Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

jueves, 26 de noviembre de 2015

La Modernidad y la Crítica Estética. Baudelaire y Benjamin

De la Modernidad, del legado de la Ilustración, ya he escrito un par de veces, y puede que vuelva a hacerlo. Pero hoy me gustaría limitarme a unos apuntes, para reflejar la importancia que la crítica estética tuvo, en la toma de consciencia del problema o problemas, a los cuales se vio confrontado el concepto de “modernidad”.
La modernidad no puede ni quiere tomar prestados de otra época, los criterios en función de los que se orienta. “La modernidad se ve obligada a extraer su normativa, de ella misma”. Quizás esto explique que sea tan irritable respecto a la idea que ella se hace de si misma, y también la dinámica de sus tentativas para “fijarse” y “ser fijada sobre si misma”, que se han producido sin descanso hasta nuestros días.
Pero fue inicialmente en la crítica estética, como ya he dicho, donde se tuvo inicialmente consciencia, del problema al que la modernidad se enfrentaba: el de fundarse por sus propios medios. Ello se comprueba claramente, desde el momento que reconstruimos la historia del término “moderno”. El proceso de ruptura con el modelo del arte antiguo, se inició a principios del siglo XVIII en la celebre “Querelle des Anciens et des Modernes” (H. R. Jauss). El partido de los Modernos se rebela contra la idea, que el clasicismo francés se hace de si mismo, asimilando el concepto aristotélico de perfección al de progreso, tal como había sido sugerido por la ciencia moderna. Los “Modernos” ponen en cuestión el sentido de imitación de los modelos antiguos, apoyándose sobre argumentos histórico-críticos; y con respecto a normas de una belleza absoluta, aparentemente supratemporal, definen los criterios de lo bello como algo temporal o relativo, expresando así la idea que la Ilustración se hace de si misma, la de representar el inicio de una nueva era. Aunque el sustantivo modernitas (y la pareja de opuestos antiqui/moderní) haya sido empleado en sentido cronológico desde la Antigüedad tardía, el adjetivo “moderno” no ha sido substantivado hasta mucho después, en las lenguas europeas de los tiempos modernos, e incluso entonces, sólo en el dominio de las bellas artes. Lo que explica porque los términos de “moderno” y “modernidad”, han mantenido hasta nuestros días, un núcleo de significación estética, caracterizado por la idea que el arte de vanguardia se hace de si mismo (H. R. Jauss Pour une esthétique de la réception).
A ojos de Baudelaire, la experiencia “estética” se confundía con la experiencia “histórica” de la modernidad. En la experiencia fundamental de la modernidad estética, el problema de la autofundación adquiere una forma más aguda, en la medida en que el horizonte de la experiencia temporal, se reduce al de la subjetividad descentrada, que se aparta de las convenciones de la vida cotidiana. Por esto es por lo que el arte moderno, ocupa en Baudelaire un lugar singular, en la intersección de las coordenadas de la actualidad y la eternidad. “La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable” (Ch. Baudelaire: “Le Peintre de la vie moderne”). En adelante la modernidad, reenvía a una actualidad que se consume, y pierde la extensión de un tiempo de transición, de un tiempo actual extendido a lo largo de varios decenios, ubicado en el corazón de los tiempos modernos. La actualidad no puede tomar consciencia de ella misma, por oposición a una época superada y rechazada, como una “figura” del pasado. No puede constituirse, sino en tanto que intersección del tiempo y de la eternidad. Como contacto inmediato entre actualidad y eternidad, la modernidad no consigue, bien sûre, librarse de su precariedad, pero evita la trivialidad: según entiende Baudelaire, la modernidad apunta a conseguir que el instante transitorio, sea reconocido como el pasado auténtico de un presente próximo. La modernidad prueba su valía en lo que será un “día clásico”, será clásico en adelante el “relámpago” en el cual surge un tiempo nuevo que, si no perdura, ratifica su declive en su primera entrada en escena. Esta concepción del tiempo, aún más radicalizada en el surrealismo, justifica el parentesco entre “modernidad” y “moda”.
