Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 17 de octubre de 2018

EL VOCABULARIO EN LAS REDES

Escribía Ortega y Gasset en “Teoría del improperio” ¡en 1910! que harta es conocida la importancia, que para aprehender y fijar la individualidad de un artista literario, tiene la determinación de su vocabulario predilecto. Como esas flechas que marcan en los mapamundis las grandes corrientes oceánicas, nos sirven sus palabras preferidas para descubrir los torbellinos mayores de ideación, que componen el alma del poeta.
Me han traído esos recuerdos orteguianos, la lectura el otro día, de unos comentarios innecesariamente poco estéticos (el castellano es muy rico y permite significar lo mismo, con vocablos menos zafios) en un debate en facebook. Esa preferencia por vocablos antiestéticos – antiestéticos no sólo por groseros, sino por inaptos para un buen entendimiento del texto – es claramente incompatible, opino, con una poderosa voluntad de convencer al interlocutor.
La palabra, lo sabemos o deberíamos saberlo, pretende hacer externo lo interno, sin que deje de ser interno. No es un signo cualquiera, sino un signo expresivo. La buena articulación es necesaria a la palabra, a fin de aprisionar el contorno preciso y estable de los conceptos, de las imágenes exactas y complejas. Pero para expresar una explosión de alegría o, más comúnmente, de amargura o ira, donde el motivo, la causa, lo importante – la realidad interna – es la conmoción del alma toda, basta con un grito, un improperio, un insulto. Toda palabra tiene pues dos direcciones. Una de ellas la lleva a expresar puramente una idea; la otra tira de ella hacia atrás, y la induce a expresar puramente, exclusivamente, un estado emocional, pasional. De esto he escrito con frecuencia: para debatir con razones es esencial emplear bien las palabras, elegirlas correctamente por su significado; para contrastar emociones, es suficiente con un simple grito. Y en las redes con demasiada frecuencia, eso es lo que hacemos, nos gritamos por que sólo tenemos emociones, no argumentos.
Los improperios nos recordaba Ortega, son palabras que significan realidades objetivas, sí, pero que empleamos, no en cuanto expresan éstas, sino para manifestar nuestros sentimientos personales. Cuando Baroja decía o escribía “imbécil”, no quería decir que se tratara de alguien débil (“sine baculo”) que es su valencia original, ni de un enfermo del sistema nervioso. Lo que quería expresar, era su desprecio apasionado hacia esa persona. Los improperios son vocablos complejos usados como interjecciones; es decir, son palabras al revés. La abundancia de improperios pues, es síntoma de la regresión de un vocabulario hacia su infancia o, cuando menos, de una puericia persistente que se inyecta en el léxico, de personas supuestamente adultas.
Decía también Ortega, que es sabido que no existe pueblo en Europa, que posea caudal tan rico de vocablos injuriosos, de juramentos e interjecciones, como el nuestro. Según parece, sólo los napolitanos pueden hacernos alguna concurrencia. En mi muro entran con frecuencia ciertos “amigos”, que claramente, cada vez que sueltan un taco, un insulto, un improperio, sienten cierta fruición y descanso. Se nota mucho, me parece, que los han de menester – los insultos – como rítmica purgación de la energía espiritual, que a cada instante se les acumula dentro, les estorba y necesitan librarse de la misma. Estos “amigos” está claro, no poseen un gran entendimiento, administran una moralidad reducidísima, no son capaces de debatir con argumentos, les molesta todo lo que huela a razón… y van directos hacia la muerte intelectual, como una piedra hacia el centro de la tierra. Preguntémonos ¿será acaso ese abuso de interjecciones (facha, rojo de mierda, imbécil, capullo…) ese alarde de energías frecuentes en el español, más bien efecto de su debilidad espiritual?
Estas intromisiones súbitas de sentimientos y emociones incontroladas, que no tiene nada que ver con el curso del pensamiento, producen, claro está, una fragmentación de la vida intelectiva. Entran en la continuidad de una mente normal como cuñas y la hacen saltar en trozos: se interponen, se interyectan entre los miembros de una construcción intelectual, y la hacen poco menos que imposible. Por eso las almas de histéricos y neuróticos – afirma Ortega – viven una vida discontinua, incompatible generalmente, con el edificio de un ideario unificado y resistente. Son almas disgregadas en átomos, inconexas; almas dispersas, cuya existencia es un nacer y morir a cada instante, menesterosas de condensar en esa vida instantánea, toda su vitalidad. Almas inarticuladas que se expresan en interjecciones, porque ellas mismas lo son.
El chulismo, la bravuconería, la exageración, el insulto, el retruécano y otras muchas formas de expresión, que se ha creado de una forma predilecta el español, podrían muy verosímilmente, reducirse a manifestaciones de histerismo colectivo.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastillas a 5 de Agosto del 2018.


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