Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 2 de julio de 2018

MANI. ASIGNATURA PENDIENTE

Asignaturas pendientes tengo muchas. Y me temo que, a estas alturas, la mayoría se quedarán en esa condición de pendientes.
Desde el punto de vista de montañero, me hubiera gustado visitar el Himalaya, el Karakorum y los Alpes Neozelandeses, los Dolomitas y ascender alguno de los cuatromiles de los Alpes.
En el campo intelectual, me habría apetecido conocer Cambridge y el Trinity College, donde residieron tantos de mis referentes filosóficos: Bertrand Russell, E.G. Moore, A.J. Ayer, Wittgenstein…
Como viajero – no lo soy mucho y eso puede haber sido el problema – habría agradecido recorrer Grecia y Creta. La Acrópolis por supuesto. Pero también Esparta, aunque no fuera más que para comprobar si, como decía Paddy (Patrick Leigh Fermor) que decía Pausanias, aún se conservaba la cáscara del huevo de cisne que puso Leda, y del que surgió Helena de Troya. Aunque pensándolo mejor, antes de cruzar el Golfo de Corinto, para entrar en el Peloponeso, me acercaría a Missolonghi, el lugar donde murió Byron (de enfermedad, no en una batalla como se piensa a veces) luchando por la independencia de Grecia. Y ya que estaba allí, intentaría averiguar si los descendientes del señor Baiyorgas, conservan aún “las zapatillas de Byron”. Esta curiosa historia, entre tantas otras fabulosas, la cuenta Patrick Leigh Fermor (Paddy) en su libro “Roumeli”. La existencia de aquellas zapatillas, había llegado a oídos de Paddy en Crabbet Park, hogar de Judith, 16ª baronesa de Wentworth y biznieta de Byron. La casa de la baronesa estaba repleta de recuerdos del gran poeta: pinturas, ropa y baúles llenos de cartas y documentos. Cuando Paddy la conoció, la baronesa ya tenía casi ochenta años, pero a él le fascinó, y no sólo porque seguía utilizando palabras y giros ingleses, que habían estado de moda en tiempos de la Regencia. Ella fue la que le contó a Paddy, que en Missolonghi había un hombre que conservaba un par de zapatillas, que habían pertenecido a Lord Byron.
Sea como fuere, en un próximo viaje a Grecia, Paddy se acercó a Missolonghi con su mujer Joan Eyres Monsell. Allí, después de mucho indagar por toda la ciudad, dieron con el señor Charalambos Baiyorgas, de más de setenta años que, efectivamente, guardaba las famosas zapatillas, confeccionadas en cuero rojo muy delgado, y las puntas de los pies se curvaban al modo oriental. “Había algo en ellas – escribió Paddy – que inspiraba una inmediata certeza… las partes gastada de la suela eran diferentes en cada pie, las de la derecha mostraban un dibujo muy distinto” (recordemos que Byron tenía, de nacimiento, una malformación en el pie derecho). Al encontrarlas, Paddy tuvo la sensación de que “Lordos Vyron”, como le llamaron siempre los griegos, estaba muy cerca. Paddy hizo un dibujo de aquellas reliquias, y Joan tomó fotografías. Algo necesario porque el señor Baiyorgas, confesó que la idea de desprenderse de ellas, le resultaba insoportable.
Pero si alguna vez viajara a Grecia, por encima de todo, lo que desearía visitar es el “Mani” de Paddy, la punta de la península más al sur del Peloponeso. Y la casa que se construyeron allí el matrimonio Fermor, en Kalamitsi, a tres kilómetros de Kardamili, en el Golfo de Mesenia. Hoy pertenece al Museo Benaki de Atenas, al que la legó el escritor.
De Atenas a Kardamili hay casi trescientos kilómetros, de una carretera que parece, no siempre en óptimas condiciones. Hay que pasar antes por Corinto, Micenas, Trípoli y Kalamata. Ahí es nada.
