Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 26 de marzo de 2020

LA SACRALIZACIÓN PLATÓNICA DEL PASADO

Platón es un filósofo, que nunca me ha caído simpático. Y soy muy consciente, de lo peligroso que es decir eso, especialmente por parte de quien en filosofía, no es sino un “dilettante”. Pero estos días, a propósito de mi relectura de Popper, tengo que decir lo feliz que me encuentro, al constatar que alguien de mucha mayor envergadura intelectual, exprese también una visión crítica, del gran filósofo griego.
En su famosa obra “La República”, Platón explica como las perfectas y buenas Formas e Ideas (inmutables en un mundo anterior) son anteriores a sus copias – los objetos sensibles – y constituyen algo así como los progenitores o puntos de partida, de todos los cambios a peor que tiene lugar en el mundo del flujo (leer a Heráclito). Si el punto de partida de todo cambio fuera perfecto y bueno, efectivamente el cambio, sólo podría constituir un movimiento de alejamiento, de lo perfecto y lo bueno, y de acercamiento hacia lo imperfecto y lo malo, hacia la corrupción.
Platón
De otra forma, esta teoría podría ser formulada así: cuanto más se asemeja un objeto sensible, a su Forma o Idea, tanto menos corrupto será, puesto que las Formas son en sí mismas, incorruptibles. El problema es, que los objetos sensibles o generados, no son copias perfectas. En realidad, ninguna copia puede ser perfecta, puesto que sólo es una imitación, de la verdadera realidad, una apariencia, una ilusión, pero no la verdad. Un objeto sensible o generado – tal como un cuerpo físico o un alma humana – si es una buena copia, cambiará escasamente al principio. Pero todo cambio, por pequeño que sea, lo hará diferente y, de este modo, menos perfecto al reducir la semejanza con su Forma.
Leemos literalmente en “La República”: “Todas las cosas que han sido generadas, deben degenerar”. Que este problema de la generación y corrupción del mundo de las cosas sujetas al flujo, constituyó una parte importante de la tradición de la escuela platónica, lo revela el hecho, de que Aristóteles le dedicó a este problema un tratado especial. Aristóteles se refiere a estas cuestiones, en la introducción a su “Política”, “Trataremos de encontrar, qué es lo que preserva o corrompe a las ciudades…”.
En “La Leyes” tenemos también muchos ejemplos, de cómo Platón se oponía a cualquier tipo de cambio. Esta me parece muy característica: “… que el legislador se esfuerce, por todos los medios a su disposición (‘a tuertas o a derechas’, como tradujo correctamente Robert Gregg Bury) para idear un método que asegure a su Estado, que toda el alma de cada uno de sus ciudadanos se resista, por respeto y temor, a modificar cualquiera de las normas establecidas desde antiguo”.
Y por lo que pudiera referirse a las condiciones psicológicas generales, por un lado el temor a las innovaciones (del que tenemos ejemplos varios en “Las Leyes”) y, por el otro, a la idealización del pasado (tal como se encuentra en Hesíodo, o en la narración del Paraíso perdido de Milton) son fenómenos frecuentes y de profunda influencia. Quizá no sea demasiado rebuscado ¿o sí? relacionar el último, o incluso ambos, con la idealización de la propia infancia, de la imagen del hogar y los padres, con el consiguiente deseo nostálgico, de retornar a esas etapas iniciales de la vida. Hay en Platón, multitud de pasajes en los que se da por sentado, que el estado de cosas original, o naturaleza original, es un estado de bienaventuranza.
Esos mismos pensamientos, asoman debajo de muchas observaciones platónicas, como la siguiente que podemos leer en el Filebo: “Los hombres de la antigüedad… eran mejores de lo que nosotros somos ahora y… estaban más cerca de los dioses”. Todo eso parece apuntar, estimo, hacia la conclusión, de que nuestro desdichado estado presente, es una consecuencia del proceso evolutivo, que nos hace diferir de nuestra naturaleza original, de nuestra Idea. E indica, asimismo, que el desarrollo va de un estado de bondad y bienaventuranza, a otro en el que estas desaparecen. Lo cual significa, me parece claro, que dicho proceso está marcado, por una corrupción creciente.
La teoría platónica de la “anamnesis”, esto es, de que toda ciencia es el reconocimiento o la recolección, de la ciencia que poseíamos en nuestro pasado, forma parte de esta misma concepción: en el pasado, no sólo reside lo bueno, lo noble y hermoso, sino también toda la sabiduría. Hasta el cambio o movimiento antiguo, es mejor que los movimientos que le suceden luego.
Yo estoy claramente con Aristóteles, cuando opone su teoría a la platónica, afirmando que lo “bueno”, no constituye el punto de partida, sino, más bien, el fin o meta del cambio, puesto que “bien” significa, una cosa a la cual se aspira, “la causa final del cambio”.
Pues eso.


Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Febrero del 2020.




jueves, 12 de marzo de 2020

EL HISTORICISMO Y EL PUEBLO ELEGIDO

Allá por la década de los sesenta, en la Facultad de Económicas de la Complutense, Pedro Schwartz (un conspicuo liberal) que impartía Historia de las Doctrinas Económicas, ya nos advirtió en contra del historicismo. Y ahora, releyendo a Popper, me encuentro de nuevo ante el “monstruo”.
Muchos historiadores estimamos que el “historicismo”, en su vertiente científica, es un método defectuoso, incapaz de producir resultados de valor. Pareciera que eso, después de los terribles años treinta europeos y, máxime después de 1945, cuando se publicó la mayoría de la obra de Popper, era un tema ya cerrado. Pero desde hace unos pocos años, con la resurgencia de los esencialismos y populismos, en nuestro mundo occidental, estimo útil volver a recordar lo históricamente obvio.
Como sabemos, la doctrina historicista central, afirma que la historia está regida por leyes históricas o evolutivas específicas, cuyo descubrimiento podría permitirnos, profetizar el destino del hombre. Y resulta fácil colegir, que un buen ejemplo de historicismo, pude ser la doctrina del pueblo elegido. Dios ha escogido a un pueblo, para que se desempeñe como instrumento dilecto de su voluntad; pueblo que habrá de heredar la tierra. Me es imposible no pensar en ello, cuando estos días escucho (poco) a Puigdemont y Torra, pero también a excelsos portavoces de Vox.
Karl Popper
Parece claro que la teoría del pueblo elegido, surgió de la forma tribal de vida social. El tribalismo – la asignación de una importancia suprema a la tribu, sin la cual el individuo no significa nada en absoluto – es un elemento que encontramos, en muchas de las formas, de la teoría historicista. Las principales características de la doctrina del pueblo elegido, son compartidas por las dos versiones modernas más importantes del historicismo.
Para Popper, esas dos versiones eran: la filosofía histórica del racismo o fascismo, por una parte (la de la derecha) y la filosofía histórica marxista, por la otra (la de la izquierda). En lugar del pueblo elegido, el racismo nos habla de la raza elegida (si tenéis estómago suficiente, leer “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” de Joseph Arthur conde de Gobineau) seleccionada como instrumento del destino, y escogida como heredera final de la tierra. La filosofía histórica de Marx, a su vez, no habla ya de pueblo elegido, ni de raza elegida, sino de la clase elegida, el instrumento sobre el cual, recae la tarea de crear la sociedad sin clases, y la clase destinada a heredar la tierra.
Ambas teorías basan su pronóstico histórico, en una interpretación de la historia, conducente al descubrimiento de cierta ley, que rige su desarrollo. En el caso del racismo, se la considera una especie de ley natural. La superioridad biológica, de la sangre de la raza elegida, explica el curso de la historia, pretérito, presente y futuro. En el caso de la filosofía marxista de la historia, la ley es de carácter económico. Toda la historia debe ser interpretada, como una lucha de clases, en pro de la supremacía económica.
Si nos parece contradictoria, la insistencia de muchos historicistas en el cambio, junto a su creencia en una ley del destino inexorable e inmutable, recordemos, como explicación de la contradicción, que la insistencia historicista en lo mudable, es consecuencia o síntoma, de un esfuerzo necesario, para vencer una resistencia inconsciente, a la idea del cambio. Esto explicaría, también, la tensión emocional que conduce a tantos historicistas – aún en nuestros días – a hacer hincapié, en la novedad de la revelación, nunca oída, que deben formular a la humanidad. Estas consideraciones sugieren, en opinión de Popper, la posibilidad de que los historicistas teman las transformaciones, y que no sean capaces de aceptar la idea del cambio, sin una seria lucha interior. A menudo, en mi opinión, parece como si tratasen de consolarse de la pérdida de un mundo estable, aferrándose a la concepción de que todo cambio, se halla gobernado por una ley inmutable. Recordemos que en Platón y en Parménides encontramos, incluso, la teoría de que el cambiante mundo en que vivimos, es sólo una ilusión. Y de que existe otro mundo más real, que se mantiene eternamente inalterable.
Ya metidos en harina, no debemos olvidar que la astrología, comparte con el historicismo, la creencia en un destino determinado, susceptible de ser predicho. Y con algunas importantes versiones del historicismo (especialmente con el platonismo y el marxismo) comparte también la creencia de que, no obstante la posibilidad de predecir el futuro, podemos ejercer cierta influencia sobre él, especialmente si sabemos de antemano lo que nos depara. Profunda contradicción que nunca han explicado.
En contraste con el historicismo, tal como lo encontramos en Platón, tenemos un punto de vista diametralmente opuesto ¡que también se encuentra en Platón! en la llamada “ingeniería social”. Esta expresión de “ingeniería social”, parece que la utilizó por primera vez, Roscoe Pound, en su “Introducción a la Filosofía de la Ley”. Pero si recordamos a Aristóteles y su “Política”, quizá podríamos considerar a Hipodamo de Mileto, el diseñador de ciudades, como el primer ingeniero social de la historia.
El “ingeniero social”, no se plantea ningún interrogante acerca de la tendencia histórica del hombre, o de su destino, sino que lo considera dueño del mismo, es decir, capaz de influir o modificar la historia, exactamente de la misma manera, en que es capaz de modificar la faz de la tierra. El ingeniero social no cree que estos objetivos, nos sean impuestos por nuestro marco histórico, o por la tendencia de la historia, sino por el contrario, que provienen de nuestra propia elección, o creación incluso, de la misma manera en que creamos nuevos pensamientos, nuevas obras de arte, nuevas casas, o nuevas máquinas.
A diferencia del historicista, quien cree que sólo es posible una acción política inteligente, una vez determinado el curso futuro de la historia, el ingeniero social cree que la base científica de la política, es algo completamente diferente. En su opinión, ésta debe consistir en la información fáctica necesaria, para la construcción o alteración de las instituciones sociales, de acuerdo con nuestros deseos y propósitos.
Y en esas andamos aún. Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Marzo del 2020