Baudelaire parte del resultado de la conocida y ya mencionada “Querelle des Anciens et des Modernes”, pero modifica, de forma significativa, la relación entre lo bello absoluto y lo bello relativo: “Lo bello está compuesto de un elemento eterno, invariable, y de un elemento relativo, circunstancial, como la época, la moda, la moral o la pasión. Sin este segundo elemento, que es como un envoltorio divertido, titilante, aperitivo del divino pastel, el primer elemento sería indigesto, inapreciable, no apto ni apropiado para la naturaleza humana”. Crítico de arte, Baudelaire subraya en la pintura moderna, el aspecto de la “belleza pasajera, fugaz, de la vida presente, el carácter de lo que el lector nos ha permitido llamar la “modernidad”. Baudelaire escribe “modernidad” en cursivas; pues es consciente del nuevo uso, original desde el punto de vista terminológico, que hace de esta palabra. En este sentido la obra auténtica está, de forma radical, ligada al instante de su génesis; es precisamente porque ella se consume en la actualidad, que puede interrumpir la ola perenne de las trivialidades, quebrar la normalidad, y colmar el imperecedero deseo de belleza, el tiempo de una fusión pasajera entre lo eterno y lo actual.
La belleza eterna no se descubre más que bajo el disfraz de un traje de época; es lo que Walter Benjamin señalará de la imagen dialéctica. La obra de arte moderno se coloca bajo el signo de unión entre los esencial y lo efímero. Este carácter de actualidad fundamenta, por otra parte, el parentesco entre el arte, la moda, lo nuevo, el punto de vista del ocioso, del genio o del muchacho, quienes no disponen de protección contra la excitación que constituyen los modos de percepción usuales y convencionales, y que, de esta manera, quedan indefensos frente las agresiones de la belleza y de las excitaciones transcendentes, disimuladas en las realidades más cotidianas. El papel del “dandy” consiste, entonces, en el hecho de ser apático, indiferente, y en el de proporcionar a este tipo de no-cotidianidad un giro ofensivo, manifestando la no cotidianidad por la provocación. El “dandy” combina la ociosidad y el gusto por la moda, con el placer que el siente por sorprender, sin ser él nunca sorprendido. Es el experto en el gusto pasajero del instante, del cual brota lo nuevo. “Busca cualquier cosa que pueda llamar “modernidad”, pues para él no existe otra palabra que exprese la idea en cuestión. Se trata, para él, de extraer de la moda, lo que pueda contener de poético en lo histórico, de sacar lo eterno de lo transitorio”.
Walter Benjamin retoma el tema para descubrir, a pesar de todo, una solución al paradójico problema, de extraer de la contingencia de una modernidad, convertida en absolutamente transitoria, los criterios que le son “propios”. Si Baudelaire se tranquilizaba, pensando que la constelación del tiempo y la eternidad, se cumplía en la obra de arte auténtica, Benjamin intenta traducir de nuevo esta experiencia fundamental de orden estético, en una relación de orden histórico. Y da forma al concepto de lo “à-présent”, en el que han penetrado astillas del tiempo mesiánico o finalizado, y ello por medio del tema de la “mímesis”, por así decirlo convertido en transparente, detectable en los fenómenos de la moda: “La Revolución francesa se entendía como una Roma reanudada. Se citaba la antigua Roma, exactamente como la moda se refiere a un vestido de otros tiempos. Recorriendo la vieja maleza, es como la moda detecta el humo de lo actual. Tal como un salto del tigre al pasado… Efectuado en el vacío, es el mismo brinco que el salto dialéctico, la revolución tal cual la concibe Marx”. Lo que Benjamin impugna, no es únicamente la normativa “tomada” de una comprensión de la historia, fundada en la imitación de antiguos modelos, combate de igual modo las dos concepciones que, aunque situándose en el terreno de la historia moderna, amortizan y neutralizan, la provocación que constituye lo nuevo y absolutamente inesperado. Y se opone, a la vez, a la idea de un tiempo homogéneo y vacío, ocupado por la “obstinada creencia en el progreso”, que caracteriza el evolucionismo y la filosofía de la historia, y a esta neutralización de todos los criterios en los que opera el historicismo, cuando encierra la historia en un museo, y no cesa de enumerar la sucesión de acontecimientos, como si fueran una ristra”. Su modelo es Robespierre, que había citado, mencionando la Roma antigua, un párrafo cargado de “à-présent” y rico en “comunicaciones”, con el fin de aclarar el continuum inerte de la historia. Es la forma mediante la cual intenta, como por un choque a la manera del surrealismo, detener el mencionado curso inerte de la historia, que una modernidad, reducida a la actualidad, debe tomar prestada su normativa de las imágenes especulares de un pasado “convocado”, desde el momento en que accede a la autenticidad de un “à-présent”. Un tal pasado no se percibe nunca como ejemplar por naturaleza. El modelo baudelairniano del modisto proyecta, por el contrario, una viva luz sobre la creatividad, que opone el acto del adivino detector de estas “comunicaciones”, el ideal estético de una imitación de modelos clásicos.

