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Hannah Arendt |
“Si la acción como comienzo corresponde al hecho de nacer, si es la realización de la condición humana de la natalidad, entonces el discurso corresponde al hecho de la distinción, y es la realización de la condición humana de la pluralidad, es decir, de vivir como ser distinto y único entre iguales”.
(Condición Humana” 1974).
Quien actúa tiene que presentar sus intenciones y propósitos a los demás hombres: “La acción sin discurso ya no sería acción, porque no habría actor, y éste, el agente de los hechos, solo es posible si, al mismo tiempo, pronuncia palabras. La acción que él inicia, se revela humanamente por la palabra”. Pero Arendt está muy lejos, de las simplificaciones de los manuales de moralidad. Siempre insiste en la imprevisibilidad de la acción, porque ésta escapa a las intenciones del actor, y porque es respondida por otros que, a su vez, la interpretan y modifican. Margaret Canovan subraya la insistencia de Arendt, en la necesidad de “proteger la estabilidad del mundo humano, contra la iniciativas anárquicas” de las nuevas generaciones que, por el misterio de la natalidad, se incorporan al mundo en marcha. Y argumenta con razón, que esta conciencia de la extrema fragilidad de la acción, es una de las causas del “aire conservador que advierte en muchas de las acciones de Arendt”.
Arendt separa, para luego volver a unir, acción y discurso, porque quiere que se entienda bien, el punto más oscuro de la acción humana. Ni en el teatro del mundo ni en la “polis”, el actor puede reclamarse “autor” de su propia acción, en un aspecto esencial:
“Aunque todo el mundo comienza su vida, insertándose en el mundo humano mediante la acción y el discurso, nadie es autor o productor de la historia de su propia vida. Dicho con otras palabras, las historias resultados de la acción y el discurso revelan un agente, pero este agente no es autor o productor. Alguien la comenzó y es su protagonista, en el doble sentido de la palabra, es decir, actor y paciente, pero nadie es su autor”
(“Condición Humana” 1974)
Y lo que vale para la biografía personal, vale para la Historia. Una historia, según Arendt, sin sujeto y sin demiurgo platónico, o espíritu del mundo que ordene el devenir de las cosas, y susurre al filósofo el sentido de la historia. No, nada de eso. La Historia universal no es sino “el libro de las narraciones de la humanidad, con muchos actores y oradores, y sin autores tangibles”, porque lo único que hace la historia, y por tanto aquello que la constituye en su esencia, es una pluralidad de hombres actuando y hablando, en un espacio público compartido. “La acción carece de fin”. Por eso mismo, el relato de la historia puede tener muchos comienzos, pero ningún fin. Las filosofías de la historia que le postulen un fin, son falsas de raíz.
Pues eso.
Palma. Ca’n Pastilla a 30 de Marzo del 2018.
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