jueves, 5 de marzo de 2020

NO HAY EXCUSA EN LA EXISTENCIA

A principios de octubre de 1922, Martín Heidegger envió a las universidades de Marburgo y Gotinga, su solicitud de una plaza de profesor, junto con un estudio titulado “Interpretaciones fenomenológicas de Aristóteles. Indicación de la situación hermenéutica”.
En él trata Heidegger, una vez más, pero quizá de manera más clara e insistente, de la pregunta acerca de en qué puede consistir, la verdadera tarea de la filosofía. “El objeto de la investigación filosófica, es la existencia humana (“mensch-liches Dasein”) en tanto que se interroga, acerca de su carácter ontológico”.
Según Wolfram Eilenberger en su obra “Tiempo de Magos”, es la primera vez que aparece en un texto de Heidegger, el concepto clave de “Dasein” (“Da-Sein”. “ser-ahí”) entendido como forma específicamente humana, de ser interpelado y desafiado por este mundo en todo momento.
Filosofar sería, en este sentido, un proceso de interrogación, de incesante autoaclaración. Pero, con la innovación conceptual del Dasein, se presupone expresamente la imposibilidad de delegar esta tarea: cada uno para sí, cada uno en su lugar y en su tiempo. No hay excusa en la existencia. En todo caso, por lo menos, no la hay en la existencia filosófica. “La existencia fáctica siempre es, sea la que sea, solo la propia, no el ser en general de una humanidad en general”.
Martin Heidegger
Naturalmente, este proceso tan incómodo y, sobre todo, de resultados inciertos, de cada Dasein, puede ser rehuido o desviado. La existencia humana no sería humana, es decir, no sería libre, si no se le abriera esa posibilidad. Heidegger elige, para la omisión más o menos consciente de esta posibilidad (por cierto, igual que Wittgenstein) el término saturado teológicamente, de “caída”, en el sentido de “decaer”. Una situación lamentable, aunque demasiado corriente según Heidegger.
Para Heidegger, la tendencia a decaer de la gran mayoría, no se debería, por ejemplo, a capacidades intelectuales insuficientes. Sino más bien, a una tendencia a la comodidad existencial. Sencillamente ocurre que la mayoría de los seres humanos, prefieren evitar, durante toda su vida, buscarse en serio a sí mismos. Esta forma consciente de evitarse uno a sí mismo, no tiene porque ser ni particularmente dolorosa, ni desagradable. De hecho, es sin duda el modo más seguro y, en su sentido más banal, más feliz y gratificante de existencia.
Pero eso, evidentemente, hace que uno nunca llegue a ser de verdad, quien es o podría ser. Nos coloca en una vida de indiferencia voluntaria y duradera, hacia nosotros mismos, concentrando nuestro interés, en cosas que no son verdaderamente importantes y vitalizadoras. Según Heidegger: en el terreno de lo material, de los bienes corrientes de consumo; en el ámbito social, la carrera profesional; en la esfera del diálogo, la amistad sin auténtica comunicación, y el matrimonio rutinario y sin amor; en la vida religiosa, una fe recibida sin verdadera experiencia de Dios; en el dominio del lenguaje, el empleo incesante e irreflexivo de lugares comunes y frases hechas, que todo el mundo tiene en la boca y se suelen considerar acertados; y en el terreno del estudio, el planteamiento de cuestiones para las cuales se cree conocer ya, con seguridad, la respuesta.
Esto, por supuesto, no va con Heidegger. Él percibe otra interpelación, de su mundo circundante. Y emprende, nada menos, que una crítica fundamental de todos aquellos conceptos, categorías y fijaciones, que han guiado durante dos mil quinientos años (más o menos desde los tiempos de Aristóteles) la reflexión del ser humano sobre su existencia específica. Y en sus “Interpretaciones fenomenológicas de Aristóteles”, explica que ese franco cuestionamiento, tiene que abocar a una completa destrucción y a la sustitución, de esos conceptos y categorías.
Heidegger se presenta ya, en ese su primer texto verdaderamente independiente, como una especie de bola de demolición conceptual, cuyo efecto destructor persigue el objetivo, de dejar de nuevo despejada, la vista hacia el campo desfigurado y sobreedificado, de la pregunta por la existencia.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 18 de Enero del 2020.