Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Isak Dinesen

En la primavera de 1986 Elena Valenciano, por entonces algo así como mi “Jefa de Gabinete”, en la “Secretaría de Admon. y Finanzas del PSOE”, y que sabía bien de mi pasión por Isak Dinesen (seudónimo de la Baronesa von Blixen-Finecke) y su obra literaria, me preguntó porque no escribía un artículo para “Letra Internacional”. Yo no estaba seguro de estar a la altura. Pero pasando ella por encima de mis temores, se puso directamente en contacto con mis amigos Salvador Clotas y Ludolfo Paramio, directores de la mencionada revista, quienes formalmente me insistieron en que lo escribiera. Así que aprovechando las vacaciones de ese Agosto, redacté el largo artículo, que se publicó en el número de Otoño de Letra, y que ahora subo al Blog.
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
Me temo que la atracción erótica de Robert Redford y las bellas imágenes, de los inmensos espacios abiertos de Kenia, explicitados magistralmente en la película “Memorias de África”, tengan mucho que ver con la popularidad actual de Isak Dinesen y sus principales obras. Nada tengo que decir, sino todo lo contrario, en oposición al erotismo y a la estética.
Pero a mí personalmente me gusta creer, que el favor de que gozan hoy lo libros de la baronesa Karen Blixen, se debe a una especie de rebelión contra un concepto de la vida excesivamente pragmático, materialista, en que todo se mide en términos radicalmente prácticos, y se tasa exclusivamente por su valor de mercado.
Isak Dinesen. Karen von Blixen
En los últimos tiempos estamos presenciando un renacer del puritanismo, con su evangelio del trabajo por el trabajo y sus restantes virtudes hermanadas siempre con la más absoluta prudencia. Asistimos diariamente a la exaltación de la cultura individualista – el Estado debe ser arrinconado – del éxito individual y la respetabilidad social. Reagan quiere que la oración sea obligatoria en las escuelas públicas. Se pretende revisar, en clave reaccionaria, las legislaciones sobre el aborto, la pena de muerte y, si me apuran, el divorcio. Toda una campaña se está orquestando contra las relaciones sexuales que la “gente bien” – la de mente sucia que decía Bertrand Russell – considera heterodoxas; como si iniciáramos una vuelta a ese ascetismo que parece surgir como tendencia, cuando se ha llegado a un cierto grado de civilización (no lo hallamos en los primeros libros del Antiguo Testamento, pero sí ya en los últimos y, sobre todo, en el Nuevo Testamento). El deseo de liberar al espíritu de la servidumbre de la carne, ha inspirado muchas de las grandes religiones, y parece cobrar hoy dimensión entre los líderes de lo que llamamos “mundo occidental” (véase “Nuestra ética sexual”, de Bertrand Russell).
En este escenario aparecen como un soplo de aire fresco, como una bocanada de oxígeno: Lejos de África, Sombras en la hierba, Cuentos de invierno, Siete cuentos góticos, Cartas de África… etc. Su canto a la vida, a la naturaleza, a los espacios abiertos, al amor, al erotismo; su alegría de vivir; su añoranza de un tiempo en que las grandes pasiones eran algo cotidiano; sus descripciones de lo que sería una “nueva aristocracia”… parecen haber “llegado” a un cierto fondo de romanticismo que, aletargado, perviviría, a pesar de todo, en muchos de nosotros.
Y, por difícil que sea, quizás aún más que sus criaturas literarias, sea la propia “Baronessen”, por su vida y su personalidad (“Isak Dinesen”, Judith Thurman, Planeta 1986) la que realmente nos ha devuelto nuestra fe en la vida, nuestra propia alegría de vivir, “una grande, una salvaje alegría de estar vivos (Op. cit.).
“La muerte no es nada, el invierno no es nada, porque las llamas, el fuego, han vuelto a erigir los caídos altares de mi juventud en la hierba primaveral” (“Rog”, Humo, de Sophus Claussen).
Podríamos decir que Karen Dinesen WestenholzBaronesa Blixen-Finecke, por casamiento – fue una feminista “avant la lettre”. Emancipada, independiente, libre, es ella y no su marido la que en el primer cuarto de este siglo dirige la empresa cafetera “la granja” en África. Por encima y en contra de su clase, la vieja aristocracia europea, mantiene posiciones que, aún hoy, se considerarían avanzadas en temas como política, relaciones con otras razas, moral, religión, sexualidad… etc.
