Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 25 de agosto de 2015

De la Historia y los historiadores (II)

En la entrega anterior escribí sobre las dudas de los historiadores y los problemas de la historia. Pero ahora me gustaría señalar, que una de las cosas que la historia tiene a su favor, y una de las razones por las que sobrevive, a pesar de que la crítica literaria esté en crisis, y la ciencia política se haya vuelto casi ininteligible, es precisamente que sus lectores estamos de acuerdo en que debería estar bien escrita. Decía Judt que un libro de historia mal escrito es un mal libro de historia. Y que incluso algunos buenos historiadores, a menudo dejan mucho que desear como estilistas, y sus libros no se leen.
Los Historiadores e historiadores no sólo deberíamos escribir bien porque eso signifique que la gente nos va a leer, ni porque de eso se trate la historia, sino también porque no quedan ya muchos oficios, que tengan una responsabilidad con el lenguaje. El contraste obvio sería el novelista. Desde el auge de la “nueva” novela en Francia, en las décadas de de 1950 y 1960, las novelas han estado colonizadas por formas no estándar del lenguaje. No podemos decir que esto sea nuevo, pero los historiadores no podemos seguir este ejemplo. Un libro de historia no estándar, es decir, escrito sin atenerse a un orden de secuencia o a la sintaxis, sería sencillamente incomprensible. Digamos que en este aspecto, estamos “obligados” a ser conservadores. Judt pone el ejemplo del texto original de “Robinson Crusoe”: “el argumento es maravilloso, pero la prosa echa verdaderamente para atrás”. Por el contrario la “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano” de Gibbon, es perfectamente accesible al historiador de hoy en día, e incluso a un escolar moderno. Lo único que ha cambiado, es que Gibbon se permite un tono descaradamente moralizante, y unas intrusivas digresiones argumentativas, que hoy serían reprochables en un historiador. Seguramente la escritura de la historia se desvió un tanto de rumbo, en la primera mitad del s.XIX. Las exageraciones románticas y las florituras de un Macaulay, un Carlyle o un Michelet, resultan hoy muy extrañas para nuestro oído. Supongo que los románticos tienen hoy sus fervorosos seguidores ¿por qué no? Pero la grandilocuencia, y el descontrol sintáctico de su escritura, a mi no me gustan, no me interesan demasiado.
Tony Judt
En mis escritos he repetido con frecuencia, que el conocimiento de la historia nos permite evitar ciertos errores en el presente. Pero quizás sería más exacto decir, que el error más común hoy en día, es citar el pasado desde la ignorancia. Aún recuerdo cuando Condoleezza Rice (Doctora en Ciencias Políticas y Rectora de la Universidad de Stanford) invocó la ocupación estadounidense de la Alemania de posguerra, para justificar la guerra de Irak ¿Cómo se puede dar un tal analfabetismo histórico en esa analogía? Dado que todos (historiadores, políticos, analistas, periodistas, participantes en la redes sociales…) somos tan aficionados a explotar el pasado para justificar el presente, la necesidad de saber de verdad historia, debería de ser incontestable. Una ciudadanía mejor informada, será siempre menos susceptible de que la engañen con un uso abusivo del pasado, al servicio de los errores del presente. Es tremendamente importante para una sociedad abierta (Popper) conocer su pasado. Recordemos que uno de los rasgos que tenían en común las sociedades cerradas del s.XX, ya fueran de izquierdas o de derechas, era que manipulaban la historia. Amañar el pasado, es la forma más antigua de control del conocimiento. Si tienes en tus manos el poder de la interpretación de lo que pasó antes, el presente y el futuro estarán a tu disposición. De tal manera que, por simple prudencia democrática, conviene garantizar que la ciudadanía esté bien informada históricamente.
Y en este sentido, como a otros buenos historiadores de izquierdas, me preocupa, aunque pueda parecer contradictorio, la enseñanza “progresista” de la historia. En nuestra juventud (aunque en España hasta eso se manipulaba) la historia era un montón de información. La aprendías – yo leyendo libros franceses – de una forma organizada, secuencial, por lo general siguiendo una línea cronológica, cuyo propósito era proporcionar a los jóvenes, un mapa mental del mundo que habitaban. Ahora muchas veces ya no, porque se ha insistido demasiado en que aquel era un enfoque acrítico, y mucho de verdad había en ese juicio. Pero irse al otro lado, hacer una vez más el péndulo, a mi parecer ha sido una equivocación, un tremendo error sustituir aquella historia cargada de datos, por la intuición de que el pasado era una serie de mentiras y prejuicios que necesitaban ser corregidos: prejuicios que favorecían a las personas de raza blanca, o a los hombres en vez de a las mujeres, mentiras sobre el capitalismo o el colonialismo, o lo que sea.
Timothy Snyder
