En estos días han coincidido dos circunstancias, que me han dado mucho que pensar. Por un lado los atroces asesinatos de París (en mí París ¿cómo se atreven? pero no nos detendrán, “siempre nos quedará París”). Y por el otro un correo de un amigo, que me reprocha amablemente que en mis escritos, en mi Blog y/o en Facebook, me exprese muy tibiamente, cómo poco comprometido con mis ideas y, desde luego, poco beligerante contra los adversarios.
Yo creo ser un hombre bastante apasionado, bajo cualquier punto de mira. Y especialmente por eso, porque me conozco bien, desde siempre he procurado mantener a raya mis impulsos, mi rabia, mi indignación, mis ganas de insultar y descalificar. No es sólo una cuestión de educación, que también. Es que considero mucho más útil debatir con serenidad, procurando que mi razón se imponga a mis vísceras. No creo que hablar a gritos, o escribir con mayúsculas, tenga nada que ver con el nivel de mi compromiso.
Los españoles tenemos una bien merecida fama de ser apasionados, de situarnos siempre en los extremos. Y cuando uno se niega al maniqueísmo de los extremos, bien lo sé, corre el peligro de sentirse aislado. Recuerdo las guerras internas del PSOE. La histórica de los años treinta entre prietistas y caballeristas y, la ya de mi época, entre guerristas y renovadores o felipistas. No hubo término medio, o estabas con unos o con otros, y sin matices. Yo tenía buenos amigos en los dos bandos y, más importante, estaba de acuerdo con algunas de las ideas de ambos, y en desacuerdo con otras de los dos sectores. Consecuencia, ni guerristas ni renovadores me consideraron de entera confianza, y me quedé al pairo.
Es verdad que también nos educaron, en general, en una visión maniquea de nuestra historia política. Malraux, creo recordar, dijo algo así como: “Es verdad, la política es maniquea, pero no hay que conformarse con ello”. Tampoco tenemos que conformarnos con la historia que hemos vivido como españoles. Siempre nos fue fácil hallar en ella, motivos para una guerra civil. En cada periodo histórico encontramos razones para pensar de forma maniquea. Y fue especialmente por disconformidad con esa historia, por lo que una generación de políticos, de una y otra orilla ideológica, creyó llegado el momento de romper con ese maniqueísmo. Consensuaron la hoy denostada Transición, y promulgaron la Constitución del 78. Y como historiador, sé que en gran parte y en muchos puntos, la posición, digamos “matizada”, ha sido siempre la que más libertad, justicia y solidaridad ha creado socialmente y de forma estable.
Hablo y escribo como soy. Como he llegado a ser, producto de una suma de naturaleza, de genes, y de educación recibida y buscada por mi mismo. En general prefiero comprender y analizar, a lanzar improperios sobre los adversarios. Que le vamos a hacer, nada me gustan los que vomitan sobre el papel en blanco al darle al teclado. Los que añoren una forma de escribir o expresarse diferente, más recia, más violenta, no tienen más que entrar en las redes, especialmente en los comentarios a cualquier entrada, quedarán más que satisfechos. Y no creo que sea necesario mucho talento literario, para evitar las invectivas vulgares. Es suficiente aprender de los grandes escritores políticos, Tocqueville o Maquiavelo, pongamos por caso entre los clásicos. ¿Alguien ha observado en ellos indignaciones fáciles? Jamás. Es mediante fórmulas irónicas, o palabra bien escogidas, como muestran ellos sus ideas o sus sentimientos.
Que fácil es ponerse solemne o indignarse, y que difícil intentar colocarse en el lugar del otro y preguntarse ¿qué es lo que yo haría o diría en su lugar? Modestamente me gusta creer que algunos de los que me leen, me agradecen el conservar una cierta decencia en la expresión, y no dejarme arrastrar por las pasiones fáciles del momento. Sé muy bien que en política los mitos, las nuevas modas, los estereotipos, las opiniones que se suponen “políticamente correctas” en cada momento, juegan un papel considerable. Y que, especialmente en épocas de desdichas y sufrimientos, la moderación, la racionalidad y la “verdad”, resultan prosaicas e insoportables. Lo que atrae es que en un lugar estén los héroes y en el otro los villanos. Nada de medias tintas.
Reconozco que en el ejercicio de la práctica política (ya no es mi caso) una cierta dosis de pasión es más que necesaria. Pero a la hora de escribir, reflexionar y analizar… serenidad. En esta parte del campo político, se trata de comprender y explicar. Y ojo, la racionalidad, la educación y la contención, para nada significan que uno no condene, y esté en total desacuerdo, con algunas ideas y muchos planteamientos. Pero de lo que no he sido nunca capaz, es de ejercer de “conciencia universal”. Me parece indecente. Muchos de los que hoy escriben sobre política, aún en los medios de papel, o especialmente en el espacio virtual, o bien se expresan con furor contra los adversarios, o se colocan en ese pedestal antipático de jueces supremos de lo que es correcto e incorrecto. O peor, algunos, desde lo alto, condenan la toma de posición de los unos y de los otros, al tiempo que escriben cosas espantosas, sobre aquellos que no les caen bien.
Pero bueno, supongo que cada uno es como es, y con estos bueyes hemos de arar.
Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Enero del 2015.
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