Su padre – Wilhelm Dinesen – aventurero, romántico, soldado, político y escritor, aunque desaparecido cuando aún ella era una jovencita – se suicidó – fue su principal mentor. Le enseño a pensar con independencia, libremente, al margen de dogmas de creencias tradicionales y absurdas (“Soy” escribía a la que por entonces era su novia, futura madre de Karen, “mucho más librepensador en materia religiosa que tú. He visto tantas y tan extrañas ceremonias religiosas que casi todas las religiones me parecen locas, absurdas, estúpidas, y a veces abominables”).
Fue él quien sacó a Karen aún niña, del limbo doméstico y la transportó a otro mundo en el que había pasiones, espacios abiertos, grandezas, tierras vírgenes, campos de batalla… Le inculcó el gusto por una vida desinhibida y sensual, con sus peligros éticos y su abnegación. Y, sobre todo, le dio un sentido de su energía erótica que fue, desde un principio, exagerado. Ella y su padre formaron una aristocracia de dos miembros, y el mayor orgullo de Tanne (así la llamaban en su juventud) era ser de él y no y no de “ellos” (los puritanos y los prudentes Westenholz maternos. Op. cit.).
Cuando en la Europa de los años diez y veinte el consenso era conservador, mojigato y patriarcal ¡no digamos las mujeres! ella fue radical, liberada y moderna. Luego, cuando se hizo más liberal – y después socialista o socialdemócrata en su Dinamarca de la postguerra – Karen se encargó de representar el “ancien régime”… y le encantaba escandalizar a la gente con sus “declaraciones aristocráticas”: “Le gustaba la provocación por la provocación, lo que tal vez no fuese tan frívolo como parece. Lo hacía siempre en aras del principio erótico” (Op. cit.).
Karen Blixen se enamoró profundamente de la vida. Le gustaba vivir, disfrutaba enormemente con ello. Toda su persona era vitalidad, sensualidad. Había que exprimir la vida, sacarla la última gota de jugo a lo que te ofrecía en cada momento. Se debía “estar en relación directa con la vida; aceptar el destino sin condiciones, dejar de posponer la vida en nombre de un ideal” (Op. cit.). Se hubiera declarado en completo acuerdo con Bertrand Russell cuando este escribió en su obra”: “Yo creo que, en todas las descripciones de la vida buena en la tierra, tenemos que dar por supuestas ciertas bases de vitalidad y de instinto animal; sin esto la vida se hace mansa y carente de interés. La civilización debe contribuir a esto, no ser un sustitutivo de ello; el santo ascético y el sabio apartado no son seres humanos a este respecto. Un pequeño número de ellos pueden enriquecer una comunidad; pero un mundo compuesto de ellos se moriría de aburrimiento”.
Un buen resumen de esta filosofía vitalista lo podemos encontrar en la carta que Karen escribe a su madre con motivo del suicidio de su prima Daisy Castenskiold: “No creo que nadie pueda decir que fue desgraciada. Vivió la vida con más alegría que la mayoría de la gente; estaba siempre comprometida en algo y todo le interesaba, y fue amada como pocas personas lo son”.
Resumiría, con H. G. Wells que “la idea más grande y revolucionaria de la época moderna es educar a los seres humanos para la felicidad” (“El sueño”).
Pero vivir, entendido como algo más que sobrevivir, como mantenerse “en marcha”, llegó a constituir una necesidad biológica para la baronesa. En un cierto momento de su vida quiso hacer una peregrinación a La Meca; ir en scooter por las calles de París; construir un hospital para los masai; visitar las ruinas de la antigua Grecia; encontrar la cabaña en que su padre vivió unos años con los pieles rojas en Wisconsin… Y más tarde tendría la osadía de pretender que como combustible para todo eso bastaba con una dieta de ostras y champán. La exhortación de Pompeyo a su tripulación, “Navigare necesse est vivere non necesse” (Navegar es indispensable, vivir no) fue su lema, y literalmente llegó a significar que era más importante mantenerse en marcha que vivir (Op. cit.).