Palma. Ca’n Pastilla a 21 de Octubre del 2015.


2 comentarios:

  1. Hola Emilio,

    En "El pintor de la vida moderna" Baudelaire señala cuatro rasgos distintivos que definen la "actitud de modernidad": 1) La modernidad como intento de heroizar y eternizar el momento presente. La modernidad no es un mero frenesí por la moda y por lo pasajero, sino un intento de asir el efímero instante prsente 2) Heroización irónica. Para ilustrar este rasgo, Baudelaire nombra a los cuadros de Constantim Guys porque son un ejemplo de transfiguración de la realidad y no sólo una representación de la realidad tal cual es. Transfigurar o desconstruir la imagen no significa sólo ceñirse positivamente a la realidad, sino aplicar la imaginación activa. Por ello, en esta actitud de modernidad, hay una tensión permanente entre lo real y la imaginación activa y libre 3) La modernidad como un modo de relación que hay que establecer consigo mismo. Esto está ligado a la actitud del “dandismo” ya que “ ser moderno no es aceptarse a sí mismo tal como uno es en el flujo de momentos que pasan; es tomarse a sí mismo como objeto de una elaboración compleja y dura”. Transfigurar la realidad también exige transfigurarnos a nosotros mismos. Para Baudelaire lo radicalmente moderno no consiste en aquella certeza cartesiana de que hay un cogito capaz de comprender verdades secretas, sino más bien en el imperativo de inventarse y elaborarse a sí mismo. 4) Por último, la actitud de modernidad sólo puede consumarse completamente en la esfera del arte

    Sobre Benjamin, como he leído poco sobre él, desconozco todo a lo que apuntas. Muy interesante, espero nuevas entradas sobre temas de estética. Una abrazo Emilio!

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    1. Apreciado Carlos:
      Es un placer tener lectores tan lúcidos y cultos como tú. Mil gracias.
      Si en filosofía soy un simple "amateur", en Estética ni eso. Me interesé de joven por la pintura, quizá porque tengo una prima hermana a la que quiero mucho, buena pintora, que ya en aquellos años me hablaba de ello.
      Me convertí en un entusiasta del Impresionismo, sobre el que leí bastante. También algo sobre teoría del arte: Rubert de Ventós "Teoría de la sensibilidad"; Wilhem Waetzoldt "Tu y el arte"; René Huyghe "Diálogo con el arte"...
      Pero de esta conexión estrecha y avanzada, entre la Estética y la Modernidad, me enteré hace poco, y me llamó mucho la atención, leyendo "Le discours philosophique de la modernité" de Habermas.
      Un afectuoso abrazo,

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