Kardamili (la vieja Cardámila, una de las siete ciudades mesenias que según Homero, Agamenón ofreció a Aquiles para apagar su ira) tiene – según Jacinto Antón – un cierto aire de Deià (Mallorca), con una larga calle con bonitas casas de piedra, de estilo veneciano. Paddy, por su parte, nos advierte que en ella se sirve el peor “retsina” (vino blanco o rosado) de Grecia, y que los maniotas sienten una inveterada “méfiance” hacia los forasteros, pues les resultan sospechosos de entrada, por haber llegado hasta allá abajo. Y además ¡quien sabe si no son turcos rezagados! Se cuenta una historia genial, el encuentro entre Patrick Leigh Fermor, y el famoso explorador del desierto el Conde Almásy, sí, el de “El paciente inglés”. En realidad, claro, se trataba del protagonista de la película Ralph Fiennes, que estaba haciendo la ruta de Ulises, y se acercó al pueblo para conocer a Paddy, del que su padre era un gran admirador. Donde ahora está la iglesia, hubo un templo dedicado a las nereidas, ninfas, que salían del mar para ver a Neptólemo, el hijo de Aquiles. Paddy llevaba una de ellas, de cola doble, tatuada en el brazo. La villa que fue de los Fermor está tres kilómetros más al sur, en Kalamitsi, y, rodeada por olivos y altos cipreses, resulta casi invisible. La propiedad linda con el mar, y posee una escalera de piedra, que conduce a una pequeña cala.
Antes de llegar a Kalamitsi, vale la pena desviarse a Exochori, para visitar la ermita de Agios Nikolaios, junto a la que se esparcieron las cenizas del otro gran autor de viajes, Bruce Chatwin. En febrero de 1989 Elizabeth, la viuda de Chatwin, llevó sus cenizas allí. Antes de morir, Bruce había pedido que las enterraran, cerca de la capilla bizantina dedicada a San Nicolás de Chora. La pequeña iglesia bizantina, del siglo X, está situada en lo alto de un promontorio entre colinas rocosas, que descienden hasta el mar. Paddy, Joan y Elizabeth depositaron las cenizas bajo un olivo, y allí mismo ofrecieron una libación de vino a los dioses.
En el verano de 1962 Paddy viajó a Grecia en compañía de Ian Wigham, en busca de un lugar en Mani donde establecer su hogar. Cuando se encontraban a unos 3 kilómetros al sur de Kardamili, divisaron una pequeña punta de tierra entre dos valles, que finalizaba en una caleta en forma de media luna. Más tarde, aquel mismo día, regresaron al lugar para bañarse. Paddy le explicó a Joan, que dejaron el coche arriba, en la carretera, y que luego siguieron por una camino de cabras, que les llevó hasta el mar, “descendiendo por una suave ladera, que nos llevó a un mundo de una extraordinaria y mágica belleza”. El lugar se llamaba Kalamitsi, que significa lugar donde hay juncos.
Comprar aquella tierra fue complicado, porque se daba la circunstancia de que cuatro personas, debían llegar a un acuerdo para su posible venta. Joan sugirió que quizá pudieran arrendar la tierra por cincuenta años; para entonces ambos estarían muertos, pero Paddy se había empeñado en que quería comprarla. Y lo consiguió. El 3 de marzo de 1964, Paddy y Joan firmaron por fin el contrato de compra, de aquel pedazo de tierra en Kalamitsi. El precio acordado fue de dos mil libras, parte de las cuales se consiguieron vendiendo la pequeña casa de Atenas.
Cuando Joan y Paddy estaban en su propiedad no oían nada, a excepción del rumor del mar y el zumbido, casi ensordecedor, de las cigarras. Si caminaban hasta el extremo de su pequeña península, podían ver, frente a ellos, una isla deshabitada y las ruinas de un viejo castillo, que estaba en vías de desaparecer engullido por los árboles. Los impresionantes flancos grises del monte Taigeto, estaban suspendidos sobre sus cabezas, y cuando se ponía el sol relucían con tonos rosados y anaranjados.
Los dos tenía una idea muy clara de cómo quería que fuera su casa. Tal y como lo expresó Paddy, se trataba de un “monasterio liviano, integrado en una granja y con gruesos muros de habitaciones frescas”. Joan y Paddy raramente llamaron Kalamitsi al lugar, no les agradaba el efecto azucarado, que tenía la terminación “mitsi” en inglés. Para ellos fue siempre Kardamili.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Mayo del 2018.



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