Es la misma filosofía que llevó a Elizabeth Janeway a escribir en “El arte de detener el tiempo”: “Lo único que en realidad nos pertenece en nuestra existencia es lo que hemos vivido plenamente”. O la de todos aquellos que amamos la montaña y nos sentimos identificados con Elizabeth Arthur cuando afirma en “Más allá de la montaña”: “No vinimos para alcanzar la cumbre, para poder decir luego que lo habíamos hecho; para estar aquí y ahora, es por lo que hemos venido… Para así conocernos mejor y demostrar, al menos a nosotros mismos, que alcanzar las cumbres no es lo más importante sino moverse hacia ellas”.
Wilhelm (su padre) transmitió a Karen, como tantas otras cosas, un profundo, un apasionado amor por la Naturaleza; y una concepción de ésta como la gran fuerza moral. La llevaba a dar largos paseos por el bosque o la orilla del Sund. Y le enseñó a ser observadora, a distinguir las flores silvestres y el canto de los pájaros, a contemplar la luna, a designar por su nombre a las plantas. “Ejercitó sus sentidos, le hizo ser consciente de ellos como lo es un cazador, a imitación de su presa” (Op. cit.). Karen Blixen contaba lo que creía era su recuerdo más antiguo: “ser llevada de la mano hasta lo más alto de una colina para mostrarle un panorama espectacular” (Op. cit.).
Buena discípula, aprendió a fondo la lección, e Isak Dinesen nos ha dejado repetidas muestras de esa sensibilidad extrema hacia la belleza del entorno natural: “… antes de la salida del Sol, cuando las estrellas, a punto de retirarse y desvanecerse en la cúpula del cielo, aún pendían de él como grandes gotas luminosas, y el aire quieto tenía aún la extraña limpidez y la profundidad de agua de fuente del alba de África” (“Sombras en la hierba”). “La hierba era yo, y el aire y las montañas visibles a lo lejos eran yo, y los cansados bueyes eran yo. Yo respiraba en la brisa nocturna que acariciaba los espinos” (“Lejos de África”).
Como muy pocos, Karen Blixen hizo honor al aserto de Bertrand Russell: “El hombre es parte de la naturaleza, no algo en contradicción con ella” (“Lo que creo”).
El amor, como el vivir, fue para Tanne pasión, libertad, ausencia de normas; pero respeto y cariño para la pareja, aún cuando la pasión ya fuera un recuerdo: “He salido de cuantos asuntos amorosos he tenido como la mejor amiga de mi pareja”, escribe a su hermano Thomas (“Cartas de África 1914-1931”). Se reveló contra la mojigatería y la represión de la necesidad sexual, fenómeno tan usual en la cultura de la clase media. Y el amor diario, duradero, con erosiones y desengaños, tan mecánico, tan amistoso, tan artificial, le parecía totalmente insípido.
Au revoir
He llorado y he dicho adiós,
así termina nuestro duelo de amantes.
El honor de ambos quedó bien servido.
Y para honra de tu alma
recordaré todos los viejos lugares.
Amigo, fue agradable, en cualquier caso”.
(En el archivo de Karen Blixen, Biblioteca real de Copenhagen).
En el amor, como en la caza, la preparación es casi tan importante como el final, pero este tiene que ser total, definitivo. Caza y amor son ambos luchas “mortales” y formas de juego. La gallardía de las dos partes y su respeto mutuo por el ritual de la persecución son más importantes que el resultado (“Isak Dinesen”. J. Thurman). “Pero recordé – escribe en ‘Sombras en la hierba’ – las palabras de mi viejo amigo el tío Charles Bulpett: ‘la persona que es capaz de deleitarse en una grata melodía sin querer aprenderla, en una mujer hermosa sin desear poseerla, o en un magnífico animal salvaje sin querer matarlo, no tiene corazón’. De este modo aquel disparo, en aquel lugar y antes del alba, fue en realidad una declaración amorosa”.
Gallardía en la caza, gallardía en el amor, pero, sobre todo, gallardía al encarar la vida, define a quienes la poseen, en la concepción de Karen, como una nueva aristocracia social, una mejor forma de nobleza. Tanto Galbraith Cole, como su hermano Berkeley y su cuñado lord Delamere (algunos de sus amigos de África) así como su amante Denys Finch-Hatton, poseían lo que ella llamaba “lo más importante en un noble, un ‘fond gaillard’ (Notaterom Karen Blixen, de Clara Svendsen).
