Desconozco si a alguien más le ocurre, aunque supongo que sí, o al menos algo parecido, pero a mí, cuando palpo el cuerpo desnudo y algo inconcreto aún de una idea, me invade un goce, una complacencia, muy parecida a la amorosa. Por eso me deleité mucho rato reflexionando sobre los pensamientos, que se me derivaban de la idea de que “los árboles no me dejaban ver el bosque”, o en este caso el encinar. Con haber reconocido en el encinar su naturaleza fugitiva, siempre ausente, siempre oculta (como escribí) no tenemos aún, entera, la idea del encinar. Si lo profundo y latente ha de existir para nosotros, habrá de presentársenos, y de tal forma que no pierda su calidad de profundidad y latencia. Porque, ya lo apuntábamos el otro día, la profundidad padece el sino irrevocable de manifestarse en caracteres superficiales. Fue Nietzsche en “Así hablaba Zaratustra” quien escribió: “Y entonces quiso meter la cabeza a través de las últimas paredes, y no sólo la cabeza, quiso pasar a «aquel mundo». Pero «aquel mundo» está bien oculto a los ojos del hombre”.
Este encinar magnífico, que ahora me llena de salud y gozo, también me ha proporcionado, me parece, alguna enseñanza. Es un encinar magistral; viejo, como son los de nuestra isla, como son los verdaderos maestros; y sereno, fresco y múltiple. Además, entiendo, practica la pedagogía de la alusión, única pedagogía delicada y profunda. Quien quiera enseñarnos una verdad que no nos la diga: simplemente que aluda a ella con un breve gesto. Las verdades, una vez sabidas, adquieren una costra utilitaria; no nos interesan ya como verdades, sino como recetas útiles. Esa pura y súbita iluminación que caracteriza a la verdad, la tiene ésta sólo en el instante de su descubrimiento. Por eso su nombre griego, alétheia significó - en origen lo mismo que después la palabra apocalipsis – descubrimiento, revelación, propiamente desvelación, retirar el velo cubridor. Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de modo que podamos descubrirla por nosotros mismos.
Tomando notas |
Cuando dicen los hombres de fe, que ven a dios desde lo alto de las cimas, no se expresan más metafóricamente que si hablaran de haber visto un bello paisaje. Y si no hubiera más que un ver pasivo, quedaría el mundo reducido a un caos de puntos luminosos. Pero hay sobre el pasivo ver, un ver activo, que interpreta viendo y ve interpretando; un ver que es mirar. Platón supo hallar para estas visiones que son miradas, una palabra divina: las llamó ideas. Pues bien, la tercera dimensión de estas encinas que llevo contemplando hace tiempo, su profundidad, su interioridad, no es más que una idea, la idea encina.
Palma. Ca’n Pastilla a 2 de Julio del 2015.
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