Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 12 de marzo de 2020

EL HISTORICISMO Y EL PUEBLO ELEGIDO

Allá por la década de los sesenta, en la Facultad de Económicas de la Complutense, Pedro Schwartz (un conspicuo liberal) que impartía Historia de las Doctrinas Económicas, ya nos advirtió en contra del historicismo. Y ahora, releyendo a Popper, me encuentro de nuevo ante el “monstruo”.
Muchos historiadores estimamos que el “historicismo”, en su vertiente científica, es un método defectuoso, incapaz de producir resultados de valor. Pareciera que eso, después de los terribles años treinta europeos y, máxime después de 1945, cuando se publicó la mayoría de la obra de Popper, era un tema ya cerrado. Pero desde hace unos pocos años, con la resurgencia de los esencialismos y populismos, en nuestro mundo occidental, estimo útil volver a recordar lo históricamente obvio.
Como sabemos, la doctrina historicista central, afirma que la historia está regida por leyes históricas o evolutivas específicas, cuyo descubrimiento podría permitirnos, profetizar el destino del hombre. Y resulta fácil colegir, que un buen ejemplo de historicismo, pude ser la doctrina del pueblo elegido. Dios ha escogido a un pueblo, para que se desempeñe como instrumento dilecto de su voluntad; pueblo que habrá de heredar la tierra. Me es imposible no pensar en ello, cuando estos días escucho (poco) a Puigdemont y Torra, pero también a excelsos portavoces de Vox.
Karl Popper
Parece claro que la teoría del pueblo elegido, surgió de la forma tribal de vida social. El tribalismo – la asignación de una importancia suprema a la tribu, sin la cual el individuo no significa nada en absoluto – es un elemento que encontramos, en muchas de las formas, de la teoría historicista. Las principales características de la doctrina del pueblo elegido, son compartidas por las dos versiones modernas más importantes del historicismo.
Para Popper, esas dos versiones eran: la filosofía histórica del racismo o fascismo, por una parte (la de la derecha) y la filosofía histórica marxista, por la otra (la de la izquierda). En lugar del pueblo elegido, el racismo nos habla de la raza elegida (si tenéis estómago suficiente, leer “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” de Joseph Arthur conde de Gobineau) seleccionada como instrumento del destino, y escogida como heredera final de la tierra. La filosofía histórica de Marx, a su vez, no habla ya de pueblo elegido, ni de raza elegida, sino de la clase elegida, el instrumento sobre el cual, recae la tarea de crear la sociedad sin clases, y la clase destinada a heredar la tierra.
Ambas teorías basan su pronóstico histórico, en una interpretación de la historia, conducente al descubrimiento de cierta ley, que rige su desarrollo. En el caso del racismo, se la considera una especie de ley natural. La superioridad biológica, de la sangre de la raza elegida, explica el curso de la historia, pretérito, presente y futuro. En el caso de la filosofía marxista de la historia, la ley es de carácter económico. Toda la historia debe ser interpretada, como una lucha de clases, en pro de la supremacía económica.
Si nos parece contradictoria, la insistencia de muchos historicistas en el cambio, junto a su creencia en una ley del destino inexorable e inmutable, recordemos, como explicación de la contradicción, que la insistencia historicista en lo mudable, es consecuencia o síntoma, de un esfuerzo necesario, para vencer una resistencia inconsciente, a la idea del cambio. Esto explicaría, también, la tensión emocional que conduce a tantos historicistas – aún en nuestros días – a hacer hincapié, en la novedad de la revelación, nunca oída, que deben formular a la humanidad. Estas consideraciones sugieren, en opinión de Popper, la posibilidad de que los historicistas teman las transformaciones, y que no sean capaces de aceptar la idea del cambio, sin una seria lucha interior. A menudo, en mi opinión, parece como si tratasen de consolarse de la pérdida de un mundo estable, aferrándose a la concepción de que todo cambio, se halla gobernado por una ley inmutable. Recordemos que en Platón y en Parménides encontramos, incluso, la teoría de que el cambiante mundo en que vivimos, es sólo una ilusión. Y de que existe otro mundo más real, que se mantiene eternamente inalterable.
Ya metidos en harina, no debemos olvidar que la astrología, comparte con el historicismo, la creencia en un destino determinado, susceptible de ser predicho. Y con algunas importantes versiones del historicismo (especialmente con el platonismo y el marxismo) comparte también la creencia de que, no obstante la posibilidad de predecir el futuro, podemos ejercer cierta influencia sobre él, especialmente si sabemos de antemano lo que nos depara. Profunda contradicción que nunca han explicado.
En contraste con el historicismo, tal como lo encontramos en Platón, tenemos un punto de vista diametralmente opuesto ¡que también se encuentra en Platón! en la llamada “ingeniería social”. Esta expresión de “ingeniería social”, parece que la utilizó por primera vez, Roscoe Pound, en su “Introducción a la Filosofía de la Ley”. Pero si recordamos a Aristóteles y su “Política”, quizá podríamos considerar a Hipodamo de Mileto, el diseñador de ciudades, como el primer ingeniero social de la historia.
El “ingeniero social”, no se plantea ningún interrogante acerca de la tendencia histórica del hombre, o de su destino, sino que lo considera dueño del mismo, es decir, capaz de influir o modificar la historia, exactamente de la misma manera, en que es capaz de modificar la faz de la tierra. El ingeniero social no cree que estos objetivos, nos sean impuestos por nuestro marco histórico, o por la tendencia de la historia, sino por el contrario, que provienen de nuestra propia elección, o creación incluso, de la misma manera en que creamos nuevos pensamientos, nuevas obras de arte, nuevas casas, o nuevas máquinas.
A diferencia del historicista, quien cree que sólo es posible una acción política inteligente, una vez determinado el curso futuro de la historia, el ingeniero social cree que la base científica de la política, es algo completamente diferente. En su opinión, ésta debe consistir en la información fáctica necesaria, para la construcción o alteración de las instituciones sociales, de acuerdo con nuestros deseos y propósitos.
Y en esas andamos aún. Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Marzo del 2020


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