Salí muy pronto de casa para evitar las horas de máximo calor, y para poder caminar sin prisa alguna. La verdad es que el día era estupendo. El camino siempre discurre por encinar (ya sabemos que estos son más frescos que los pinares) y yo estaba disfrutando de la jornada. Así que cuando me paré para tomar un bocado, mis pensamientos y reflexiones comenzaron a volar. Tomé nota de los mismos. Pero al releerlos días después, me parecieron chorradas de un aficionadillo a la filosofía, y allá se quedaron olvidados en la libreta. Hasta que hace unos días al releer a Ortega y Gasset (comencé a leerlo a mis 23 años) me topé con unas reflexiones, que me recordaron a mis notas del 2012, y que ahora, bajo la autoridad de Ortega, ya no me parecieron tan desprovistas de valor. De la mezcla de ambos textos (la parte buena es de Ortega, claro) ha quedado esto:
Desde el punto en que yo estaba tomando un bocado, el encinar se presentaba casi impenetrable y, no sé a santo de que, pensé en el adagio de origen germánico que reza: “los árboles no nos dejan ver el bosque”. Que es el mismo que el francés (según me contaba mi abuela Marie Porcel Bouche) que dice: “La hauteur des maisons empêche de voir la ville”. Cuando uno camina sólo por la montaña, las cosas entorno callan, y el vacío de rumor que dejan exige ser ocupado por algo, y entonces oímos con claridad los latidos de nuestro corazón, los latigazos de la sangre en nuestras sienes, el hervor del aire que invade nuestros pulmones y que luego huye afanoso. Estoy familiarizado con ello, y también con el hecho de que es en estos momentos, caminando solo, cuando mi cerebro vuela más alto.
Encinar |
El encinar estará siempre un poco más allá de donde yo esté. De donde nosotros estamos acaba de marcharse, y queda sólo su huella aún fresca. Los antiguos, que proyectaban en formas corpóreas y vivas las siluetas de sus emociones, poblaron las selvas de ninfas fugitivas. Nada más exacto y expresivo. Conforme camináis, volved rápidamente la mirada a un claro entre la espesura, y hallareis un temblor en el aire como si se aprestara a llenar el hueco, que ha dejado al huir un cuerpo desnudo. Lo que del encinar se halla ante nosotros de una manera inmediata, es sólo pretexto para que lo demás se halle oculto y distante.
Cuando repetimos la frase “los árboles no nos dejan ver el bosque”, tal vez no se entienda su riguroso significado. Los árboles no nos dejan ver el bosque, y gracias a que así es, en efecto, el bosque existe. La misión de las encinas patentes es hacer latente el resto de ellas, y sólo cuando nos damos perfecta cuenta de que el paisaje visible, está ocultando otros paisajes invisibles, nos sentimos dentro de un encinar.
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Tomando notas |
Algunos hombres, algunos políticos, se niegan a reconocer la profundidad de algo, porque exigen de lo profundo que se manifieste como lo superficial. No advierten que es a lo profundo esencial, el ocultarse detrás de la superficie y presentarse sólo a través de ella, latiendo bajo ella. Se pide a lo profundo que se presente de la misma manera que lo superficial. No; hay cosas que presentan de sí mismas lo estrictamente necesario, para que nos percatemos de que ellas están detrás, ocultas. Todas las cosas profundas son de análoga condición. Los objetos materiales, por ejemplo una de estas encinas, que veo y puedo tocar, tienen una tercera dimensión que constituye su profundidad, su interioridad. Sin embargo, esta tercera dimensión ni la vemos ni la tocamos. Encontramos, es cierto, en sus superficies alusiones a algo que yace dentro de ellas; pero este dentro no puede nunca salir afuera y hacerse patente en la misma forma que el exterior del objeto, de la encina. Pues de igual suerte que lo profundo necesita una superficie tras la que esconderse, necesita la superficie, para serlo, de algo sobre lo que extenderse y que ella tape.
Hay gentes que exigen que les hagamos ver todo tan claro, como veo esta encina delante de mis ojos. Y es el caso que, si por ver entendemos, como ellos entienden, una función meramente sensitiva, ni ellos, ni nosotros, ni nadie ha visto jamás una encina ¿Pretenden tener delante a la vez el anverso y el reverso de la encina? Con los ojos vemos una parte de la encina, pero la esencia de la misma no se nos da nunca en forma sensible. No es sólo lo que se ve lo claro. Con la misma claridad se nos ofrece la tercera dimensión de un cuerpo que las otras dos, y, sin embargo, de no haber otro modo de ver, que el pasivo de la estricta visión, las cosas, o ciertas cualidades de ellas, no existirían para nosotros.
Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Junio del 2015.
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