de sus obras, contrapuesto al nihilismo práctico de la dialéctica negativa, me proporciona serenidad e instrumentos conceptuales necesarios, para enjuiciar y comprender, desde una perspectiva propia y fundamentada, las permanentes tensiones entre democracia directa y democracia representativa, la antítesis entre libertad individual y determinismo social, los vínculos entre política y moral, la difícil armonía entre autoridad y libertad, o los problemas del relativismo cultural. Habermas ha levantado su voz contra el paralizante pesimismo cultural, que se desprende del diagnóstico elaborado en su día por Adorno y Horkheimer, cuyos ecos aún resuenan en aquel denominado pensamiento “postmoderno”, que floreció en la década de 1980. Habermas ha evitado siempre encallar en aquella negatividad que, según él, no conducía sino hacia un punto muerto en el pensar. Como advierte en su libro “El discurso filosófico de la modernidad”, el impulso crítico de “La dialéctica de la Ilustración” (de Adorno y Horkheimer, y del cual ya he escrito alguna vez en este Blog http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Habermas) era tan vigoroso, que inducía a sus autores a despreciar las conquistas de la modernidad política y cultural, hasta el extremo de no ver por doquier, más que alianza de razón y dominación, cayendo así en injustificadas simplificaciones. Una condena absoluta de la razón en su totalidad, dista mucho de constituir el modo más reflexivo e idóneo de reaccionar, ante las manifiestas patologías del mundo contemporáneo. Condenar de plano cualesquiera de los usos de la razón, constituye un sinsentido, ya que la viabilidad de una crítica lógicamente consistente, de los efectos no deseados de la modernidad depende, a su vez, de los presupuestos racionales normativos “que la modernidad puso a punto”. En el moderno proceso de racionalización, hay elementos positivos subyacentes que, ciertamente, pueden y deben ser salvados; pues como enfatiza Habermas: “la modernidad es un proyecto inacabado y aún no superado”.
La Dialéctica de la Ilustración”, elaborada durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, marca un hito destacado en la ya centenaria tradición crítica, protagonizada por la razón occidental en torno a sus propias realizaciones, frustraciones, deficiencias y contradicciones. Esta reflexión histórica-filosófica representa una acerada acusación, contra los efectos patológicos del modelo occidental de racionalidad; es más, se convirtió en una radical denuncia del peligro totalitario, que conlleva el apelar dogmáticamente a lo racional.
Este amargo análisis reposa sobre una evidente base histórica: no en vano en esos aciagos años, mediaron sucesos tan trágicos como las experiencias del estalinismo del fascismo y de la segunda conflagración mundial, eventos que para muchos habían conducido ad absurdum, todo tipo de optimismo histórico acerca del progreso moral de la humanidad. La materialización del proyecto engendrado en el Siglo de las Luces (como erradicación del dogmatismo y la superstición, con el objeto confeso de lograr la emancipación de los seres humanos) decepcionó las expectativas levantadas. La consideración unilateral de la razón, como razón instrumental, y el simultáneo olvido de su dimensión moral, estarían en el origen de una conciencia desgraciada, acerca del sentido de la modernidad. Los análisis de Adorno y Horkheimer, señalaron la correlación que existe en las sociedades modernas, entre el nivel de desarrollo técnico, el grado de concentración del poder, y los medios disponibles para la inculcación ideológica (el potencial manipulador de la cultura de masas) como el mayor peligro para la conciencia crítica y, por ende, para la emancipación (noción que no sería sino la traducción profana, de la promesa mesiánica de salvación). Un análisis de inteligente lucidez, que no permitía hacerse ilusiones, ni dejaba lugar alguno para la utopía.
Pero la modernidad reivindicada una y otra vez por Habermas, no es otra que la que corresponde al proyecto político de raigambre ilustrada, configurado en particular por Rousseau, Kant, Hegel y Marx, que no habría que apresurarse en dar por superado, más bien convendría retomarlo, tras haber englobado en él, a todos los sucesivos “teoremas antiilustrados” que han tenido el mérito, de señalar sus límites o los puntos negros, que provoca su impacto en las estructuras sociales. Tras expurgar los desatinos o deslices de dicho proyecto, urge declarar su vigencia y llevar a su cumplimiento, aquellos aspectos emancipatorios que, tras ser anunciados, fueron abandonados o traicionados. “Mi opinión es que (escribe Habermas en “Ensayos políticos”) en vez de dar por perdido lo moderno y su proyecto, debemos más bien aprender de sus equivocaciones, y de los errores de su exagerado proyecto de superación… No hay más cura para las heridas de la Ilustración, que la propia Ilustración radicalizada”. Habermas se toma, por tanto, muy en serio la necesidad de interpretar críticamente el legado ilustrado, pero, a diferencia de lo que pensaban Adorno y Horkheimer, considera que el mundo no adolece de un exceso de razón, sino más bien de un importante déficit en su aplicación. Las diversas patologías de la modernidad, no son imputables a la razón en sí misma; son, por el contrario, el resultado de su abandono, o del predominio de algunas dimensiones de la misma, sobre aquella otra que está animada por la intención comunicativa.
Como vemos, Habermas tomó conciencia muy pronto, de que la barbarie experimentada por la humanidad, durante la primera mitad del siglo XX, había puesto en evidencia, la fragilidad de la modernización ilustrada de las sociedades desarrolladas, sobre todo en el ámbito de lo político. La magnitud de tales desastres, reclamaba con urgencia repensar el proyecto democrático, un tema hasta entonces prácticamente ausente, en las grandes reflexiones filosóficas. Si las grandes tradiciones filosóficas europeas, no ofrecían acomodo interpretativo alguno, sería preciso dotar a la razón y, en particular, a la filosofía, de un carácter no sólo profundamente práctico, sino incluso emancipador.

(continuará)

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Octubre del 2015.

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