Este enfoque o enfoques supuestamente “críticos”, dirigidos (digamos siendo generosos) a ayudar a los jóvenes y estudiantes a formar sus propios juicios, son contraproducentes. Generan confusión más que perspicacia, y la confusión es la enemiga del conocimiento. Antes que nadie pueda entender el pasado y criticarlo, tiene que saber lo que ocurrió, en que orden y con que resultado. En cambio, me temo, estamos educando generaciones de ciudadanos completamente desprovistos de referencias comunes. La tarea del historiador, si se quiere verlo de este modo (escribe Judt) es proporcionar la dimensión del conocimiento y la narrativa histórica, sin lo cual no podemos ser un todo cívico. Los historiadores tienen, tenemos, la responsabilidad de explicar. Y aquellos de nosotros que elegimos especializarnos en Historia Contemporánea, tenemos, me parece, una responsabilidad más: una obligación respecto a los debates contemporáneos, que es por supuesto inaplicable, por ejemplo, al historiador de principios de la Edad Antigua.
Timothy Snyder se preguntaba ¿Es la historia, como decía Aristóteles, el relato de las hazañas y sufrimientos de Alcibíades? ¿O las fuentes del pasado simplemente nos proporcionan la materia prima, que nosotros debemos convertir en fines políticos o intelectuales? Y yo me siento muy en consonancia con Tony Judt, en su opinión de que este pensamiento, este interrogante, debería dividirse en dos partes. La primera es, simplemente, que el trabajo del historiador es establecer, que cierto hecho ocurrió en efecto. Y esto lo hacemos de la forma más efectiva que podemos o sabemos. Esta tarea que debería ser bastante obvia de descripción, es en realidad crucial. Y sin embargo, la corriente actual, cultural y política, fluye en dirección contraria, la de borrar acontecimientos pasados, o explotarlos para otros propósitos más turbios. Por eso es una gran responsabilidad nuestra hacer bien nuestro trabajo, una y otra vez sin desesperar. Y soy consciente de que se trata de una tarea de Sísifo: las distorsiones cambian de continuo y, también, el énfasis en la corrección fluctúa constantemente. Pero muchos historiadores no le ven así, y no siente ninguna responsabilidad por ello. Quizás por eso, para Judt, no son verdaderos historiadores.
A la segunda parte del interrogante de Snyder, debería contestarse recordando que los historiadores, tenemos también una segunda responsabilidad. No somos sólo meros historiadores, también somos ciudadanos, con la responsabilidad de establecer una relación entre nuestras capacidades y el bien común. Obviamente debemos escribir la historia tal cual la vemos, por poco atractiva que resulte al gusto de nuestros días. Y nuestros descubrimientos e interpretaciones son tan susceptibles de ser mal utilizados, como nuestro objeto de estudio. La historia es siempre frágil frente al abuso político. De hecho tal vez sea la disciplina más expuesta en ese sentido.
Karl Popper
Recuerdo muy bien cuando allá por 1989, cuando la caída del Muro de Berlín, y el colapso absoluto del sistema comunista o soviético, se comenzó a decir que “la historia estaba acabada”. Ya fuera bajo la inofensiva fiesta del hegelianismo de Fukuyama, o de la tóxica variante texana, tan de moda a partir del 11 de Septiembre del 2001: digamos “adiós a todo eso”, y tanto mejor ahora cuando ya todos somos liberales burgueses. Pero entonces la pregunta sería, me parece: si educamos a nuestros hijos como si la historia estuviera en efecto “acabada” ¿sería posible la democracia? ¿sería posible la sociedad civil? Personalmente estoy convencido de que no. La condición necesaria de una sociedad verdaderamente democrática o civil – lo que Karl Popper denominó la “sociedad abierta” – es una conciencia colectiva, sostenida en el tiempo, de que las cosas siempre están cambiando de diversas formas, y que, sin embargo, el cambio total es siempre ilusorio. Y en cuanto Fukuyama, lo único que hizo fue adoptar la historia comunista a sus propósitos. En lugar de que el propio comunismo, dotara de un fin y un objetivo en dirección al cual avanza la historia, ese “rol” se le asignó a la caída del comunismo. Y afirma Judt: “el trabajo del historiador es coger esta soberana estupidez y ponerla patas arriba”. Pero cuando desacreditamos las falsas afirmaciones de la política, deberíamos obligarnos a poner algo en su lugar: una línea narrativa, una explicación coherente, una historia comprensible. Pues si no tenemos claro, qué fue lo que ocurrió o no ocurrió en el pasado ¿cómo vamos a presentarnos ante el mundo, como una fuente creíble de autoridad desapasionada? Así que tiene que existir un equilibrio, y no digo que sea fácil de conseguir. Pero si sólo lías embrollos, no aportas nada. Si hacemos una historia caótica para nuestros alumnos o lectores, abandonamos nuestro propósito de contribuir a la conversación cívica.

Palma. Ca’n Pastilla a 7 de Agosto del 2015.



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