Quizás Tanne fue seducida por la extraordinaria confianza en sí mismos de que hacían gala algunos de aquellos aristócratas ingleses que encontró en Kenia. “… la absoluta confianza en sí mismos de los aristócratas ingleses que había conocido recientemente, hombres como Delamere y Galbraith Cole, que ‘comprendían su propio carácter y actuaban sin miedo de acuerdo con él” (“Cartas de África”). No se sentían destinados a dejar huella en el mundo, pero tenía una confianza aristocrática en su lugar en él” (“Isak Dinesen”, Judith Thurman).
Pero “aristócrata” es para Karen Blixen todo aquel que encara la vida con gallardía, con estilo, con pasión, trágicamente; pertenezcan a la nobleza de sangre, al proletariado, a la burguesía comercial, o a la tribu de los masai.
Pueden ser verdaderos “aristócratas” los integrantes del proletariado: “… debo ir entre el proletariado… los verdaderos aristócratas… porque el proletariado no tiene nada que perder. Pero la clase media siempre tiene algo que perder, y el Diablo está entre ellos en su forma peor, es decir, la más mezquina” (“Cartas de África”).
Pero también pueden ser dignos de pertenecer a esa “nueva aristocracia” ciertos pequeños empresarios que, paradójicamente pertenecerían a la denostada clase media: “Los firmes y resueltos viejos comerciantes no pestañeaban al hacer balance: en los tiempos difíciles miraban cara a cara a la quiebra y la ruina” (“Cuentos de Invierno”).
Y sobre todo son “aristócratas” los queridos, los admirados masai: “Era justo, pensé, que Emmanuelson hubiera buscado refugio entre los masai y que ellos se lo hubieran dado. La verdadera aristocracia y el verdadero proletariado del mundo comprenden la tragedia… En esto se diferencian de la burguesía de todas las clases, que niega la tragedia, que no la tolera y para la cual la propia palabra es desagradable… Los taciturnos masai, que son a la vez aristócratas y proletarios, reconocerían en el solitario caminante de negro una figura trágica; y el actor trágico con ellos, había dado lo mejor de sí” (“Lejos de África”).
Seguramente Karen Blixen fue heredera de Georg Brandes en su concepto de la “nueva aristocracia” (Brandes, aún poco conocido en España, fue el crítico que apoyó a Ibsen, “descubrió” a Nietzsche, y gozó de una notable influencia sobre casi todos los grandes escritores escandinavos, incluida Isak Dinesen). Brandes escribió en su gran obra “Ensayo sobre el radicalismo aristocrático”: “Porque sólo una cosa es necesaria: dotar de estilo a nuestro carácter”.
Georg Brandes había reiterado la exhortación de Nietzsche en pro de una “nueva nobleza”, una clase de personas que han aprendido a conocer la vida a través de la acción y que por ello saben que hacer con la historia. Fue esta “clase” la que Karen admiró siempre cuando se la encontró en la vida real, la que le proporcionó los protagonistas de sus obras y la que lamentó en sus últimos años que hubiera prácticamente desaparecido en Dinamarca.
Fue Brandes quien dio la definición nietzscheana de la “verdadera nobleza” como “la capacidad del hombre para responder de sí mismo y asumir responsabilidades”. Concepto que, resumido, figuraría igualmente en la divisa de la familia Finch-Hatton: “Je responderay”.
Vivir con gallardía y saber morir, principio y final de ese “gran juego” que sería la vida. Carácter de juego que halla su forma más pura en el “gran gesto”. Se plantea una tarea que entraña enormes riesgos y se lleva a cabo como si no implicase el menor esfuerzo. Se exige un gran precio, y se paga otro aun mayor como si nada. La esencia de todos los “grandes gestos” está en burlarse de la necesidad, económica, biológica o narrativa. El gesto desafía el impulso burgués de valorar toda experiencia en términos prácticos, por su valor de mercado. La propia supervivencia, la más básica de las necesidades, es la que tiene el precio más alto, y en consecuencia los gestos más grandes se relacionan con ese exquisito “savoir-mourir” que tan profundamente admiró Karen von Blixen-Finecke (“Isak Dinesen”, Judith Thurman).

Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Noviembre del 2015.






No hay comentarios:

Publicar un comentario