Nunca he estado de acuerdo con aquellos que van defendiendo la sinceridad absoluta en todo momento, con quien sea y por dura y desagradable que resulte. Creo que si no respetáramos unas mínimas normas de empatía, de respeto, de urbanidad (como se decía en tiempos de mis padres) de misericordia, la convivencia resultaría imposible. Frecuentemente, pienso, la amabilidad no es sólo una forma de cortesía y de buena educación; tampoco es un rasgo superficial que ayuda a ir por la calle, dejando un rastro de falsas sonrisas. En mi opinión es una forma de ética, ya que reconoce que el otro también existe, y merece ser respetado y tratado con gentileza. Juan Carlos Onetti apuntó de pasada en uno de sus relatos: “Se dice que hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes vacíos que tomarán la forma del sentimiento que los llene”.
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Juan Carlos Onetti |
Con el tiempo he podido comprobar, con satisfacción, como algunos escritores y filósofos (Renan, Fichte, Ortega…) también, por lo menos en eso, andaban en mi onda. Y me impresionó mucho el libro de Juan Cruz (gran escritor y periodista en El País, al que tuve el honor de conocer en persona) “Contra la sinceridad”, que leí en Enero del 2001, en el que escribía: “La sinceridad no es la verdad”. Y citaba a Antonio Machado: “Tu verdad no, la verdad, y ven conmigo a buscarla; la tuya, guárdala”. O al filósofo alemán de los aforismos, Liechtenberg: “Es casi imposible llevar la antorcha de la verdad a través de una multitud, sin chamuscarle la barba a alguien”. Pues eso, sinceridad con respeto y empatía hacia nuestro interlocutor. Transparencia en la política siempre que sea racionalmente posible, y no traspase los límites de la vida privada, de nuestra intimidad más esencial. Javier Marías escribía el otro día en El País Semanal: “La humanidad está cayendo, una vez más, en la tentación de carecer de límites, y de no ponérselos. Si las nuevas tecnologías nos lo permiten todo, hagamos uso de todo hasta las últimas consecuencias, parece ser la consigna. Sepamos hasta el último detalle de los pasos de cualquiera, sus compras, sus gustos, sus amistades, sus amoríos, sus prácticas sexuales, si se masturba o no en casa, que escribe, que conversaciones tiene, qué ve, qué escucha, qué lee, a qué juega, su historial médico, cómo vive y cómo muere… Hace sólo un par de generaciones, el 1984 de Orwell nos parecía a todos una pesadilla, un infierno”.
Por favor algo más de contención, e Ironía como alternativa, para respetar unas mínimas normas de convivencia.
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Johann Fichte |
¿Qué sería de nosotros sin los convencionalismos? ¿Qué es la cultura sino un convencionalismo? Lo sincero, lo espontáneo en el hombre es, a no dudar, la animalidad del orangután. Lo demás, lo que transciende de orangután y le supera, es lo reflexivo, lo convencional, lo artificioso. Para Fichte, el destino del hombre era la sustitución de su “yo” individual por el “yo” superior. Y que no nos asuste la metafísica (diría Ángel Gabilondo) ese “yo” superior es meramente el conjunto de las normas: el código de nuestra sociedad, la ley lógica, la regla moral, el ideal estético. Y es también “la buena educación”.
El romanticismo, el anarquismo, el energumenismo, la prepotencia impostada o no… acaso no sean más que ensayos para justificar la debilidad del hombre, en la pugna con su orangután interior. Por el contrario para Ortega, y también para mí, el clasismo significa el amor a la ley, el lujo del hombre fuerte que se posee a sí mismo, que se controla, y somete a normas la influencia excesiva de su energía, o lo que es lo mismo, el sistema de la Ironía, de la continencia. Por eso pertenece a Grecia ¡¡de nuevo Grecia!! el nombre de pueblo clásico: la continencia se inventó en Esparta; la ironía floreció por primera vez en Atenas. Y por eso Goethe es un clásico cuando dice: “Sólo el grosero sigue su capricho/el noble aspira a ordenación y a ley”. La cultura es siempre la negación de la naturaleza, y como en el hombre a lo natural llamamos espontáneo, tendremos que definir la cultura, como la negación de lo espontáneo, es decir, Ironía.
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Ernest Renan |
No, no seamos sinceros, ni espontáneos, ni románticos, suplantemos nuestro “yo” real por un “yo” normal, normativo, de tan exquisitas superfluidades. Los románticos sólo nos retrotraerían a la inocencia originaria y edénica. Frente a todo esto, opongamos la clásica ironía y finjámonos ya absolutamente europeos, defensores de las ficciones bien fundadas a lo largo de la solidaridad histórica: la lógica, la ética, la estética y la bonne compagnie. Como la función crea el órgano, el gesto crea el espíritu, y una postura digna facilita la dignidad. La materia no es nada; el orden, la medida, la ficción, lo convencional, la postura, lo son todo. Y deberíamos exclamar como una vez Renan: “Me gusta ponerme de rodillas delante de nada”.
Palma. Ca’n Pastilla a 12 de Julio del 2015.
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